Fiction
Baby Shower

Baby Shower

Isaura Contreras

Pablo y Lidia comenzaron su relación el año anterior al día en que vieron a Mat del brazo de Sara, recién llegada a las oficinas apenas tres meses atrás. A ambos les dio gusto que Mat saliera con alguien luego de la estruendosa ruptura con su prometida. No obstante, y a pesar de que Mat era un amigo querido, no dejaban de preguntarse qué había visto Sara en él. Una chica a todas luces tierna y hermosa, cándida y dulce, al lado de un tipo resentido y hostil, que aprovechaba cualquier oportunidad para sacar a la luz infortunios que le acontecían a otros. Pablo y Lidia dejaban pasar esas muestras de amargura por los ya cuatro años de conocerlo y, especialmente, por la compasión surgida de repente, días después de cancelar la boda. Mat, recuperado ya del trance, contó en un arranque de sinceridad las dolorosas semanas en que la buscó sin éxito. Pablo y Lidia ensayaron sus mejores palabras y fueron testigos de cómo recuperaba su arrogante andar. Comentaron del gran favor que le harían cuando se atrevieran, como buenos amigos, a darle un consejo. Pablo le diría cómo se debe tratar a las chicas, con muestras de cariños y detalles, con halagos cada mañana, notando el peinado distinto y el color del maquillaje en los ojos. Actividades todas, que puntualmente y proponiéndoselo, había logrado cumplir en su relación. Lidia también le diría que es importante hacer a un lado la altanería, dejar de ser explosivo y antipático, autoritario y temeroso de mostrarse sensible. Le diría que las relaciones son como plantas que se riegan, día a día, con cuidados y esmeros.

Cuando Pablo y Lidia los descubrieron de la mano en el comedor de la empresa, no les cabía el asombro. Lidia no se lo dijo a Pablo pero aquello sólo podía tener la explicación de que Mat era especial en la cama, atractivo no, nada, mucho menos agradable. Y allí Lidia pensaba en Pablo, fuerte y guapo, en los encuentros nocturnos que se transformaban en abrazos amorosos viendo películas antiguas, sabiéndose uno para el otro. Pablo no podía contener su curiosidad y le planteó a Lidia si Sara le parecía una chica tonta porque él, aunque no había conversado tanto con ella, la advertía bastante despierta como para no notar el carácter de Mat. A decir verdad, Sara era más que inteligente, Lidia le confesó, había vivido en tres países y hablaba cuatro idiomas porque su madre era de Suiza. Hasta tenían los pasajes del verano para mostrarle a Mat aquellos lugares. Pablo no daba crédito y ambos coincidieron en que su amigo tenía que hacer un buen trabajo esta vez.

Pasaron los meses, Mat y Sara llegaron de su viaje, contaron la experiencia. Él se había quejado de todo, en especial de la comida. Sara se congraciaba al recrear las escenas de Mat conociendo a cada miembro de la familia. ¿Conocieron a la familia?, preguntó Pablo abriendo enormes sus ojos grises. La abuela adoró a Mat, lloraba por su partida. Pablo aún no conocía a la familia de Lidia, vivían a diez horas de la ciudad, nunca tenían tiempo, y aunque Pablo estaba más que preparado para el encuentro, había dejado a Lidia la libertad de decidirlo. También dejó en sus manos la decisión de vivir juntos, ella consideraba que era mejor ser independientes, necesitaba tiempo para procesar ese hecho importante, y el matrimonio era sólo un trámite. Pablo aceptó sin cuestionarlo, sabía que las costumbres de Lidia eran distintas, admiraba también su forma de pensar y la amaba tanto que no iba a discutir por pequeñeces a pesar de lo mucho que deseaba vivir con ella, y no era grave.  Tenían planes que cumplían a la perfección cada semana. Dormir juntos los sábados, preparar el desayuno, hacer una rutina de ejercicios, limpiar un poco la casa, trabajar algunas horas, ir a comprar la despensa. Hacer más ejercicio y volver a trabajar. Los domingos era común que dieran un paseo tomados de la mano, que visitaran un barrio nuevo de la ciudad o un parque cercano. Una vez a la semana fijaban una cita fuera de casa, ambos se ataviaban con ropa elegante, gustando más uno del otro, se daban el lujo de derrochar en una cena contundente, ordenaban una botella de vino que casi siempre se terminaban y volvían a casa con muchas ganas de hacer el amor, lo hacía con pasión y ternura, y con muchos cuidados, porque Lidia por supuesto no pensaba en hijos. Así que también se sorprendieron cuando apenas cuatro meses después, Mat y Sara les comunicaron la noticia de que vivirían juntos, por una razón muy especial. Habían alquilado un departamento de dos recámaras en un barrio tranquilo cerca del trabajo. Contaron la noticia justo a la hora del almuerzo, cuando Lena y Román, un joven matrimonio, también del grupo de trabajo, desayunaba con ellos. Aunada a las expresivas felicitaciones se escuchó la pregunta dirigida a Pablo y Lidia sobre el día en que darían el paso. Ellos sonrieron.

Pablo y Lidia siguieron la rutina de los días, las llamadas por teléfono a diario, los cumplidos de Pablo. A veces se enteraban de que Mat y Sara discutían, que ella con frecuencia lloraba en los baños del trabajo, adolorida por desaires, que en nada disimulaban la vieja altanería de Mat. La ridiculizaba por sus dietas, le molestaba que durara horas pintándose las uñas o alisándose el cabello. Era tan poco caballero, nunca le ayudaba a preparar la cena y le impedía salir con sus amigos. Pablo y Lidia contaban esto riéndose porque eran pequeñeces por las que ellos nunca pasarían. Pablo, emocionalmente inteligente, como se lo repetía Lidia, gustaba de un juego semanal en que se sentaban a la mesa y exponían de la manera más amable, las cosas que sin querer habían herido al otro. Y parecía un acuerdo, o es que eran en verdad perfectos, callar aquellos detalles, que no eran nada, en verdad nada, sobre todo para Lidia porque costumbre no es exactamente un defecto, y pese a todo, ella aún gustaba de los días en que caminaban de la mano y él le cantaba al oído canciones inventadas. Canciones ridículas a decir verdad que en ocasiones no sabía ya como reaccionar, y al final reía agradecida porque eso era mejor, o al menos más sencillo, que lo que tuvo antes. Cuando las piernas le temblaban en aquellas citas y el cruce de miradas era un arrebato de pasión hasta que optaba por enmudecer y en un par de horas despedirse, incapaz de soportar tanta belleza y maravilla. Y Pablo ¿es que había sido siempre tan admirable? ¿tan simple? Quizá estaba resistiendo el decirle que empezaba a molestarle aquella falta de atención, que no se arreglara el cabello para él ni se maquillara el rostro. Lo de las piernas sin depilar no la culpaba, fue él quien se lo dijo, no merecía sufrir por eso, y Lidia no volvió a hacerlo, y él ya la quería igual, o incluso más que a su primer amor.

El día del baby shower Mat estaba vestido con un pijama de bebé y un chupón gigante le colgaba del pecho. Todos en la oficina lo miraban de un lado a otro en el jardín de la casa sirviendo bocadillos. Ese día Pablo y Lidia llegaron a la fiesta con el rostro compungido. Un par de horas antes Pablo tuvo que esperar cuarenta minutos a que ella planchara la tercera blusa que finalmente vistió. Antes de que Pablo pudiera emitir un reproche, ella se adelantó a decir que le gustaba esa libertada y desparpajo, pero por favor, que todos han notado esa mezquindad de tus zapatos rotos. Ni hablar de que en la tienda discutieron porque Pablo veía innecesario comprar un juguete que dejarían de usar en un año y eligió un paquete de cartas con nombres y dibujos de animales en oferta. Lidia no fue capaz de tomar el envoltorio y llevarlo a la mesa de regalos, se lo dio a él. Pablo la tomó del brazo, ¿estaba enojada por algo? Y Lidia con la mirada esquiva mientras se soltaba, lo vio alejarse y con frescura poner la cajita al lado de grandes bolsas adornadas. Desde lejos veía los zapatos sucios y rotos de Pablo, quería correr. Entonces Sara hermosamente ataviada con un vestido largo y blanco como una princesa se acercó hasta ella, a darle en la mejilla uno de aquellos besos que por extraño o no que resultase, la llenaban de verdadera paz. Y allí estaba con esos rizos dorados, con sus ojos agua y una sonrisa enorme, estrechándola en sus brazos, y Lidia pudo oler la frescura de su perfume, la suavidad de aquella piel y sus bellísimas zapatillas. Va a ser un chico, y se llamará Matías. Lidia no podía entender aquella sonrisa perfecta, mientras Mat con cara de tonto merodeaba las mesas haciendo bromas con frascos de papilla para bebé. Quería tomarla de los cabellos y decirle que lo mirase bien, pero sus dedos se hubieran encontrado con aquella suavidad del pelo liso, perdido entre las raíces de su cráneo pequeñito, y en su mirada nada más que los ojos cafés y tristes de Lidia. Entonces le devolvió la sonrisa, le dijo que aquel era un nombre hermoso, como todas las cosas que ella elegía, como su vestido, sus zapatos, y tal vez como su esposo. Y Lidia se fue, huyendo de la estela de aquel perfume. Y miró a la izquierda y a la derecha, queriendo encontrar a Pablo, hacerle algún reproche, no sabía cuál, o quizá sí, la había dejado sola, mientras uno a uno saludaba a los invitados en la fiesta como era su educadísima costumbre. Se sirvió una copa, se recluyó en la esquina a observarlo desde allí, su porte recto, sus piernas fuertes, su rostro suave, mirando a los ojos mientras estrechaba las palmas a gente desconocida. Se presentaba ante ellos, con su conversación generosa, mientras Lidia sólo deseaba huir, volar por los tejados, contemplar todo desde lejos como un globo que han soltado. Pero es verdad que se lo imaginó algunas veces. Sí, sería bello si tuvieran un hijo, si se pareciera a él y los despertara por las mañanas quizá llorando, con mucha hambre y Pablo, oh grandioso Pablo, se haría cargo, seguramente, le encantan los niños. Y hasta temió que hoy, justamente hoy por la noche, lleno de deseo o por pura imitación, se lo pidiera, un hijo, una hija, como ella, con esos ojos profundos y oscuros. Y acaso conmovida, por pura compasión, aceptaría.

Mat, con la papilla color del vómito, se acercó hasta Lidia extendiendo la cuchara. Nadie en aquella fiesta había adivinado el sabor, solo Pablo, el brillante Pablo. Todos dirigieron su atención, mirándola expectantes. Tenía que acertar, de hacerlo, estarían preparados. Cerró los ojos mientras el sabor del hígado de pollo le penetraba la lengua, no tenía duda. Y de su boca pastosa, salió como en un grito: ¡Sopa de res!.

Un buuu… de la audiencia. Una queja simultánea de Pablo. Mat y Sara corrigiendo a un tiempo. Perdieron. Perdieron. Hígado de pollo.

Lidia se lamenta, sonríe resignada. No tiene la buena intuición de las madres.

El grupo se dispersa, medirán la cintura de Sara con tiras de papel higiénico.

Pablo se acerca a darle un beso de consolación, a preguntarle con un tierno reproche si en verdad no sabía distinguir el pollo de la res. Lidia con una seductora carcajada, que derrumbó la ilusión de que siempre coincidían, aseguró que no. Y en aquel instante, triunfante por segundos, levantó su copa, brindando y celebrando el nacimiento de un bebé que no era el suyo.

 

Isaura Contreras. Profesora asistente en la Universidad de Texas, San Antonio. Publicó la novela La casa al fin de los días (2007) y Cosecha de verano (2010), con la que recibió el Premio nacional de novela breve Rosario Castellanos.

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: February 23, 2021 at 10:59 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *