¿Quién mató a Esperanza López Mateos?
Oswaldo Estrada
Adriana González Mateos: Otra máscara de Esperanza (Océano, 2015)
¿Quién fue Esperanza López Mateos y por qué ha sido tan olvidada en la historia de México? ¿Qué tan importante fue su papel como sindicalista y activista política, su participación en la huelga de los mineros de Nueva Rosita (1950-1951) o su trabajo como traductora del misterioso B. Traven? ¿Se mató o la mataron una madrugada de 1951? La nueva novela de Adriana González Mateos trabaja con estas y otras interrogantes en torno a la misteriosa Esperanza, hermana del político Adolfo López Mateos, futuro presidente de México, y cuñada del famoso cinefotógrafo mexicano Gabriel Figueroa. Con este material de fondo, González Mateos desarrolla con audacia una vida fascinante: la de una mujer fuera de serie que libra batallas públicas y personales, transgrediendo normas sociales, expectativas familiares, prejuicios de género y valores morales.
El estilo ágil de esta obra detectivesca nos mantiene al filo del suspenso a lo largo de casi doscientas páginas, en las cuáles exploramos las posibilidades del suicidio como “parte de cierta ética revolucionaria” (27), las consecuencias de hablar por los menos privilegiados, la falsedad de los discursos revolucionarios, y lo que significa ser mujer y activista en un mundo masculino donde los héroes siempre terminan dos metros bajo tierra. Además, aprovechando el misterio con respecto a la verdadera identidad de B. Traven —incierta hasta la fecha—, la novela sugiere, entre guiños juguetones y pruebas sugerentes, que Esperanza utiliza este seudónimo para firmar sus propias novelas. El detalle no es menor ni pasa desapercibido. La posibilidad de que B. Traven (supuesto seudónimo del escritor alemán Ret Marut) sea Esperanza actualiza la situación de no pocas autoras que a lo largo de la historia han firmado sus obras asumiendo la identidad de un hombre. Al fin y al cabo —y esto no ha pasado de moda, como lo confirman las encuestas, los premios literarios, los nombramientos, las menciones honrosas— para una mujer “el nombre masculino asegura que la lean con seriedad y le permite mantener cierta independencia” (58).
A Adriana González Mateos (Ciudad de México, 1961), ganadora del Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1995 y del Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas 1996, la conocemos, entre otras razones, por su trabajo como traductora de William Carlos Williams y de Kamau Brathwaite, como autora de la colección Cuentos para ciclistas y jinetes (1995), y desde luego por su labor académica en el Taller de Teoría y Crítica Literaria Diana Morán. Si en su primera novela, El lenguaje de las orquídeas (2007), la autora expone sin tapujos el tema del incesto, el suicidio, el desdoblamiento de la personalidad, la invisibilidad de una mujer en un mundo que insiste en no verla, la locura, el silencio, la culpa y la escritura secreta como único refugio de vida, en Otra máscara de Esperanza se exploran los triángulos amorosos, las sexualidades alternativas, los exilios físicos y metafóricos, las razones por las que una mujer buscaría suicidarse, el dolor, la depresión, o el lugar ambivalente que siempre ocupa una mujer en un mundo político que busca eliminarla.
Aunque Esperanza está muerta desde que abrimos la novela, la conocemos a través de sus cartas, donde se revela como una mujer perseguida, acosada, pero también enamorada, decidida, pendiente de la próxima huelga o de los rumbos intempestivos del gobierno. Detrás del tono íntimo y confesional tan típico de las cartas familiares, hallamos intacta la voz de una mujer que escribe para comunicarse con su misterioso B o Herr T querido —cómo dudarlo— pero también, y sobre todo, consigo misma. “¿Quién soy?,” se pregunta Esperanza en una de sus cartas, sólo para contestarse unas líneas después: “Es un poco cruel, pero cualquier cuchara de mi cocina durará más que yo. Me parezco más al agua que escapa por la coladera, a veces más sucia, más cargada con los restos del día, sin parar siempre” (177).
Entre una y otra carta, o entre las averiguaciones de Marco Tulio Aldama, el agente del Ministerio Público que debe cerrar cuanto antes el caso de la misteriosa muerte de Esperanza, hallamos un retrato magistral del gran Salvador Novo, el cronista oficial de México, el intelectual orgulloso de su homosexualidad en un medio machista y homofóbico. Si encontramos a Jorge Cuesta en A pesar del oscuro silencio (1992) de Jorge Volpi, a Ramón López Velarde en El Testigo (2004) de Juan Villoro, y a Gilberto Owen en Los ingrávidos (2011) de Valeria Luiselli, a Salvador Novo, otro de los miembros del grupo Contemporáneos, lo hallamos lleno de vida en diversos fragmentos de Otra máscara de Esperanza. Lo conocemos entre telones: agudo como ninguno, perspicaz, amanerado, temido por políticos que no quieren aparecer en sus crónicas, elegante y entretenido. Aldama se acerca a Novo para saber más de Esperanza, para explorar con él las probabilidades de su aparente suicidio. Así descubrimos a una Esperanza de armas tomar, secretos de la familia López Mateos y a un Novo que entre el vaivén de sus manos y la coquetería de su voz esconde y revela a un mismo tiempo: “el discernimiento, los cálculos, la puntería de un analista político” (99).
Uno siempre escribe desde lo que es. Para reconocerse o para inventar una nueva versión de uno mismo. Esto se sabe. Al retratar a Esperanza como traductora, González Mateos no deja de retratarse a sí misma en el oficio de descifrar las palabras de otro idioma, tomando en cuenta múltiples significados culturales, los sentidos ocultos, los aciertos de algún error lingüístico, o esas cosas que sólo suenan bien en cierta lengua y que carecen de equivalentes apropiados en otra. Y de pronto, mientras leemos a una, oímos a otra. Y nos hallamos con una serie de “palabras en flujo, sacudidas por uno de los sismos de esta tierra, por las erupciones de los volcanes, tantas otras en plena transformación, ni alemanas ni inglesas ni españolas, sino en proceso de decir algo siempre provisional, sujeto a revisión” (86). Adriana escribe por Esperanza, es cierto, pero en el proceso de la escritura metatextual Esperanza describe a Adriana sin que se note cuál de las dos mujeres traduce a su compañera de oficio. Y nosotros, los lectores, quedamos en la novela como intérpretes o intermediarios de un discurso que invita a la lectura detectivesca, a las paseos deductivos, a las caminatas imaginarias.
El misterio de la muerte de Esperanza se resuelve en las últimas páginas, pero importan más los caminos y desvíos, los callejones laberínticos que nos llevan de un capítulo a otro con elegancia, salidas oportunas y sostenido suspenso. Adriana González Mateos acaba de publicar And then… Andenes. Crónicas NY DF (2015). Las crónicas prometen historias de inmigración, perfiles de la gran ciudad y retratos de gente diversa que vive con un pie aquí y otro allá. Ahí también nos espera la autora con nuevos misterios, otras máscaras, y con suerte: tal vez algo de esperanza.
Posted: February 22, 2016 at 7:33 am
Un libro ligero y de excelente factura, que mantiene el suspenso y propone otra lectura de la historia de las intelectuales comprometidas en México.