Essay
La huella de la quemadura
COLUMN/COLUMNA

La huella de la quemadura

Gisela Kozak Rovero

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Hace poco conversé con una amiga que terminó sus memorias sobre Venezuela. Se pregunta si tienen destino: nadie quiere volver al pasado en un país exhausto, los migrantes prefieren olvidar y se trata de un tema incómodo. En estos momentos, cabe la posibilidad de que Venezuela sea el más sonado fracaso democrático en medio siglo (opción que me niego a aceptar porque la lucha continúa, pero que tampoco es un escenario lejano).   

Además para qué seguir escribiendo, que lo hagan quienes publican en grandes editoriales, hay que buscarse la vida, el gobierno quebró a todo el mundo,  etcétera, etcétera, etcétera.

A pesar de su pesimismo, y antes de probar con algunos contactos en el mundo de los libros, apeló a tres personas del mundo de la escritura, quienes leyeron su texto y coincidieron en un consejo que, posteriormente, reafirmó con  el estupendo libro de Vivian Gornick, La situación y la historia: Venezuela es el contexto, no la historia. En otras palabras,  lo que importa es la vida personal,  la clave de la comprensión del acontecer colectivo si de memorias se trata:  la carne viva de los recuerdos de amor y  desamor, el fastidio de los apegos feroces familiares (para seguir con títulos de libros de Gornick), los proyectos laborales o literarios logrados y fallidos, el veneno de las emociones mezquinas y la hermosura de las emociones generosas, la tentación de la medianía ante el acoso de los extremos. En suma, la grieta que la constituye como persona pero que, según sus palabras,  la avergüenza.  Aunque ella no tiene problemas con la autoficción como propuesta narrativa -al igual que la música, se divide en buena, mala y más o menos-  lanzarse por el camino de sacar los trapos al sol le parece indecente en su caso, tan tímida la pobre. 

Mi amiga, cuyo libro no he tenido el placer de leer, por razones que no vienen al caso, describe su proyecto memorioso así: la apelación al acontecer común tiene un punto de mira, la participación de quien escribe en los hechos, lo que se vio con los propios ojos y se vivió de cuerpo presente. Más crónica que memoria, según parece, pero algo asoma en el texto que rebasa la voluntad de ser simple testigo activo. La mudez estoica sobre el sedimento de la experiencia  no tiene ningún sentido en unas memorias: para mi amiga su escritura no respondió a una voluntad periodística e histórica, sino a un imperativo, el típico de la gente de literatura que cree que debe dedicarle horas enteras a construir un mundo con el que tal vez nadie congenie. La literatura y el arte son formas de delirio socialmente prestigiosas, diría alguna boca audaz con un trago de cualquier licor en la lengua. No pienso así, pero algo de delirio hay en estos menesteres, si no, no funcionan porque nadie toma riesgos de esta naturaleza sin un acto de fe. 

Le recordé a mi amiga el camino tomado por la estupenda Annie Ernaux, que ahonda en las pasiones, emociones y sufrimientos más personales para cifrar en ellos la crueldad del devenir histórico, casos de Pura pasión (1991) y El acontecimiento (2000).  Lo que hace Lea Ypi en Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia (2021), texto en el que Albania muta en la infancia y la adolescencia con una parentela en ascuas. También lo hace la gran Marisa Madieri en Verde agua (1987), memorias de una niña que narra el éxodo de los italianos de Fiume. O la novela de no ficción Todos se van (2006), de Wendy Guerra, cuya protagonista, desde la infancia hasta la juventud, traduce en su piel a Cuba y la revolución. Ni hablar de Antes que anochezca (1992), de Reynaldo Arenas, con su sexualidad desbordada de sátiro en revolución, la hipérbole barroca de un cuerpo cuyo deseo inclemente lo rescata de la domesticación política. 

Mi amiga tiene que  poner  la carne en el asador y le da una mezcla de escrúpulo con inquietud, muy propia  del pudor adolescente con el propio cuerpo. 

-Cuenta la verdad, qué diste vergüenza  ajena cuando te divorciaste, que tu parentela fastidiaba más que la mía y que te enamoraste de la tipa aquella porque estabas loca en esa época -le sugerí por mensaje de voz. 

-Ojalá fuera tan fácil como eso, pendeja. 

Reímos porque, de tanto conocernos, nos tenemos una confianza levemente repugnante.

-¿Qué te rescató de la domesticación política? -pregunté.

-Me cuesta obedecer, odio esa obediencia ciega de los totalitarismos. Pero me pasaron cosas muy feas, lo que pasa cuando la enfermedad  y la pobreza bordean siempre la propia vida y no eres como quienes te rodean. Mi entorno no ha pasado por esas experiencias. No puedo contar asuntos tan penosos, me da vergüenza, pero un gran escritor amigo me dijo que aquí está el germen de la verdad de esas memorias, la vergüenza.

-Qué bueno ese consejo. Se ve que  la revolución te hizo daño personalmente. .

-No seas dramática. Un estupendo e implacable editor (no de libros, fue una lectura desinteresada desde el punto de vista del negocio) me dio una recomendación clave: concentrar los eventos. Si un colega de la universidad me jodió, que se convierta en el emblema de todas las jodas académicas relacionadas con esa pesadez llamada revolución. 

-Tensión narrativa, claro.

-Drama: sangre, músculo, hueso, piel. Chisme, hace falta chisme. La tercera lectora, aguda e inteligentísima, odió reencontrarse con Venezuela en la lectura y se quedó con la curiosidad sobre las personas importantes en mi vida:  quería saber quiénes son todos  y qué significan realmente para mí.

-Cuidado con contar con quién te acostaste, no metas en líos a la gente.

-Gisela, basta. Una pregunta: ¿Crees que debo cambiar los nombres?

-Así puedes arrastrar por el suelo a la gente con libertad. Yo no lo haría porque me parece muy descortés, pero tú sí puedes, no tienes el corazón de oro que me distingue. 

-Sí, qué buena idea, corazoncito de oro.

¿La carne en el asador puede ser oportunismo, los “likes” en redes sociales, el reality show bien escrito, la dudosa afirmación de la verdad del testimonio que pretende erigirse en voz colectiva? ¿O tal vez es una apuesta por la narración de la aventura y desventura de la  carne que realmente sangra y se quema, dorándose poco a poco al calor de  la historia común que no deja en paz?

-Mejor me dedico a escribir horóscopos, la revisión de las memorias duele mucho -concluyó la memoriosa. 

-Careces de talento para el dinero, no pierdas tiempo con la astrología -respondí afectuosamente.

*Estacion del Metro Los Cortijos, Caracas, Distrito Capital, Venezuela

Foto de Martin Rincon en Unsplash

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

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Posted: October 9, 2024 at 10:08 pm

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