El azar es poeta a veces
Socorro Venegas
1.
Conocí al gran Alí Chumacero en el Centro Mexicano de Escritores, a donde llegué como becaria para escribir mi primera novela en 2001. Él y Carlos Montemayor eran los guías de un grupo más o menos pequeño de aspirantes a escritor: éramos seis. Los becarios sospechábamos que nuestros maestros habían pactado una dinámica de trabajo donde uno hacía el papel de policía bueno, y el otro, de malo. Montemayor era implacable, duro, mientras que Alí suavizaba las críticas con comentarios sobre tradición literaria, compartía anécdotas, citaba poetas, y algunas veces incluso nos ofrecía whiskey. Le gustaba contarnos cómo había dejado su natal Acaponeta, en Nayarit, para llegar a vivir a un cuarto de vecindad en la Ciudad de México; quizá eran dos de mis compañeros los más atentos a la narración, pues habían dejado Monterrey y Veracruz para mudarse y vivir de su beca. Alí contaba que las primeras mañanas de su vida chilanga se despertaba desconcertado por los gritos de una mujer a su hija: “¡Párate, fulana, párate!” Él no lograba imaginar qué podía estar haciendo la muchacha para necesitar tal reconvención de la madre. Lo que esa mujer quería decirle a su hija, nos explicaba, era levántate. Y así venían otras reflexiones sobre el uso del lenguaje, otros aprendizajes, que anotábamos emocionados, ávidos, porque Alí Chumacero era toda una leyenda, un poeta mayor que podía tener la edad del mundo, pero nunca dejaba de estar recto en su silla, perfectamente lúcido y atento a las palabras que vertíamos neciamente cada semana.
Esos años de formación son parte de mis recuerdos más entrañables. Las sesiones eran semanales y la exigencia enorme, si había un retraso en la entrega de avances del proyecto de escritura o una inasistencia injustificada, la beca no era entregada, aunque esto era lo de menos. Había que escuchar los regaños. A veces podía imaginar a mis compañeros salir de alguna sesión particularmente cruenta para subir a un puente peatonal y decidir si se lanzaban o no. Todos resistimos ese año en el Centro Mexicano de Escritores, pero hasta donde sé sólo dos seguimos escribiendo hasta hoy; la novela que trabajé en el Centro se publicó años después: La noche será negra y blanca, bajo el sello de Era. Es un libro que le debe mucho a las generosas palabras de Alí Chumacero y la infatigable mirada crítica de Montemayor. El resultado de algo parecido a la necedad o a lo que Alí llamaba “una larga paciencia”.
2.
Además de ese año en el Centro Mexicano de Escritores, hoy tengo en común con el maestro otra coincidencia, aunque ya nuestro encuentro no pueda ser personal. Desde hace cinco años dirijo las colecciones de libros para niños y jóvenes del Fondo de Cultura Económica, una institución donde la impronta de Alí ha sido y es esencial. Si un editor quiere aprender algo, tipografía, corrección de estilo o la redacción de una cuarta de forros, aún puede recurrir a los archivos del Fondo, pedir el expediente de algunos libros señalados, ver mecanuscritos, y encontrar allí sus correcciones. Tal vez deberíamos crear un seminario sólo para aprender sobre las decisiones de un buen editor, podríamos hacerlo comenzando con la lectura de Los momentos críticos (FCE, 1987), esa estupenda selección de ensayos y reseñas críticas de Alí reunidos por Miguel Ángel Flores.
En un texto de nuestro autor homenajeado, publicado originalmente en México en la cultura en 1959 y rescatado en La Gaceta en 1995, el poeta cuenta cómo se decidió que un ensayo antropológico se publicara como literatura: “Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas A., basado en la vida de un muchacho tzotzil que abandonó temporalmente su tierra y tuvo contactos con la civilización ´ladina´. Aunque el texto fue originalmente un informe de investigación social, la destreza con que está redactado, el acierto con que han sido dispuestos los capítulos y la estructura general del argumento hicieron reconocerlo, desde su primera edición, como una obra eminentemente literaria. Pozas no hurga en los sucesos extraordinarios acaecidos a su personaje, sino que en él sintetiza los caracteres del grupo indígena al que pertenece (…) Las costumbres privadas y públicas de los chamulas encuentran en la pluma de Pozas el conducto eficaz para seguir existiendo en el campo de la literatura”.
En La Gaceta de enero de 1997 hay un testimonio de Octavio Paz que nos muestra a Chumacero no sólo como un editor genial, sino como un mago. Su alquimia estaba en las palabras y sabía reconocer con sabiduría la importancia del azar en el oficio. Así, cuenta Paz que cuando fue a ver a Alí para quejarse por una errata en uno de sus sonetos publicado en Letras de México, la respuesta fue: “Es una errata afortunada. Mejora mucho a esa línea. Deberías estar muy contento: hay que confesar que el azar es poeta a veces”. Paz le dio la razón, aunque no se decidió a aceptar la errata y la primera versión del soneto siguió apareciendo en sus libros.
En 1996 la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana le hizo un homenaje por su tarea como escritor y editor, “ese doble comportamiento frente al uso de la palabra”, como él lo consideraba. Y en esa ocasión, al recibir el homenaje, se definió a sí mismo como “un escritor preocupado, especialmente, más que por escribir, porque los demás escriban… El interés por la obra ajena no es desinterés por la propia”. Escritor generoso, editor generoso. Como muchos otros colegas, yo le agradezco al azar-poeta que me haya puesto en el camino de este enorme maestro.
3.
Si en el Centro Mexicano de Escritores contribuyó a formar autores, como editor de revistas y colaborador de publicaciones periódicas como Tierra Nueva o México en la cultura alumbró el acceso a la obra de escritores de su época. Es bueno mencionar que la suya era siempre una crítica bienintencionada. Como dice Miguel Ángel Flores en el prólogo a Los momentos críticos: “no estaba en el ánimo de los jóvenes de Tierra Nueva enturbiar el éxito de alguien o hacer más amargo su fracaso”. Y ese era el mismo ánimo de Alí en el Centro.
Plantar un árbol y colocar una placa conmemorativa es uno de los homenajes que el Fondo de Cultura Económica rinde a aquellos colaboradores destacados. El árbol de Alí es joven, grácil, baila con el viento. En estos días en que se le recuerda en ocasión del centenario de su nacimiento, yo me quedo con las palabras festivas de Ermilo Abreu Gómez: “Alí Chumacero es una especie de ángel bajado del cielo o de diablo salido del mismísimo infierno”.
Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002). Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León y el Premio Ciudad de México por el programa “El Fondo visita tu escuela”. Dirige las colecciones para niños y jóvenes del FCE. Su Twitter es @SocorroVenegas
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Posted: July 31, 2018 at 9:22 pm