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Un arte salvaje de contar

Un arte salvaje de contar

Ana Clavel

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*Mónica Lavín. El lado salvaje. Tusquets, México, 2024, 232 pp

Puede sonar contradictorio un arte “salvaje”. Yuxtaponer el refinamiento de una propuesta estética con una naturaleza fiera e indomable. Pero la selva que nos habita a menudo está detrás de nuestros actos más civilizatorios… Por ejemplo, los buenos modales nos imponen la cordialidad de una sonrisa, pero ahí también pueden estar los colmillos dispuestos al ataque con una crítica mordaz, es decir, una crítica que muerde… De modo semejante, con el tiempo uno se acerca a las novedades editoriales de los amigos escritores con ilusión, pero también con cautela inquisitoria. Sobre todo, cuando les hemos leído volúmenes entrañables o francamente fuera de serie. Contempla uno la portada enigmática, el título sugerente. En una inspección somera, tal vez se sopesen las primeras líneas y las últimas, acaso la información de la cuarta de forros… La nueva propuesta ¿nos brindará una pincelada diferente a la paleta de tonalidades, al mosaico de miradas que ha ido conformando nuestro autor o autora con su obra? ¿Seguirá conminándonos a una complicidad íntima y gozosa, o nos revelará un aspecto de nosotros mismos que aún desconocíamos? ¿O por el contrario nos llevará a irritarnos por no haber cumplido las expectativas, debo confesarlo, cada vez más altas que uno suele demandar a los autores que se admiran?

Uno no es ya un lector inocente. Una, de tanto leer, se ha vuelto una lectora amañada y exigente. Con reserva semejante pero también voracidad infinita me adentré en el nuevo volumen El lado salvaje de Mónica Lavín (novelista, profesora, pero sobre todo, cuentista). De sus libros de relato guardo entre mis preferidos Pasarse de la raya, una selección de la propia autora con lo más destacado de su labor cuentística. Cuando apareció en el 2011, escribí una reseña entusiasta para la Revista de la Universidad que concluía así: “es un placer acompañar a Mónica Lavín en este recorrido, “pasarse de la raya” de convencionalismos, de lo rutinario, lo esperado para arribar a un más allá en el que la lectura es un acto de transgresión y revelación verdaderamente deleitables”.

Confieso que desde el principio el título me atrapó: El lado salvaje. Pero atención, un título tan atractivo puede ser un riesgo. Revisé el índice y muy pronto descubrí que así se llamaba uno de los cuentos incluidos. Por lo tanto, no se trataba de esperar que todas las historias tuvieran que ver con una vertiente indómita, oculta, animal, rebelde como podría esperarse. De hecho, es una manera de dar nombre a una colección –aunque la idea puede aparecer en mayor o menor grado en el resto de piezas narrativas, sin un compromiso temático–. Acepté entonces la propuesta de iniciar con el primer cuento: “Red Trolley” sobre una pareja de hermanos que se encuentran de paso por San Diego, la placidez de convivir como adultos en una ciudad tranquila y segura, tomar unos margaritas y brindar antes del regreso de cada quien por su lado. A continuación, la narradora aborda en la noche el Red Trolley que comunica varios puntos de la ciudad. Desconoce la nueva ruta y desde los primeros párrafos se nos ha informado que su celular se está quedando sin batería, pero confía llegar a su destino antes de que se agote. Hay varias señales que van anunciando que las cosas podrían salirse de control: la insistencia en la seguridad de las ciudades gringas celebrada desde los libros de primaria donde la protagonista estudió inglés en escuelas mexicanas, la idea paradisiaca de que San Diego, tan ordenado, podría ser un oasis para vivir y envejecer a gusto… Todo es tersura hasta que, montada ya en el tren ligero, algo falla y cada vez más las señales de lo ominoso se manifiestan en una espesura de silencio y oscuridad. De pronto, como lectores, ya estamos montados también en el tranvía de la incertidumbre y el temor de percibirnos en riesgo como la protagonista, ahora convertida en una presa fácil para cualquier ataque. Pero lo cierto es que casi desde el principio hemos olfateado lo siniestro asomándose en cada minuto de felicidad de los hermanos. Un cierto tono perentorio, los elementos en oposición que he mencionado antes, pero sobre todo quedamos atrapados por la maestría de la autora para hacer de una pequeña historia un sutil universo implosivo.

El siguiente relato que leí fue por la invitación de su título: “Cantata para tres mesas y un pastel de manzana”. Ahí con una estructura novedosa se nos presentan tres puntos de vista narrativos en torno a la figura desconcertante de un mendigo que entra a una cafetería y se sienta a disfrutar un pastel de manzana, ante el estupor y rechazo de las otras mesas. Desde la escritora que acude al lugar para leer y escribir, la madre con su hija a quien premia con un postre por sus buenas calificaciones, hasta las amigas que creen ver en el pordiosero al joven maestro de arquitectura por el que en otro tiempo suspiraban y del cual no volvieron a saber con los años. La historia se resuelve con un giro inesperado de humor, pero la incertidumbre permanece como una madeja incómoda que pone al descubierto ese lado cruel y despiadado que desatan los prejuicios y que, lo sabemos al examinarnos a solas, compartimos secretamente todos.

Otras piezas que proponen desde la estructura una manera de contar diferente e innovadora son “La mácula” —que se conforma como un gran globo ocular integrado por la mirada de la abuela que padece esa degeneración visual, la del oftalmólogo encantador y la de la nieta que de pronto se descubre manchada, maculada de deseo por el especialista—; y “La vida larga e incierta de Manolita”, una muñeca con rostro de porcelana que desde fines de siglo XIX se convierte en interlocutora y testigo de cuatro generaciones de mujeres. Una maravilla de cuento por la intimidad y ternura reveladas, la sugerencia del paso inevitable y devastador del tiempo y al final la ilusión de una nueva historia en manos de la bisnieta creadora. Además, contada con tal manejo de vocabulario y precisión de estilo, que el aire de las épocas lo mismo que la vestimenta de Manolita, la convierten en una pieza memorable.

Cuentos que transcurren en diferentes latitudes, lo mismo en San Diego, que Florida, París, Belgrado, Madrid o la Ciudad de México. Y así como lo ominoso –ese otro lado que nos acecha— se haya presente de manera declarada en algunos, en otros se perfila con humor, ternura, compasión, erotismo, dicha… Aunque siempre como una posibilidad inquietante, capaz de revelarnos las fuerzas ocultas que se entretejen para que obre el misterio aún en las vidas más ordinarias o anodinas. Pienso ahora en “El sombrero negro”, en el que descubrimos que a veces uno viaja, o va por la vida, para al final regresar con una instantánea que convoque la memoria, un fogonazo de belleza y epifanía, donde, por ejemplo, fulgura la imagen de un hombre con sombrero negro que espera en una estación lejana con una rosa en la mano.

Recuerdo también haberme precipitado en la lectura como un acto gozoso y marcadamente erótico en relatos como “Globos”, que obliga a salivar ante la posibilidad de encontrar al amante en una habitación de hotel plagada de los mismos, en el que el deseo se hincha y lubrica nuestros sentidos; o en “Allí está la casa de Dolores del Río” con su sugerencia de orgía en la que el parentesco de las hermanas, la edad de la madre, la llegada de desconocidos en un yate turístico, no es obstáculo para que surja el lado del desenfreno y la locura vital. Como también se descorre incluso en situaciones donde los límites de realidad y fantasía se desdibujan en el relato “El deprimido”, que alude al paso a desnivel de una avenida importante de la ciudad, en cuyo flujo cae atrapada la protagonista para dar rienda suelta al deseo personificado por un conductor vecino a su automóvil, o incluso su exmarido que, de regreso del pasado, vuelve a ser el joven amante con la promesa de un futuro compartido. Un cuento que oscila entre la ligereza de una situación insólita, con visos de un sentido del humor reconcentrado, y la profundidad existencial de quien debe situarse a la mitad del río entubado, “entre la que fui y la que ahora era”. Este solo relato da para una película entera. Realmente, bajita la mano, espectacular.

Me tenía reservado el cuento que nombra al libro para el final —esa es una de las maravillas de un libro de relatos, que uno puede escoger las piezas conforme al azar, o si se prefiere a un designio personal—. “El lado salvaje” nos descubre la historia de una “gringa loca”, residente en Puerto Morelos, Quintana Roo, que desde adolescente se apropia de su deseo de piel y de hombres. Sin culpa, sin temores, sin moderación. Camina por el lado salvaje de su instinto erótico, dejando atrás familia, amantes, hijo, más amantes y por supuesto, la vida misma. Proclama su derecho al cuerpo y a su disfrute sin ataduras en una narración honesta que confronta y aturde porque desafía nuestra noción de lo conveniente, donde parapetamos una cierta estabilidad emocional. Por supuesto, su destino está marcado por la condición de “outsider”, la subversiva, la que se sale del camino y, sin embargo, en la pluma de la autora, lejos de suscitar rechazo, consigue seducirnos con su lenguaje íntimo y provocador.

Cabe aclarar que este relato integra a su vez un ciclo de «Cuentos que dialogan con otros cuentos», suerte de homenaje, complicidad, provocación de la autora con algunos de sus autores favoritos. Así, “Allí está la casa de Dolores del Río” con “Final de juego” de Cortázar; “Cantata para tres mesas y pastel de manzana” con “Un árbol, una piedra, una nube” de Carson McCullers; “El deprimido” con “El nadador” de John Cheever; “La mácula” con “Dr. H.A. Moynihan” de Lucia Berlin; “La vida larga e incierta de Manolita” con “Muñeca de modista” de Agatha Christie; y por supuesto, “El lado salvaje” con “Una rubia imponente” de la estadunidense Dorothy Parker. Si los cuentos muchas veces surgen a partir de una señal o un guiño de la realidad, contemplar esas señales o guiños en los relatos de autores reverenciados y lo que desatan en una autora como Lavín, es revelarnos cómo el mundo del cuento no sólo le ha formado un gusto literario predilecto, sino también un pulso narrativo para acercarse a la vida misma.

De diferentes modos y en diversas gradaciones los 23 cuentos del volumen, editado por Tusquets, develan un lado salvaje de sus personajes en momentos críticos. A veces de manera frontal, como en el relato rebelde hasta sus últimas consecuencias que da nombre a la colección; otras de forma subrepticia como acontece en el edípico y contagioso “Enférmate conmigo”, o en las obsesiones de un afinador de pianos que lo llevará a desafiar todo un terremoto en el relato “El afinador”, o la fascinación de Leda por los zapatos y los pies que la llevará a revelar: “Hay motivos que son privados”, en el relato fetichista “Zapatos boleados”.

Cuentos que, con sigilo y maestría, descorren el velo que nos muestra nuestra propia rareza, ese lado indómito, no domesticado, que a veces nos lleva a la ruina, pero que otras, nos permite boquear y percibirnos vivos. De modo semejante, atisbamos el lado salvaje de Mónica Lavín como artífice del género cuentístico, su instinto vital para atraparnos en la emboscada perfecta de sus historias, su garra como narradora para estrujarnos, sacudirnos y volvernos otros; su aliento predatorio y a la vez refinado para develar el sutil corazón de las tinieblas que habita en todo buen relato.

Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007).  Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter (X) es @anaclavel99

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Posted: August 26, 2024 at 8:56 pm

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