Reticulum
Lorena Huitrón
Cuánto vino escarlata bebí en una vasija
en cuyo fondo podía verse, como en el ojo, una mota.
Baššār ibn Burd
Un depósito, tal vez una cuba de paredes de vidrio de óxido de níquel, retumba para agotar su concierto. En frecuencia infrasónica no puede comunicarse. Se sabe que ningún hombre puede escucharse por debajo de los veinte hercios. Menor a esa frecuencia, sólo puede sentirse. Algunos llaman a esa región presencias, manifestaciones o fantasmas. Pero es probable que sólo se trate de una música muy mal entendida, algún algoritmo ignoto, o tan sólo una persona que está consciente de su propia cirugía y debe permanecer quieta para no hacer jirones de sus ojos.
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O llegamos tarde a la luminosidad o simplemente nos será distante siempre. Que está en la mente el color, dicen. Todos estamos ciegos; Pantone ha sido un sistema sobrevaluado.
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El ojo es un solárium; la luz, su tralla.
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Los 3600 metros por segundo es un vómito malva que se derrama en cámara lenta sobre la córnea. Se resiste, los nervios quieren medir su fuerza con la luz, pero el ojo se sabe de agua y hule. En él un bisturí que parece de juguete nada, choca contra él de nariz. La respiración se aísla porque al enfrentarse la córnea puede traicionarlo. También el cuerpo.
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Al párpado lo circunda el blefarostato, lo abren mecánicamente. La córnea queda expuesta como uva descarnada. Los rayos maceran su pulpa.
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“El ojo humano es sensible a una amplia franja de longitudes de onda situadas entre los 380 y los 780 nanómetros, aproximadamente”. Al instilarle colirio de riboflavina es una de esas pelotitas de goma, transparentes, con brillantina adentro. Es hule ultrasensible. Es tan maleable como el brinco de los niños. Lamentas no sentirlo como una canica, así podrías sentirte más fuerte.
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En 1933 Jean Saidman distinguió un halo o niebla de color lavanda producido por la fluorescencia del cristalino y, por otra parte, la imagen de la fuente de los rayos ultravioleta. Tras examinar a 102 personas, encontró que la visibilidad de estos rayos se percibe distinta conforme a la edad. A los 33 se distingue como un arco; a los 34 desaparece. A los 32, según mi ojo operado, tiene el color de la falda de mi madre, y a la par algo se siente: existe una agitación semejante a su caminar enojado.
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Antes de surcar el epitelio, en lugar de poner cuidado y ser valiente, se pasa enseguida a la fotosensibilidad. El hombre no puede con la luz, recuérdese: es imposible rebasarla. En su lugar, hay que conformarse con llegar a un tope. La anestesia te regala un prisma y flotan (el ojo es una pecera) los colores de las ondas electromagnéticas perceptibles. Lo que mirará un pájaro cuando entra en barrena.
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Es tan vasto el modo para calificar al invidente en árabe como sus poetas ciegos. Al-Safadī los compiló. En sus poemas, describen con suma precisión las percepciones lumínicas.
El color está en la mente, se sabe. Mi ojo escribe sus cuentos: érase que se enfadó tanto con un halo lavanda que terminó embelesado de sí mismo cuando le ofrecieron Riboflavina. El arcoíris giraba sobre él. Tras el dolor del legrado de la córnea se sintió artista visual.
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La topografía corneal muestra grosor, curvatura, relieve. Mi ojo, visto en imágenes, es como dos palomas que se besan, así dijo el doctor (tienen mejores metáforas que los poetas). Visto quizá en el siglo xvii es como este mapa astronómico. La distancia entre la tierra y la luna es igual entre un ángulo y otro de la córnea.
Posted: January 9, 2015 at 4:33 pm