Narciso
David Eagleman
En la vida eterna uno recibe una respuesta clara sobre nuestro propósito en la Tierra: nuestra misión es reunir información. Nos han sembrado en este planeta como una especie de cámaras móviles sofisticadas. Estamos equipados con lentes avanzados que producen imágenes visuales de alta resolución, calculando la forma y profundidad de las ondas de luz. Las cámaras de los ojos están montadas en cuerpos que las llevan cargando por todos lados; cuerpos que pueden escalar montañas, realizar espeleología en cuevas y cruzar llanuras. Estamos provistos de oídos para recoger ondas de aire comprimido y de grandes capas sensoriales de piel para recabar información de la temperatura y textura. Hemos sido diseñados con un cerebro analítico que puede llevar este equipo móvil por encima de las nubes, debajo de los mares y hasta la luna. De esta manera, cada observador desde la cima de cada montaña contribuye con una pequeña parte a la gran recopilación de información de la superficie planetaria.
Fuimos plantados aquí por los cartógrafos, cuyos libros sagrados son lo que reconoceríamos como mapas. Nuestro mandato es cubrir cada pulgada de la superficie del planeta. Mientras deambulamos, aspiramos información a nuestros órganos sensoriales, y sólo existimos por esta razón.
Al momento de nuestra muerte despertamos en un cuarto para ser interrogados. Aquí la información recopilada durante nuestra vida es descargada y correlacionada con la información de aquéllos que han pasado antes que nosotros. Por medio de este método, los cartógrafos integran billones de puntos de vista para obtener una fotografía dinámica de alta resolución del planeta. Desde hace mucho tiempo se dieron cuenta de que el método óptimo para lograr un mapa de todo el planeta era arrojar un sin número de pequeños artefactos, móviles y resistentes que pudieran multiplicarse con rapidez y moverse a todos los puntos del globo. Para asegurarse de que nos esparciéramos a todo lo ancho de la superficie, nos hicieron inquietos, nostálgicos, vigorosos y fecundos.
A diferencia de versiones anteriores de cámaras móviles, nos construyeron para ponernos de pie, estirar los cuellos, virar las lentes hacia cada detalle del planeta, volvernos curiosos y desarrollar de manera independiente nuevas ideas para alcanzar una mayor movilidad. La maravilla de la especificación del diseño fue que nuestros primeros esfuerzos no estaban prescritos; en lugar de eso, para conquistar la impredecible variedad de paisajes, fuimos sujetos a la selección natural para desarrollar estrategias dinámicas e imprevistas. A los cartógrafos no les importa quién vive o muere, mientras haya una cobertura amplia. Les molestan la veneración y las reverencias; hacen más lenta la recolección de información.
Cuando despertemos en el gigantesco cuarto esférico sin ventanas, puede que nos tome algunos momentos para darnos cuenta de que no estamos en un paraíso en las nubes, sino en la profundidad del centro de la Tierra. Los cartógrafos son mucho más pequeños que nosotros. Viven bajo tierra y tienen aversión a la luz. Somos los mecanismos más grandes que pudieron construir: para ellos somos gigantes, lo suficientemente grandes para saltar arroyos y escalar peñascos, una impresionante máquina, ideal para la exploración planetaria.
Los cartógrafos, pacientes, nos expulsaron hacia un punto de la superficie, y nos observaron durante milenios mientras nos esparcíamos como tinta sobre la superficie del planeta hasta que cada zona tomó el color de la cobertura humana, hasta que cada región pasó bajo la mirada vigilante de los compactos sensores móviles.
Al mirar nuestro progreso desde su centro de control, los ingenieros de las cámaras móviles se felicitaron ellos mismos por un trabajo bien realizado. Esperaron a que los humanos emplearan sus vidas encendiendo sus sensores de información sobre las extensiones de tierra, los estratos de rocas, la distribución de los árboles.
Sin embargo, a pesar del éxito inicial, los cartógrafos se sienten profundamente frustrados con los resultados. A pesar de su cobertura planetaria y largos periodos de vida, las cámaras móviles recogen poca información útil para la cartografía. En lugar de hacer lo que deben, los artefactos apuntan sus (ingeniosamente creados) lentes compactos directamente a las miradas de otras lentes: una manera irónica de trivializar la tecnología. Con respecto a su sofisticada piel sensorial, sólo quieren que los froten. Los magníficos sensores de aire comprimido se dirigen más hacia los murmullos de los amantes que a la información crítica planetaria. A pesar de su resistente diseño para exteriores han empleado sus energías en construir refugios donde se encierran entre sí. A pesar de que se esparcieron muy bien a gran escala, se amontonan en pequeñas escalas. Construyen redes de comunicación para mirar a larga distancia sus fotografías cuando están separados. Día tras día, con los corazones desazonados, los cartógrafos se desplazan por interminables rollos de información inútil. El ingeniero en jefe ha sido despedido: ha creado una maravilla de la ingeniería que sólo toma fotografías de sí misma.
Sin embargo, a pesar del éxito inicial, los cartógrafos se sienten profundamente frustrados con los resultados. A pesar de su cobertura planetaria y largos periodos de vida, las cámaras móviles recogen poca información útil para la cartografía. En lugar de hacer lo que deben, los artefactos apuntan sus (ingeniosamente creados) lentes compactos directamente a las miradas de otras lentes: una manera irónica de trivializar la tecnología. Con respecto a su sofisticada piel sensorial, sólo quieren que los froten. Los magníficos sensores de aire comprimido se dirigen más hacia los murmullos de los amantes que a la información crítica planetaria. A pesar de su resistente diseño para exteriores han empleado sus energías en construir refugios donde se encierran entre sí. A pesar de que se esparcieron muy bien a gran escala, se amontonan en pequeñas escalas. Construyen redes de comunicación para mirar a larga distancia sus fotografías cuando están separados. Día tras día, con los corazones desazonados, los cartógrafos se desplazan por interminables rollos de información inútil. El ingeniero en jefe ha sido despedido: ha creado una maravilla de la ingeniería que sólo toma fotografías de sí misma.
David Eagleman. Narrador y neurocientífico del Baylor College of Medicine. Es autor de Sum: Forty Tales from the Afterlives, traducido a 16 idiomas desde su publicación en febrero de este año.
Posted: April 19, 2012 at 5:33 pm