Sólo quise poner el dedo en una llaga
Rose Mary Salum
Myriam Moscona es una poeta mexicana de familia búlgara sefardí. Autora de diversos libros, entre ellos, Vísperas (Fondo de Cultura Económica, 1996), El que nada (Era, 2006) y De par en par (Bonobos, 2009). Este último explora la poesía fuera de su construcción tradicional. Con Las visitantes (Joaquín Mortiz, 1989) obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes. Negro marfil. Ivory black, publicación bilingüe de Les Figues Press, obtuvo, por la traducción al inglés de Jen Hofer, el Premio Harold Morton Landon 2012, que otorga la Academia de Poetas Americanos. Moscona es también autora de diversos objetos y libros de artista. En 2006 le fue otorgada la Beca Guggenheim por un proyecto de poesía en judeoespañol que se transformó en Tela de sevoya, novela por la que obtuvo el Premio Villaurrutia y en torno a la cual gira la siguiente entrevista.
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Rose Mary Salum: ¿Cómo surgió la idea de escribir Tela de sevoya?
Myriam Moscona: Yo no sabía que iba a escribir un libro narrativo, mi proyecto era un libro de poesía. Con el dinero de la beca Guggenheim viajé a Bulgaria para encontrarme con los últimos hablantes del judeo-español y para buscar algo que, de antemano, estaba perdido: la historia familiar, las casas de mi madre en Sofia y de mi padre en Plovdiv y algo tan intangible como los fantasmas que, desde Bulgaria, me siguen guiñando el ojo.
RMS: ¿Por qué decidiste contar esta historia en una novela cuando la poesía es lo tuyo?
MM: Como te digo, estaba totalmente fuera de mis planes. Con los años, los procesos creativos se vuelven para mí cada vez más enigmáticos. Comencé a vaciar las notas de mi cuaderno de Bulgaria y Salónica. Comencé a escribir lo que hoy son las “kantikas” del libro, pero las historias, con todos los otros registros, se fueron imponiendo y yo iba jalando al lado contrario. Un día, solté la cuerda y dije: “que sea lo que tenga que ser”. Y comencé a escribir lo que hoy es el segundo fragmento de Tela de sevoya. Un buen día logré entender que tenía textos de muchos registros y les construí, digamos, una estructura para que cada uno estuviese representado. De allí surgieron los distintos títulos del interior del libro. Al darme cuenta que había varios géneros, decidí llevar más lejos esa proupuesta y acabé incluyendo hasta entrevistas. Y para ahondar más en tu pregunta, tenía claro que no quería escribir un libro de prosa poética. Eso sí lo sabía. Hay lectores que me han dicho que se nota que el libro está escrito por alguien que viene de la poesía. Otros, como Montiel en Letras Libres, ha dicho que es un libro que no se pierde en el lirismo. No creo que haya traicionado “lo mío” al escribir con otros registros.
RMS: Tus personajes representan dos versiones del tiempo, no sólo porque la abuela y su nieta pertenecen a generaciones distintas, sino porque esos personajes encarnan las distintas historias de nuestra lengua. ¿Podrías hablarnos sobre el ladino, el español y el espacio que los separa o, en su defecto, los enriquece?
MM: El fenómeno del judeo-español es fascinante. Ninguna lengua, que yo sepa, tiene el privilegio de tener atrás otra que te permita viajar en una máquina del tiempo. El español lo tiene, como si a través del ladino pudieras mirar la infancia del español.
Y como bien dices, entre una abuela y una nieta podía establecerse un espacio de quinientos años, pues ella habla en ladino y la nieta le responde en el español de hoy en día. Eso, lamentablemente, es algo que difícilmente volverá a ocurrir en la realidad. La razón es simple y trágica: es una lengua que está muriendo. Al menos hay que dejar viva su memoria.
RMS: En un momento de la novela en el que no se distingue si el capítulo es un pasaje onírico, “el hombre” dice: “Nunca pronostiques una muerte trágica en lo que escribes porque la fuerza de las palabras es tal que ella, con su poder de evocación, te conducirá a esa muerte vaticinada”. ¿Este libro es un vaticino? ¿Un desafío al poder de las palabras?
MM: Todos los pasajes oníricos del libro se llaman “Molino de viento” y éste que citas es uno de ellos. No se me había ocurrido la lectura que propones, me parece muy interesante, aunque en el libro no se pronostica la muerte del ladino… solamente se da cuenta de ello. Si te fijas, esto que señalas es un fragmento escrito con otra tipografía. Y se debe a que esas líneas, que he aislado hace años en mis cuadernos, son de Boris Pasternak y me parecen maravillosas.
RMS: “No dejes morir las palabras, tráelas contigo al río”, dice el abuelo en otro capítulo. Lo interesante de estos juegos intertextuales es que el encargo trasciende la ficción y se extiende al plano de la realidad que perpetúas como autora al sacar a la luz el ladino. ¿Podrías hablar de los giros que tomó nuestro idioma y “su abuelo” el ladino?
MM: Todo el libro juega con la frontera de la realidad y la ficción, de la vigilia y el sueño, del español arcaico y el conteporáneo, aunque también añadiría la frontera que separa a la vida de la muerte.
Como has visto, cito muchas palabras que se emplean todavía en las zonas marginadas de Latinoamérica y que son las mismas que usaban mis abuelos: “ansina”, “mezmo”, “ande juites”, “aiga”, etc. No es más que el español que se trajeron a América los primeros españoles y que, de alguna forma, se quedó congelado en algunos hablantes, generalmente los menos escolarizados. También hay muchas palabras incomprensibles para el español. “Parás” es dinero, “meldar” es leer, “aldikera” es bolsa. Y también hay bellezas como decirle “mansevez” a la juventud, “chikes” a la infancia, hombre “aedado” al hombre viejo. Cuando quieres que alguien guarde silencio, aunque es una expresión que diría alguien que está fastidiado, dices “cayadés” (de permanecer callado)
RMS: ¿Cómo llegaste a Jung, o cómo tu personaje llegó a él y a ese mundo simbólico que resuelve una parte del conflicto en tu novela?
MM: No, no creo que Jung resuelva algún conflicto en el libro. Es parte de las muchas voces que me ayudaron a leer, en distintas perspectivas, los asuntos que se plantean en Tela de sevoya. El pensamiento de Jung es apasionante. Me interesa leer lo que algunos teóricos tienen que decir sobre la psique y la conducta, sobre el comportamiento de los sueños. Lo que me apasiona de Jung es su mirada interdisciplinaria y, a veces, atrevida, aventurera. Hace convivir sus conocimientos de la antropología, la alquimia, los sueños, el arte, la mitología, las religiones, la filosofía, la psiquiatría. En fin…Hay algo de su pensamiento fronterizo que me parece muy original.
RMS: ¿Qué se muere cuando muere una lengua?
MM: Toda una visión del mundo, única e irrepetible
RMS: ¿Y qué se recupera cuando se la lee? Porque la lectura de Tela de sevoya nos obliga a los lectores a un profundo análisis y un esfuezo de imaginación para saber por qué azares se llegó a eso que ahora llamamos español.
MM: Yo no tuve la pretención de proponer ese análisis. Solamente quise poner el dedo en una llaga. Y resulta que en esa llaga confluye una historia de pérdida familiar y otra de pérdida de una lengua que me identifica personalmente pero que, en un sentido más amplio, identifica a todos los hablantes del español contemporáneo.
RMS: ¿Qué opinión te merece la poesía actual, la de los jóvenes en México particularmente entusiasmada con una experimentación vista en en los años setenta aunque auxiliada ahora por las nuevas tecnologías?
MM: Si la pregunta busca una crítica de mi parte, soy la persona menos indicada. Celebro y celebraré siempre esa voluntad de experimentar. Aunque Tela de sevoya no lo parece, también tiene, para mí, ese registro. Ahora bien, yo no podría aplaudir la experimentación de antemano. Tanto en la tradición central como en estos lenguajes tecnológicos, visuales, interdisciplinarios puede encontrarse mucha banalidad. Estoy a favor de ver caso por caso. Lo mismo cuando alguien, de un plumazo, descalifica la instalación: “Eso no es arte” ¿Por qué podría aceptarse esa generalización?
Por otro lado, la experiementación viene de la Edad Media. Los discos visuales de Abulafia me darán la razón. No sé de dónde se saca que son propuestas nuevas.Y más cerca en tiempo y geografía, tenemos la dicha de un Tablada.
Rose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de El agua que mece el silencio (Vaso Roto 2015) y Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing 2013) entre otros títulos.. Su twitter @rosemarysalum
Posted: July 10, 2013 at 3:29 am