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AMLO: el Echeverría del siglo XXI
COLUMN/COLUMNA

AMLO: el Echeverría del siglo XXI

Sergio Negrete Cárdenas

La demagogia populista no se crea o destruye, solo se transforma, y en el caso de México regresó con Andrés Manuel López Obrador. Si se busca lo más parecido en la historia reciente del país, es el heredero de Luis Echeverría, que esta semana fue el primer ex Presidente de México en llegar a edad centenaria. Si conoce en cierto detalle el estilo y acciones de su sucesor en Palacio, el habitante de San Jerónimo debe apreciar las profundas ironías de la historia: en la tercera década del siglo XXI, encabeza el país un político de mentalidad setentera.

No deja de ser peculiar que Echeverría no existe para AMLO, como tampoco José López Portillo. Cuando se refiere a política económica, dice que su ejemplo a seguir es el “Desarrollo Estabilizador” (esto es, lo hecho por Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz), esto es, los años de su niñez y adolescencia. LEA y JLP son los innombrables del sexenio por el mal recuerdo que a nivel popular se tiene de ambos sexenios, en conjunto conocidos como la “Docena Trágica”.

Pero todos los parecidos están ahí, presentes en las formas y acciones presidenciales. Es el hijo que replica al progenitor sin nunca nombrarlo, y cuya sombra no puede (ni quiere) sacudirse.

 

El presidencialismo exacerbado del siglo XXI

Casi 32 años de edad separan a LEA y AMLO, pero la mentalidad es similar porque el tabasqueño llegó a la plenitud adulta y se estancó en los años echeverristas y de López Portillo. El fósil de la UNAM y funcionario en el gobierno estatal durante esos años quedó fascinado con el presidencialismo exacerbado, ese sistema solar político en que el astro absoluto de poder era no el Rey Sol, pero sí el Presidente Sol. Como analizó Daniel Cosío Villegas en esos años, México era una monarquía absoluta, sexenal, hereditaria por vía transversal.

Es el sistema que ha recreado López Obrador gracias al masivo voto popular que logró en julio 2018, y que le permitió subordinar, de nuevo, al Congreso bajo sus órdenes, amedrentando con frecuencia a la Suprema Corte y socavando o de plano destruyendo a muchos organismos autónomos. Hasta la pretensión de heredar el trono a su favorito está presente. Echeverría tuvo su lista de posibles sucesores, y el de Macuspana hizo ya pública la suya con años de anticipación, para dejar claro su poder. En materia de política económica, además de la esfera política, el dominio ha sido también absoluto.

Cuando el titular de Hacienda fue un obstáculo para un gasto público explosivo, Echeverría sencillamente le preguntó a Hugo B. Margáin que a dónde le gustaría ir de embajador (la respuesta fue que a Londres). Al nombrar en su lugar al frente de la SHCP a su amigo de juventud, López Portillo, el presidente fue contundente: “las finanzas (públicas) se manejan desde Los Pinos”. Y como anotó magistralmente Gabriel Zaid (y podría repetir esas palabras hoy): “así fue, y así nos fue”.

La salida de Margáin fue a los dos años y medio de gobierno. A López Obrador le renunció su primer titular hacendario tras apenas siete meses cuando constató que el Plan Nacional de Desarrollo meticulosamente elaborado lo había colocado el presidente en el bote de basura más cercano, sustituyéndolo por uno de su puño y letra y pletórico de su verborrea antineoliberal aparte de metas de crecimiento fantasiosas. Desde entonces quedó claro que las finanzas se manejaban desde el despacho presidencial en Palacio Nacional.

 

El incansable trabajo improductivo

LEA y AMLO aman la apariencia del trabajo, de aparecer infatigables. Para la cabeza del sexenio 1970-76 eran las juntas multitudinarias sin fin, algunas superando las 12 horas de duración. Se divagaba sin parar con Echeverría firme en su silla, con una disciplina corporal impresionante, famosamente sin siquiera levantarse para ir al baño. López Portillo narra en sus memorias (Mis tiempos) que una vez trató de imitar semejante resistencia, y que lo logró, pero sin poder pensar en nada más tras horas de tortura.

Si Echeverría no se movía de la silla, el actual inquilino de Palacio se conduce siempre de pie, eso de estar sentados es para los subordinados a los que cede la palabra en tanto los mira con aparente concentración. Horas y horas, como Echeverría, divagando, en loa diaria al trabajo improductivo.

López Obrador prefiere el reflector abierto de las mañaneras. Es el centro de atención diaria. Si Echeverría no se movía de la silla, el actual inquilino de Palacio se conduce siempre de pie, eso de estar sentados es para los subordinados a los que cede la palabra en tanto los mira con aparente concentración. Horas y horas, como Echeverría, divagando, en loa diaria al trabajo improductivo.

 

El estatismo entusiasta

Ambos también hermanados por su desprecio al empresariado y su entusiasmo por la actividad estatal. Luis Echeverría tenía entre sus demonios a los capitanes industriales de Monterrey, López Obrador ataca a los que han osado meterse en ese campo que considera sagrado: la energía. Petróleo, gas y electricidad los quiere solo para el Estado, esos campos que abrió ese neoliberalismo que tanto odia. Los dos tienen la solución a la mano: establecer empresas paraestatales y gastar en sus elefantes blancos favoritos, hundiendo miles de millones.

La diferencia notable está en el déficit fiscal y la inflación: para Echeverría no importaban, para López Obrador deben controlarse ambos. Uno gastaba en todo y el otro gasta como marinero borracho en su amada energía (destacadamente Pemex y refinerías, aparte del aeropuerto y el Tren Maya) mientras que no duda en recortar en cualquier otro ámbito, como en educación, salud, infraestructura, ciencia o cultura.

A golpe de billetera pública, Echeverría logró un crecimiento con inflación a la postre detenido por una crisis de balanza de pagos y una devaluación brutal del peso. AMLO ha manifestado que el crecimiento (el mismo que había ofrecido en el Plan que redactó) no tiene importancia, que ya encontraría una medida alternativa de bienestar. Su sexenio probablemente acabará con un PIB por habitante inferior al de 2018 y sin duda con millones de pobres más. El Echeverría del siglo XXI ha demostrado una y otra vez que no aprendió las lecciones de la historia, por más que se dé ínfulas de historiador y, por ello, ha condenado a México a repetir el fracaso.

 

 

Negrete Cárdenas. Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional. Profesor en varias universidades de España y México, destacadamente la Universidad Pompeu Fabra y la Escuela Superior de Comercio Internacional, en Barcelona, la UNAM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién en la Ciudad de México. Doctor en Economía y Maestría en Economía Internacional por la Universidad de Essex. Diplomado en Política Exterior de Estados Unidos por la Universidad de Maryland. Licenciado en Economía por el ITAM y en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Twitter: @econokafka

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Posted: January 20, 2022 at 10:39 pm

There are 2 comments for this article
  1. Jesse Larriva at 10:21 am

    Muy buen artículo. Tu explicación me convenció para sacar una copia del mismo, si acaso no te molesta, para tenerlo en el baño y tenerlo a la mano para lo que se presente. Felicidades.

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