Vestir el lado Glitter de la música
Miriam Mabel Martínez
Ya la película Velvet Goldmine (1998), del director Todd Haynes, conecta a Oscar Wilde con el glam rock. Escena uno: un firmamento lleno de estrellas y una voz en off que nos recuerda que: “Histories like ancient ruins are the fictions of empire”… Luego, una hilera de niños recitan lo que quieren ser: sastre, granjero, abogado, camionero, aunque el pequeño Oscar es contundente: “I want to be a pop idol”. Más de un siglo después de su nacimiento (1854) las calles londinenses añadían brillos y lentejuelas al concepto dandi decimonónico.
Pero la conexión entre Wilde y el Glam va más allá de la apariencia, se asume una acción certera al convertir los gestos y el vestir en un lenguaje constructor de una estrategia estética de un pensamiento que libera al hombre de la convención y lo invita a explorar sus deseos sin límites. Rebeldes que combaten el aburrimiento reinventando la superficialidad en un acto intelectual. Los personajes glam de la década de los setenta llegan de otra galaxia para mostrarnos una forma de vida brillante y espacial que se contempla mejor desde la altura de zapatos de plataforma. Estos artistas revolucionaron la música, y con sus rostros maquillados sumaron teatralidad a la vida cotidiana y le dieron la vuelta al disco. Nos enseñaron a escuchar y vestir el lado B.
En 1976, bajo la dirección de Nicolas Roeg, un extraterrestre (The Man Who Fell to Earth), personificado por David Bowie, cae a la tierra en busca de agua para su planeta; acá abajo se transforma en Thomas Newton, un “profeta” de la tecnología perdido en la vida moderna terrícola, quien experimenta el placer con la misma ansiedad como lo hiciera Dorian Grey bajo la tutela de Lord Henry. Locura, vanidad y enajenación.
La obra de Bowie, al igual que Wilde, retrata a su sociedad narcisista, pero va más allá: a diferencia del escritor irlandés (quien vaticina literariamente su futuro), se asume personaje. Él es el hombre que cayó a la tierra, es Ziggy Stardust con sus Spiders from Mars que traen un mensaje en su música pero también en sus trajes. Al igual que los dandis –los extraterrestres de los siglos XVIII y XIX–, que estiran al máximo su apariencia y juventud, los roqueros de lentejuelas de los setenta configuran un nuevo tratado del comportamiento. (La idea de chavo-ruco, lo siento, no es original ni contemporánea, ni posmoderna, es simplemente una consecuencia de la modernidad).
Ziggy, con su personalidad andrógina, llega para recordarnos las palabras de Esquilo: “Las apariencias son una visión de lo invisible”. Esa invisibilidad es la que ansía el dandi moderno que se empecina en ser el artista de lo notoriamente desapercibido y que, en la tradición de Charles Baudelaire, provoca al erigirse “el último” en personificar la excelencia (la antigua aristeia). Este poeta francés no imaginaba la audacia de un grupo sin grupo disperso en las sonoridades alternas del rock que se aglutinaba alrededor de una estética visual de lentejuelas.
Slade, Lou Reed, Roxy Music, Brain Eno electrificaban sonidos que parecían traducciones de sus acciones. Una música oscura que contrastaba con los brillos de sus maquillajes. Delineadores, rímel, cabelleras de colores y un vestuario que subrayaba una consciente exhibición de su fragilidad. No se trata, como muchos podrían resumir, llanamente en una copia de lo femenino ni en una exaltación de la homosexualidad. Es más bien una exploración y un atreverse a ser el otro, incluyendo a ese otro femenino y/o andrógino.
Pero aún antes de explorar la vida en marte, Gary Glitter resplandecía en las listas de popularidad con su Rock & roll parte uno y dos, inspirando el nombre de esta tendencia llena de glamour, y al igual que Marc Bolan, de la banda T-Rex, aterrizan a la escena musical inglesa exhibiendo su tradición y revolucionando el Swining London con su excentricidad. Estos nuevos personajes le recuerdan a la sociedad que el dandi inglés es una revolución individual contra las convenciones y conveniencias sociales. Bolan, como George Brummell, hace de su vida un tratado complejo del comportamiento que, al igual que el apodado Arbiter Elegantiorum, hizo de la moda una expresión creativa personal. Así como a Brummell se le atribuye la creación del primer traje moderno con corbata, Bolan es el precursor del Glam Rock al sustituir las chamarras con tiras de Roger Daltrey, o el abrigo y sacos sin camisa de Robert Plant, por accesorios más atrevidos y “femeninos”.
La fiereza del hard rock, con su virilidad sonora, se transforma en sonidos más juguetones y, sí, quizá “torcidos”, en el sentido armónico; en el que los pantalones se ajustan aún más al cuerpo y el cuero se mezcla con estampados de leopardo, plumas y purpurina en botas, accesorios y chaquetas. El gentleman inglés deja sus tramados en rayas y cuadros para divertirse con patrones nada convencionales. El ansia por el futuro, la promesa espacial, la llegada del hombre a la luna y el diseño funcionalista escandinavo dibujan un presente futurista en que los niños y jóvenes sueñan con ser parte de la tripulación de Star Trek (serie estadunidense estrenada en 1966). Los seres de otros planetas se empiezan a mezclar en las calles y en la radio poco a poco canciones como Get it on (Bang a Gong) de T-Rex llegan al número uno, para asegurar lo que la década de los cincuenta, en latitudes más caribeñas, un chachachá vaticinara: los marcianos llegaron ya.
Mientras la nave Enterprise, comandada por el Capitán Kirk, viaja a explorar extraños mundos nuevos para buscar nuevas vidas y civilizaciones… “to boldly go where no man has gone before”; los artistas glam nos demuestran que el espacio no es la última frontera sino la música, ya Bowie nos había invitado a su Odisea espacial.
El futuro se sonoriza. Baby’s on fire (1973), de Brian Eno, se convierte en un himno de los “diferentes”, que enfundados en trajes futuristas brillantes, botas de plataforma, peinados arquitectónicos y mucho maquillaje, nos recuerdan que un dandi es impertinente y egocéntrico… Un individuo cuyo único ideal es él mismo. Sí: las figuras del glam rock son hijos de Oscar Wilde y, al igual que Baudelaire, se refugian en lo estético. Se saben dandis, no por nada en 1977 T-Rex lanza su disco Dandy in the Underworld.
Starman (1972), de David Bowie, envía otro mensaje por la radio: para el glam rock música y sonido se funden en una misma estética, una que desintegra el look de macho en una propuesta post género que propone una búsqueda de una belleza intelectual y una teatralidad emergente que sintetiza tradición y vanguardia (la aportación de Lindsay Kemp es indiscutible).
En los inicios del glam rock no hay casualidades ni espontaneidad, sino conocimiento y proceso. Al igual que en la literatura de Oscar Wilde, la música de estos artistas hacen crítica de su momento, se revelan; saben, como diría el propio Wilde, que “la mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”. Sin miedos, con mucha inteligencia y método, se reinventan en personajes para reiterar eso que también este escritor irlandés señalara: “En esta vida la primera obligación es ser totalmente artificial. La segunda todavía nadie la ha encontrado”. Quizá cínicamente (“el cinismo consiste en ver las cosas como realmente son”, apunta OW) los glamrockers se dedicaron a buscarla a través de su música, y de paso lograron satisfacer, como lo planteaba Baudelaire, sus dos pasiones: sentir y pensar.
Veleidoso, originales, rebuscados, ni los dandis como el Conde d’Orsay ni los roqueros glamorosos, como Bowie, Bolan o Eno, se preocuparon por cumplir las reglas; más que romperlas o negarlas, inventaron otras. Vanidosos también, no se acomodan en el confort de la modernidad sino que reconstruyen ese confort a su medida para vestirse de héroes oscuros (que no en antihéroes), los cuales, como dijera Baudelaire, asumen su dandismo como la última hazaña posible, pero a diferencia del dandi fin-de-siécle, aquel hijo de la moral victoriana que se rebela pero no actúa, que practica el sarcasmo, la insolencia, el escepticismo como ejes de su identidad para así erigirse un mito, los dandis maquillados y entaconados de los setenta no son burgueses ni snobs: no aspiran a alcanzar la nobleza a través de la extravagancia, destacan por ser extravagantes que no quieren ser como nadie, son extraterrestres y lo saben.
Son hombres de estrellas y brillos que dejaron una estela resplandeciente en la galaxia del rock para gestar nuevos planetas como el punk (basta ver los peinados y maquillajes de The New York Dolls), el vanguardista art rock (con un sofisticado Roxy Music y un electrizante Brain Eno que marcarían una ruta hacia la música electrónica) o el rock conceptual de Lou Reed (basta escuchar Berlín) sólo o con Velvet Underground… o la teatralidad de Queen (A Night at the Opera)… Cada uno de esos músicos glam recrea ese “placer de sorprender y la satisfacción orgullosa de no ser jamás sorprendido”.
Desde la política de la locura, el Glam Rock nos invita a un viaje al interior sonoro y oscuro del deseo, en el que el brillo de las vestimentas se convierten en un refugio para entender aquel aforismo de Oscar Wilde: “sólo las personas superficiales no juzgan por las apariencias”.
Miriam Mabel Martínez (Ciudad de México en 1971) escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (colección Sello Bermejo, Dirección General de Publicaciones de Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México y Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016).
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Posted: September 14, 2016 at 11:11 pm