Nubecita: escritura torrencial
Ana Clavel
• Nora Coss: Nubecita (México, Nieve de Chamoy, 2019, 200 pp.)
Uno se acerca a un título como Nubecita en estos tiempos posmodernos de posverdad con suma poscautela. Más si con una obra semejante su autora ganó un premio de novela, por más que sea uno de primera novela. Y uno piensa: o la novela es la cosa más cursi del universo –ahora que los criterios para juzgar están invadidos de confusión y valoraciones light y comerciales–, o es una obra que chirría de sarcasmo o acidez o ironía. O las tres cosas juntas. Y sí, basta con leer las primeras páginas de la novela de la joven escritora Nora Coss para saber de qué lado masca la iguana, por más que sea una iguana en ciernes, un espécimen pequeño, todavía capullo, casi ámbar, casi luz… o más bien, larva, pupa, linfa, trasluz.
“Mamá decía que yo era la consentida de papá, y yo decía que Pili era la consentida de mamá. A mí siempre me dio igual a quién quería más mamá, pero papá era mío. Mamá nunca fue una digna adversaria, yo siempre tuve muy claro que ella era el trofeíto que a papá le gustaba presumir –el único que tenía–, su patita de conejo que colgaba en el retrovisor del carro, un amuletillo ahí medio mono, su souvenir del país de ‘princesas a precios accesibles’. No más. Mientras yo era el verdadero amor de su vida…”
Así, con un estilo coloquial y desparpajado nos enteramos de las andanzas de Eliana, una preadolescente hábil en el uso de la primera persona narrativa, con un ritmo, una cadencia, una verborrea que no te da escapatoria y te envuelve en sus giros coloquiales, su ternura salvaje, su telón de fondo musical entre canciones de Estelita Núñez, los Carpenters o Elvis como sound-track trágico-sentimental de sus desgarres y azotes emocionales. Inmersa en un universo familiar colapsante –situado en Sabinas, Coahuila, pero que bien podría ser en muchos otros lugares de México– nos da cuenta de las redes viscosas que se tejen entre sus miembros: la madre insatisfecha, preocupada solo por aparentar; el padre proveedor, signado por la mediocridad y el fracaso; la hermana pequeña bonita e ideal frente al amasijo de pasiones cruzadas y comportamientos desaforados de una jovencita como Eliana, desmedida con la comida y el ejercicio verbal: habilidades ambas que se cruzan en la boca y sus apetitos (no ha de ser gratuito que cuando la narración y el delirio avancen, se quede muda, sin voz, pero claro, no hay que olvidar que “el silencio es el lenguaje de Dios”).
Esta relación de hermanas opuestas, la bonita y la gorda, me hizo recordar otra pareja semejante y excesiva que ha sido tratada recientemente en la novela Pandora (2015) de Liliana Blum. Ahí, como en Chernóbil (2018) de Ileana Olmedo, se nos presenta el núcleo familiar como un entramado tan tóxico del que uno se pregunta cómo es posible que logramos sobrevivir a su radiactividad voraz e invasiva.
Pero acá en Nubecita esa rivalidad entre hermanas se da en la etapa de la infancia prenúbil y encuentra su peculiaridad en el deseo ansiado-rechazado-disfrazado-declarado del incesto a niveles de competencia, rivalidad y celos por el amor y preferencia del padre. O la singularidad de la inclinación religiosa de la propia Eliana como marca libertaria a contracorriente, cuando se esperaría de ella que fuera convencionalmente rebelde, y su relación con el padre Miguel que llega a convertirse en posibilidad de imaginación (¿consumación?) amorosa. Porque en el universo de esta singular nínfula los límites de la realidad, lo convencional, lo permitido, se desdibujan en un horizonte de distorsión y fantasía en el que como Alicia a través del espejo, nada es lo que parece y todo, percibido a través de la nube agigantada de la mirada subjetiva adolescente, es posible. Como en esta escena de una kermés escolar en la que el juego del puesto de “matrimonios”, al que nadie quiere llevar a la protagonista por ser un “puerquito feo”, abre paso a la ambivalencia, de tal modo que realidad y ficción comienzan a descorrerse y a develar pulsiones y deseos secretos a contraluz.
“El padre Miguel tomó mi mano y la sentí suave, tibia. Tomó mi otra mano. La apretó. Y de la nada, pum, ya estaba bailando twist con el padre Miguel. Y yo así de órale, sí sé bailar. Bailábamos y al mismo tiempo nos movíamos de lugar. Me di cuenta de que me estaba guiando a un lado. Y sin darme cuenta, me llevó hasta el puesto de matrimonios. Tomó una de las actas, puso su nombre. Me preguntó: ¿cómo te llamas? Por su pura voz le perdí el miedo. Me llamo Eliana Méndez Arreola. Firmó el acta. Me extendió la pluma. No quise firmar. Me preguntó ¿por qué no te quieres casar conmigo, Eliana? Le dije, es que no eres mi novio. Se llevó una mano a la frente así de ¡oh, por Dios, tienes toda la razón! Me tomó de las manos, me vio directo al os ojos, y casi con su frente pegada a la mía me preguntó: ¿quieres ser mi novia y casarte conmigo?”
Una nínfula muy sui generis
Les confieso que mientras leía Nubecita sentí vértigo, ansiedad, urgencia, y al terminarla estaba lejos de pensar que su protagonista y narradora podía ser una nínfula. Claro, con la definición que de ella da Nabokov en Lolita, uno no se imaginaría que la desmesura física y emocional de Eliana despliegue una belleza fatal, capaz de no ser consciente del fantástico poder que ejerce en quienes son tocados por su fulgor hechizante. Definido el arquetipo y muy pronto convertido en estereotipo sexualizado por el cine que nos vino en oleada desde Kubrick, ¿cómo hacerle lugar a esta joven que rompe con los esquemas ya establecidos? Ya en Territorio Lolita (2017) deploraba yo que el territorio de interioridad de la nínfula hubiera sido muy poco explorado entre los polos de la adoración y la demonización a que el mito ha dado lugar, sobre todo desde la mirada adulta masculina.
Para conformar a su nínfula sui generis, Nora Coss se abre paso a través de un recurso que trabaja con espléndida maestría: la ambigüedad creada a partir de un discurso delirante in crescendo que nos lleva, más que a creer, a dudar de todo lo que se mueva en el aparente juego inofensivo de una intimidad emocional que aún desconoce los límites de lo moralmente conveniente, o no sopesa la carga avasallante o paralizadora de la culpa. (Y con ello provoca que nosotros también imaginemos y fantaseamos sobre lo que ocurre en la novela desde nuestros prejuicios, nuestras ansias, nuestros traumas, nuestras propias fantasías y anhelos.) Salvaje, pura, sin la restricción de códigos de adultez que moderen sus instintos furibundos o emociones pendulares –lo mismo el amor, los celos, el odio extremo sin gradación alguna–, el personaje de Eliana nos revela ese campo explosivo de la interioridad de la nínfula, constelado de obsesiones, miedos, fantasías, éxtasis, abismos, pero sobre todo sus propios y legítimos deseos –por más que para ella misma sean una revelación siempre nueva y desconocida–. Un ejemplo respecto a la hermana menor que recién ha comenzado a menstruar:
“Y comenzó la misa. Apenas si empezó la palabra de Dios a escucharse en toda la iglesia, cuando Pili me escupió al oído: oye, hermanita, ¿puedes checar si no ando manchada? Y la muy sacrílega me enseñó sus nalgas. Cuánto gusto me hubiera dado que en ese momento su vagina se hubiera desbordado de sangre, que ríos púrpura corrieran por sus piernas, que los pies de los feligreses se enlodaran en su sangre. ¡Dios, ten a esta criatura en tu custodia antes de que haga más daño! Y que muriera allí, postrada en las escalinatas, como ofrenda al Señor.”
Nínfulamente incorrecta
Pero eso no es todo, a la ambigüedad, a la nebulosa conformada a base de fantasías desmesuradas, retazos de realidad, pasiones desorbitadas, Nubecita juega a la hipérbole desbocada. ¿Buscan el retrato de una nínfula verdadera, una imagen de Instagram colosal capaz de dar cuenta de sus pasiones torrenciales y sus sentimientos puros sin maquillajes bobalicones y cursis, o hipersexualizados y comercializables? Aquí conocerán la pureza despiadada de una de ellas. Nora Coss con creatividad luciferina concibe un recurso mesiánico desbordado para dar cuenta de la megalomanía y el delirio de su personaje protagonista con habilidad tal, que las coordenadas de la lógica tridimensional se amoldan a la ilógica del furor y la sinrazón hasta parecernos aplastantemente naturales, e irrenunciables para seguir con una lectura de verdad copiosa y adictiva. ¿De verdad se consuma el incesto entre la hermana y su padre, sucede el adulterio entre la madre y el compadre de toda la vida, Eliana tiene relaciones sexuales con el padre Miguel antes de convertirse ella misma en Dios? ¿O todo ello transcurre en el mundo de pasiones donde la alucinación y la desmesura parecen ser la única medida? Tendrán que leer para averiguarlo y dejarse mojar, empapar, inundar por esta Nubecita y su escritura torrencial, que Biblia en mano, propone un nuevo génesis y un diluvio hecho palabra y acción refundadoras.
En ese universo trastocado, la actuación de las otras mujeres de la historia –manipuladoras, falsas, traidoras– pareciera una respuesta al reduccionista papel de víctimas que los movimientos de reivindicación de derechos han buscado denunciar. La complejidad de la mirada de Eliana, sus deseos y fantasías desaforados e incorrectos pero al fin vitales y genuinos en el marco de una representación maniquea y estereotipada de lo femenino, ponen de relieve la dificultad para que el ser individual, la persona pequeña o adulta se desarrolle más allá de máscaras y disfraces socialmente aceptados, o como decimos ahora, políticamente correctos. Así nos lo revela el poder letal de una escritura aparentemente inofensiva –diminuta pero gigante– que nos descoloca y nos sumerge en un caos renovador.
Bienvenida pues esta primera novela de una autora joven de la que sin duda escucharemos hablar. Estupendo debut literario. Enhorabuena. El mundo inexplorado de las nínfulas, que no de las Lolitas ya silueteadas por el ciclópeo deseo masculino, está de fiesta con este provocador advenimiento.
Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007). Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99
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Posted: October 28, 2019 at 11:18 pm