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Viajes inciertos y cuentos fuera de lugar

Viajes inciertos y cuentos fuera de lugar

Oswaldo Estrada

Autor: Pablo Brescia

Título: Fuera de lugar

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México

Año: 2013

Estar “fuera de lugar” puede ser incómodo, un estado no deseado, un estigma, una marca de diferencia, pero es también, en el mejor de los casos, cuando uno aprende a aceptar su otredad, una carta de identidad, una forma de ser, tal vez la más auténtica para aquellos que pertenecemos a dos o más culturas a la vez. Leer los cuentos reunidos en la colección Fuera de lugar (2013) —publicada por primera vez en Lima en el 2012— significa cruzar una serie de fronteras físicas y metafóricas. Con los cuentos de Pablo Brescia viajamos de América Latina a los Estados Unidos, a Europa y Asia. Pero viajamos, sobre todo, de la infancia a la madurez. Leer un cuento y otro es también oscilar entre la vida y la muerte, o entre dos idiomas, como el inglés y el español, que no siempre se llevan bien, que expresan distintas maneras de estar en el mundo.

Por ser, como el escritor, un inmigrante que ha vivido la mayor parte de su vida en los Estados Unidos, aunque extrañamente sigo todavía o aun más atado al lugar de origen y a mi lengua madre, me atraen los cruces, los viajes, el escape literario, las identidades en fuga y los dilemas de pertenencia y extranjería que observo en diversos cuentos de la colección. ¿Cuántas fronteras cruza un inmigrante cada vez que tiene que entrar a limpiar la habitación de un algún huésped en un hotel cualquiera de los Estados Unidos? ¿Cuántas fronteras, puertas, obstáculos se pueden cruzar con un carrito de limpieza y un vocabulario de tres palabras, “housekeeping, thank you, please”? Brescia analiza este tipo de dilemas en el cuento “Realismo sucio” con el que abre la colección, y nos deja en medio de uno y muchos cuartos de sábanas desordenadas donde todavía quedan las huellas de un amor fugaz, los restos de alguna pelea, donde siempre —como en los buenos cuentos— hay dos formas de interpretar la realidad.

Siempre se escribe desde lo que uno es, desde una verdad interior que busca respuestas, mundos desconocidos, otras posibilidades, nuevas experiencias. Por eso mismo todo el libro de Pablo Brescia respira literatura, como él. No sólo lo digo porque aparece y desaparece la imagen —¿autobiográfica tal vez?— de aquel que quiere ser escritor en varios momentos metaficcionales, o de aquel que quiere “ser un escritor sufrido, es decir, un escritor que sufre la vida y escribe cosas angustiosas y bellas para que otros sufran en la ficción aunque no en la realidad” (33). Lo digo sobre todo porque el andamiaje narrativo se sostiene en pie gracias a un conjunto de múltiples intertextualidades deliciosas que nos hacen detener la lectura, aunque sólo sea por breves instantes, para caminar hacia los bordes en blanco de la página impresa. En esas caminatas deductivas, en el límite mismo de lo dicho y lo no dicho, o de aquello que se dice con sutileza imaginamos otras rutas de conocimiento y comprobamos, como uno de sus personajes, “que la vida imita a la literatura” en numerosos momentos (36).

En uno y otro cuento Pablo Brescia dialoga con Edgar Allan Poe, Franz Kafka y David Foster Wallace, con Rubén Darío, Jorge Luis Borges y César Vallejo. Si el verdadero escritor escribe, al decir de Mario Vargas Llosa, para exorcizar sus demonios interiores, en sus conversaciones con otros autores, Brescia descubre, a través de uno de sus narradores, “que los fantasmas son ausencias presentes en la memoria colectiva. Los fantasmas son sábanas de memorias incrustadas en nuestras pestañas. Los fantasmas son reales, porque no se van. Los fantasmas son huecos llenos de nada que duelen” (45). Experto en la cuentística hispanoamericana, Pablo Brescia, también autor de los libros de relatos La apariencia de las cosas (1997) o de los textos híbridos reunidos en No hay tiempo para la poesía (2011), consigue en Fuera de lugar que sus cuentos tengan el dato escondido, el final que parece no serlo, o el detalle que se presenta como añadido a posteriori, tal vez en una nota de pie de página que sin embargo cambia el significado de todo.

¿Son estos cuentos “integrados” o forman parte de una “obra compuesta” o un “ciclo cuentístico”? Es cierto que cada cuento es autónomo y no hay personajes que deambulan de un cuento a otro o escenarios comunes que den alguna indicación de que los cuentos se sostienen en el limbo de la continuidad y la fragmentación, o entre la autosuficiencia e interdependencia de las piezas textuales. Y sin embargo, como en las mejores colecciones cuentísticas, en Fuera de lugar es posible encontrar hilos invisibles, puntadas leves, hilvanes sutiles que unen a todos los cuentos. En cada uno de los relatos hay exploraciones suculentas de alguna condición humana. A través de curiosos e impertinentes narradores exploramos las manías de un coleccionista de “Objetos raros” o la atracción que siente un hombre hacia los dedos de los pies de las mujeres… “porque son [más] delicados y no tienen pelo” (30). Otras veces imaginamos “el orgasmo de la depresión” (47), o aceptamos, como Marina, uno de los personajes, que el cosquilleo del vientre es o puede ser la felicidad.

Ya he dicho que el dilema de la pertenencia y extranjería o del viaje físico o mental entre dos culturas aparece en varios cuentos con los que vamos de México a Buenos Aires, o a Japón, Alemania, Claremont, San Francisco, La Florida y Minnesota. En el cuento “Tristezas de aeropuerto” se respira la nostalgia y la incertidumbre de aquellos que se sienten lejos, fuera de lugar. En el relato “Los viajeros” seguimos de cerca a una familia de músicos gitanos e imaginamos sus travesías con la guitarra, las castañuelas y la pandereta por Burdeos, Rotterdam, Varsovia, Berna. Visualizamos los “caminos largos” del viajero, “las noches a la intemperie,” “las monedas que caen en un estuche de guitarra” y “la alegría de hacer música a pesar de todo y de la confianza que daba dormir todos juntos, con o sin techo” (104). En el cuento “LAPIVIDEO,” pasamos de la vida a la muerte gracias a un sepulturero que para ingresar en el panteón que ha cuidado a lo largo de treinta años consigue un aparato futurista, digital, que se coloca sobre la sepultura y que promete entretener a la familia, mientras el muerto descansa en paz. El video que nos deja, sin embargo, es un descubrimiento genial, una burla al destino, a las buenas costumbres, al qué dirán.

Fuera de lugar es esto y mucho más. En “La manera correcta de citar,” otro de los relatos, entendemos que Estados Unidos es “la tierra de los shopping malls al por mayor y de las plazas al por menor” (59). Aquí mismo, en un debate cerrado entre unos amigos, discutimos cuestiones sobre la hibridez cultural, sobre el melting pot estadounidense, o sobre el dolor y la angustia de ser y no ser. Mientras uno añora su tierra, el otro le dice que debe sentirse agradecido por vivir en la tierra de las oportunidades, el trabajo, la libertad. Y en medio de la discusión los lectores calibramos lo que es el exilio voluntario o involuntario. O lo que es “llevar esa cicatriz…” tan honda como los versos de Vallejo, como esos como golpes en la vida tan fuertes que se empozan en el alma (61).

El libro, insisto, nos anima a realizar uno y otro viaje en el presente, hacia el pasado. Con los cuentos de Brescia palpamos, por ejemplo, el momento del derrumbe de las Torres Gemelas o el instante indeleble en que un niño aprende con su padre lo que es el whisky on the rocks. Al viajar de un relato a otro también dilucidamos el futuro de la literatura latinoamericana que se escribe dentro y fuera del lugar de origen, entre la pertenencia y el extrañamiento, o con la cadencia local que no se diluye del todo en un mundo cada vez más globalizado. El libro es sobre todo un viaje de muchas escalas e inciertos encuentros o destinos fuera de lugar. Al fin y al cabo, como nos recuerda uno de los narradores, “los viajes son maneras de acercarse. Los viajes nos distraen de nuestro verdadero propósito, que es no llegar a ningún lado. Viajando uno no alcanza a conocer a nadie. Viajar nunca es partir, siempre es despedirse” (49).


Posted: June 4, 2014 at 9:31 pm

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