#Covid19DíasDeGuardar
Pandemia
COLUMN/COLUMNA

Pandemia

Francisco Hinojosa

Enero, febrero y principios de marzo empezaron un tanto más rápido que otros años: viajes a Mazatlán, Querétaro, Tepic y Monterrey, además de algunas cuantas actividades en escuelas, librerías y ferias del libro: y por delante, hasta principios de junio, dieciséis viajes en puerta: La Habana, Ciudad Obregón, Cholula, Puebla, Arandas, Xalapa, Buenos Aires, Montevideo, Puerto Vallarta, Morelia, Washington, León, Mérida, Ciudad del Carmen, Ciudad Juárez y Tuxtepec, en ese orden: todos cancelados o pospuestos por la amenaza de una epidemia que poco a poco fue viajando, primero como una noticia de un mal que afectaba una región de China, y luego como una enfermedad que podía viajar de continente en continente dejando a su paso la devastación de contagios, muertes, aislamiento, toques de queda, indefensión sanitaria: y también escepticismo de algunos ante la amenaza o preocupación de otros por las consecuencias catastróficas que se avecinaban: en fin: un virus con pasaporte, visa y pase de abordar en todos los aeropuertos y cruces fronterizos ante el azoro de millones de pasajeros que se quedaron varados.

Marzo empezó muy accidentado: primero fue la caída de nuestro gato Sam desde un séptimo piso, en la que gastó una de sus vidas ya que no solo sobrevivió gracias a la atención recibida a tiempo en un hospital veterinario sino que regresó a casa más gato que nunca: y luego, trece días más tarde, por la noche del domingo quince, fui yo el que cayó al suelo: el labio inferior reventado y bañado en sangre: algo me desconectó un instante del mundo: un apagón repentino sin un anuncio que lo previera: quizás una breve convulsión debida a una epilepsia focal que padezco desde hace algunos años pero que nunca se había manifestado de esa manera: un apagón y una caída libre que me tumbó a la lona sin noquearme ya que tuve la reacción, después del impacto, de llamar por el celular a Tanya, mi esposa, que acudió de inmediato a tratar de parar la fuente de sangre con agua oxigenada y hielo: luego un black out: no guardo memoria de las horas transcurridas desde las diez y pico de la noche hasta las cuatro y media de la mañana del día siguiente que me levanté muy adolorido y con la sensación de que algo me había sucedido: visita al neurólogo, cuatro estudios de laboratorio, visita a la dermatóloga, visita a la cardióloga, medicamentos, cambio de vida: suspensión no apelable de bebidas alcohólicas, salvo una copa de vino por las noches: como si las medidas sanitarias y el distanciamiento social no fueran suficiente castigo.

Pero ya se fue marzo dejando a su paso la noticia de que todo tendría que cambiar: nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos, la empatía y el miedo, el paro forzado frente a el esceptisimo de algunos, de muchos, los ojos puestos en las calles semidesiertas, la atención a las estadísticas de números que no entendemos a plenitud, el metro y medio de distancia que nos separa de los otros, la imposibilidad de abrazarse: eso que nunca habíamos vivido ni creíamos que pudiera suceder porque la historia, decíamos, no suele repetirse: los tiempos de recesión profunda o de postguerra que conocíamos solo por lecturas: sí, los idus de marzo no fueron tales: le dieron el paso a ese abril que “es el mes más cruel” de Eliot, aunque quizás no: lo que sigue vendrá cargado de un veneno más potente que nos hará exclamar, con Amado Nervo: “¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!”: las fases tres, cuatro o cinco que le pondrán el termómetro a la salud y a la economía, el aprendizaje de una nueva manera de convivir y estar a solas, las noticias que ya no queremos leer o escuchar pero que nos imantan con el atractivo de su determinismo: más que nunca nos vemos polvo, granos de arena que se tornan gigantes indefensos ante ese diminuto bicho que nos acecha con su condición de ser invisible: nuestra fragilidad ante esta nueva amenaza, queremos creer, puede ser nuestra fortaleza, que no coincide con esa otra mirada que ve a la humanidad a través de los anteojos de la política, los banca, las grandes empresas, las farmacéuticas que lucran con el dolor, el abandono de los más necesitados, el desprecio a la defensa del cambio climático, la prepotencia de quienes, desde su búnker o su yate, se creen vacunados contra cualquier mal: sabemos que todo pasará, pero aún desconocemos las consecuencias: como un potente tsunami que nos mantuvo durante días resguardos en un refugio y al salir reconocemos cuál fue su paso: árboles derribados, embarcaciones estacionadas a un kilómetro de la costa, casas convertidas en pozas llenas de agua, cuerpos diseminados que reclaman un entierro digno, peces muertos donde antes había un camino de terracería: un futuro ante nosotros que lo que más desea es regresar a un pasado que se ve remoto porque aún desconocemos los siguientes pasos: solo sabemos que los próximos días crecerán los contagios y las muertes, que en poco tiempo los hospitales no se darán abasto, que los insumos médicos serán insuficientes, que se dará prioridad de atención de emergencia, en caso de ser necesario, a los más jóvenes y que se dejará a un lado a quienes ya hemos recorrido un largo trecho: algo que no es nuevo en la historia, y seguramente justo, a pesar de que la bioética se oponga.

15 de abril.

Francisco Hinojosa es poeta, narrador y editor. Es autor y antologador de más de cincuenta libros y columnista de Literal. Su twitter es @panchohinojosah

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: April 21, 2020 at 7:48 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *