Después del libro, ¿qué? La habitación de los lectores
Socorro Venegas
En 1978, el ensayista, filósofo y narrador George Steiner publicó On Difficulty and other essays, traducido apenas en 2001 al español como Sobre la dificultad y otros ensayos por el Fondo de Cultura Económica. Este volumen cierra con un texto visionario: Después del libro, ¿qué? Escribe Steiner:
La industria [editorial] siente que sus días están contados. Es incierto si surgirá algún fotoproceso radicalmente nuevo, si la máquina de escribir eléctrica señalará el camino. Pero el libro encuadernado (ya no digamos ilustrado) impreso por medios tradicionales manuales- mecánicos es cada vez más un anacronismo. (…) Aún más signifi cativamente, supongo que habrá una franca polarización en nuestra comprensión de los libros y de lo que quiere decirse con lectura.
Con estas palabras de Steiner me permito traer a cuento el debate surgido en el reciente Simposio Internacional del Libro Electrónico, organizado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México en septiembre de este año. Se habló sobre el futuro del libro, los retos de la industria editorial, ciberliteratura, entre una diversidad de temas, y “aún más significativamente”, sobre lectura.
El escritor Alberto Manguel recordó que la historia del libro está marcada por sus constantes transformaciones y se refirió a las características del libro electrónico como comparables a las de las antiguas tablillas sumerias, “en las que tampoco se diferenciaba el contenido por la forma”, y con el rollo de papiro, “que también necesitaba que el lector definiera uno a uno el marco de cada página”. Poco antes de iniciar su conferencia, conversé unos minutos con Manguel en el vestíbulo del auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología. En una pantalla de plasma se leían unos versos. Él quiso saber quién era el autor, y rápidamente un par de técnicos maniobraron para que el texto se desplazara y permitiera conocer el nombre del poeta. Pero algún mecanismo nos hizo la gracia de congelar la imagen, de modo que no se podía leer hacia delante ni hacia atrás. Manguel sonrió y me dijo: “mira, si eso fuera un libro impreso sólo habríamos tenido que cerrarlo para saber quién es el autor”.
El debate al que me refiero –o uno de los debates surgidos en este Simposio, que fue señalado por los especialistas participantes como fundamental y el más importante realizado en América Latina–, parecía ocurrir entre humanistas y tecnólogos. ¿Se le puede llamar libro electrónico a algo que se parece más a un videojuego? ¿No estaremos siguiendo la lógica de la industria del entretenimiento, que no propone lecturas plenas y profundas sino superficiales? Estas preguntas parecen anunciadas por la polarización a la que Steiner se refería. “Surgirá –escribió–una distinción más firme de la que ha sido común hasta ahora, como entre la inmensa mole del iceberg de la lectura semiatenta (…) y la genuina lectura plena”.
En su oportunidad, el escritor mexicano Federico Álvarez Arregui, director de la revista Literatura mexicana e invitado al Simposio, dijo en una emocionada intervención: “no podemos hablar de la lectura al margen de las humanidades. La historia de la lectura es la historia del entendimiento”. Un libro, dijo después, “no es un espacio. Es tiempo, tiempo vivo”. Además pidió volver a aprender de memoria poemas, a leerlos en voz alta para escuchar la música de las palabras. Coincidió con Steiner en la necesidad de estar a solas con un texto y conocerlo de memoria. Esto último es altamente significativo; como profesores que son, estos dos humanistas esperan que sus estudiantes universitarios aprendan, cuando menos, una sola cosa: a leer. Y que vayan más allá de la lectura meramente utilitaria, que persigue fines “que no pueden llamarse sino efímeros, utilitarios, mecánicos, casi sonámbulos”, critica Steiner.
No es una discusión inútil la que nos pide refl exionar sobre nuestras maneras de leer. No se trata de rechazar el libro electrónico porque nos impedirá… ¿qué? O propiciará…. ¿qué? Dijo Manguel: “Les ruego que no supongan en mi discurso un ánimo anti-tecnológico. Esto sería peor que un error, sería una imbecilidad, la de dotar a un instrumento de calidades morales o éticas, hablar de la sanguinaria espada y la pacífica pluma”.
Pero Manguel establece un punto importante al distinguir nuestras lecturas de hoy en día: “La tecnología electrónica es, por sobre todo, precisa, superficial, veloz, casi instantánea, y permite acceder a una infinitud de datos sin exigirnos ni memoria propia ni entendimiento; la lectura tradicional, por el contrario, es lenta, profunda, individual, exige reflexión, puede formarnos y conmovernos”.
Aun más: en su texto de 1978 Steiner ya veía que la palabra impresa competía con “estímulos informativos y evocadores en forma de imágenes y códigos de señales ilustrativos”. Y calificó como un hecho sorprendente que la palabra conserve su vitalidad y prevalezca:
Aquí nos acercamos a un fenómeno en extremo desconcertante. Incluso la más soberbia de las películas sólo puede ser vista un número muy limitado de veces (digamos cinco o seis) antes de que se vuelva vieja, antes de que se adueñe de ella una impresión de absoluta inercia. ¿Por qué pasa esto? ¿De qué manera un fragmento impreso –un poema, un capítulo de una novela, una escena de una obra de teatro– está menos “fijo”, es menos estético e inmutable que un fotograma? Sin embargo, podemos leer cien veces el mismo poema durante nuestra vida y será literalmente nuevo para nosotros. ¿Dónde está la diferencia? ¿Qué ocurre con el material puramente visual que no tiene el carácter de irrepetible inherentemente, de igualdad dentro del cambio que es el atributo de la palabra escrita?
Podríamos decir que si esto es así, entonces no hay de qué preocuparse. Prevalecerá la palabra. El libro. Sin importar cuál sea el soporte que le dé tiempo, como decía Álvarez Arregui. Y somos nosotros, simples lectores, los que concedemos ese tiempo. Señala Alberto Manguel:
Las grandes bibliotecas de la época de Séneca, como las bibliotecas virtuales de hoy, son objetos inertes, no se bastan a sí mismos: requieren nuestra voluntad para cobrar vida, nuestra reflexión, nuestro juicio. (…) Sin duda habrá lectores profundos de libros electrónicos, como los hay de libros impresos, y ambos compartirán las posibilidades que estos diversos contenedores de texto ofrecen.
Sin duda los hay y los habrá. Lo cierto es que, como dijo otro participante en el simposio, el argentino Jorge Igarza: nos guste o no, el mundo está lleno de pantallas. ¿Usted quiere vender libros? ¿Promover la lectura? ¿Publicar un libro? Si no está en las pantallas, está perdiendo audiencias. Mientras lee esto, si no piensa en ese mundo real de allá afuera, pantallizado, si no piensa en cómo lo que está produciendo puede llegar a esas pantallas, está perdiendo lectores. Puede ser angustiante.
Virginia Woolf hablaba de la necesidad de una habitación propia desde la cual escribir, dueña de su tiempo y de su arte. Hablemos de la habitación de los lectores, y como dice Steiner: es más productivo y honesto aceptar que no todas las personas pueden ser artistas del trapecio. No todos quieren leer a profundidad. Bueno. Pero habrá que propiciar “que aquellos que quieran aprender a leer plenamente puedan hacerlo y que les sea concedido el espacio idóneo sin ruido en el que puedan practicar su pasión”. ¿Será ese espacio idóneo una pantalla? ¿Sin ruido, cuando se puede abrir una ventana, otra, otra, tener música, videos, leer y chatear…?
Por lo pronto, para quienes quieran entrar en el detalle de estas y otras cuestiones, los videos de las conferencias y mesas de discusión del Simposio Internacional del Libro Electrónico seguirán en línea hasta diciembre de 2011 en: www.conaculta.gob.mex/libroelectronico.
Posted: May 21, 2012 at 10:14 pm