The Hernández Brothers, la latinidad alternativa
Ana Merino
La obra de los hermanos Hernández ha marcado un hito en la articulación de la feminidad, la ficción y la latinidad dentro del universo expresivo del llamado cómic alternativo. Sus trabajos se han caracterizado por construirse en torno a personajes femeninos de origen latino y supieron romper con los estereotipos del protagonista masculino blanco clásico que habían caracterizado la producción estadounidense. En sus inicios en 1981 Jaime, Gilbert y también Mario, comenzaron autoeditándose un cómic que titularon Love and Rockets en el que cada uno desarrollaba sus propias historietas. Mandaron copia de ese primer ejemplar a Gary Groth, director de la revista The Comics Journal para que se lo reseñase, pero resultó que tanto Groth como su socio Kim Thompson quedaron impactados por las posibilidades de aquella pieza y les ofrecieron publicar esa serie en su recién creada editorial Fantagraphics. Así fue como a partir de 1982 los Hermanos Hernández desarrollaron sus propios universos gráficos y pudieron publicar de forma regular Love and Rockets. Desgraciadamente Mario, el hermano mayor, pese a su incuestionable talento abandonó el proyecto en el tercer número, aunque después desarrollaría aún pequeñas historietas y trabajos puntuales. Ya para entonces –finales de los años ochenta– Jaime y Gilbert habían evolucionado de tal manera en sus trabajos que su estilo, tanto narrativo como estético, estaba sorprendentemente consolidado. Inicialmente Jaime jugó con la ciencia ficción para, luego, sumergirse en las viñetas de corte realista ambientadas en un barrio al suroeste de Los Angeles llamado “Hoppers 13”, el que reproduce el ambiente de su propia experiencia punk-latina. Mientras que, por su lado, Gilbert trazaba sus historias alrededor de Palomar, un pueblo ficticio, en algún lugar de América Latina relativamente cercano a la frontera de los Estados Unidos.
Gilbert y Jaime son los primeros representantes de la voz latina en el contexto del cómic estadounidense para adultos. Además, construyen tramas gráficas con vocación literaria renovando el cómic alternativo al romper con el ritmo autobiográfico del estilo underground. Estos creadores latinos, hijos de padre mexicano y madre tejana, crecieron en la California de los años sesenta y setenta impregnándose de la intensidad multiétnica del momento. En el año 2004 Fantagraphics publicó un volumen de 704 páginas titulado Locas de Jaime Hernández, el que recopila las historias de Maggie, Hopey, Isabel, Penny y sus amigas. En esas páginas está recogida la versión más fascinante de la feminidad latina del punk rock de los ochenta, con secuelas existenciales de los noventa. El año anterior ya había aparecido un gran volumen de Gilbert titulado Palomar; ahí recogía en 522 páginas las historias de aquel pueblo ficticio latinoamericano al que los personajes de Ofelia y Luba llegaron un día para quedarse. Las primeras generaciones de lectores anglosajones que descubrieron estos cómics quedaron totalmente fascinados. Acostumbrados a las masculinizadas narraciones de superhéroes o a los discursos onanistas del underground, apenas podían creer lo que veían. Jaime y Gilbert habían cambiado el género de la ficción gráfica desde diversas perspectivas. Contaban historias donde las protagonistas eran mujeres latinas transgresoras e intensas. La trama dependía de ellas y en su fragilidad y su fuerza estaba el ritmo de un universo nuevo que necesitaba ser representado. Además, Gilbert y Jaime conectaron con un público lector femenino que sintió una afinidad intensa con unos personajes que por fin eran también mujeres.
Ambos Hermanos Hernández utilizan el español de forma figurada e insertan palabras en ese idioma, además de remarcar la circunstancia del bilingüismo. Curiosamente entre 1984 y 1985 Jaime Hernández realiza una historia gráfica que tituló en español Las mujeres perdidas (The Lost Women). En este caso era su primer intento por lograr una aventura cerrada. La trama estaba centrada en torno a uno de sus personajes más carismáticos, Maggie Chascarrillo, trabajando como mecánica “prosolar” en la isla de Chepan. A través de esta historia gráfica de largo aliento, Jaime Hernández experimentaba con las posibilidades del medio y comienza a defi nir el abanico de personajes femeninos que marcarán su trayectoria artística. Maggie, la joven mecánica punky, lograba escapar de un atentado contra el almacén de robots en el que trabajaba. En el momento de la explosión le acompaña Rena Titanon, una mujer ya madura que fue conocida como la reina del wrestlers, y ambas logran salvarse caminando por un entramado de túneles de desagüe que recorre toda el área industrial hasta adentrarse en el desierto y desembocar en la playa. Jaime Hernández juega con el tiempo paralelo en el que se da por muertas a las dos mujeres y cómo éste repercute entre los que las conocían. Así y a través del afecto que sentían por Maggie Chacarrillo, se va definiendo a Hopey, Penny e Isabel, las otras protagonistas de su imaginario coral. Esta aventura, inicialmente presentada en seis episodios dentro de Love and Rockets, aunque se ofrecía como Mechanics, concluye con una viñeta en la que se ha escrito: “Las mujeres perdidas. The lost women”. En ella Maggie está en la calle y acaba de bajarse del autobús con las maletas. Ese título de cierre en español con el que se resume la importancia de la trama, será el que se utilice para titular el volumen recopilatorio de la serie.
En la década de los ochenta Gilbert y Jaime no eran conscientes de la potencialidad narrativa del trabajo que estaban elaborando. Sus volúmenes (Locas de Jaime o Palomar de Gilbert) son el resultado de décadas de trabajo donde sus universos corales van sedimentando. Su relación con México está siempre presente y se proyecta de muchas formas. El mundo de Gilbert se sumerge en la geografía del país vecino, mientras que Jaime construye su homenaje particular a la tierra de sus ancestros: entre 1988 y 1989 creará Flies on the Ceiling, el relato gráfico de su personaje Isabel en México. Esta historia ya había sido evocada años atrás, en un breve episodio de cuatro páginas titulado Locos aparecido en 1984. En ella Speedy, el hermano de Izzy (como llaman familiarmente a Isabel), cuenta a un amigo la historia de su hermana. En ese momento Isabel es una especie de muerto viviente metida en la estética del punk siniestro y encerrada casi todo el día en casa, para salir sólo por las noches a dar paseos por el vecindario y aterrorizar a todo el mundo con su aspecto de vampiro. ¿Qué había pasado con Isabel? En los años del high school fue una de las fundadoras de la banda femenina las Widows. Pese a lo que representaba con su actitud violenta y sectaria, al menos ante los ojos de su hermano, esa fue una época en la que Isabel se respetaba a sí misma. Pero cuando cumplió los dieciocho años fue arrestada y coincidió en la celda con las “southside chucas”, el grupo de las mexican american girls. Esa experiencia la afecta de tal forma que al salir, regresa a los estudios, termina la secundaria y se saca una beca para ir al college. En esa celda Isabel descubre lo limitados que son los mundos territoriales que se han inventado todas las adolescentes latinas. Han fabricado su universo en torno a la idea del respecto como señal de identidad apropiándose del barrio desde los márgenes de la vida pandillera, provocadora y violenta. Durante los años de college Isabel se da cuenta asimismo de que quiere ser escritora de libros de misterio y comienza a enfrentarse con su padre, quien la presiona para que se haga maestra de escuela. El enfrentamiento entre ambos se va agudizando e Isabel termina casándose con Jack Ruebens, el que fue su profesor de inglés: hombre blanco que le saca el doble de edad. Este intento por disociarse de su propio entorno a través de un matrimonio dispar y alejado de su propias raíces no termina de cuajar. Un año después Isabel se divorcia y trata de centrarse en su escritura sin concretar nada. Es en este periodo en el que tiene lugar su misterioso viaje a México, del que nadie alcanzará a saber detalle alguno. El hermetismo sobre lo que pasó en aquel viaje se transforma en un tema recurrente. En 1986, durante un episodio de Locas, el personaje de Hopey se encuentra accidentalmente el volumen cinco de los diarios de Isabel y lo lee en secreto, fascinada, para descubrir que en sus última páginas se evoca el viaje a México: “That was that. There was nothing left for me here. I had no other choice but to got to Mexico” (p. 246).
La latinidad feminizada ha sido la nueva voz transgresora de la estética narrativa del cómic alternativo estadounidense, asentando un modelo clave a la hora de construir personajes multidimensionales. Sin los hermanos Hernández no se podría entender el trabajo de nuevos autores de novela gráfica alternativa como Jessica Abel y su obra La Perdida ambientada en México, o el de Adrian Tomine, Matt Madden y Megan Kelso que aprendieron a narrar leyendo los complejos universos de estos autores.
Ana Merino is the author of El Cómic Hispánico (Cátedra, 2003), a critical monograph on Chris Ware (Sinsentido 2005) and five books of poetry. She´s the recipient of the Adonais and Fray Luis de León awards for poetry.
Posted: April 18, 2012 at 10:01 pm
Mucho más habría que decir, pero todo lo dicho es perfecto.