Tres poemas
J. Andrés Herrera
INFIERNILLO
Sobre el Río Balsas
nada la memoria de un amigo.
Subimos en bicicleta al cerro de la iguana
y miramos florecer, a medio túnel, cerro adentro,
un ojo puro donde los militares y los azules
llenan sus garrafones de agua.
Descendemos tras visitar
la torre de vigilancia sobre la cortina,
Cortina que oprime el cauce del río.
A toda velocidad, se nos oprimía el corazón
carretera abajo:
calor incendiario, tierra reseca, piedras
y, más allá del dibujo, la primera enramada,
el olor de la mojarra frita.
Cada vez, la orilla un punto más lejano
donde se abren las compuertas
y el agua, la carne chupa para ser tragada
por el monstruo hidroeléctrico que descansa
bajo la tierra de aquel cerro.
Río adentro, donde quedan altas pozas tras bajar la marea,
alguien compone su tarraya.
Unos moscos enormes me traen alerta.
“Son tábanos”, me dice
mientras deja caer la red compuesta sobre el agua.
Canta: “cuando estábamos cortando rábanos,
unos besábamos y otros pescábamos…”
Aquellos jóvenes pescadores
de mojarra y cuatete,
que me cuidaron cuando era niño,
eran los jóvenes que no estudiaban
ni iban a la escuela, ni esperaban más nada
de una lancha prestada
y del oficio heredado de la tarraya.
Aunque su imagen es un ave blanca
volando hacia el mar en Playa Azul
y su oficio un cantar milenario,
nada hay más triste en Infiernillo
que los pescadores al morir el sol
dejando caer sus tarrayas
sobre el Río Balsas.
PAPÁ
Tus discos de Mike Laure,
del Acapulco Tropical,
de los Teen Tops.
Voz azul tendida sobre los campos de pápalo,
en la pista con Bienvenido Granda,
en las tiendas con Julio Jaramillo,
en las juventudes como dunas furiosas en Iguala,
al ritmo de Ray Conniff y La Santanera.
El pago de tu voz fue una despensa
y un racimo de secretos revelados en Taxqueña
al salir del centro comercial.
Y tú, tan de vender periódico;
y tú, tan de gelatinas, tan bolero, tan comerciante del tren;
y tu Club de Leones y tu cruzar el río en el fuego de Guerrero;
y tus nanches, tus guamúchiles, tus jumiles y tus huajes.
Miro tu rostro y entre dos espejos
un vaso de mezcal del bueno se multiplica.
Te amo, vértigo de nostalgias,
vorágine nocturna del refrigerador,
con el calor de Infiernillo en el pecho
y una luz como el sol de Iguala,
noctámbulo de estos pueblos.
Mi Teniente, a sus órdenes, aquí estamos.
CANCIÓN PARA EMMANUEL
Tú no eres el chico ejemplar de las fotografías.
Estás triste y siempre lo has demostrado.
No eres el chico con familia.
Tus abuelos están muertos.
Te metieron una malla bajo la pupila.
Estás roto del corazón, de la mente y del cuerpo.
No eres el chico guapo con ternura,
el amor inmediatamente moderno que puede negar su contexto.
No eres un hombre del futuro, un cambiante artista.
No tienes nada, ni siquiera formaste una familia.
Tu familia es la familia de un niño.
Tú no eres un fracasado porque no te gustaría serlo,
pero lo eres.
Estás aquí pronunciando algunas palabras,
susurrando algunos nombres,
buscando debajo de las piedras y los tapetes de computadora
el calor, el sexo, los hombres y mujeres que has de amar.
No eres un chico exclusivamente buen humano,
comprensible líder, capacitado para salvar al niño del nahual,
para ahuyentar el mal de ojo.
No eres un brujo, no tienes en el aire un sortilegio
ni un esbirro, estás inerme y sin alas
en el abismo de este mundo.
Chamán, ¿has pensado en dioses últimamente?
A veces tienes un amigo que se harta de ti pronto.
Pero en sí no tienes nada:
memorias del terror y de la furia.
No eres un chico agradable, odias al mundo y quisieras quererlo
y no querer al mundo te hace guardar un rencor horroroso contra ti mismo.
No tienes nada para salir a reventarle la cara al barrio;
para llenarte las manos con grietas de barro,
para aguantar el frío de las mañanas.
Tampoco eres un zombie que se esconde tras su portafolios,
o su jardín, o su nave espacial de trescientos mil años,
pero no tienes más que un cigarro de aire,
no tienes más que un aerolito de ideas,
un desplomarse en el mar sin manos
y que la ola y el ahogo te arrastren.
Mago, ¿has pensado en la ciencia últimamente?
Estás en el centro del fuego, considérate en plenitud.
Eres el ojo que renueva, la ciencia con aparatos para el vacío,
el mundo nuevo que siempre es la respuesta,
pero no evadas el mundo del destierro:
estás afuera del espejo, del otro lado del agua,
perdido en el aro de la aguja.
Tú no tienes nada que te haga un chico.
J. Andrés Herrera (Cuernavaca, 1990). Es autor de Eso que revienta (edición digital de autor, 2012), El morbo y las promesas (edición digital de autor, 2014), Cuernavaca Ska-Jazz Club (Mantra ediciones, 2015) y La tierra que nos dieron (El ojo, 2016). Obtuvo el primer lugar en el XVI Premio Universitario de Poesía “Décima muerte” (UNAM, 2013). En el 2015 fue beneficiario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Morelos (PECDA). Escribe una columna para la revista Operación Marte.
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Posted: November 8, 2017 at 9:26 pm