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En defensa de la libertad académica

En defensa de la libertad académica

José Antonio Aguilar Rivera

Creímos que, como país y academia, habíamos llegado a un punto de madurez política en el cual la crítica –y la libertad en la que ésta se basa–  eran vistas como integrales a nuestro quehacer. La transición a la democracia pareció confirmar esa creencia.

Cuando ingresé a la academia, a mediados de los noventa del siglo pasado, el régimen político posrevolucionario autoritario estaba en su etapa crepuscular. Como estudiante de doctorado presencié el caótico año de 1994. Cinco años después de convertirme en investigador del CIDE ocurrió la alternancia en la presidencia. La institución a la que me uní había sido creada y moldeada, de distintas maneras, por ese régimen que estaba en sus últimos años, aunque nadie lo sabía de cierto entonces. Había mucho que criticarle a ese decrépito ogro filantrópico. Con todo, había ciertas reglas o regularidades informales y algunas de ellas habían sufrido cambios notables.

El pluralismo existía, pero tenía límites reales. Durante décadas la figura presidencial fue intocable, pero para el sexenio de Ernesto Zedillo se podía criticar al presidente con bastante libertad. No sólo las plumas de peso, sino las bisoñas, como la mía. Desde 1993 comencé a publicar artículos en El Financiero gracias a la gran generosidad del periodista Joel Hernández. Zedillo era tundido en la prensa todos los días. Ese era el ambiente en 1995 cuando aterricé en la División de Estudios Políticos del CIDE. Nadie era tan ingenuo para creer que la institución estaba aislada de las presiones de un “régimen de partido hegemónico”, como se le llamaba entonces, pero nadie jamás osó dictarnos línea política alguna. Tampoco nos prohibieron escribir en la prensa ni ocuparnos críticamente del sistema político mexicano. Colegas como Nacho Marván, abiertamente en la oposición, investigaron y publicaron con absoluta libertad. Nacho incluso quiso ser senador.  Había filias y fobias, sin duda,  pero no había comisarios institucionales. Creímos que, como país y academia, habíamos llegado a un punto de madurez política en el cual la crítica –y la libertad en la que ésta se basa–  eran vistas como integrales a nuestro quehacer. La transición a la democracia pareció confirmar esa creencia.

…por primera vez un director en funciones nos dijo sin un dejo de rubor que el CIDE no era una universidad sino un organismo paraestatal cuya misión era “ayudar” al gobierno. En el ocaso del autoritarismo posrevolucionario nadie osó negar la misión del CIDE como un centro de investigación cuyo objetivo era crear y diseminar conocimiento al tiempo que formaba recursos humanos de muy alta calidad. La regresión es brutal.

Vivimos doce años de gobiernos del PAN y seis del PRI. Los retos que esos gobiernos implicaron para el CIDE fueron diversos, pero nadie pretendió dictar línea política a los investigadores. Lo más cercano a ellos fue cuando un director, en un informe de fin de año, recomendó “prudencia” al claustro. Nadie le hizo caso.  En veinte años se institucionalizó el CIDE y se acotaron –que no eliminaron— los espacios de discrecionalidad al tiempo que se creaban lentamente procesos e instancias colegiadas que gradualmente heredaron algunas de las facultades de los directores. Era imperfecto, pero era una clara vía al progreso. Todo eso se interrumpió en 2018 cuando inició la regresión autoritaria en México. No volveré a contar esa historia que, desafortunadamente, se ha convertido ya en parte de la historia reciente del país. Baste decir que por primera vez un director en funciones nos dijo sin un dejo de rubor que el CIDE no era una universidad sino un organismo paraestatal cuya misión era “ayudar” al gobierno. En el ocaso del autoritarismo posrevolucionario nadie osó negar la misión del CIDE como un centro de investigación cuyo objetivo era crear y diseminar conocimiento al tiempo que formaba recursos humanos de muy alta calidad. La regresión es brutal.

Si bien es cierto que hasta ahora la intervención abierta en las agendas de investigación ha sido poco usual –así como los despidos– se han ejercido otras estrategias para demoler lo existente, menos coactivas. Las contrataciones han sido entorpecidas y demoradas hasta que los candidatos ganadores de los concursos hartos optan por buscar otras opciones de empleo. Se han congelado plazas vacantes sin mayor explicación. Eso es aún antes de que, previsiblemente, se modifique el Estatuto del Personal Académico (EPA) después de la reforma, sin el consentimiento del Consejo Académico, del Estatuto General del CIDE de finales de 2022. El efecto desmoralizador ha sido terrible: de 2018 a la fecha la División de Estudios Políticos perdió al 65% de sus investigadores.

En segundo lugar, se ha limitado radicalmente el financiamiento, y con ello la factibilidad, de ir a congresos y conferencias académicas. Durante décadas mis colegas expusieron en diversas partes del mundo sus investigaciones, muchísimas de ellas críticas de la realidad institucional, política y social de México. Eso no es turismo académico sino un componente central de lo que hacemos. Y gracias a ello, en parte, el CIDE obtuvo un reconocimiento mundial de primer orden. En el pasado los vaivenes de los presupuestos públicos limitaron la capacidad de la institución para apoyar a sus investigadores, pero jamás estuvo en duda la justificación sustantiva de participar en los principales foros de las ciencias sociales en el mundo.

La forma que ideó el actual régimen para hacer que se escuchara menos la voz de los investigadores del CIDE fue primero limitar la plataforma institucional que era su foro natural. La capacidad para organizar eventos públicos fue monopolizada de manera facciosa para poner los espacios del CIDE al servicio de personas e instancias externas con una clara agenda ideológica a favor del gobierno. Se restringió el uso de los investigadores de su propia institución. En segundo lugar, se intenta limitar indirectamente la exposición internacional de ideas críticas al negar recursos para viajar a congresos y conferencias, aunque se cuenta con un presupuesto para ello. Mientras que en el pasado las divisiones académicas eran las que decidían, a partir de una bolsa parcialmente auto generada, cómo asignar los recursos entre sus investigadores a partir de reglas consensuadas, los interventores del CIDE los centralizaron para ejercerlos de manera discrecional y vertical. Las autoridades ahora deciden sin reglas claras qué financiar.

Una negra nube se cierne sobre la libertad de investigación, no sólo en el CIDE. Es un efecto, tal vez natural, de la restauración autoritaria en marcha en México.

Si bien el uso faccioso del dinero público constituye una forma de control, los interventores del CIDE han ido más allá. No solo deciden discrecionalmente la asignación de recursos sino que ahora pretenden conceder o negar permisos o licencias a los investigadores para participar en eventos estrictamente académicos. Una cosa es no otorgar viáticos y otra no permitir la asistencia a un congreso. Esa pulsión autoritaria no tiene precedentes en los casi 30 años que he sido investigador. Las implicaciones rebasan al CIDE en general y a mi persona en particular. Ese grado de arbitrariedad suscita aún una fuerte reacción en la comunidad académica nacional. La exhibición pública todavía tiene cierto efecto disuasivo, pero, ¿por cuánto tiempo? Una negra nube se cierne sobre la libertad de investigación, no sólo en el CIDE. Es un efecto, tal vez natural, de la restauración autoritaria en marcha en México. Sin embargo, quienes hemos hecho nuestra carrera en una institución de educación superior del Estado mexicano no estamos dispuestos a cruzarnos de brazos. Su promesa, y su historia, nos obligan a decir, como Octavio Paz, NO. Después de todo, todavía podemos ejercer la crítica, es decir, sueño en libertad.

 

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1

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Posted: February 20, 2023 at 7:01 am

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