Essay
 Orgullo gay

Orgullo gay

Miguel Cane

Ayer alguien me hizo una pregunta, que no es la primera vez que oigo: ¿Existen los niños gay?

Mi respuesta fue, por descontado, la siguiente:
Por supuesto que existen.
Yo soy prueba ontológica de ello.

No puedo recordar un tiempo en el que no me supiera distinto – aún cuando trataba ferozmente de encajar, era distinto. La manera de percibir al mundo, de relacionarme con él.
Mucha gente que conozco ha alegado “es por crianza”. Mentira. Mentira de todas las mentiras. Yo nací homosexual. No es como si hubiera tenido la opción (como mucha gente cree que tenemos todos) de decir “¡oh, quiero ser como Oscar Wilde!” “¡quiero que me guste la gente de mi mismo sexo!”–  simplemente sucede que nacemos con una orientación bastante compleja, que no sólo implica la sexualidad, sino, como señalaba antes, nuestra manera de relacionarnos con el mundo desde el principio de nuestras interacciones sociales con la familia y el mundo que nos rodea.

Mi madre tiene por ahí una foto que me tomaron a los cinco o seis meses de edad. En ella, apenas puedo sentarme solo. Juego con un sombrero panamá con un lazo. El sombrero es de ella. Hay algo en esa foto. En la manera en que el bebé (ese bebé que era yo) se sostiene; cómo mira a la persona que toma la foto (no sé si mi padre o mi abuelo) y hay algo en las manos, en la forma de cruzar los tobillos. Hay otra foto: mi prima y yo en el patio de casa de los abuelos. Ella tiene 4 años, y yo 2. Ella se pone en cuarta posición de ballet, y yo la imito, perfectamente. Y muchos, muchos otros momentos que mis primos hermanos (que en ese momento previo a 1981, fueron mis hermanos) y mis amigos de la niñez, podrán recordar: era un niño, sí, pero más delicado, más sofisticado (nunca me ha gustado el término, pero para este caso vale) que el resto. Incapaz de jugar futbol, de andar en patines o bicicleta – cierto, también algo tenía que ver el hecho de que un tímpano reventado me dejó un vértigo irregular que iba y venía –. Un niño más feliz en el mundo de los libros y las películas, de las fantasías que él mismo creaba, donde no se sentía torpe o fuera de lugar. Un niño diferente.

Mi abuelo Miguel, para su sorpresa (y la de todos, supongo), comprendió que el niño era distinto. Junto con otros adultos –Mamá, mi tío Enrique, mi tía Cristina y mi tío Mateo, por ejemplo– crearon una red de protección, si bien no comprendían que era lo que iba a ser de mí en el futuro. “Este niño es diferente. Déjenlo vivir en paz.”

Naturalmente, nadie nace sabiendo, y en los años 70 y 80, el nivel de comprensión de la homosexualidad manifiesta desde la etapa infantil, era muy vago. Por desgracia, pese a los años transcurridos, no veo que haya un cambio. Me preocupa pensar en cuántos niños y niñas no habrán en el mundo, que pasan por algo similar ante el estupor y la impaciencia (incluso, intolerancia y aversión) de sus familiares y maestros, de sus compañeros y coetáneos.

No existe una preparación para la posibilidad de que uno de nuestros hijos o hijas sea un niño homosexual. Que no encuentre una facilidad para identificarse en el mundo. O que encuentre que eso que vendrá en su futuro, la vida que llevará, no es algo terrible ni desolador. Que de hecho, será un adulto que tenga una vida llena de dicha y sinsabores como cualquiera, solo con algunas variaciones en el esquema.

Son escasos los padres que asumen esta posibilidad o que la abrazan cuando es una realidad. Mis padres, que son los mejores padres que pude haber tenido (y siempre, siempre, lo sostengo) la pasaron muy mal; me conmueve la ansiedad que vivieron, la frustración de mis años formativos, y siempre estaré agradecido por su esfuerzo que devino en una comprensión más cordial cuando ya fui adulto y me había ganado su respeto, a base de una lucha espinosa con el mundo, para salir avante y erigirme en persona, con muchos platos rotos antes. Platos que no necesariamente debieron romperse o lágrimas y amarguras que no debieron derramarse, pero que fue imposible evitar dadas las circunstancias y el momento histórico.

Fui un niño gay. Pero esto no fue impedimento para que fuera un niño contento. Un niño imaginativo. Un niño amoroso con el mundo.IMG_4944

Gracias a ese niño que fui, soy el adulto que soy. Pleno de imperfecciones y defectos, pero con alguna virtud que me saca a flote y con principios, que no serán muy ordinarios, pero más allá de la excentricidad que también me viene de la infancia (el niño que hablaba como Ingrid Bergman, y que a los seis años decía cosas como “¿No es terrible la situación de los rehenes americanos en Irán?” para azoro y sonrisas de los perplejos adultos), son mis principios. Y mis valores.

Me preocupa, que no se entienda la homosexualidad como algo común a los seres humanos y a todas las especies, desde siempre, que no se hable en las familias, que no se acepte como una particularidad que no es perversión. No se habla de ello y no se explica a los niños. De hecho, en mi propia familia no se habla de ello. Se advoca a la preservación de la inocencia infantil intacta. Lo comprendo, pero creo que si se le explica a los niños de dónde provienen, o lo que se espera de ellos al crecer, la responsabilidad de la vida adulta, también se debe hablar de sus múltiples variaciones como algo normal.

Conforme fui creciendo, me hice adulto y mis amigos tuvieron hijos, o mis primos tuvieron hijos, encontré otro rol que me sorprendió y que nunca dejaré de agradecer a madres y padres, que me incluyeron (y aún ahora me incluyen) en sus familias, para que sus hijos pudieran relacionarse conmigo con naturalidad. Que vieran que ser gay no era ni malo, ni grotesco, ni ridículo. Que el tío Miguel era exactamente igual que cualquier otro tío o tía que los niños iban a conocer. Sin secretos. Sin silencios incómodos. Sin ninguna pregunta que ellos y ellas (muchos de ellos ahora adultos y amigos míos por volición propia) me hicieran, que no pudiera ser contestada. Sin estigmas ni vergüenzas. Los seres humanos somos todos distintos (mamá y papá son distintos el uno del otro, no hay dos niños iguales) y al mismo tiempo, también somos personas que buscamos lo mismo que los demás. Amamos exactamente igual, aunque la diferencia reside únicamente en la persona a la que amamos y nos ama.

Ojalá hubiera existido esa transparencia cuando fui niño. Pero no lloro por leche derramada. Creo que de verdad hay un futuro en que los niños podrán aceptarse como son en el momento mismo en que se descubren tal cual son; que no habrá más prejuicio acendrado en casa. Que podemos combatir la ignorancia, la estupidez, la arrogancia y el miedo. Que los niños también podrán aprender a ver con naturalidad toda la diversidad que los rodea. Que las niñas podrán jugar con espadas y tractores y los niños con muñecas y con ponis, sin necesidad de tener que renunciar a ellos porque “solo las niñas juegan con muñecas” porque papá lo dice.

Me duele que en mi caso personal, los niños más cercanos a mi rama del árbol genealógico, no me conocen, ni saben quién soy o lo que es mi vida. Es así por disposición de sus progenitores y yo respeto las reglas y órdenes de una familia que, en ese aspecto, me es ajena. Eso no quiere decir que no me sienta yo también ajeno a esos afectos que deberían ser naturales a mí. Pero el mundo no es perfecto y parte del respeto que se sigue, es aceptar lo que otros piensan, del mismo modo en que yo espero ser respetado – aunque sea por otros, que me dan amor, sin que sea yo nada suyo.

Pero volviendo al tema, y para cerrar (si han leído hasta ahora, qué paciencia tan admirable la suya), sí. La homosexualidad en los niños existe. Y si se manifiesta, exhortaría a padres y maestros, de cualquier lugar del mundo, de cualquier persuasión o ideología, a no reaccionar con miedo, asco o represión (todo eso lo vi y lo viví, en algunas escuelas, agrupaciones y con algunas ramas de la parentela, y no exclusivamente conmigo, también con otros niños). La homofobia la conocemos por primera vez, en nuestras casas. Hacia otros, que sean de nuestra familia o no. Y en el caso del niño gay se traduce, incontables veces, en querer huir de nosotros mismos: “yo no quiero ser eso que mi papá aborrece” “yo no quiero ser eso que es el objeto de escarnio de los demás”.

Exhorto a que reaccionen con amor y comprensión. A su modo, mis padres finalmente lo hicieron. Ahora, lo hacen mucho más, y no conmigo, sino con quienes componen su entorno. No puedo pedir esto a otros padres y madres, porque es una intromisión que no es bienvenida, mas no dejo de pensar que el mundo gira y tiene muchas facetas. Y en el último de los casos, cuando ya no queda nada, solo permanece el amor. Propio y al prójimo.

Enseñen a sus hijos, si nacieron homosexuales (no importa si niños o niñas) a amarse a sí mismos. Y a sus hijos, también, enséñenles a amar a los demás, sin que importe su estilo de vida o su orientación. Que amen al mundo. Y quizá, tendrán todos una vida libre de prejuicio e ignorancia y miedos infundados. De amargura. Una vida sin el cochambre del odio.

¿O qué no, una de las reglas de oro, es amarnos los unos a los otros?

MiguelCane2013Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane


Posted: June 26, 2016 at 9:57 pm

There is 1 comment for this article
  1. Javier Pedraza at 1:24 pm

    El otro día hablando con mi hermano de 23 años me aseguraba que la homosexualidad era una perversión elegida, casi símbolo de la decadencia del mundo contemporáneo, y yo me esforzaba casi hasta la desesperación en explicarle que no era así. Aunque ninguno de los dos es homosexual, tenemos un primo que sí lo es. Él argüía que era un estilo de vida que nuestro primo adoptó ya en su edad adulta, yo le aseguraba que no, que desde niño había sido así. Sin embargo lo único que podía articular para sustentarlo es que “siempre fue diferente”, su manera de ser y estar no era exactamente como la nuestra. Pero al mismo tiempo mi principal argumento para “defenderlo”, era precisamente que era igual a nosotros y a cualquier persona. Tu texto me resultó la cosa más entrañable y humana, porque precisamente me permitió reconocerme en tu diferencia que es igual de natural y/o inusitada que la mía. Muchas gracias…

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *