Francisco Cervantes: Óyete en tu lengua
Adolfo Castañón
I. Querétaro, México, Lisboa, Sao Paulo. Cuatro puntos cardinales en la vida y obra del alto poeta mexicano en quien cobró vida la primavera temprana de la poesía española y se abrió paso en nuestra lengua la reconciliación de lo sobriedad castellana con la severidad lusitana. Francisco, el temible y tierno caballero desvelado y ojeroso al que conocimos en los alrededores del Fondo de Cultura Económica de Parroquia y Universidad, era un varón señalado por la poesía y el genio y a veces malgenio de la poesía. Un temperamental y a veces iracundo, un travieso seductor de doncellas de toda condición (no en balde uno de sus últimos libros fue El libro de Nicole, 1992), un lector obsesivo y fervoroso de Fernando Pessoa, José Regio, José Saramago –antes, mucho antes de que se hiciera famoso–, de Clarice Lispector, de Antero de Quental, de Guimaraes Rosa, de la literatura portuguesa medieval, renacentista y moderna, de Eca de Queiroz, de los brasileños Manuel Bandeira y, más cerca, de Haroldo de Campos y los poetas de las vanguardias portuguesas y brasileñas.
Respondiendo a una pregunta de la periodista Patricia Rosales acerca de “¿de dónde nace el querer escribir en otra lengua?”, el poeta expresó:
El bilingüismo es un fenómeno muy particular, no conozco prácticamente un escritor monolingüe que se quede nada más con la lengua madre; por necesidades de educación, de comunicación elemental, uno tiene que introducirse en el inglés. Concretamente desde la educación primaria nos enseñan bases de latín y griego, la lectura frecuente de los clásicos resulta muy necesaria porque no hay posibilidad de ignorarlos.
Pero escribir en otra lengua, más que el bilingüismo, tiene en principio cierto rechazo a los orígenes personales ya sea por un natural desencuentro y cierta soberbia frente a la lengua madre. También el cariño que surge cuando uno encuentra otra lengua y la dificultad de aprenderla, hace que uno se afiance más a ella, tal es el caso del polaco Joseph Conrad que escribe en inglés.
Mi actitud al utilizar dos idiomas tiene otro origen; yo era profesor de literatura en la Universidad de Querétaro y me interesaba la poesía medieval española, francesa y portuguesa, esto me hizo acercarme más al conocimiento del portugués. El bilingüismo es también muy natural en países pequeños y cercanos, así como resultado de una herencia. América, por ejemplo, en donde hablamos lenguas de origen europeo.1
II. El interés por la poesía medieval en México se dio, en parte, gracias a los estudios de Margit Frenk y sus discípulos. Prueba de esa genealogía sería por ejemplo el libro de Laura Trejo sobre las Quince Cantigas de Amigo (UNAM, 1975), que seguramente Cervantes conoció.
El poeta nacido en Querétaro dio sus primeros pasos gracias a Elías Nandino y la revista Estaciones, ahí, en la sección Ramas nuevas, dio a conocer, junto con José Emilio Pacheco, sus primeros poemas.
Francisco de Paula Cervantes Vidal trabajó como publicista con Alvaro Mutis, Jomi García Ascot, Fernando del Paso y luego publicó un libro que sería y es una fuente de inspiración y de rigor literario.
Heridas que se alternan2 y Cantado para nadie. Poesía completa (1972-1995)3 le valieron el respeto y los elogios no sólo de su amigo y protector, Mutis, sino de Octavio Paz. Vivía leyendo cosas portuguesas y brasileñas, era un lusófono que había encontrado en Portugal y en la lengua un conjunto de claves para armar su propia tradición. No era un personaje de trato sencillo. Algunos lo temían y evadían, otros, en cambio, lo seguían a ciegas o a tuertas. Yo a veces me encontraba entre los primeros y a veces entre los últimos. Me acompañaba en algunas ocasiones a las imprentas y él se ponía a leer mientras yo corregía. Luego íbamos a algún lugar a comer o a beber o lo invitaba a la casa de mis padres, pues sabía darse a querer de los mayores. Vivía sólo. Un amigo le prestaba una pequeña habitación en el Hotel Cosmos de la entonces Av. San Juan de Letrán. El Hotel Cosmos quedó seriamente averiado, pero Cervantes sobrevivó al temblor de 1985 y todavía anduvo por ahí algunos años. Al final de sus días, se retiró a la ciudad de Querétaro. Ahí le dio hospitalidad el sacerdote y poeta franciscano Eulalio Gómez. También tuvo la oportunidad de dirigir un taller literario. Esa es una de las facetas menos conocidas de Cervantes. Además de ser un gran poeta de canciones perfectas y dolientes que cabe situar en la tradición juglaresca de la poesía hispanoamericana contemporánea, además de ser un esforzado traductor y promotor de las letras lusitanas y brasileñas, era autor de un singular confabulario reunido en su libro Relatorio sentimental (Calygramma, 1ed. 1986, 2016, 68 páginas) y un guía, un maestro de su mester de juglaría y clerecía. Enseñó a muchos jóvenes como Armando González Torres, Federico Vega, Daniel Orizaga y María de Jesús Ramírez, el arte de ir acomodando palabras, el arte de ser acomedido con el lenguaje, de escucharlo y respetarlo. Debe agradecerse que la editorial Calygramma se encuentre recogiendo en Querétaro sus obras, gracias al entusiasmo del citado Federico Vega.
El hosco Cervantes al que muchos temían como a un vampiro capaz de asaltarlos en la noche para robarles sus sueños, era también un ser frágil y delicado, capaz de quitarse el saco para dárselo a alguien que le parecía merecerlo. Gracias a su conocimiento matemático de Lisboa y de la obra de Fernando Pessoa, llegué a esa ciudad y pude visitarla cuando el poeta venezolano Eugenio Montejo era agregado cultural y oír que me decía: “Y tú Castañón, ¿cómo sabes tanto de Lisboa?” Gracias –le dije a Eugenio– a Francisco Cervantes, el más portugués de los poetas hispanoamericanos. Nunca pude hacer que se encontraran en la vida real Cervantes y Montejo, pero tengo pendiente hacer algún día unas Vidas paralelas de estos dos poetas, tan distintos y tan obedientes a la música profunda de la saudade. A veces me sorprendo repitiendo alguna frase o comentario de Cervantes, como ése que hizo un día de luz majestuosa, y me dijo con lágrimas en los ojos que no la soportaba, que lo hacía llorar de tan cristalina.
III. Francisco Cervantes vivió en Lisboa y conoció Portugal gracias a la Beca de la Fundación Guggenheim que obtuvo en 1977. La lectura de las traducciones que hizo Octavio de Fernando Pessoa llevó a Cervantes a ponerse a leer al portugués en su idioma original y en 1962 tradujo completa la Oda marítima de Pessoa.
Francisco Cervantes no pasó inadvertido de la fina inteligencia de los brasileños. Recibió la Orden Rio Branco del Brasil de manos del filósofo y poeta José Guilherme Merquior en 1986 y en México el Presidente de Portugal le dio la Orden Infante dom Henrique en 1999.
Era tanto su amor hacia Portugal que pidió que sus cenizas fueran dispersadas en las aguas del Rio Tajo. Tuvo la suerte de que su hermano las guardara y de que poco tiempo después de su muerte fueran echadas a la corriente de ese río que baña Lisboa en una ceremonia concertada por el exembajador de Portugal en México, Antonio Antas de Campos y en la que también estuvieron su hermano, José Cercantes, y el sacerdote y poeta Eulalio Gómez. El exembajador Antonio Antas de Campos me hizo llegar una breve crónica de la despedida del poeta:
La ceremonia de Francisco Cervantes se realizó hoy. ¡Una belleza! Lisboa llena de luz, sin una nube y con el mar muy suave. Por la mañana hubo una ceremonia frente al túmulo de Fernando Pessoa. Después fuimos en un barco de la marina portuguesa. Hubo algunos discursos todos muy lindos (te mando el mío que lo tengo en la computadora) y el último fue de su hermano José. Después se echaron las cenizas al río. Todos estábamos muy preocupados porque hacía mucho viento, pero sin saber por qué, en el momento de echarlas el viento se quedó quieto y solo volvió dos minutos después y no termino más. ¡Qué misterio! El lanzamiento de las cenizas fue entre la torre de Belem y el Monsterio de Yeronimos.4
En esa ocasión don Eulalio dijo:
En esa labor de desapropiación interior, diré que se hizo poema como sus poemas: bien recortado, extraño en ratos, tradicional y nuevo, fuera de los cánones humanos y poéticos habituales. Esculpió, pues, en sí mismo, el poema mejor de su vida, y quedó como un canto en paz desde el abismo de la diabetes y de la esperanza, pobladas ambas por Aquel a quien pidió permitirle expresarlo en su palabra primera y última de poeta:
Al nombrarte, Señor, me nombro a mí.
No creas que no me entiendo,
pero antes de regresar a las tinieblas
es posible que Tú quieras que te exprese al expresarme.
Si así fuera, Señor, lo estoy haciendo.
En 1999 le invité a formar parte del Instituto Interdisciplinario de Humanidades que fundé en Querétaro ese mismo año. Siguió siendo miembro de él hasta su muerte y muy cordialmente se lo agradecemos. Nos dejó algún escrito suyo. Me tocó el privilegio de escuchar su confesión, su petición creyente y diaria del sacramento de la Eucaristía y, ya muy cerca de su final, el de la Unción de los enfermos.
IV. Hace años escribí un texto sobre el encuentro entre Fernando Pessoa y Francisco Cervantes. Me permito recogerlo aquí:
La incesante resurrección de Fernando Pessoa
contada por Francisco Cervantes
Fernando Pessoa es, según Francisco Cervantes, el más grande poeta portugués de todos los tiempos y el mayor poeta en cualquier lengua del siglo XX. Esta grandeza quisiera estar expresada en la antología, preparada, prologada y traducida por el poeta galaico-queretano Francisco Cervantes para el Fondo de Cultura Económica con el título Drama en gente,5 expresión, nos advierte que también puede y deber entenderse como “drama entre nosotros”, es decir entre el autor y el lector. Un drama movido y populoso en el cual participan por lo menos siete personajes: Fernando Pessoa (édito), Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, (no incluido Coelho Pacheco), Fernando Pessoa (inédito) y Francisco Cervantes, el devoto, el fiel traductor y el lector.
Candelabro de siete brazos, Drama en gente hubiese podido intitularse Drama en gente o 5 o 6 poetas en busca de lector. Sobra decir que se trata de un libro capaz de sembrar el desasosiego en el lector, pues ¿a qué lector no le inquietaría que andasen en su busca 5 o 6 poetas ávidos de ser leídos y encarnados por su persona? Pues, más allá de la idea de las jerarquías que se tenga, la tentación de entronizar a Fernando Pessoa como uno de los reyes del mundo lírico, debe saberse que Pessoa es, además de un poeta, una presencia real, una realidad presente para muchos lectores del mundo en muchos idiomas que han decidido prestarse a Fernando Pessoa, ser sus secuaces devotos, sus seguidores en un sentido radical. Uno de ellos es –¿qué casualidad, no?– Francisco Cervantes, quien es una figura singular de las letras mexicanas precisamente en función de su voluntad de traducir a Fernando Pessoa y por así decir transubstanciarlo, transfigurarse interiormente en su familia de heterónimos.
¿Cuándo leyó Cervantes por vez primera a Fernando Pessoa? No lo sabríamos decir, pero sí sabemos dos cosas: que desde sus textos más tempranos (Los varones señalados) Cervantes acusa la atracción, si no la influencia de la poesía galaico-portuguesa y que esa influencia se ahondará y destilará a lo largo de toda su obra y hasta sus últimos libros y que Cervantes ha traducido antes a Fernando Pessoa, su último Fausto, que armó una antología u odisea de la poesía portuguesa, que ha traducido la monumental biografía de Gaspar de Simões: Fernando Pessoa. Historia de una generación y que esa traducción hizo de él, para muchos lectores mexicanos, uno de los rostros habitados de Fernando Pessoa ese “indisciplinador de almas” ese banquero anarquista. Para muchos lectores que sabíamos cómo Francisco Cervantes había decidido desde los años 70 dedicarse única y exclusivamente al cultivo de la poesía y a la contemplación lírica, Francisco Cervantes era en el orbe mexicano e hispanoamericano Fernando Pessoa —sin menoscabo, por supuesto, de otros avatares de Pessoa como el venezolano Eugenio Montejo. Esta apropiación radical, esta empatía medular sin duda hace de su traducción un hecho literario singular. Cervantes traduce a Pessoa desde adentro y ha llegado a verterlo a nuestra lengua en un temple anímico similar al del pintor de íconos de la iglesia ortodoxa rusa que solamente se atreve a iniciar el dibujo y la pintura de la Theotokós y su Divino Rostro después de haber cumplido un arduo proceso de ascesis y purificación, pues sólo puede representar lo sagrado aquel que ha hecho dentro de sí un sitio para él: sólo puede pintar un santo el que se ha santificado, sólo puede traducir a Pessoa el que ha hecho, como Francisco Cervantes, de su persona: Pessoa.
Yo he leído muy tarde a Fernando Pessoa. Tardísimo, lo más tarde que pude. Me daba miedo y sentía que al subirme a su barca sería luego muy difícil regresar. Claro, leí algunos poemas —por ejemplo, los traducidos por Octavio Paz— pero sólo me bañé en la oda marítima y en otros poemas con precauciones infinitas. Me inquietaba lo inquietante, es decir esa predisposición de Fernando Pessoa a desmontar la maquinaria llamada identidad personal. La forma en la cual la máquina del yo es desarmada por nuestro autor me resultaba incomprensible acaso por espontánea y natural. Quizá también la ostentosa falta de pose, es decir la falta manifiesta de política, de gesticulación mercenaria era uno de los ingredientes que alimentaban esa inhibición.
Pessoa el fakir de la auto-observación y del desdoblamiento, la encarnación portuguesa de Fausto, el mago al cual el mismísimo Aleister Crowley había saludado con respeto y estima, el poeta que es muchos poetas, el avatar portugués de Walt Whitman, el hombre misterioso en quien se hizo carne y hueso la misteriosa ciudad de Lisboa, el teósofo de la poesía, el hombre que había re-descubierto en la poesía una genuina misión espiritual, el explorador del tiempo interior, el alto sacerdote del nuevo paganismo, el rosacruz resucitado, el devorador del cielo y de la tierra, el pastor de palabras, el marinero de la muerte, el arqueólogo de la vida futura: el teósofo de la palabra, el alquimista lleno de gente, Fernando Pessoa, el hijo humilde de Babel me imponía —me impone— respeto; me daba miedo —lo confieso. Y lo puedo confesar pues gracias a Francisco Cervantes que ha dedicado su vida a la poesía y cuya poesía ha seguido la estrella del padre de sus heterónimos con su devoción y sus traducciones, he podido bajar la escalinata de esa lectura y acceder al corazón —digo al oído— del inmenso Pessoa.
Unamuno decía que el portugués era como el español, pero sin tanto hueso. Fluido entre los fluidos, el portugués de Fernando Pessoa es aéreo y musical, terso, marítimo. Hay muchas traducciones de Pessoa en el mercado español. Pessoa es junto con Whitman y Rilke el Dios escritor y Omar Khayam uno de los poetas más traducidos del mundo. Pero las traducciones de Cervantes tienen algo peculiar: intentan servir un castellano menos abrupto y arisco, rinden un español deshuesado en el cual respira y resuella el pastor de imágenes llamado Pessoa que es también el Capitán de esa legión de los heterónimos. La antología preparada por Francisco Cervantes —poeta mexicano del ancho ciclo artúrico hispanoamericano, como Álvaro Mutis y Giovanni Quessep— es casi una miniaturización del titánico y populoso Pessoa. Es también una invitación a dialogar cuerpo a cuerpo, persona a persona, drama a drama con Fernando Pessoa. Una invitación politeísta donde la distancia entre homenaje y mimesis puede ser, de tan breve, peligrosa.
Drama en gente —título que es toda una divisa pessoiana— es, desde luego, una antología. Pero es algo más: una invitación a reconstruir, a revivir a Fernando Pessoa. Y esa resurrección se la debemos al autor de Cantado para nadie.
*Imagen Francisco Cervantes / © Foto de Jesús Ontiveros
Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Alfonso Reyes 2018. Twitter: @avecesprosa
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Notas
[1] “La buena literatura no debe ser de fácil acceso” por Patricia Rosales y Zamora, La Brújula en el bolsillo, Revista de Literatura, Octubre-Noviembre de 1983, Número doble 14-15, pp. 23-29.
[2] Heridas que se alternan, México, FCE, Col. Letras Mexicanas, 1985, 307 pp. [Mi ejemplar incluye una dedicatoria: Al joven poeta y filósofo Adolfo Castañón, a ver si entiende cómo cauterizarlas. Con un abrazo, de Francisco Cervantes, 21-5-85]
[3] Cantado para nadie. Poesía completa, México, FCE, Col. Letras Mexicanas, 1997, 413 pp.
[4] Correo del 7 de julio de 2005.
[5] Fernando Pessoa: Drama en gente. Antología. Edición bilingüe, Selección, traducción y prólogo de Francisco Cervantes, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 376 pp.
Posted: August 26, 2020 at 9:25 pm