Héctor Manjarrez: el cuento como biografía
Alejandro Badillo
• Historia. Cuentos reunidos, de Héctor Manjarrez (Era/ Universidad Autónoma de Sinaloa, 828 pp.)
Ignoro si en la academia Héctor Manjarrez (Ciudad de México 1945) es incluido en la llamada Generación de la Onda. Nacido en 1945 en la Ciudad de México, lo separan pocos años de Gustavo Sainz (1940) y de José Agustín (1944), dos de los escritores más vinculados con aquel movimiento bautizado por Margo Glantz en un ensayo publicado en 1971. La Generación de la Onda, más allá del mote y de su uso, sirvió para representar a un grupo de autores que trataron de romper con la idea prevaleciente de lo literario, apoyados en los movimientos contraculturales de los años 60, el apropiamiento de la estética pop, el registro de los cambios sociales a inicios de la segunda mitad del siglo XX, entre otros elementos.
Los cinco libros de cuentos de Héctor Manjarrez, reunidos por Ediciones Era y publicados en coedición con la Universidad Autónoma de Sinaloa, representan muy bien las búsquedas de La Onda. Desde Acto propiciatorio (1970) hasta Los niños están locos (2016) tenemos, además de la construcción de un estilo en el cuento, la reafirmación de temas y obsesiones. Es interesante comparar la carrera de Manjarrez con la de José Agustín y Gustavo Sainz. Los tres autores se mantuvieron activos durante las décadas que siguieron a los 60. Sin embargo, a pesar de los libros publicados después de los años de esplendor de La Onda, cuando acaparaban todos los reflectores –pensemos en La tumba, De Perfil o Gazapo– queda la impresión de que la mayor parte del grupo trató de responder más a temáticas sociales que a una búsqueda individual. Si las generaciones anteriores tenían como ancla la historia de México algunas obras de los autores nacidos en la década de los 40 evidencian la necesidad de ir al parejo con los cambios cada vez más veloces que ocurrieron en el país en las últimas tres o cuatro décadas del siglo XX. La fórmula era estar actualizados siempre y no dejar que el tiempo convirtiera a los años sesenta –sobre todo su literatura– en una pieza de museo. Se mantuvo, por supuesto, el registro coloquial del lenguaje y cierta experimentación en la estructura de las obras, pero siempre al servicio de la discusión del momento. Esto se ejemplifica en los últimos proyectos de Gustavo Sainz en los que construía la trama a través de correos electrónicos o trataba de reflejar el cambiante mundo de las finanzas en los que cada segundo involucra un cambio y sus repercusiones son a gran escala.
La obra de Héctor Manjarrez, a contracorriente de esta intención, al menos en sus cinco libros de cuentos publicados hasta el momento, no sigue el correr del mundo, sino que se refugia en los años dorados de la niñez y la juventud. Cada uno de los cuentos funcionan como el fragmento de una biografía que se revisita con nostalgia. Por esta razón, además de las historias o los engranajes que las mueven, hay una particular atención a los escenarios: ciudades de Europa del Este, Inglaterra, la Ciudad de México, la provincia mexicana, entre otros. Sin caer en la trampa de leer una obra a través de la biografía del autor, hay una relación evidente entre las vivencias de Manjarrez y sus cuentos. La salida del país –una suerte de autoexilio compartido con otros miembros de su generación–, el desencanto posterior al movimiento estudiantil del 68, la experimentación con las drogas, la búsqueda de una revelación íntima a través del sueño y el encuentro en la naturaleza; al final del camino, el regreso al paisaje de la infancia, son las etapas, el viaje circular, que se pueden entrever en los cuentos reunidos por Ediciones Era. Por esta razón, más allá de una interlocución con el mundo, tenemos una indagación personal que se usa como materia prima para crear personajes e historias.
Quizás si exceptuamos Acto propiciatorio de 1970, los demás libros de cuentos de Manjarrez son escritos con una visión de remembranza, una memoria construida a partir de fragmentos. Si consideramos que el autor estuvo fuera de México entre 1962 y 1971, podemos pensar que salió de un país aún con férreas anclas en un pasado estático, casi monolítico, a uno en plena renovación, bullente, con crisis constantes y herido, a la postre, por los hechos de 1968. Quizás, si entendemos esto, podemos imaginar la labor de la escritura no sólo como el arte de contar una historia sino como el intento de recobrar una biografía y explicar algo que no se vivió a través de lo que se dejó atrás. Tratando de englobar un primer elemento que acerque al lector a los cuentos de Manjarrez, se debe resaltar que las historias no están determinadas por un solo foco. A veces más cerca de la novela corta que del cuento, las situaciones que sortean los personajes no son ejes definitivos sino pretextos para extender la narración y explorar cada uno de sus detalles. Acto propiciatorio, primer libro de cuentos, se puede entender como una búsqueda por romper el cuento tradicional y apostar por elementos anárquicos. “Johnny”, el primer texto, es buen ejemplo de ello. Partiendo de la figura de un cowboy convencional, Johnny Miles que, sin mayor explicación, aparece en la casa de una familia mexicana. Lo particular del cuento no es el acto de magia que tenemos que asumir sino la trama que se desarrolla a partir de ese evento. En lugar de resolver un misterio se muestran las relaciones que se construyen entre los personajes. La prosa, en este primer libro, rehúye la retórica deslumbrante, aunque no explota –como lo hará después– el registro coloquial de sus personajes. Lo relevante, en esta primera etapa, es la voluntad por abarcar grandes espacios temporales en lugar de ceñirse al breve espacio en el que se mueve el cuento tradicional, sujeto a un elemento que detona todo y que provoca un final casi inmediato. “The Queen”, otro de los relatos del volumen, sigue la misma idea: se desarrolla el personaje y sus exploraciones, son en realidad, las que dan forma a la anécdota. También, como a sus compañeros de generación, a Manjarrez le interesa cambiar el punto de vista, intercalar digresiones o narrar escenas que funcionan sólo para establecer un contexto y no porque aporten información significativa al cuento.
En su segundo libro de cuentos, No todos los hombres son románticos, Manjarrez se vuelca a algunos temas y obsesiones que recorrerán sus libros de cuentos y que se asoman en Acto propiciatorio. En primer lugar, está el sexo, pero no como un acto de iluminación espiritual sino como una forma lúdica, en la que se concentra la rebeldía. Si antes de los movimientos contraculturales el sexo era un tabú, ahora es un territorio para explotar. El cuerpo, para los personajes de estos cuentos, es una forma de conocimiento y de transgresión. “Historia” es, en muchas maneras, una especie de biografía sentimental del personaje y, además, un guiño. Manjarrez parte de los Beatles, el París que recorrió y escribió Cortázar, y se mete, de nuevo, en la biografía de un personaje. Como en los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, los protagonistas de No todos los hombres son románticos experimentan el cosmopolitismo desde la carencia y apenas entrevén el glamur del turista que viaja a Europa con todos los gastos pagados. Como en su primer libro de cuentos, al autor le interesa más la construcción de un personaje que una anécdota que lo determine. “Política”, uno de los textos más interesantes, es un ajuste de cuentas –visto y sentido a través de Andrés, el protagonista– con los movimientos sociales que empezaron en los años cincuenta y que fueron objeto de la represión gubernamental. Por supuesto, aparece en el recuento octubre del 68, pero la intención del autor no es la denuncia social sino abordar, desde la biografía de una persona, los saldos que arroja la pérdida de una época. Más allá de una crónica puntual, Manjarrez busca –como lo han dicho algunos críticos– las preguntas. Andrés observa la disolución de los ideales y los paradigmas. Los años pasan y el escepticismo gana la batalla. Una de las últimas imágenes del relato, la de un hombre que no se reconoce en el espejo, es una metáfora generacional. Este cuento conmueve, precisamente, porque funciona como una especie de biografía colectiva en la que caben no sólo escritores, sino líderes estudiantiles, jóvenes que acumularon derrotas y que, en algunos casos, se convirtieron en extraños de sí mismos.
Si la biografía entrevista en esta recopilación de cuentos empezó en la Ciudad de México, en un punto anterior a la revolución de los sesenta, para después aterrizar en el exilio europeo, la siguiente parada implica un retorno al país. Anoche dormí en la montaña, publicado en 2013, es un viaje al pasado que se regodea en las experiencias psicodélicas de los años 70 y el movimiento hippie. Atrás quedó la rebelión del cuerpo y del sexo. Es cierto, los personajes aún son determinados por sus pulsiones, pero a diferencia de los anteriores, que apenas piensan en asuntos trascendentales, ahora leemos a hombres y mujeres ensimismados, reflexionando mientras caminan por escenarios que intentan entender. En este libro hay una voluntad por recrear los estados de ánimo que aparecen por el contacto con la naturaleza, el mundo indígena, la línea que divide el sueño de la realidad. Manjarrez usa, de una manera más explícita, los cuentos como los capítulos de una novela. A pesar de los chispazos de humor y la habilidad para la construcción de diálogos, se percibe cierta condescendencia en las narraciones. Llegados a esta etapa, el autor reproduce el formato de relato largo, casi nouvelle, y se abandona a la descripción de ambientes y personajes. En absoluto son cuentos fallidos porque son congruentes con su propuesta. Sin embargo, la fidelidad al mundo que se construye cuento a cuento impide que el autor busque en la atmósfera, entre otros elementos, herramientas para deslumbrar al lector.
Finalmente, en Los niños están locos, libro de cuentos publicado en 2016, Manjarrez parece, finalmente, regresar al punto de origen para decirnos que el mundo de la infancia es su territorio idílico, una zona en la que se mueve con mayor libertad. La solemnidad de Anoche dormí en la montaña se rompe con las aventuras de personajes adolescentes o niños. En este libro, Manjarrez explota la gran capacidad que tiene para recrear a la Ciudad de México. El mejor cuento de esta serie es “Atlante-Necaxa”. La virtud es, por supuesto, la escritura de personajes que, casi de inmediato, se vuelven entrañables. La historia, en apariencia simple, de una bronca en un partido de futbol, deja en evidencia los mecanismos y abusos del gobierno. Al contrario de otros cuentos del autor, la tensión se perfila a través de un sentimiento de amenaza que crece mientras avanza la lectura. Otro cuento futbolístico, “El arquero y lo que le sucedió”, es un estudio detallado de la ciudad y sus costumbres. Partiendo de un prólogo que se antoja demasiado extenso, Manjarrez pone manos a la obra y pinta con detalle autos, avenidas, camiones atestados de gente, edificios y la atmósfera de una ciudad que sólo existe a través de fotografías. El crecimiento de un niño y su iniciación romántica, que recuerda al Carlitos de Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, son un colofón de esa revisita al pasado.
Una de las virtudes en los cuentos de Manjarrez es su oído para captar las tonalidades del habla. Es cierto, se regodea en lo coloquial pero nunca deja de ser exacto, no hay descuidos en la prosa. Al igual que autores como Ricardo Garibay, dueños de una buena técnica para captar el lenguaje de la calle, lejos de florituras o artificios vacíos, Manjarrez sabe explotar los diálogos para construir a sus protagonistas. La vocación del autor, en muchas ocasiones, es la de un escenógrafo que hace de sus recreaciones un personaje más de sus cuentos. A veces, la necesidad por contar demasiado, por traer toda la memoria de vuelta, hace que algunas historias pasen por baches o que el leitmotiv aparezca demasiado tarde. Sin embargo, cada uno de los relatos se mantienen vivos en la mente del lector y eso los hace perdurables.
Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc
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Posted: December 2, 2018 at 10:14 pm