499, de Rodrigo Reyes
Naief Yehya
Un Conquistador sin nombre (Eduardo San Juan Breña) es arrojado por las olas a la playa, como un náufrago solitario, vestido aún con su pesada armadura y casco. Camina desconcertado y torpemente sobre la arena, descubriendo un vaso de plástico aplastado y un vehículo todo terreno. Una voz en off (Alicia Valencia) explica que un grupo de conquistadores que regresaban a España cargados de riquezas fueron víctimas de una tormenta que hundió el barco. Tan sólo él sobrevivió aunque tuvo que esperar cinco siglos para volver al mundo que devastó y saqueó al lado de Hernán Cortés. 499, dirigida y coescrita (con Lorena Padilla) por Rodrigo Reyes es un ensayo fílmico que fusiona documental y ficción, entrevistas y “road movie”, para trazar el camino de Cortés, mostrando la desolación y devastación que actualmente dominan el panorama de un país estremecido por el crimen, la desigualdad y la miseria. La cinta, fotografiada con esplendor, sobriedad y a veces sordidez por Alejandro Mejía (recibió el premio a la mejor cinematografía en el festival de Tribeca), está dividida en seis partes y un epílogo: 1 La costa, 2 Veracruz, 3 Sierra Madre, 4 el altiplano, 5 paso de Cortés, 6 Tenochtitlán y El dorado.
El elemento fantástico al estilo del relato de Rip Van Winkle, de Washington Irving sitúa a un conquistador del siglo XVI en la actualidad como observador de las consecuencias de sus actos. Su primer impulso es tratar de reimponer su autoridad, robándose un coco para beberlo y aprovechando una asamblea escolar para notificar a los niños de primaria que les harán la guerra y esclavizarán a quienes se opongan a su autoridad. Sin embargo, el Conquistador queda súbitamente mudo, convertido en un simple testigo de una especie de purgatorio. Al inicio de su recorrido rememora en off con orgullo sus crímenes, las atrocidades que cometió con sus hermanos de armas, su desprecio a los nativos (hijos del demonio, sodomitas sin ninguna vergüenza), su ambición y la estrategia que usaron al reclutar a los pueblos sometidos por los aztecas para luchar a su lado: “Los cristianos éramos apenas 400 hombres con un puñado de caballos, aquí había miles de indios llenos de rencor, ellos podrían ser nuestro ejército contra el emperador Moctezuma, no nos costaría nada prometerles todo”. El Conquistador se dice que Cortés estaría furioso de que los indios han recuperado el gobierno de sus tierras. La ironía evidente es que recuperar el gobierno y la independencia no es lo mismo a que los ciudadanos tengan libertad, bienestar o el poder de decidir.
Lo que inicialmente podría confundirse con una comedia esperpéntica muy rápidamente adquiere un tremenda seriedad. A medida en que el Conquistador avanza por el camino a Tenochtitlán su penitencia consiste en escuchar a los familiares de las víctimas de la violencia. Este hombre sin escrúpulos ni remordimiento se ve obligado a contemplar el legado de la conquista y ver la resignación y dolor de los sobrevivientes, a veces aspirando a que se les haga justicia pero siempre sabiendo que eso es algo muy poco probable. Escuchamos testimonios de una brutalidad estremecedora: el hijo de un periodista y activista describe cómo fue levantado su padre y lo único que recuperaron fueron bolsas de plástico con su cuerpo desmembrado; una madre sigue buscando a su hijo policía y socorrista durante años en fosas comunes clandestinas sin rendirse, navegando con el olfato para descubrir fosas clandestinas; la madre de Fátima, de doce años, enumera con un estoicismo sobrecogedor las docenas de heridas y múltiples violaciones que sufrió su hija antes de ser asesinada con piedras mientras estaba aún consciente.
El Conquistador, como Dante, pero sin la compañía de Virgilio, es forzado a ser testigo de la crueldad y la degradación humana causada por el narco, los feminicidios y el tratamiento a los inmigrantes centroamericanos. Así el cineasta construye una extensión de La visión de los vencidos, que hace medio siglo editó Miguel León Portilla. No hay una causalidad directa entre las historias de horror que se cuentan y la conquista. No se trata de crear un documento que vincule la sucesión de desgracias a lo largo de 500 años. Sin embargo, es un intento de mostrar las consecuencias del impacto del colonialismo, de la herencia de la opresión, de la evangelización, del rencor acumulado, de la destrucción de culturas, de la explotación voraz, del mestizaje y de la imposición de una ideología de supremacía blanca. La violencia ejercida por los mexicas contra sus vecinos también está en el origen de la desgracia de esta tierra de impunidad. Reyes no identifica a sus entrevistados sino hasta los créditos finales, usa sus historias como casos emblemáticos pero no únicos, no se centra en tratar de denunciar unos cuantos crímenes ya que evidentemente el problema es masivo y sistémico. El Conquistador va pasando de su postura arrogante a una de angustia y pena pero es incapaz de descifrar la complejidad política y social de la nación. No es esa la función de su recorrido sino únicamente confrontar su propia responsabilidad y el origen de sus riquezas ahora perdidas en el mar.
La cinta de Reyes fue hecha para coincidir con la conmemoración del medio milenio de la caída de Tenochtitlán y la conquista, que en un ejercicio revisionista ha sido también rebautizado como una celebración de la resistencia indígena. Así, por un lado tenemos la construcción de una maqueta de las pirámides de tabla roca en el zócalo, a pocos metros de las ruinas del Templo mayor, donde se hacen espectáculos de luz y sonido. Por el otro se ha revitalizado la discusión del significado de la destrucción de las culturas nativas, lo que ha dado lugar a un reciclamiento de la historia con fines políticos. Los opinadores van desde el fascismo neurasténico del partido español Vox que celebra que “España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas”, hasta el análisis del impacto de la conquista en las diferentes naciones que ahora forman parte de México. Así mismo, se han rebautizado hechos históricos y se ha exigido a España y al Vaticano que pidan disculpas (aún no han respondido). Es paradójico que el aniversario ocurre en un tiempo de pandemia, lo cual tiene una resonancia obvia con lo que ocurría en ese “encuentro de los mundos” donde las enfermedades infecciosas traídas por los conquistadores y para las que los nativos no tenían defensas desataron feroces epidemias de altísima mortalidad que fueron determinantes para la victoria.
La devastación mostrada ofrece un único atisbo de esperanza en la supervivencia de algunas culturas indígenas a pesar de haber sido aplastadas tanto por los invasores como por la oligarquía novohispana, por los criollos y mestizos, desde la independencia hasta nuestros días. Esta vitalidad está presente en los poemas en náhuatl de Sixto Cabrera, en los voladores de Papantla, en las patrullas de autodefensa nahuas y en los danzantes que rinden el culto a la virgen. En el Altiplano el Conquistador cansado, hambriento, lastimado y abollado se une a los migrantes centroamericanos que intentan abordar el tren La bestia para huir de la violencia y los horrores del narco y el crimen organizado, pero sigue su camino hacia la ciudad que había sido más hermosa que Roma. No obstante, la urbe que lo recibe es la de los indigentes, el tráfico, el caos, la suciedad y los inmensos tiraderos de basura.
El filme termina muy significativamente en una peregrinación a la basílica de Guadalupe, el icono más relevante del mestizaje, de la supervivencia disfrazada de las tradiciones indígenas y su fusión con el cristianismo. La imagen del asesino, depredador y esclavista humillado y vencido por la culpa que busca redención entre los penitentes viene a ofrecer una especie de consolación, aunque definitivamente nada parecido a un ajuste de cuentas. Reyes no intenta competir por la narrativa ni masajear la satanización ni explotar la victimización. Lo suyo está mucho más cercano a las comisiones de justicia y reconciliación que en gran medida tan sólo ofrecen la posibilidad de compartir las experiencias, la tristeza y escuchar a los dolientes. Parece poco pero es un primer paso indispensable y enorme.
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: September 12, 2021 at 3:03 pm
Una película muy interesante para ver durante nuestras fiestas patrias. Creo que no he visto ninguna que tratara el tema de la conquista y si las hay, deben ser pocas, pero últimamente es algo que me fascina y me encantaría ver más a menudo en el cine. ¿Dónde se puede encontrar?