Z Home Page Featured Post
Un país sin cultura es un país sin destino

Un país sin cultura es un país sin destino

Elsa Cross

Discurso de recepción del Premio Rosario Castellanos 2022

 

Honorable Senado de la República, señoras y señores:

Agradezco profundamente la distinción que se otorga a mi trabajo con el “Premio al Mérito Literario Rosario Castellanos”, entre muchas razones, porque lleva el nombre de esta mujer admirable, a quien recuerdo con profundo afecto, pues fue mi maestra de Literatura Comparada en la Facultad de Filosofía y Letras y a ella pude mostrar mi primera, brevísima colección de poemas, a la que dio su aprobación. Agradezco también que hayan postulado mi trabajo para este premio a la propia Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, mi alma mater, y a su directora, la Dra. Mary Frances Rodríguez van Gort, y a la Casa del Poeta Ramón López Velarde, y a su también directora, la Lic. Maricarmen Férez; aquí presentes. Quisiera decir que la Casa del Poeta desde hace 30 años ha desarrollado una tarea ejemplar e infatigable en lo que toca al cultivo y la difusión de la poesía.

Rosario Castellanos es una figura de enorme importancia, porque a pesar de haber vivido en una época en que era sumamente difícil para una mujer abrirse paso y alcanzar un desarrollo intelectual pleno, abrió muchos caminos: como poeta y escritora, al igual que como intelectual y maestra; como precursora de una lucha feminista inteligente, y también como defensora de nuestras comunidades indígenas y sus saberes tradicionales, con la apreciación lúcida y dignificadora que tuvo sobre ellos. Celebro también que se esté abriendo en la Ciudad de México una universidad con el nombre de Rosario Castellanos, y ojalá que bajo el auspicio de su nombre esta universidad impulse también con decisión el desarrollo artístico y cultural, que tanto se necesita en todos los niveles educativos del país.

Un país sin cultura es un país sin destino. La cultura, en general, así como las ciencias y las artes, están más allá de cualquier ideología política, de cualquier persuasión religiosa o fines que sean ajenos a su propia esencia. Cuando se ha tratado de ponerlas al servicio de otros intereses, se les ha desvirtuado. El arte, en particular, no es elitista; no es privilegio de ninguna clase social, y debemos impedir que eso suceda poniéndolo al alcance de todos.

Es indispensable preservar la excepcional riqueza de todas nuestras culturas originarias, tan defendidas, como ya dije, por la propia Rosario Castellanos. Muy pocos países tienen tal diversidad de lenguas, de herencias míticas, tal variedad de músicas, de danzas, de expresiones artesanales. Desde hace décadas ha habido un amplio movimiento para reivindicar las tradiciones indígenas, así como diversas asociaciones para impulsar el creciente desarrollo literario de sus lenguas. Hay muchos notables poetas contemporáneos, hombres y mujeres, en lengua náhuatl, zapoteca, mazateca, tzotzil y diversas variantes del maya, entre otras. Las lenguas son un instrumento muy eficaz para salvaguardar la memoria de los pueblos, y debemos defender su sostenimiento y su desarrollo, sobre todo al saber que de las 68 lenguas vivas que hay en el país, el 60 por ciento está en vías de desaparición.

Igualmente valioso es el gran arte universal, cuya tradición de milenios nos permite percibir la evolución del espíritu humano. Ese arte se ha expresado a través de la música, de la pintura y la escultura, del teatro, de la danza, de una literatura escrita, en poesía y prosa, que desde la antigua Sumeria puede remontarse a más de cuatro milenios. No podemos ignorar ni desdeñar esa gran cultura, que es patrimonio de la humanidad –desde mucho antes de que existiera la UNESCO–. México ha hecho grandes aportaciones a ella y también se ha enriquecido de su vasto caudal, que tampoco podemos limitar a las identidades regionales y nacionales, aunque se nutra de ellas.

El arte es una de las expresiones más altas del espíritu. Que este país reconozca a sus artistas es loable –y agradezco profundamente lo que me toca–; pero siento que es urgente que exista una política pública de Estado que proporcione a sus niños y a sus jóvenes una educación artística formal y de calidad, que ojalá pueda llegar a ser –además de los talleres y muchas cosas, que por suerte existen–, tan importante como las matemáticas, la gramática o la historia, a lo largo de los tres niveles educativos. Es importante en la misma medida. Se ha comprobado científicamente, por ejemplo, cómo el estudio de la música propicia un desarrollo cerebral mucho mayor. Toda inversión en el arte y la cultura va a redituar en la formación de mejores ciudadanos y personas. Los efectos del arte no se pueden medir ni cuantificar, pues son invisibles y tal vez por ello son más poderosos. Como miembro de la comunidad cultural, no puedo evitar sentir, cada vez que se recorta un presupuesto al arte y la cultura para destinarlo a otros proyectos o macroproyectos, cualesquiera que éstos sean, que es una victoria para las fuerzas más oscuras del país.

Mi optimismo sobre el efecto profundo del arte proviene, en gran medida, de que a un taller de poesía que daba yo en los años 80, en el Centro Cultural La Pirámide, en Mixcoac, llegó un muchacho que decía haber sido un “chavo banda”, hasta que descubrió la poesía, que le cambió la vida. Y hay que tener en cuenta la transformación profunda que en zonas marginales de la ciudad de México han tenido las fábricas de artes y oficios, llamadas los Faros, que desde hace décadas son los pilares de una formación artística que podría llegar a constituir la base de una universidad de los oficios y las artes.

Ojalá el arte fuera una panacea universal; no lo es. Pero al menos da herramientas, como decía Nietzsche, para soportar la realidad o, podría agregarse, para ver su lado más luminoso. Durante la pandemia, que todos hemos padecido, ha habido muchísimas personas que se han refugiado en el arte y la cultura como medios de sobrevivencia espiritual. Cuando no entendemos alguna de las manifestaciones del arte, éste nos invita a descubrir, a adquirir o a crear dentro de nosotros mismos los instrumentos de sensibilidad, de inteligencia, de cultura, que necesitemos para captarlo y entrar en el mundo inagotable que nos ofrece.

El arte indudablemente lleva el propio entendimiento y experiencia de la vida a niveles más altos, refina la percepción y la sensibilidad, enriquece los intereses de los jóvenes, diversifica su creatividad, satisface de muchas maneras su necesidad de expresión y permite que esta juventud cifre y sustente su identidad no en seguir tendencias de moda o a influencers, sino en adquirir, como era el ideal de educación en los pueblos nahuas, un rostro y un corazón. Un rostro y un corazón propios, no influidos ni que sirvan a otros intereses. Miguel León Portilla dice en su Toltecáyotl: “In ixtli, in yóllotl”, “la cara, el corazón”, simbolizan siempre lo que hoy llamaríamos fisonomía moral y principio dinámico del ser humano”. (p. 192).

A quienes fuimos adolescentes o jóvenes en la década de los 60, nos tocó iniciar grandes cambios, en todos los órdenes. Es indescriptible la efervescencia de ideas y de ideales que hubo en aquella época, en todo el mundo. Recuerdo haber visto entonces un lema muy simple pintado en una barda: la palabra “Revolución” a la que se había tachado la “r”, dejando “Evolución”. Me impresionó por su verdad…

A quienes fuimos adolescentes o jóvenes en la década de los 60, nos tocó iniciar grandes cambios, en todos los órdenes. Es indescriptible la efervescencia de ideas y de ideales que hubo en aquella época, en todo el mundo. Recuerdo haber visto entonces un lema muy simple pintado en una barda: la palabra “Revolución” a la que se había tachado la “r”, dejando “Evolución”. Me impresionó por su verdad, pues siento que mientras no haya en nosotros una genuina y poderosa evolución interior, podremos hacer las revoluciones que sea, poner a un país de cabeza, pero seguiremos cayendo en los mismos errores.

Otra de las virtudes del arte, por cuanto está más allá de cualquier ideología o partidismo, es que no separa ni crea divisiones ni dualidades, sino que une. Un ejemplo es la creación, hace más de dos décadas, por parte del gran músico argentino-israelí Daniel Barenboim y del intelectual palestino, ya fallecido, Edward Said, de la Orquesta West-Eastern Divan, que reúne desde entonces, y a pesar de constantes y severas crisis políticas, a jóvenes músicos israelíes y palestinos, así como de otros países árabes, en una demostración permanente de cómo la música permite superar dificultades inconciliables, si no en el plano político, sí en el plano humano. Esos jóvenes músicos no sólo son un grupo solidario, sino que han llegado a formar una orquesta sinfónica de primer orden internacionalmente. Esto podría verse como un paradigma en lo que se ha llamado educación para la paz.

No se trata, desde luego, de que todos los jóvenes sean artistas; pero cualquiera que sea su vocación o su camino en la vida, por la sensibilidad y el conocimiento que obtengan de su contacto con cualquier forma del arte, su visión de la realidad y sus capacidades de respuesta, se verán inmensamente enriquecidas. Que sigan oyendo la música que quieran, por poner un ejemplo, pero que aprendan a escuchar a Beethoven y a Silvestre Revueltas; que pinten bardas, pero que sepan que existen Francisco Toledo y Leonora Carrington. En lo personal, creo que mi experiencia de la vida habría sido muy gris sin Mozart, sin Botticelli y sin la poesía de Carlos Pellicer, de José Gorostiza y de Octavio Paz.

Nuevamente, agradezco a todos este premio, muy en especial a la Comisión de Cultura del Senado y a los miembros del jurado. Y muchas gracias a esta Cámara por su grata hospitalidad. Quiero terminar leyendo el fragmento de un poema extraordinario de Rosario Castellanos, “El resplandor del Ser”:

Amanece en el valle. Con qué lento
resplandor se sonrosa la nieve de las cimas
y cómo se difunde la luz en el silencio.

Hechizada contemplo el milagro de estar
como en el centro puro de un diamante.

¡Ah, despertar, vivir
amar, amar el viento
como un amor de pájaro!

 

Elsa María Cross  (Ciudad de México, 1946). Poeta, ensayista y traductora. Doctora en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, donde es profesora titular de Filosofía de la Religión en la Facultad de Filosofía y Letras. Ha sido acreedora del Premio Nacional de Artes y Literatura, el Premio Nacional de Poesía Aguscalientes, el Premio Jaime Sabines, el Roger Caillois y la medalla de Bellas Artes, entre otros reconocimientos. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA). Ha publicado, entre otros títulos, Poemas desde la IndiaLos sueños. ElegíasEl vino de las cosas y Cuaderno de Amorgós y Escalas.

 


Posted: March 3, 2022 at 11:40 am

There are 2 comments for this article
  1. Esperanza Mora Luviano at 7:41 am

    Gracias Elsa Cross por aprovechar esa alta trubuna para divulgar la uegencia de la educación artistica y el poder transformador de la poesia

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *