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En la Guerra Fría vivíamos mejor
COLUMN/COLUMNA

En la Guerra Fría vivíamos mejor

Andrés Ortiz Moyano

Nota del autor: permítanme la licencia periodística de hablar de la Guerra de Ucrania como algo que aún no se ha producido, pero lo cierto es que la invasión rusa, con todos sus muertos, heridos y traumas, empezó en 2014.

En mi poco fiable retina de finales de los 80 reluce, no obstante, con nitidez aquel épico momento cuando el ruso de Rocky IV (Ivan Drago, interpretado por Dolph Lundgren, que no era ruso, sino sueco, y al parecer un cerebrito), mordía la lona tras la pertinente zurra de Sylvester Stallone. Acto seguido, enfundado en una enorme bandera estadounidense, el Potro Italiano es exaltado por una masa fervorosa de soviéticos que corea su nombre. Rocky, símbolo de libertad norteamericana, anhelada por los oprimidos rusos, le ha dado a los comunistas, literal y figuradamente, en todos los morros. Y todo esto en pleno Moscú por obra y gracia de un improbable guión.

Me encanta Rocky IV por su burdo mensaje, tan grosero y vigoroso como el propio brazo de Stallone. Déjenme de Truffaut, Tarkovski o Von Trier: nada como una buena historia absurda donde los buenos le cascan a los malos. Sirva como epítome las películas de acción ochenteras que veía de niño, hoy tan añoradas, en las que siempre ganaban los buenos, o sea, los occidentales, y perdían los malos, o sea, los comunistas. La vida, en definitiva, era más sencilla, más fácil de entender… Y es que en la Guerra Fría vivíamos mejor.

Pongamos como ejemplo la inminente y casi segura invasión de Ucrania por parte de Rusia. Imaginemos por un momento que estamos en, digamos, 1987 y a la antigua Unión Soviética, crisol de maldades estatales (sin ironía) y de anulación del individuo (sin ironía), le da por invadir a las bravas un estado democrático. La homogénea respuesta occidental sería clara y rotunda bajo el triple paraguas de la OTAN, la Unión Europea y el poderío militar estadounidense. Ahora no. Asistimos atónitos a una barahúnda de prioridades e intereses, algunos mezquinos, que evidencia la atomización de principios y complejos de Occidente. En 2022 no ondea la bandera roja de la hoz y el martillo en los tanques apostados en la frontera ucraniana, sino la tricolor de Putin. Antes podíamos gritar alto y claro, sin miedo, mientras lanzábamos a la batalla a nuestros Schwarzenegger, Stallone o Chuck Norris, que ni un paso atrás frente a los comunistas. Ahora las falsas democracias, como la rusa, con la que mercadeamos sin pudor, nos sitúan en incómodos debates que preferiríamos obviar para que no suba el gas ahora que hace frío o porque los patrocinadores de la Champions League no se enfaden. Decididamente, en la Guerra Fría vivíamos mejor.

Porque Rusia, a pesar de sus elecciones, de sus fronteras abiertas, de su incesante maquinaria propagandística, es una dictadura de libro. Y Ucrania no es otra cosa que una exitosa democracia pro occidental a la que lleva engullendo en una guerra silenciada desde 2014, cuando el oso se zampó las regiones de Crimea, Donetsk y Lugansk so pretexto de que la población prorrusa corría peligro (mentira, la pro occidentalidad y la pro democracia en Ucrania es general en el país, también en el este). Sí, al bueno de Vladimir le da pánico que a sus vecinos les vaya razonablemente bien con otra forma de hacer las cosas, no vaya a ser que se contagien los suyos de algún virus democrático.

Ah, le da pánico eso, y que Ucrania firme su adhesión a la OTAN.

Por otra parte, los que esperábamos, cándidos, una respuesta monolítica de los estados libres nos hemos dado con un palmo en las narices. Por un lado, democracias que se ponen la pinza en la nariz y miran para otro lado dada la dependencia energética con Rusia, véanse los siempre muy civilizados y muy avanzados alemanes, calentitos por el gas de Putin; por otro, dentro de los propios gobiernos occidentales se han visto deshonrosas y sonrojantes reacciones en defensa del tirano del este. Por ejemplo, en España, donde los ministros del Gobierno pertenecientes a Podemos, el socio comunista de la Moncloa, claman porque España se mantenga totalmente al margen, a pesar de sus compromisos otanescos, a la vez que piden comprensión para el pobre Vladimir y señalan acusadores a la provocadora Kiev y sus odiosas manías democráticas. Antes era impensable un enemigo en casa más allá de los clásicos espías con gabardina, gafas de sol con bigote incorporado y zapatófono. Ni siquiera podemos asegurar que la guerra, de librarse, sea convencional, sino un modelo híbrido entre balas, cañones, drones y ataques informáticos. Decididamente, en la Guerra Fría vivíamos mejor.

La propia invasión hubiese sido antaño una oportunidad de oro para sacar pecho y enfundarnos, como Rocky, en la bandera de las libertades, la legitimidad y los derechos humanos. Sin embargo, cada crisis internacional a las puertas de Europa se traduce, desde hace ya tiempo (¿se acuerdan de aquella lejana historia de los refugiados sirios?) en un nuevo envite para los cimientos del proyecto europeo. El complejo de defender sus pilares fundacionales es tan asfixiante que se le hace la ola al invasor. La decadencia, en cualquier caso, no es patrimonio de Bruselas, pues EEUU también aparece en la película interpretando a un achacoso y despistado veterano que lanza mensajes equívocos a lo largo del día. Mientras por la mañana se amenaza a Rusia, por la tarde Biden dice que se acabarán entendiendo.

La guerra de Ucrania es inminente y ojalá nunca llegue a producirse, pero las fichas del puzle parecen encajar más pronto que tarde para que se pegue el primer tiro. Cuesta creer que Putin dé marcha atrás y vea mermada su testosterónica reputación. Un país gigantesco, con una enorme capacidad militar y energética, pero con el PIB de Rumania, al que quizás estamos sobreestimando. Por mucho que en los sueños húmedos de Putin se vea reverdeciendo viejos laureles imperialistas soviéticos ante un contrincante dubitativo.

Lo bueno, o lo menos malo de los conflictos internacionales, es que siempre tienes la oportunidad de resarcirte de tus miedos. De plantarle cara a las injusticias, de asumir que el mundo es feo, y la guerra, necesaria contra los matones internacionales. Hoy es Ucrania, mañana o pasado va a ser Taiwán contra un enemigo mucho más peligroso que Putin; por lo que en Occidente deberíamos aclararnos de una vez si seguimos con la cerviz baja o nos ponemos los guantes de Rocky otra vez.

 

*Foto de Elkokoparrilla

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

 

 

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Posted: February 3, 2022 at 8:39 pm

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