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Weiner, vergüenza y catástrofe en la era del Twitter

Weiner, vergüenza y catástrofe en la era del Twitter

Naief Yehya

Uno de los documentales de campaña electoral más electrizantes de la historia del cine es sin duda The War Room (1993), de Chris Hegedus y D.A. Pennebaker, quienes siguieron a James Carville y George Stephanopulos, el principal asesor y el director de campaña de Bill Clinton, mientras este trataba de conquistar la presidencia de los Estados Unidos. Ahí se redefinió un estilo que sería imitado por otros documentalistas con acceso amplio a la intensidad cotidiana de la campaña política, las estrategia, las maniobras improvisadas, los errores y los aciertos de los candidatos a puestos públicos y sus equipos. A partir del documental de los veteranos Hegedus y Pennebaker este tipo de filmes que parecerían condenados a documentar un trabajo monótono, repetitivo, cargado de eslóganes demagógicos y procedimientos técnicos adoptaron una narrativa vertiginosa, repleta de intriga y giros impredecibles. Sin embargo, a fuerza de repetir la fórmula, la propuesta comenzó a desgastarse. Afortunadamente para este subgénero llegó Weiner, de Josh Kriegman y Elyse Steinberg, un documental acerca de Anthony D. Weiner, uno de los políticos más ambiciosos y energéticos de tiempos recientes.

Wiener, un liberal, brooklyniano, de origen judío, que está casado con Huma Abedin, la principal asesora, confidente y sombra de Hillary Clinton (quien se ha referido a ella como su otra hija), tuvo una destacada carrera en la cámara de representantes. Su suerte cambió cuando que se vio obligado a renunciar en 2011, a causa de un vergonzoso escándalo. Weiner tuvo la ocurrencia de sextear por Twitter con, por lo menos, seis desconocidas en un período de tres años (de acuerdo con su propia confesión). Y su debacle comenzó cuando por error envió una fotografía de sus genitales, cubiertos de manera muy reveladora por sus calzones, a sus 45,000 seguidores cuando lo que deseaba era mandarla como un mensaje directo a una de sus fans. Cuando la imagen se hizo pública, Weiner argumentó que su cuenta había sido hackeada, trató de negar estar involucrado e intentó controlar los daños con evasivas. Sin embargo, cuando varios miembros de su propio partido comenzaron a presionarlo, se dio por vencido. Fue arrollado por la compulsión obsesiva de los medios y los comediantes de la tele por explotar el escándalo y la humillación pero, sobre todo, por su propia negligencia. Weiner, así como otro político neoyorquino liberal, Eliot Spitzer, parecían inicialmente víctimas de conspiraciones conservadoras, pero pronto quedó claro que eran responsables de su caída, con lo que hicieron grave daño a las causas populares que supuestamente les importaban.

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La carrera de Weiner parecía destruida irremediablemente, sin embargo, apostó por buscar el perdón del público y exactamente dos años después de su renuncia anunció su candidatura para ser alcalde de Nueva York. Convencido de su habilidad, carisma y potencial, quiso que se hiciera un documental de su redención por lo que permitió que Kreigman (quien había trabajado para él) y Steinberg tuvieran acceso casi total y absoluto a su vida, campaña y familia. La cinta comienzan con una breve introducción en la que se cuenta con noticias, clips de video, titulares estridentes e imágenes, el asenso y caída de Weiner. Sin más preámbulo que una brevísima entrevista con él saltamos a 2013, cuando da inicio su nueva aventura política. Tras un inicio de campaña complicado, en el que el candidato tiene que convencer a los electores neoyorquinos de que se encuentra arrepentido de sus acciones y que ha aprendido la lección, comienza a ascender rápidamente en las encuestas de opinión. Weiner se mueve con habilidad en diferentes entornos neoyorquinos, de marchas gays a festivales colombianos y desfiles pro Israel, conquistando votantes con un ímpetu, fervor histriónico y energía que rayan en lo preocupante.

Cuando todo parece ir de maravilla, dos meses después de iniciar la campaña, aparecen nuevas fotos del político, esta vez desnudo, así como evidencias de otros intercambios de sexting, incluyendo con Sydney Leathers, una joven de 23 años que trabaja como croupier y asegura que llegó a tener sexo telefónico con Wiener hasta cinco veces en un solo día. Leathers, a quien los miembros del equipo de Wiener se refieren como Pineapple, aprovecha sus quince minutos de fama y se comporta como un buitre de la publicidad: recorre el circuito de los programas políticos y de entretenimiento denunciando la hipocresía de Weiner, quien en su cuenta se presentaba como Carlos Danger. Leathers acepta la oferta de la productora Vivid y aparece en un filme porno inspirado por el escándalo: “Weiner and Me” (disponible en PornHub, por si acaso alguien quiere asegurarse de la veracidad de esta información).

La película que debía ser la historia de un regreso glorioso a la política se convierte entonces en la documentación de un cataclismo, el testimonio de una autoinmolación y la puesta en evidencia de un hombre incapaz de controlar sus impulsos. Su popularidad en las encuestas comienzan a caer y del primer lugar Weiner termina en el quinto lugar de cinco. Los cineastas optan por no incluir voces en off, ni comentarios de expertos, analistas o familiares, de manera que dejan toda la carga narrativa a los hechos. La historia de esta obsesión sexual que lleva a un hombre a la ruina parecería una anécdota grotesca más de otro político megalomaniaco, con la cualidad añadida de que en este caso se trata de un político con el muy desafortunado apellido Weiner, que significa salchicha y, obviamente, es uno de los nombres que se le da al miembro sexual masculino. El mérito principal de Kriegman y Steinberg es que capturan la magnitud del caos que se desata con estas revelaciones. Para esto van de lo político a lo familiar y de lo público a lo íntimo con gran destreza, añadiendo dimensiones y complejidad a la trama. Weiner es obviamente un hombre exhibicionista y neurótico que no puede contener su ego y que sucumbe con facilidad a los elogios, especialmente si vienen de jóvenes desconocidas y es capaz de ponerlo todo en riesgo con tal de disfrutar ese estímulo. Es una adicción en el sentido de que requiere del coqueteo para generar las endorfinas que lo sostienen y lo impulsan.

Lejos de la histeria mediática y del sensacionalismo oportunista, la cinta nos hace preguntarnos ¿quién es la víctima? y ¿cuál es el crimen? Si partimos de la certeza de que todos los políticos mienten y abusan de su poder, la de Weiner debía ser una ofensa menor. Hasta donde se ha revelado, nunca tocó físicamente o extorsionó a nadie, y si bien podemos cuestionar su criterio, en realidad se trata de un asunto entre él y su mujer. Cuando la campaña comienza a desmoronarse Abedin muestra compostura, dignidad y ecuanimidad. Fue ella la que lo convenció de buscar la alcaldía y de esa manera borrar el estigma. Difícilmente podía haberse imaginado la profundidad de la descomposición sentimental de Anthony. Finalmente es ella la verdadera víctima de la insensatez de su marido. Y la tragedia política amenaza con arrastrarla también a ella y destruir su exitosa carrera. El contraste entre sus personalidades es tan impactante que en gran medida es el motor del filme. La verdadera tragedia se materializa en la inquietud silenciosa y el cauteloso distanciamiento de Abedin, quien por momentos, durante el circo político, no parece siquiera capaz de mirar a su marido. Aparentemente, en vísperas de su campaña presidencial Hillary Clinton pidió a Abedin que eligiera entre ella y su marido. En una de las secuencias más dramáticas del filme, Weiner y Abedin deben ser escoltados para huir de un evento a través de un McDonald’s para evitar una confrontación con Pineapple, una humillación que Abedin no está dispuesta a soportar. En uno de los numerosos encuentros infortunados, Weiner comete el error de ponerse a discutir con un hombre que lo insulta en una panadería. Si bien es de esperar que lo llame depravado, lo que le resulta inaceptable es que lo trate de denigrar por estar casado con “una árabe”. Abedin es paquistaní y musulmana, obviamente no es árabe, pero eso a ciertos retrógradas no les importa. El incidente es lamentable y pone en evidencia lo que un político debe tolerar e ignorar si quiere conservar su elegibilidad.

Violaciones a la moral como las de Weiner son tan sólo posibles gracias a nuestros dispositivos portátiles y la ilusión de intimidad y facilidad de comunicación que crean nuestros vínculos en las redes sociales. Las indiscreciones que revelamos a una pequeña pantalla parecen minúsculas y sin embargo es bien sabido que pueden tener repercusiones transformativas y catastróficas. Ahora, bien, la misma tecnología digital que lanzó a Weiner al estrellato, en forma de los videos de YouTube en los que se le ve argumentar frenéticamente frente al Congreso, precipitó su colapso. La política en la era del selfie parecía definida por la idea de que tarde o temprano nuestras huellas digitales se volverían en nuestra contra; todo pecadillo, expresión de ira, comentario racial o misógino en tono de broma, coqueteo y revelación sería, tarde o temprano, sacado de contexto y tendría un impacto en nuestras carreras y vidas personales, más aún si nos dedicamos al servicio público. Sin embargo, la llegada del fenómeno Donald Trump parece mostrar otra faceta de esta misma era, una en la que un aspirante a la presidencia puede decir cualquier cosa sin consecuencias. Los desplantes antimexicanos, antifemeninos, antimusulmanes, antiChina y demás fobias del candidato presidencial republicano no han disminuido su popularidad sino que, por el contrario, le han ganado más fieles y adeptos incondicionales. Quizás esto se debe a su carisma, a su perfil como personaje mediático provocador y supuestamente exitoso, pero también nos hablan de un agotamiento del público y de un hartazgo de la hipocresía santurrona de los políticos y los medios.

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Los cineastas no tratan de indagar si los mensajes fueron realmente enviados durante el periodo en que Weiner pedía disculpas públicas y anunciaba su arrepentimiento por todos los medios. Sin embargo, queda implícita su incapacidad de comportarse dentro del molde de lo que se espera de un político; sus reacciones viscerales lo exponen como un hombre inmaduro y temperamental. Paradójicamente sus virtudes en el Congreso se debían precisamente a ese carácter explosivo e impredecible, a sus arranques de furia y su actitud incendiaria con la que peleó por algunas causas populares y liberales, como presionar a los republicanos para que aprobaran un paquete de leyes que dieran servicios de salud a los rescatistas del 9-11 que padecían serias enfermedades respiratoria y cáncer provocados por las sustancias tóxicas a las que estuvieron expuestos. La espontaneidad y sinceridad del documental resultan insuperables debido a que las cámaras siguen a Weiner en sus momentos de desconsuelo, de duda, de furia y de felicidad, incluso cuando está con su hijo y con Abedin, a quienes emplea descaradamente para ofrecer una imagen humanizada. Con mucha razón al inicio del filme Weiner dice que no puede creer la pesadilla en que se está metiendo. Y hacia el final el propio Kriegman le pregunta a Weiner. ¿Porqué me dejaste filmar esto? La respuesta le corresponde imaginarla al público, ya que el político no tiene palabras para expresarla. También es difícil responder a la pregunta de que si para ser político exitoso hace falta ser un megalomaníaco, o bien, un puesto así convierte a cualquiera en un megalomaníaco.

La cinta presenta la idea de que los neoyorquinos están dispuestos a dar una segunda oportunidad, incluso a sus políticos. Lo que debemos preguntarnos es si serán tan generosos como para darle una tercera chance o, más importante aún, si serán tan tolerantes como para darle una oportunidad de llegar a la presidencia a un sujeto como Donald Trump, quien ha terminado por borrar las diferencias entre un político y un engendro de los medios. Y si algo es claro es que en la era de la política espectáculo y las comunicaciones digitales todo puede suceder.

Naief-Yehya-150x150Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya


Posted: June 6, 2016 at 9:35 pm

There is 1 comment for this article
  1. Roberto Mora at 8:01 am

    La frase con que cierras tu artículo lo dice todo; efectivamente, en la era del internet, todo puede suceder: un maniático sexhibicionista puede, gracias a las redes caer, levantarse, volver a caer, ser villano y víctima y, al final, héroe…

    Del otro personaje que mencionas, todavía falta, creo yo, mucho por hablar. Mal y peor…

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