Usuarios, de Natalia Almada
Naief Yehya
Después de su espléndido debut en largometraje de ficción, Todo lo demás (2016), la cineasta sinaloense Natalia Almada optó por una inmersión en el impacto de las tecnologías en el medio ambiente y en el desarrollo de los niños en Usuarios, que es su primer filme hecho en Estados Unidos y en lengua inglesa. En buena medida la directora se acercó al tema por la inquietud que le provocó dar a luz a un hijo en este momento de avances en dispositivos electrónicos y de inevitables catástrofes tecnológicas provocadas por la actividad y voracidad humana. La trayectoria como documentalista de Almada ha sido muy exitosa y comienza con su debut en largometraje Al otro lado (2005), al cual siguió la muy celebrada El general (2009) que la hizo merecer el premio a la mejor dirección en el festival de Sundance y El velador (2011). En el 2012 recibió la prestigiada beca MacArthur. En esta ocasión ha elegido una estructura casi onírica para elaborar un soberbio ensayo cinematográfico que se distingue de sus anteriores trabajos tanto en lo estilístico como en el tratamiento del tema.
La cinta inicia con la imagen de un bebé que llora en una cuna electrónica, poco a poco el movimiento y el ruido blanco lo van calmando hasta que se queda dormido. Esto refleja con elocuencia y agudeza la dependencia y extrañeza que producen los dispositivos que nos rodean para simplificarnos la vida. El paso del caos sangriento y doloroso del parto a la precisa e infatigable asepsia electromecánica calmante que ofrece esta máquina es un contraste dramático que sirve como emblema de los tiempos de gratificación instantánea y compulsiva que vivimos. Esta máquina lleva a Almada a considerar si la perfección tecnológica habrá algún día de reemplazar o volver redundantes, las a veces fallidas o limitadas atenciones humanas de la madre.
La cinta es un recorrido por paisajes moldeados y fragmentados por el hombre, por las cicatrices que dejan las grandes obras en la tierra y el impacto de las tecnologías. Como comentó la directora en la charla que tuvimos en una conversación organizada por Ambulante, el verdadero clímax de la cinta tiene lugar en el momento en que ella graba su voz en un sistema que genera un doble en forma de una voz sintética, semejante a la suya, familiar y a la vez extraña, neutra y ligeramente inquietante. Almada crea así una especie de voz ciborg que tal vez la sobreviva y sea un vínculo con sus hijos y descendientes. Ese es el momento de revelación, en que la inmensidad tecnológica se vuelve doméstica, interna, visceral y es cuando se establece un juego de espejos entre lo humano y su simulación, entre lo real y lo baudrillardianamente hiperreal (la copia sin referente en la realidad). La elección del título es afortunada también ya que Usuarios nos recuerda que la académica Shoshana Zuboff utiliza ese término en su fundamental libro sobre el capitalismo de vigilancia para referirse a la condición humana contemporánea, en donde más que ciudadanos o súbditos somos simpes usuarios (ni siquiera clientes ya que para eso contaríamos con un servicio de atención) de sistemas enormes que en gran medida no nos cuestan y por tanto nos convierten a nosotros y a nuestra experiencia en productos monetizables. Almada lleva más allá la reflexión al mostrarnos como usuarios de una variedad de sistemas y servicios análogos que nos rodean en el espacio físico y que se han vuelto casi invisibles.
Con esta cinta Almada volvió a ganar el premio a la mejor dirección en Sundance y es en realidad un asunto de familia en donde colaboró con su compañero, David Cerf, en el diseño de sonido y su cuñado cinematógrafo, Bennet Cerf, así como con sus dos hijos. La cineasta ha mostrado una agudeza notable para los encuadres, las tomas, el ritmo y la poética de imagen, pero aquí nos conduce por secuencias fascinantes y en ocasiones sobrecogedoras, como aquellas tomas hechas con drones de olas, de incendios y de impactantes cielos rayados por las estelas de jets. A esto se suma una pista sonora espléndida que cuenta con la participación del legendario Kronos Quartet y la flautista Claire Chase. El diseño sonoro carga sin duda con una gran parte del peso de la cinta y le imprime una solidez considerable. Las composiciones confrontan la belleza del paisaje con la ambición de proyectos como la red de fibra óptica que le da una treintena de vueltas el planeta, el sistema de carreteras estadounidense, los inmensos barcos cargueros del tamaño de ciudades, plantas de reciclaje de aparatos electrónicos (donde los mismos dispositivos que simplifican y hacen amable nuestra vida son reducidos a triste confeti cargado de memorias humanas irrecuperables), los pozos petroleros en decadencia y las granjas horizontales alojadas en gigantescas bodegas con luz artificial, entre otros proyectos masivos.
Las imágenes saltan de un dominio a otro aparentemente de forma caprichosa, sin interés de crear un discurso lineal sino más bien como un reflejo del azar vertiginoso con que los medios digitales recorren el espectro de los intereses humanos. No se trata de crear un catálogo de industrias, aunque el énfasis está puesto en la comunicación y el transporte, pero más aún en la capacidad de perder el asombro, como en el caso de los aviones comerciales que tienen monitores para que los clientes no se aburran ya que el prodigio de volar ya no logra cautivarnos lo suficiente como para mirar por la ventanilla o el hecho de que las video llamadas a cualquier parte del mundo tenga un costo prácticamente nulo. Usuarios es también una constatación de que poco a poco vamos exportando funciones de nuestro cuerpo a nuestras extensiones tecnológicas: primero el trabajo físico a herramientas y máquinas, más tarde algunas funciones intelectuales a calculadoras y computadoras, y eventualmente el poder de decidir, la facultad de crear y de criar a nuestros hijos a inteligencias artificiales.
La cinta insinúa un tono de ciencia ficción, de desapego a la realidad actual que pretende observar desde el futuro (habla de un tiempo “en el que la gente no escogía el sexo de sus hijos, cuando cargaban a sus fetos en el vientre y los alimentaban con fluidos de su propio cuerpo”), pero el hecho de haberse terminado y estrenado durante la pandemia de Covid-19 (la filmación comenzó desde 2018) la sitúa en un mundo donde gran parte del planeta ha debido sumergirse en la tecnología para sobrevivir, trabajar y tener algo parecido a una vida social. El leitmotiv son los niños mirando absortos un monitor (la niñera inevitable de varias generaciones), con los rostros iluminados por la luz de la pantalla, en una especie de trance, un encantamiento que probablemente los acompañará toda la vida. La pregunta es cómo moldearán sus sentimientos, el afecto a sus familiares, la manera en que se relacionarán con sus amistades y sus parejas. Por ahora no lo sabemos pero basta contemplar el panorama creado por las redes sociales para saber que vamos a toda velocidad en una autopista congestionada con los ojos cerrados.
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: December 8, 2021 at 10:31 pm