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Esta democracia no se irá en silencio

Esta democracia no se irá en silencio

José Antonio Aguilar Rivera

No perciben la amenaza porque usualmente no hay un umbral claro, un punto focal, que señale de manera inequívoca lo que está ocurriendo y permitan la coordinación entre ellos.  Un día los ciudadanos se despiertan y descubren que la democracia desapareció.

El sigilo –lo que Adam Przeworski llama stealth–  es una característica usual de los procesos de autocratización que ocurren en el mundo. Las reformas que desmontan a la democracia son realizadas poco a poco por gobiernos electos democráticamente. Ninguna de ellas provoca por sí misma una reacción vigorosa porque su naturaleza e implicaciones autocráticas no son evidentes para los ciudadanos. Sin embargo, medidas que parecen inofensivas o de poca monta, cuando se suman, acaban por producir un cambio de régimen. La estrategia acumulativa impide que los ciudadanos vean con claridad y se coordinen para montar una respuesta vigorosa al embate autoritario. Es la historia apócrifa de la rana y el agua caliente. No perciben la amenaza porque usualmente no hay un umbral claro, un punto focal, que señale de manera inequívoca lo que está ocurriendo y permitan la coordinación entre ellos.  Un día los ciudadanos se despiertan y descubren que la democracia desapareció.

Lo notable del caso mexicano es que ese no es el sendero que la regresión autoritaria ha tomado. Los observadores extranjeros de la manifestación en defensa del INE del 26 de febrero se sorprenden de que una institución electoral, y un conjunto de reformas a las leyes electorales, conciten una vigorosa respuesta popular. La explicación está en la peculiar transición a la democracia que México siguió. Un proceso que puso en el centro los procedimientos electorales, incluso en desmedro de otros aspectos sustantivos del cambio político. Construir una autoridad autónoma y contar con elecciones libres y justas fue el punto en el cual todos los actores políticos acabaron por convergir. La consecuencia de ello fue que una institución –el INE– y las disposiciones que permiten organizar elecciones confiables se convirtieron en una línea roja en el piso; el punto focal que precisamente está ausente en otras experiencias de autocratización en el mundo. Su demolición significa, llanamente, la destrucción de la democracia. Los mexicanos tienen una envidiable claridad del predicamento en el que se encuentran.  Las marchas del 26 de febrero en muchas ciudades son la respuesta inmune, coordinada, de una democracia amenazada críticamente.

Los mexicanos tienen una envidiable claridad del predicamento en el que se encuentran.  Las marchas del 26 de febrero en muchas ciudades son la respuesta inmune, coordinada, de una democracia amenazada críticamente.

Leer esas manifestaciones como la medida de los votos es un error. Es cierto que los comicios no se ganan en las plazas y no gana quien puede movilizar más gente en una marcha sino quien lleva más votantes a las urnas. Sin embargo, la protesta fue un hito simbólico y ahí radica su importancia. Las clases medias, pero no solamente ellas, se han cohesionado para impedir un quiebre democrático. Cientos de miles de personas se hicieron presentes en las calles y eso tiene un impacto simbólico sobre quienes no participaron activamente. Registra la existencia de una fuerza colectiva, real y multitudinaria, que se opone a los designios autoritarios del gobierno. Lo que puso en el mapa fue una imagen de movilización masiva en defensa de la democracia. Esa imagen choca con la idea y el discurso de un país de un solo hombre y de una sola opción política mayoritaria.  Está por verse si los partidos de oposición son capaces de capitalizar esa energía social. El gobierno no tiene el campo libre: una parte importante y significativa de la sociedad ha visto con claridad el peligro de involución política y se ha movilizado.

…la protesta fue un hito simbólico y ahí radica su importancia. Las clases medias, pero no solamente ellas, se han cohesionado para impedir un quiebre democrático.

En muchos sentidos esta es la última llamada antes de que el breve paréntesis democrático se cierre en México. Lo que presenciamos es el funcionamiento al límite de los dos mecanismos de protección y conservación de los regímenes democráticos. El primero es el control vertical que los ciudadanos ejercen sobre los políticos, principalmente a través de las elecciones, pero no solamente ellas. El segundo es el control horizontal del sistema de frenos y contrapesos de la estructura constitucional de poderes públicos y órganos autónomos.  Los ciudadanos, en las urnas y en las calles, pueden controlar a los políticos y frenar sus intentonas autoritarias.

En el 2021 los electores le quitaron al gobierno las mayorías absolutas en el congreso. Una amplia movilización podría ser un factor de peso para dificultar la destrucción del régimen democrático si puede articularse electoralmente y mantenerse cohesionada en el tiempo. Por otro lado, lo que dio la señal de movilización fue precisamente el embate a uno de los órganos autónomos, pilar de la transición a la democracia. La preservación del régimen pende ahora de un hilo: la decisión de la Suprema Corte. El más alto tribunal está claramente tocado por el gobierno y no es evidente si hay suficientes ministros independientes para mantenerse como contrapeso real. Lo veremos.

En la mayoría de los casos de autocratización los controles verticales y horizontales son avasallados y desactivados por los gobiernos. Con todo, pocos países han tenido la ventaja de contar con una línea roja en el piso: raya que el gobierno ha cruzado flagrantemente.

Lo que observamos es el funcionamiento, en tándem, de los remanentes del régimen democrático tratando de evitar in extremis su caída. ¿Bastará? No lo sabemos. En la mayoría de los casos de autocratización los controles verticales y horizontales son avasallados y desactivados por los gobiernos. Con todo, pocos países han tenido la ventaja de contar con una línea roja en el piso: raya que el gobierno ha cruzado flagrantemente. La embestida en contra del INE es su Rubicón. Los autócratas se han revelado y gracias a ello los mexicanos tenemos, en la última hora de la democracia, suficiente claridad sobre lo que está en riesgo. La suerte está echada.

 

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1

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Posted: March 1, 2023 at 7:00 pm

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