El “nuevo paradigma” de la inflación global
Roberto Salinas León
Hay países como Venezuela, Zimbabue o Argentina con hiper-inflaciones crónicas, donde es preferible deshacerse del dinero local, en lo que sea, para mitigar la merma en el poder adquisitivo. Estas distorsiones implican que estos cuerpos económicos se encuentran atrapados en un episodio permanente de cuidado intensivo, sin posibilidad de crecer, aspirar y prosperar.
La polémica en torno al aumento de la inflación tiende a enfocarse en un debate un tanto vacío, sino es que irrelevante, sobre la obsesión digital que caracteriza la ciencia oculta de la predicción monetaria: que si la tasa será de 6.5%, o 4.7% o 5.89%. En todos los casos, nunca vamos a encontrar un vaticinio sin un puntito decimal al final; ello sería vulgar, inaceptable para la secta de tecnócratas que pretenden saber con soberbia exactitud qué sucederá con el poder adquisitivo de la moneda en el futuro.
Sin embargo, el tema fundamental sobre el entorno monetario actual es lo que Agustín Carstens, super-gobernador central al frente del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), ha denominado una transición hacia un “nuevo paradigma” de inflación. Este “nuevo” panorama es consecuencia de una tormenta perfecta de tres factores: (1) el choque económico de la pandemia del Covid-19 y las políticas de confinamiento que ocasionaron un congelamiento de la actividad económica —una economía “zombie” sin oferta y sin demanda; (2) la consecuente disrupción en cadenas productivas y la súbita escasez de insumos, fenómeno agravado tras la guerra entre Rusia y Ucrania; (3) la política “ultra-acomodaticia” de bancos centrales que inundaron la economía global con una sobredosis de liquidez no antes vista, con tasas de interés a un nivel de cero durante un prolongado periodo de tiempo.
Los aumentos de precios en bienes que sufrieron choques de escasez (chips de semiconductores, frutas y flores, insumos básicos, gasolinas y muchos más) se dieron en medio de un gigantesco mar de liquidez, lo que llevó a un aumento generalizado de precios alrededor del mundo, con inflaciones en ciertos países como EUA y varios países europeos nunca vista desde la década de los 80. Una vez que las autoridades monetarias lograron reconocer que estos aumentos no eran temporales, sino más bien estructurales, se generaron las reacciones opuestas: una fuerte restricción monetaria con un aumento significativo de tasas de interés.
El “cambio de paradigma”, entendido en términos de la famosa tesis de Thomas Kuhn, es que de un momento a otro los agentes cotidianos se han visto obligados a ver la realidad económica bajo una óptica muy distinta y ajustar comportamientos y expectativas a esta nueva realidad de tasas de inflación (muy) por arriba de lo acostumbrado. El riesgo es que estas tasas se vuelvan “pegajosas” (“sticky”), que al estar por arriba de las metas congruentes con la estabilidad de precios (en México es de 3%) empiezan a contaminar negociaciones salariales, qué comprar dentro de la canasta básica, contratar o no un crédito, por no decir hacer cálculo económico confiable sobre inversiones a largo-plazo. Es por ello que autoridades monetarias alrededor del mundo, principalmente la “Fed” y el Banco Europeo, han señalado que la prioridad, “pase lo que pase”, es seguir apretando las riendas monetarias (léase: no se descartan futuros aumentos en tipos de interés) hasta que la tasa de inflación se “normalice.”
Es el equivalente a un choque séptico en todas las arterias del cuerpo económico. Este choque ya se sintió en forma contundente con la quiebra de bancos, como Silicon Valley o Signature en EUA, y el dramático colapso de Credit Suisse en Europa. Al aumentar las tasas de interés de referencia, bancos con posiciones “largas” han tenido que asumir fuertes pérdidas…
Es el equivalente a un choque séptico en todas las arterias del cuerpo económico. Este choque ya se sintió en forma contundente con la quiebra de bancos, como Silicon Valley o Signature en EUA, y el dramático colapso de Credit Suisse en Europa. Al aumentar las tasas de interés de referencia, bancos con posiciones “largas” han tenido que asumir fuertes pérdidas, al verse obligados a re-balancear sus portafolios ante el vertiginoso aumento de tasas de interés. Al mismo tiempo, los vientos de recesión que acompañan una posición monetaria “restrictiva” generan necesidades de liquidez, y las empresas y agentes cotidianos que recurren a sus depósitos bancarios obligan a bancos a vender posiciones con plazos largos a fuertes descuentos. Literalmente, estas y otras se quedaron “sin lana”. Para las instituciones bancarias y los mercados financieros, el cambio de paradigma significa que, ante el fuerte aumento de la inflación, se acabó la época de “dinero fácil”. Y con ello la fantasía ideológica popularizada por la doctrina del TMM, la “teoría monetaria moderna”, que postulaba la ilusión de que ciertos países podían emitir nuevas unidades monetarias ad infinitum, sin sufrir las consecuencias, y con ello financiar todo programa, todo disparate, toda ocurrencia de la clase política reinante. Esta resultó ser, como bien nos compartió John Taylor, ni teoría, ni monetaria y, mucho menos, moderna.
Para las instituciones bancarias y los mercados financieros, el cambio de paradigma significa que, ante el fuerte aumento de la inflación, se acabó la época de “dinero fácil”. Y con ello la fantasía ideológica popularizada por la doctrina del TMM, la “teoría monetaria moderna”, que postulaba la ilusión de que ciertos países podían emitir nuevas unidades monetarias ad infinitum, sin sufrir las consecuencias.
Por ello el mensaje de Carstens sobre los riesgos de este cambio de paradigma es fundamental. El gran economista Stanley Fischer repetía con frecuencia que el barómetro más confiable para medir la salud económica de una sociedad es la tasa de inflación. Hay países como Venezuela, Zimbabue o Argentina con hiper-inflaciones crónicas, donde es preferible deshacerse del dinero local, en lo que sea, para mitigar la merma en el poder adquisitivo. Estas distorsiones implican que estos cuerpos económicos se encuentran atrapados en un episodio permanente de cuidado intensivo, sin posibilidad de crecer, aspirar y prosperar. Así, como en las épocas de la llamada “década perdida” de México y América Latina.
A principios del milenio, nuestro país inició la transición hacia un clima de estabilidad de precios, fenómeno que para las generaciones de “aztecas revaluados”, los mexicanos “millenials” de edades de 25 años en promedio, representó un auténtico (y muy bienvenido) cambio de paradigma. Para aquellos que vivimos la generación devaluada, la forma de ver el mundo económico se centraba en preguntas como si habrá o no mega-devaluación del tipo de cambio, quién vende billetes verdes o si conviene o no invertir en la mesa de dinero. El largo-plazo, para nosotros, era el día siguiente.
Los miembros de la nueva “generación revaluada” tienen el privilegio de ver la realidad económica con lentes muy distintos. Para estos jóvenes, los debates cambiarios de las generaciones pasadas son una simpática curiosidad. Lo único cierto es que el tipo de cambio, o se va para arriba o se va para abajo. No hay memoria histórica sobre las causas de la crisis financiera que propició el “efecto tequila” en 1994 o sobre las brutales pérdidas en poder adquisitivo, ni siquiera que el peso de hoy es nuevo, con tres ceros menos. El reto, para ellos, no es necesariamente tener más dinero, sino dinero que pueda comprar más. Ello implica mayor atención centrada en obtener un empleo estable, la seguridad personal, combate a la corrupción, cómo enfrentar la tramitología; mucho más que en temas como la balanza de pagos, o sobre si el tipo de cambio está sobrevaluado. Es posible, en un clima de estabilidad, hacer cálculo económico de largo-plazo; tasas internas de retorno reales, descuentos a valor presente neto confiables, planificar el costo de una inversión de 20 años o más; y en general, realizar decisiones de ahorro, inversión, consumo y producción, en forma independiente del futuro comportamiento del índice de precios.
Para estos jóvenes, los debates cambiarios de las generaciones pasadas son una simpática curiosidad. […] No hay memoria histórica sobre las causas de la crisis del tequila en 1994, o sobre las brutales pérdidas en poder adquisitivo, ni siquiera que el peso de hoy es nuevo, con tres ceros menos. El reto, para ellos, no es necesariamente tener más dinero, sino dinero que pueda comprar más.
Las autoridades monetarias enfrentan un dilema incómodo: seguir la ruta decidida para evitar este “nuevo paradigma” y regresar a un clima de estabilidad de precios, lo que implica la posibilidad de retomar los aumentos de tasas de interés internas, con los costos que ello conlleva en la economía real; o, aflojar un poco, darle algo de oxígeno a la actividad económica cotidiana, corriendo el riesgo de que esto pueda generar futuros rebrotes en la inflación.
La credibilidad del banco central está en juego, tanto como institución autónoma como de su mandato de procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda. Pero también está en juego un factor de capital importancia: la posibilidad de que no se consolide la transición hacia el “nuevo paradigma” que advierte Carstens, y que la economía mexicana logre recuperar un clima de estabilidad de precios.
Roberto Salinas León (Ph.D. en Filosofía y Teoría Política, Universidad de Purdue) es director ejecutivo del Centro Latinoamericano de Atlas Network y presidente de Alamos Alliance, uno de los coloquios económicos más importantesen América Latina. Ha publicado en medios como El Economista, Forbes, Nexos, The Wall Street Journal, Investor’s Business Daily, y varios otros. Twitter: @rsalinasleon
Posted: June 13, 2023 at 10:51 pm