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Filosofando con armas

Filosofando con armas

Simone Gluber

Traducción de Rose Mary Salum

En cuestión de meses en las oficinas, bibliotecas y salones de clases donde yo estudio, trabajo y enseño en la Universidad de Texas en Austin, se podrá portar armas libremente —habrá áreas específicas para personas con el permiso respectivo. El proyecto de ley que permite portar armas dentro de los campus universitarios es un regalo en el cincuentavo aniversario de los legisladores de Texas. Para cuando la ley entre en vigor el primero de agosto, se cumplirán también 50 años del día en que un joven armado subió a la torre del reloj ubicada dentro del campus universitario y disparó a quemarropa a 45 personas, catorce de las cuales murieron. Este fue en el primer caso de un tiroteo masivo en una universidad americana.

Tras firmar en junio del año pasado el proyecto que se convertiría en ley, el personal administrativo comenzó a seccionar mi entorno en zonas para portar armas y otras en donde están prohibidas. ¿Revólveres en los salones de clase? Sí. ¿Revólveres en eventos deportivos? No. Ya involucrada en este espectáculo, realicé dos cosas para las que he sido entrenada como filósofa: comencé a debatir entre mis colegas y escribí un ensayo crítico. Una vez que lancé mi protesta al abismo, pude experimentar un periodo de paz

Mientras se acerca el mes de agosto me encontré de nuevo atraída a los problemas prácticos y filosóficos que implica la portación en el campus. Me parece que si de verdad nos importa el futuro de la educación en Estados Unidos debemos preguntarnos por aquellas cuestiones de valor que están en riesgo en una universidad armada. La ley de portación en ciertas áreas del campus no es, después de todo, exclusivamente un proyecto de ley tejano. Tiene precedentes en otros estados y, dadas las condiciones del clima político, podría ser emulada en algún otro lugar.

Gran parte del debate dentro del campus se ha enfocado en el riesgo físico –la altísima posibilidad de suicidio, violencia doméstica, asaltos o disparo accidental. En efecto, la sola idea de correr el riesgo de que exista un accidente persuadió a la administración de la universidad sobre la conveniencia de que los estudiantes portaran sus armas en los salones de clases antes que dejarlas depositadas en los casilleros ubicados fuera de ellos. El grupo asignado por el presidente de la universidad para dar recomendaciones sobre la implementación de la portación de armas determinó que “una política que incremente el número de instancias en las que un revolver debe ser resguardado multiplica el peligro de que se de una descarga accidental”. De ese modo y como no se puede confiar en que las personas guarden cuidadosamente sus armas en los casilleros, ahora las portarán en los espacios de aprendizaje.

Para evaluar los riesgos físicos de la portación en el campus debemos confiar en los estudios cuantitativos. Pero como filósofos, mis colegas y yo podemos hablar de las amenazas menos explícitas que la portación de armas trae consigo volviendo a nuestra antigua tradición de estudios cualitativos sobre violencia y su papel en los asuntos humanos. Pensemos en el salón de clases, por ejemplo. ¿Qué sucede cuando sus ocupantes sospechan que alguien ha introducido una pistola? Las armas representan una amenaza para las clases como espacio de discurso y aprendizaje a pesar de que el portador nunca llegue a utilizarlas.

En general, no nos sentimos intimidados por las personas físicamente fuertes presentes en los espacios reservados al debate intelectual (aunque lo estemos en otros contextos, como un ring de box o un pasillo oscuro) pero sí nos inquieta la presencia de un revólver. Esto se debe a que una pistola no está allí para contribuir al buen debate. Existe fundamentalmente para mutilar y matar. Su presencia está tácitamente relacionada con el daño físico.

Pero el arma en el salón de clases también expresa la actitud desumanizadora hacia otros seres humanos porque es inherente al uso de la violencia. La violencia y las armas se asocian a una actitud en la cual los seres humanos figuran como medios y no como finalidad en sí mismos –inherentemente valiosos. Tratando de adaptar la caracterización de la fuerza en el ensayo de Simone Weil “La Ilíada o el poema de la fuerza”: la violencia es “una X que convierte en cosa a todo aquél que se le ha sometido”. Cuando enfundo un arma y salgo a un espacio público altero las cualidades de ese espacio. Estoy introduciendo un objeto que transmite una actitud en la que las personas figuran como cosas; ya sea como obstáculos que debemos superar, artículos manipulables o como potenciales cadáveres. Una pistola es un objeto que acarrea consigo un sentido y una potencia que es pública y afecta a todos a su alrededor, sin importar las intenciones del que la porta.

Como ha observado el filósofo Richard Bernstein, vivimos en la que podría ser llamada “la era de la violencia”, inmersos en un caldo donde lo imaginario se mezcla con fantasías de imágenes violentas. Y es difícil bajo estas condiciones de saturación cultural renunciar a la exactitud que la violencia parece ofrecer en sí misma. Pero cuando nos armamos y entramos a un salón de clases, nos percibimos y percibimos a los demás en términos de fuerza, los percibimos como “cosas” y no como iguales en pensamiento y discurso. Por lo tanto, ponemos en peligro los valores humanísticos que (acompañados con una justa ayuda de conflicto verbal) caracterizan la conducta de lo mejor de la vida escolar.

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Además de estas consideraciones relativamente abstractas, permanece la necesidad de un mayor trabajo filosófico más concreto que concierne a la portación de armas en la universidad –un trabajo ubicado en el tema de género, raza y teoría laboral. Necesitamos plantear la pregunta: ¿Qué cuerpos tienen el riesgo mayor? ¿Qué daños desproporcionados podría revisitar la ley con respecto a las personas de color?

¿A qué tipos de amenazas psicológicas y físicas pueden ser sometidos los empleados en el ambiente laboral? ¿Cuál es el significado de esta ley para la libertad académica?

Finalmente, para todos aquellos que enseñamos en universidades armadas necesitaremos confrontar problemas pedagógicos. Como filósofa trabajo con cuestiones desafiantes, polémicas e incluso molestas. Como profesora de filosofía, trato de infundir estas cuestiones entre los estudiantes y proveerlos con las herramientas críticas para perseguir investigaciones independientes.

Hace algunas semanas leí con mis estudiantes la novela El extranjero, de Albert Camus, y analizamos el tema del suicidio –o si la vida valía la pena de ser vivida. Esta es una cuestión importante (la pregunta es importante si debemos creerle a Camus), pero exige un tratamiento llevado a cabo con sensibilidad. Mi peor miedo es que un día, mientras esté enseñando problemas como estos, tendré a un joven Werther en mis brazos. En mi opinión, la normalización de las armas en los campus universitarios enfatiza la probabilidad de un evento así. Por consiguiente, ¿qué debemos hacer para ser profesores responsables?

Tal vez debamos abandonar las grandes preguntas moralmente importantes. Quizás cuando enseñemos el existencialismo debamos mantenernos alejados de cualquier material que esté lidiando con el significado y el sinsentido de la existencia. Y tal vez, cuando enseñemos problemas morales contemporáneos, debemos evitar discutir temas como el aborto, la raza y el derecho a portar armas. Algo así no es inconcebible. En una presentación de diapositivas sobre portación de armas organizada por maestros de la Universidad de Houston se aconsejó a los maestros “tener cuidado con asuntos sensibles: evitar ciertos temas del curriculum y no ‘estirar la liga’ si percibían enojo…” Claro, si resolvemos que la cuestión más importante, cuando se permiten armas en las universidades, es evitar tópicos que pueden provocar fuertes sentimientos: entonces no tiene sentido continuar enseñando filosofía. Pero antes de abandonar la filosofía, decidamos si hay algo que podemos o debemos hacer para resistir las amplias políticas de portación de armas. Resolvamos dónde la resistencia no tiene posibilidades para pensar cuidadosamente acerca de qué se necesita hacer para proteger la práctica de investigación filosófica y a nuestros estudiantes del peligro.

*Este ensayo aparece en Literal con el permiso de la autora y fue publicado originalmente en inglés en el New York Times

SimoneGublerSimone Gubler es candidata al doctorado en filosofía en la Universidad de Texas en Austin. Actualmente está escribiendo una disertación del papel del perdón en la vida pública y la ética secular.


Posted: May 16, 2016 at 9:41 pm

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