Dos poemas
Rogelio Guedea
SOL DE OTRA HEREDAD
estoy en la entrada del centro comercial
al que solíamos venir los domingos/
mientras escribo este poema sin destino,
este poema que cae de mi mano como las hojas
de los árboles abatidos por la lluvia,
miro entrar y salir a gente que no conozco,
es gente del país extranjero, tan desconocidos que entran
o salen, cada cual en su mundo de ipods y emepetrés,
y resulta que nadie se da cuenta que estoy
pensando en ti, en nuestros hijos que disfrutaban la sección
de juguetes o películas infantiles, mientras tú aprovechabas
para perderte entre blusas azules o vestidos de verano,
y yo–nunca lo supiste porque procuraba que nadie
[lo notara–
los observaba desde un rincón o esquina, una rendija
entre los anaqueles y el cielo, y me llenaba con la dicha
[de verlos felices,
ajenos a mis preocupaciones de empleado universitario,
o ciudadano de a pie, o, acaso, y tan solo, hombre triste,
uno más entre los hombres tristes que alguna vez, como
[ahora,
esperan verte salir o entrar al centro comercial
como lo solíamos hacer los domingos de cualquiera día,
y entonces, sin que te des cuenta, seguirte hasta la sección
de damas, y ahí contemplar la absoluta redondez
de tu blancura, todo eso sin adelantar mi mano para tocarte
un hombro, tu cuello o pelo, y luego decirte
–decirte arteramente– todo eso que mis
noches empiezan a contarme de ti.
FLASH BACK
he vuelto al mismo lugar en el que escribí
aquel poema que habla de cuando solíamos
venir al centro comercial con los niños,
en las tardes de domingo/
me he sentado en el mismo lugar para ver todavía
si entras o sales, o alcanzo a verte a lo lejos
probándote blusas para el próximo verano,
pero me doy cuenta de pronto que aquel que escribió
el poema y éste que lo recuerda ya no son
el mismo hombre // quisiera poder decirte, decirme
en qué he cambiado desde entonces, pero no podría,
todo es tan confuso y hay tanta gente que entra y sale,
incontables manos y pies, que no podría
en una mañana como ésta decírtelo/
sólo recordaba con claridad aquel poema y al hombre
que lo habitaba aquí mismo sentado como estoy ahora,
esperando que tu mano me toque por el hombro y me diga
que todo ha sido una mala pasada, que no es cierto
que te haya perdido nunca para siempre y que
es hora –tarde ya, sí– de volver
a casa.
Posted: May 9, 2012 at 5:28 pm