Un apretado nudo Borromeo
Mayco Osiris Ruiz
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• Karen Villeda: Teoría de cuerdas. Vaso roto, 2023, 81 pp.
En uno de sus libros emblemáticos, Claros del bosque, María Zambrano escribió que la angustia sobreviene “cuando se pierde el centro”. En consecuencia, dice poco después, el ser habita un limbo de descolocación donde yace “Sin nombre. Ignorante, inaccesible. Peor que un algo, despojo de un alguien”. Esas palabras —cuya importancia estimo insoslayable por algo más que un guiño intertextual— son a un tiempo el impasse y la motivación que convierte a Teoría de cuerdas, el libro más reciente de Karen Villeda, en un tenso y amargo derrotero por las vacilaciones de un sujeto que intenta traspasar, para darles sentido, esos dos grandes límites contra los que a menudo se enfrenta la poesía: la muerte y el lenguaje.
Es curioso que entre la larga nómina de autores que de una forma u otra han aludido al tema del suicidio, exista siempre un vasto compendio de metáforas, un arsenal lingüístico que engendra construcciones precisas, imágenes y tropos singulares. Virgilio, quien lo evoca en la Eneida, dice que Amalta, al ver aproximarse al enemigo, “colgó de una alta viga un grueso lazo /y el cuello dio al cordel y el alma al aire”. Más cercana en el tiempo, Gabriela Mistral incluso se cuestiona si lo que permanece más allá de ese hecho, no conserva por siempre sus estigmas: “¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?… /El rosal que los vivos riegan sobre su huesa /¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas? /¿No tiene acre el olor, sombría la belleza /y las frondas menguadas de serpientes tejidas?”
De un modo casi opuesto —en un acto que busca si no la innovación, sí la distancia, y cuyo cometido es el de sustentar una poética—, Teoría de cuerdas le rescinde al lenguaje toda oportunidad de plenitud, es decir, lo concibe como un impedimento y, en esa misma línea, más como una barrera que como un surtidor de formas susceptibles de otorgarle existencia o materialidad a lo que se pretende decir líricamente:
Este libro no te dará la vida. Este libro no podrá devolvernos a ese sitio de ráfagas y descontentos. Este libro no remojará tu nombre. Este libro no te levantará de la tumba. Este libro no te sedimentará más. Este libro no te recreará. Este libro no te hará escapar de la angustia. Este libro no es para ti. Este libro no es. Este libro no. No. ¿Cuánto nos cuesta llevar a término una idea? ¿Cuánto nos cuesta terminar? «No dejes las cosas a medias», me dijeron. Una resonancia en mi cabeza. Una exasperación […]
¿Cómo materializar una muerte?
¿Cómo decirle que no a una muerta? Pero sí.
Esas preguntas, desgajadas del No de la escritura, perfilan una crítica y una conciencia clara de los límites, de lo poco que queda en la red de sentido que tejen las palabras. Por supuesto, más que sólo abonar a una mitología ya de largo abolengo y larga tradición, Villeda se plantea el arduo desafío de mirarlo al trasluz del componente humano, dando lugar así a una forma imbricada o que más bien propone la imbricación de opuestos discursivos: la lengua que no alcanza y el ser que no se nombra, la muerte y la escritura, lo que incansablemente busca definición y lo que se propone —sin éxito— brindarla… todo parte de un mismo flagelo doloroso, de un apretado nudo Borromeo:
- A ella la encontraron con una maraña de sus rizos entre los dedos.
- Algo o la distancia de algo. Alguien y una cuerda y, y, y unos dedos que la prueban. Su materialidad ni tan única.
- Un pinche conjunto de hilos o algo.
- Algo y alguien buscan una definición. «Los hilos formaron un solo cuerpo con ella»…
* * *
- El goce de la vida o el sufrimiento inaccesible de la muerte. ¿En qué sentido se desmontan en un texto como este, que es sobre ella?…
- Dame tantita luz.
- Dame tantita luz cristalina…
- Dame tantita luz cristalina y de rara elegancia…
- Escribe y no se entiende. «Escribe el libro negro de ti. El libro negro de tu individualidad».
- Ni siquiera las dolencias se expresan de una manera directa. ¿Existirá una asertividad del dolor? ¿Un enfoque del duelo que sea novedoso?…
- Dame tantita luz cristalina y de rara elegancia y, y, y la sangre de ella que está en lo críptico y, y, y una pluralidad de dolores. Dame un solo nombre, el suyo.
- Dame.
Es natural que frente a la exigencia de vencer (porque debe vencerla) esa dificultad que le supone no poder expresar de “manera directa” lo más elemental de un estado de cosas —llámense duelo, angustia o sufrimiento—, la poeta reclame para sí y para su escritura esa “luz cristalina y de rara elegancia” que pudiera alumbrar un nombre verdadero, una verdad posible. Pero, como a menudo ocurre en la creación, entre el deseo y los hechos se interpone la sombra de lo críptico, lo que siempre aventaja a la palabra. No hay que extrañarse, entonces, de que el libro pregunte más de lo que responde ni de que, cuando afloran, esas respuestas sean tan sólo un balbuceo, un sonido que vibra desde su propia cuerda del ahorcado:
Escribir esto. Algo o alguien y, y, y sus diversas historias. Registros. Tonos poéticos. Una sinrazón momentánea […]
Algo o alguien y, y, y esto es el lenguaje de los suicidas. Su atemporalidad…
Pero tienes que nombrarla
más
allá. Ser más allá…
¿Cuál habrá sido su casa? ¿Cuál habrá sido su causa?…
¿Por qué? Ciertos
temas no pueden ser abordados. Fue la única respuesta.
Ahora bien: aun cuando las tensiones que enfrenta la escritura en el decurso de su producción ocupan un lugar de privilegio; aun cuando confeccionan el espacio expresivo y ligan su propuesta a una corriente estética reconocible (la del lenguaje absorto y la imposibilidad del decir), no son más que una pieza en el rompecabezas de un libro atravesado por una lucidez de índole más humana que autopoética. Es verdad que, a nivel de discurso y representación, se percibe la huella de lo que llamaría una ética compositiva, esto es, un proceso que emparenta al creador con aquello que crea o, dicho de otra manera, que conmina al lenguaje a modelar imágenes en las que se refracta su imposibilidad consustancial:
«No soy de mí» y no sé nombrar las cosas, cosas como el cuerpo que apenas tengo al alcance y reconozco en la cuerda y el taburete. «Intestinos» es una imagen, el pie no es traspasar la negrura. «No soy de mí» y este lugar es la palabra: intestinos y pie en la vileza del tener, del tuétano.
Pero, como lo he señalado, por encima de fallas y aberturas, se encumbra la experiencia más vívida y terrena de la muerte autoimpuesta, de un alguien que se muere en todas las personas y los tiempos verbales —“una hija muerta, una madre muerta, una hermana muerta, una ella muerta, un pasado muerto, un presente muerto, un futuro muerto, un algo muerto”— y cuya progresión o cuya ausencia es lo que determina a todo lo demás, lo que le da su lógica y su objetivación:
Para hablar de ella y, y, y de la cuerda
haces una teoría de las emociones […]
Sigue viva (una suposición). Sigue tan viva. Una suspicacia…
La esperanza es un lugar despiadado […]
Me llaman y se me desprende la retina
porque ella cuelga de mí.
Ella es una de lo que yo pude haber sido.
Ciertamente, esa teoría —que aclara, más que explica, el título del libro, así como su afán de urdir una estructura basada en una sola, complejísima imagen que vemos desdoblarse en aristas y ángulos casi tan refractarios como concomitantes—, deriva del esfuerzo de dar “tantita luz” a un hecho que rehúye toda interpretación, es decir, que resiste a su propio misterio y, aun en el lenguaje, o a semejanza de él, permanece indecible, irresoluble, trunco:
Me dan miedo ciertas cosas porque no sé nombrarlas: algo o alguien, ella y él, una sonrisa paulatina,
las revelaciones me aniquilan
el silencio es innecesario: «¿puedes decirme tu cómo?»
Si el cómo fuera tan fácil te lo diría pero ése es otro discurso.
* * *
¿Y si él la mató?
En esa encrucijada, donde mundo y lenguaje son un mismo caudal de cosas que se cierran sobre sí, es que el libro evidencia su inestabilidad —su pérdida del centro; pero, también, su ansia de reclamar esa vida que bulle sin concierto para que de ella surja otra presencia —“la del propio sujeto”— y otra realidad: la del “conocimiento… que nace en la intimidad del ser, y que lo abre y lo trasciende, «el diálogo silencioso del alma consigo misma» que busca… la palabra indecible; la palabra liberada del lenguaje”:
Tienes que recuperar su historia.
Volver a contar como ella. No como algo, no como alguien.
Como ella.
No sé si la poesía, más allá de la imagen, de sus claras o vagas asociaciones, puede abolir realmente esa «postrera sombra» que Villeda conjura en estas páginas, con todo y que su peso es como una adherencia, como un recuerdo atado al cuerpo de su cuerpo. Sé que puede, con todo, volverla ineficaz, pasar del algo o alguien a esa entera presencia por la cual las palabras, aun en su indefensión, conceden a las cosas la posibilidad que se encuentra en la base de Teoría de cuerdas: dejar de ser materia para volverse forma cuajada de sentido; un sentido más alto que la propia entelequia de la resurrección; la esperanzada forma de otra especie de polvo enamorado:
Algo o su distancia de algo o ese alguien, que comienza a sobresalir. Le dan un nombre, espera una distancia. No existe. Aquí está.
Aquí está ella.
Soy algo o la distancia de esa cuerda. Soy algo o la distancia de ella. Soy allá. Soy ella. La más allá. Luz y, y,
y luz, te vemos allá. Te veo allá. Te veo. Allá.
Así las cosas: “¿Cómo decirle que no a una muerta? Pero sí”. En esa luz que ahora es más allá, Villeda nos entrega su respuesta, su exacta lucidez, ganada con dolor y con rara elegancia.
Mayco Osiris Ruiz (Xalapa, Veracruz, 1988). Poeta y crítico. Ha publicado en revistas como Sibila, Palimpsesto, Literal. Latin American Voices y Letras Libres. Es autor de El revés de esta luz (Taller Ditoria, 2015). Twitter: @MaycoOsirisRuiz
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Posted: March 18, 2024 at 7:43 pm