U2 y los irlandeses errantes
Ricardo López Si
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Ver a U2 en The Sphere, el nuevo recinto para conciertos en Las Vegas, me hizo reflexionar una cosa: la manera en que la banda liderada por Bono y The Edge se relacionaba con la tradición sostenida de los irlandeses errantes.
Hay dos casos especialmente paradigmáticos sobre el sentimiento genuinamente irlandés de largarse de allí tan pronto como se pueda: el escritor James Joyce y el actor Peter O’Toole. Sobre el primero, el cronista viajero Javier Reverte relataba lo siguiente en su Suite Italiana: «James Joyce se marchó de su tierra huyendo del ambiente moralmente opresivo de Dublín». No era fácil advertir que el catolicismo ultraconservador de la Irlanda de la primera mitad del siglo XX no era el mejor sitio posible para un flaneur de otro tiempo que dilapidaba todo su dinero en alcohol y mujeres. Si quedaban dudas respecto a la repulsión que le provocaba su país natal, Joyce las zanjó con una sentencia perentoria: «Nadie que se respete a sí mismo se queda en Irlanda».
El deseo de Joyce era instalarse en París, ciudad que había idealizado durante sus fugaces estancias. Aunque la razón principal por la que abandonó Dublín fue un empleo como profesor de inglés en una escuela de idiomas de Zurich. Cuando llegó a su destino, fue informado de que no quedaban plazas disponibles, por lo que emprendió, por sugerencia del director del instituto, camino a Trieste, la alegoría del limbo y el no-lugar, como bien supo definirla Jan Morris.
Tras haber publicado con muchas penurias Dublineses, su suerte cambió radicalmente gracias a Ezra Pound, el gran mecenas intelectual de su tiempo, quien le consiguió un espacio en el magazine literario británico The Egoist, lo que también le permitió trabar amistad con H. G. Wells. Sobrevivió en los márgenes de la precariedad y a numerosos padecimientos clínicos como diabetes, sífilis, fiebre reumática y el glaucoma gracias a benefactores anónimos, hasta que el mismo Pound lo convenció de asentarse en París. Ahí llegó con una obra experimental en desarrollo, Ulises, para ser publicado por Sylvia Beach, la mítica dueña de la librería Shakespeare & Co., un año más tarde. La novela vanguardista supuso su consagración definitiva, una gesta admirable si considerábamos que la escribió parcialmente ciego. Joyce no ganó el Nobel como si lo ganaron Samuel Beckett, Georges Bernard Shaw, William Butler Yeats y Seamus Heaney, pero ni falta que le hizo.
Algo similar ocurrió con Peter O’Toole, otro irlandés desarraigado, durante aquel vuelo de regreso desde Londres hacia su tierra natal. «Ay, Irlanda es la marrana que devora sus propias crías. Mencióname un solo artista irlandés que haya creado aquí, ¡uno solo! Dios mí, Jack Yeats no pudo vender un cuadro en este país, y con tanto talento que hay…, ay, daddy… ¿Sabes cuál es el mayor producto de exportación de Irlanda? Los hombres. Hombres. Shaw, Joyce, Synge, no se pudieron quedar aquí. O’Casey no se pudo quedar. ¿Por qué? Porque O’Casey predica la Doctrina de la Alegría, daddy, es por eso… Ah, los irlandeses la desesperación, ¡por Dios que la conocen! Son dostoyevkianos al respecto», le dijo el actor al periodista Gay Talese antes de aterrizar siquiera en la terminal área de Dublín.
O’ Toole, hijo de una enfermera escocesa y un orfebre de metales irlandés, le debe su asunción a la indiferencia de Marlon Brando respecto al papel de Lawrence de Arabia, la biopic sobre el legendario arqueólogo de formación, traidor por circunstancia y libertador por convicción. Dos años más tarde confirmaría su condición de luminaria al protagonizar Lord Jim, la adaptación al cine de Richard Brooks de la novela de Joseph Conrad. Aunque a O’Toole, pesimista por naturaleza, siempre le ha gustado definirse por encima de todo como un zurdo al que le obligaron a ser diestro: «Ah, cómo me golpeaban los nudillos cuando usaba la izquierda, esas monjas, y tal ve acaso, era por eso por lo que que detestaba tanto ese colegio».
Pensaba en todo esto mientras veía a U2 en directo por primera vez, emergiendo ante más de 20 mil personas de una puesta en escena que pertenece a un tiempo al que no todos pertenecemos aún. Y recordaba que alguna vez le escuché a decir a Bono, el frontman de la banda, que quizá Irlanda no era útil para tener una relación inusual con el éxito, pero que era útil para muchas otras cosas que también tienen que ver con la posteridad. No se refería a un Nobel ni a la publicación de una obra vanguardista, tampoco a una reputada carrera como pintor, sino algo más elemental: formar una familia. «Me gusta que Irlanda tenga una relación más horizontal con U2. Soy muy desconfiado de las relaciones verticales, de ahí mi matrimonio, de ahí estar en una banda», expresó en una íntima entrevista con el periodista Simon Carswell hace un par de años.
Desde luego que no voy a negar que no supuso una contradicción para mí reafirmar en el vientre de un venue futurista de Las Vegas —probablemente la ciudad más impersonal del mapa y que además se encuentra a casi 8 mil kilómetros de Dublín— que U2 había desmontado el mito de los irlandés errantes y que había podido conquistar el mundo sin necesidad de renunciar a Irlanda ya no solo como cuna, también como campamento base.
Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi
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Posted: April 4, 2024 at 9:08 pm