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Soñé con el Salto del Tequendama

Soñé con el Salto del Tequendama

Emilio Chapela

Soñé con el Salto del Tequendama, pero nunca he estado ahí. Lo conozco a través de las fotos y relatos de mis colegas y amigos que han alimentado mi imaginario. Me cuentan que es una cascada de gran altura por la que desciende el río Bogotá. Pero el agua ya no cae con fuerza, no se oxigena ni respira. Apenas escurre por la barranca.

Desde sus orígenes y hasta su desembocadura, el río Bogotá está profundamente contaminado. Lo describen como un río muerto; un cadáver de agua.

En el sueño, dejé caer una cámara de video por la gran cascada. La ví descender, revolcándose en las aguas jabonosas del río, pintadas de cromo, mercurio y excremento. Sentí emoción y asco. La cámara se sacudía y daba vueltas mientras caía por la cascada hasta golpear el fondo del precipicio, sumergiéndose en el agua y rebotando en las piedras con violencia.

Lo que no recuerdo es si veía la cámara caer a la distancia, parado e inmóvil; o si la veía a través del visor, mientras caía junto con ella, o si yo mismo era la cámara y estaba implicado en las aguas sucias del río, empapado y entre la niebla. Obnubilado. La discrepancia no es sutil y revela la diferencia entre moverse junto con el mundo, desde cerca (aunque se sufra confusión y vértigo) o ver al mundo desde un punto fijo, a la distancia, desterrado, ignorando el movimiento propio y de los otros.

Desperté inquieto y pensé en cómo proteger la cámara. ¿Sobreviviría la caída? Pensé en la contaminación del agua, sentí su olor e imaginé el peligro de bajar a recuperarla. Pensé que podría dejarla romperse en pedazos y transmitir las imágenes de manera remota, pero  me di cuenta de que, en caso de hacer una obra de arte en vídeo o una película, no trataría de las imágenes resultantes, sino sobre la acción de aventar la cámara y evitar su destrucción.

—Es un salto de esperanza, pensé

Pero el privilegio de brincar hacia lo desconocido es un sueño pasado. Hoy, los saltos se dan en aguas conocidas. Aguas que sabemos sucias o enfermas. Aventarse ya no es lo importante, sino negociar con la permanencia y la sintonía con espacios y tiempos inestables. El reto no es conquistar nuevos territorios, sino amortiguar el golpe, recuperar el equilibrio para moverse junto con el mundo. En vez de dar un paso adelante (o atrás) y endurecer el cuerpo, es preferible volverse permeable, fluir para ser río; para sanearse; para sanar las aguas.

Mientras imaginaba la cámara cayendo por la cascada, recorrí el cuerpo casi muerto del río Bogotá, pensé en los vómitos multicolor que contaminan los ríos, en su oxígeno y conducción eléctrica. Consideré las bacterias que habitan en los cuerpos de agua y que ayudan a regularlos. También controlan la digestión humana, el humor y quizás el miedo y la ansiedad. Inspirado en los rugidos profundos descritos en la Biogea de Michel Serres, navegué el río Garonne en contracorriente y en el sentido contrario del flujo del tiempo, para buscar su origen, donde encontré muchos y variados. Allí, en los Pirineos, me perdí aletargado por la velocidad de los glaciares. Mi cuerpo líquido se filtró por la montaña. Logré recordar las historias de espeleología de mi padre en el río Chontacuatlán: “hay un momento en que la oscuridad se convierte en silencio, te adormeces, hasta que te pierdes en el río”. Consideré el planeta sin Homo Sapiens, en los tiempos anteriores a la historia: el de las piedras, los volcanes y los astros. Me abrumaron las escalas y tiempos del Universo, pensé en el principio de todas las cosas; me sentí pequeño, me acogió el frío y la soledad. Me perdí en el flujo místico de la neblina. Pero desde ahí, a lo lejos, logré ver un arcoiris: una alianza más-que-humana de luz, atmósfera y agua que se aparece ante los ojos de quien observa, un fenómeno íntimo donde la materia se toca a distancia. Recuperé el aliento.

Estas imágenes no fueron el producto exclusivo de mi sueño. Escribí este texto como resultado de un proceso de pensar, imaginar, tomar notas, leer, dibujar, subrayar, y de largas horas de reuniones con una gran comunidad interesada en los ríos (entre-ríos.net). Pero esta reflexión emergió también de una fuerte crisis.

Mientras escribía estos párrafos, perdí capacidad de concentración. He despertado aturdido y disperso, con la memoria frágil y migrañas constantes. Me aseguran que es emocional, que es una saturación de trabajo, ansiedad, depresión, melancolía o todo junto. Yo lo experimento como una neblina pesada que me dificulta el pensamiento y aletarga el tiempo. La memoria se vuelve frágil. El pasado inmediato se queda más allá de la niebla o abajo; inaccesible. Tampoco es fácil plantear proyectos futuros. La neblina lo llena todo, se cuela en los intersticios de las plantas y las piedras, se condensa en los valles y barrancas y se estanca en el Salto del Tequendama, (dicen que ahí la neblina sube mientras el agua baja) pero también se instala en la cabeza y el estómago; un poco como los metales disueltos en el río Bogotá, o como las poblaciones de salmonella y E. Colli que viven en el río y que se dispersan en las fresas y lechugas de la región.

Me dicen que no respiro bien. La falta de oxígeno causa hipoxia, una condición que afecta tanto al cuerpo humano como a los ríos. “Tenemos mareas en el cuerpo”, escribió Virgina Woolf a modo de metáfora. Pero quizás sus palabras son precisas para explicar que somos agua salada más que cualquier cosa y que muchos años atrás fuimos mar. Nuestras fronteras son permeables y susceptibles a la renegociación, insiste Astrida Neimandis, para explicar que nosotros también somos cuerpos de agua. Respiramos y habitamos juntos. Cuando ese flujo se interrumpe, agonizamos, como el río Bogotá.

El río quiere sanar porque su memoria es milenaria, recuerda su estado de salud, no por voluntad, sino porque su pasado de equilibrio homeostático está inscrito aún en el presente. El cuerpo humano actúa también a través de actos reflejos que buscan equilibrios. Pensar el cuerpo a través del río y viceversa, no sólo es útil como conocimiento, sino cómo herramienta de regeneración y saneamiento.

No sé si estoy ahogado, pero confieso con vergüenza, que aprendí a respirar de nuevo. Lo había olvidado: a llenar de aire la parte baja del estómago (en lugar de inflar el pecho hacia arriba y lejos de la tierra), a sentir como se expande y contrae el diafragma y a imaginarme cómo el oxígeno llega a los pies, a las manos y al cerebro. Olvidé que para respirar, hay que inflarse como un globo empujando las costillas a los lados, para luego desinflarse, sacando la mayor cantidad de aire posible.

Otro olvido común de nuestros tiempos ha sido el abandono del cuerpo para priorizar a la mente. Estamos desterrados y lejos del suelo, vivimos allá, arriba, en otro lugar, en símbolos e ideales. A veces se me antoja pararme de cabeza y apoyar mi cerebro en el piso para ver cómo se ve el mundo. Pero no se si puedo. Nunca lo he intentado y con eso compruebo el abandono de mi cuerpo. ¿Cómo es que atendemos sólo una parte de lo que nos constituye? La separación mente y cuerpo, es un gran delirio de nuestros tiempos.

El delirio cuenta la historia de un cuerpo que está olvidado aquí en la tierra, mientras la mente sueña con estar en otro lugar, como Marte. Un sueño donde lo que estorba es el cuerpo. El cuerpo se vuelve lastre. Es también lo que evita que nos volvamos información pura y nos disolvamos en la web. Sentados en la computadora, recordamos los ojos y la espalda porque nos duelen. El cuerpo muere en Marte. ¿No sería preferible poner nuestra capacidad creativa en este mundo? Pregunta Bruno Latour. No argumento en contra de un viaje a Marte, si no en favor de un aterrizaje en este mundo.

Termino este texto meses después del sueño en un tiempo en el que la neblina se ha disipado, o incorporado a mí, o yo a ella. Puedo concentrarme y he retomado mis proyectos. Pero no regreso al mismo sitio. Ahora entiendo que aventar la cámara y caer por la cascada es dar un brinco en aguas sucias y neblina densa, en flujos compartidos, aunque sean fétidos. Somos enredos de materia, cuerpo, mente, mierda y salmonella. La indeterminación (un reflejo de la precariedad del mundo) es quizás el síntoma de nuestros tiempos, explica Anna Tsing. Pero es la indeterminación misma lo que hace la vida posible, insiste Tsing. Y es ahí donde vive el brinco esperanzado.

No insisto en la nostalgia de ver los ríos fluyendo puros y caudalosos por las ciudades, ni en la ingenuidad de que las cosas sean como antes. Insisto en acompañarnos mejor; en aprender a caer juntos. Sigamos con el problema, implora Donna Haraway. Habitemos la crisis. Pero ojo, habitar no es conformarse, sino corresponder; no es pasividad sino respuesta al movimiento.

Un día me gustaría aventar una cámara por el Salto del Tequendama y ponerle un paracaídas. Les invito.

*Para saber más sobre este proyecto y el artista, visita la exposición Live Streams (https://entre-rios.net/livestreams/) como parte de la plataforma entre—ríos (https://entre-rios.net/

 

Notas

1)Serres, Michel. Biogea. Univocal, 2012.

2)Neimanis, Astrida. “Introduction: Figuring Bodies of Water.” Bodies of Water : Posthuman Feminist Phenomenology, no. May, Bloomsbury Academic, 2017


Posted: May 25, 2021 at 9:50 pm

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