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Disertaciones sobre una VASIJA ROTA

Disertaciones sobre una VASIJA ROTA

Julio Trujillo

La ruta natural (Vaso Roto, 2015), de Ernesto Hernández Busto

En su ensayo Diez (posibles) razones para la tristeza de pensamiento, Georges Steiner señala una insalvable paradoja: no podemos no pensar, por un lado, pues el pensamiento es una respiración, pero no podemos pensar sostenidamente, por el otro, pues nos gobierna la distracción.  Al parecer, estamos condenados a un pensamiento fragmentario, opuesto al pensamiento de láser (la imagen es de Steiner) de un ajedrecista o de un físico-matemático, quienes tampoco pueden sostener el prodigio mucho tiempo. Tampoco podemos vaciarnos, como los monjes budistas, y alcanzar el vacío. ¿Qué tenemos? Pedazos. Intuiciones. Reminiscencias del todo. Es probable que esta atomización haya comenzado con el mismo Big Bang, cuya evidencia es un “ruido de fondo” que hoy confundimos con la tristeza.Cubierta-la-ruta-natural

Esto no es ninguna novedad: la idea del fragmento como unidad cultural viene de atrás, y no es sorprendente que después de años de reflexión, coincidamos con la siguiente conclusión de Steiner: “El lenguaje, por decirlo así, es enemigo del ideal monocromo de la verdad”. Puesto que está hecho de matices, de connotaciones, de particularidades; puesto que no sólo hay una Babel hacia fuera, sino también una hacia adentro; puesto que una sola coma puede cambiar gravemente el sentido de una sentencia, la dirección de un reino, el lenguaje no sólo es enemigo del ideal monocromo de la verdad, sino que es la pulverizada evidencia de que dicha cosa es inalcanzable.

No sólo nuestra expresión es necesariamente parcial, sugestiva, como si asediara una y otra vez a una ciudad invisible, imposible, sino que nosotros mismos, erráticos, mortales e incompletos, somos desgarraduras. No hace falta un gran corpus científico para intuir este hecho en la base del estómago: fuimos separados, arrancados, y en esa calidad de piezas de qué objeto original, nos aceptamos y afirmamos. Pero nunca olvidamos, como partes, el todo. De hecho, en un juego de reflejos y derivaciones fractales que nada tiene que ver con la mística, somos ese todo, o al menos una intuición, con la suficiente información genética, de ese todo.

Todo esto, expuesto groseramente, lo sabe muy bien Ernesto Hernández Busto y lo supo muy bien a la hora de confeccionar La ruta natural. Pero él reflexiona sobre el tema con erudición y elegancia. Ya desde el epígrafe del libro nos presenta un hermoso poema de James Merrill, “The Broken Bowl”, en el que el poeta canta a la belleza de la imperfección e intuye algo, ahí, en los pedazos rotos del recipiente: algo más que una angulosa retícula de luces… ¿Qué es ese algo más? Hernández Busto responde a esa pregunta con este libro, pero para poder hacerlo necesita, a su vez, romper una vasija. En efecto: La ruta natural, en el rizo rizado del añico que se piensa a sí mismo, fue un proyecto-vasija que el autor estrelló a propósito para después reconfigurarlo. No a la manera del copy-paste de La tumba sin sosiego,  sino como un constructo mental que, en el borde de su cristalización, fue descuartizado por las fuerzas de la escritura. El libro como un todo es imposible, bien lo supo Mallarmé, quien tal vez ha fracasado mejor que nadie a la hora de aspirar a él, pero no importa: amamos la potencia de la posibilidad, la hermosa dentadura de un fragmento roto que encajara con qué. Modelo para armar, cada lector forjará un proyecto de libro diferente.

Hernández Busto insiste, a lo largo de estas páginas, en que el primer desgajamiento es el del propio escritor, quien toma distancia de sí, de su propuesta, para ver las partes, las articulaciones ya libres del continuum. La unidad de medida, más que el párrafo o la mancha de tinta, es la idea, esa materialización de algo que se va si no se fija, un súbito cuajar que puede ser un recuerdo, una lectura, una enloquecida suposición o, en el caso extremo y abundante de estas páginas, una reflexión sobre la condición de lo fragmentario, como si una astilla se doblara hacia adentro, centrípeta, para observarse. Y vale ir aclarando que uno de los regalos de estas páginas es que uno sale con la certeza, después de haberlas leído, de que la astilla es más libre que el árbol, que éste vive preso en su condición ya dada de árbol, mientras que aquella dispara hacia todos lados en su pura potencialidad. Estamos hablando, sí, de la libertad.  El individuo es siempre más libre que el sistema que lo pretende abarcar.

Tomar distancia es también exiliarse:no es difícil encontrar en estas páginas esa interpretación de la escisión y el desprendimiento: dejar la tierra natal, rea de su todo, para ganarse la oxigenación de lo posible. “Un fragmento es algo difícil de romper”, se dice al inicio de La ruta natural, y el hombre también es difícil de romper cuando se ha ganado a pulso su individualidad, la esencia atómica de su albedrío. Es por ello que antes de sumarse a las filas de un modelo inapelable, el individuo abraza la imperfección, el pecado, la clandestinidad incluso. Es por ello que, ante una vasija radiante y otra restaurada, el individuo probablemente se deje atraer por la evidencia de una cuarteadura, como si en esa superficie astillada y luego pegada descubriéramos, como en un espejo, la imagen de nuestra propia condición.ErnestoHernandezBusto

Y esa aceptación de la imperfección, de la gravitación del tiempo sobre una obra, tiene que traducirse, en su correlato de diario literario, en una absoluta, brutal intimidad: al menor asomo de embellecimiento, de maquillaje de la frase o de pudor ante la confesión, la obra perderá la profundización de sus grietas naturales y no podrá ser sino un atisbo de literatura. No: el escritor, como vasija despedazada, tiene que mostrarse tal cual es e incluso usar el lenguaje –siempre elocuente– de las cicatrices, de las arrugas, de las fracturas y, en fin, de la fatalidad. La tensión, en estas páginas, de una prosa elegante tironeada por la fuerza de la intimidad, es una cuerda en llamas por la que tiene que desplazarse la escritura. Se antoja, tal vez, más crudeza y menos voluntad de estilo: que el autorretrato se detenga menos a corregir y avance ágil y tal vez brutal y tal vez errático pero con el viento de esa libertad a sus espaldas.

Multiplicándose, encontrando aquí y allá otros testimonios fragmentarios, Hernández Busto también encuentra estados en donde se replica esa separación de lo unitario; el sueño es uno de ellos, o mejor, la ensoñación, no el absoluto abandono de las costas de la razón pero sí el suficiente distanciamiento como para producir nuevas tierras, “posibilidades casi ilimitadas de composición”, nos dice. El término “componer” estalla en acepciones que parecen contradecir lo dicho hasta ahora, pues casi todas tienen que ver con el hecho de “formar, de varias cosas, una”, pero aquí el acento debe ponerse no en la composición sino en sus “posibilidades casi infinitas”, entendiendo cómo ese estado, larvario y prometedor, dice más que una sola concreción.

Sólo puede hablarse de este bello e inteligente libro por tanteos: juntando los pedazos. El título, que en un principio no me convencía, pues me pareció que su circularidad era precisamente lo contrario a la condición de lo disperso, creció gradualmente en mí (como dicen en inglés: it grew on me) hasta explicarse a sí mismo como una escritura que no necesariamente tiene que progresar (igual con la poesía) y desembocar. La ruta natural es una frase que se ovilla sobre sí misma y así resiste la trayectoria lineal del libro ortodoxo: el transcurso del tiempo en este cosmos cerrado es imposible, no hay concreción, ni cierre, sino posibilidad, como aquel perro mitológico que siempre atrapaba a su presa y que persigue a una zorra mitológica que nunca podía ser atrapada.

julio-trujilloJulio Trujillo (Ciudad de México, 1969). Poeta. Ha sido redactor de la Revista Universidad de México Lectura; director de Revista Mexicana de Cultura y El Nacional; coordinador editorial de El Huevo; jefe de redacción de Letras Libres. Director editorial de la DGP-Conaculta. Becario del INBA, 1993, y del FONCA, 1994 y 1996. Miembro del SNCA desde 2004. Premio de Poesía Punto de Partida 1991. Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 1994 por Una sangre.


Posted: July 19, 2015 at 7:36 pm

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