Carta a Adolfo Castañón
Fina García Marruz
Carta de Fina García Marruz a Adolfo Castañón para agradecer el prólogo a su antología de ensayos titulada Como el que dice siempre (edición de DCG/Equilibrista, Universidad Nacional de México, colección Pértiga, México, 2007). La autora murió el pasado 27 de junio a la edad de 99 años.
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A Adolfo Castañón:
Diciembre 12/07
Sorprendida, y todavía demasiado emocionada por el admirable prólogo que ha hecho de mis ensayos es que le escribo, y por la difícil búsqueda que supone haberlos reunido tratándose de textos que figuran en revistas minoritarias a veces y que ustedes no poseen.
Pero no es de este esfuerzo material del que quiero principalmente hablarle sino de mi extrañeza por el modo como usted penetra y ahonda en lo esencial y menos visible del trabajo poético en que verso y prosa han de fundirse. Usted parte siempre de la poesía y su crítica –como quería Martí– ni elogia ni censura sino sustancia. Cintio, tan sorprendido como yo, señala, a los que vienen a visitarlo por su reciente operación de la vista, con su libro en mano, aciertos de pasajes suyos, y a todos dice de su Prólogo: “es un texto extraordinario” –lo que no pudiese decir yo– que también lo pienso –sino que pareciera que creo merecer los altos adjetivos que me dedica. Y no es eso, Castañón, aunque siempre estremece, como decía Lezama, cuando uno se siente tocado en el misterio de lo que nos excede en la propia palabra poética, o lo que él llamaba nuestro “inconue”. Pero no voy a glosarlo a usted mismo, sino al menos referirme a algunas de mis gratitudes, no sólo por lo que dice sino por algunas supresiones en el texto, y así en “Elogio de Ramón” que me valió la alegría de recibir de él una de esas tarjeras amarillas con tinta roja suya que ondeaban como su bandera en que, con humildad desarmante y debido a un ligero juicio mío sobre sus greguerías, me enviaba además un volumen de ellas para que señalase las que no me gustaran para suprimirlas de la otra edición, cosa que desde luego no hice sino contesté dedicándole a ellas otro ensayo. Pues bien, agradezco que usted me suprimiese el párrafo final, porque yo me temía que en español no sonase igual que en nuestras tierras mi imaginario brindis en el Pombo —donde tampoco creo que iban mujeres– con lo de “a su clarísima sangre”, que fuera como agua el vino, con lo que usted me mejoró el texto con una frase del propio Ramón que no podía conocer que prefería, y es aquella que dice “de la modestia sin lujos que mientras no se volviera a la sencillez no tendría entrañas felices la vida” (la otra que prefiero es la que dice de las albas, “después, se distingue la verdad”).
La segunda supresión es la de una cita que hace de Silvina Ocampo que tenía la errata espantosa de cambiar su verso “no por patriotismo se ama a un puerto”, por la inocente pero inaudible de “puerco”, imagine que catástrofe. Pues fíjese que dice que se lo podía amar, pero “no por patriotismo” (no dejaba de ser cómico).
Al recibir su libro corrí a buscar si estaba (Lezama no era buen corrector de pruebas, ni siquiera de sus propios escritos) pero usted felizmente la eliminó. Una mujer tan exquisita como Silvina Ocampo no nos los debe haber perdonado, y debió haberse arrepentido de que Sur con tal desinterés “anunciara” a Orígenes junto a otras revistas. Desde luego no contestó una palabra.
La tercera supresión fue aún más inteligente. Era en mi ensayo sobre Quevedo al que ya no podía ocultar su lado brutal con un trazo rosado y escogí la frase más corta, pero también irrepetible que hubiera querido no tener que recordar, por lo que dije en excusa a un poeta amigo que después de todo Quevedo le dedicaba un adjetivo a los ataques al rey y no a él mismo, lo que me valió el consejo: “Fina, mejor no lo aclare”. No podría decirle lo mismo de la omisión involuntaria que aparece en la edición de la frase final de Martí que está en mi trabajo, de su carta a la pequeña María Montilla (cito de memoria) “Tú, cuando veas el sol nublado o la noche oscura, piensa en mí” que en verdad completa lo de “la tristeza del homenaje oficial” de que hablo veladamente en la primera parte, palabras, por otra parte para mí tan amadas como suyas, dichas a esa jovencita cuando yo también lo era y las necesitaba mi país. No merece edición tan irreprochable una culposa Fe de erratas cuando el español tiene la más noble y singular de error, por lo que sugeriría a nuestro querido Dieguito la posibilidad de una nota discreta o papelito que podría introducirse entre las páginas, que sencillamente las completase. No se me apene usted tampoco, que no tiene la culpa, y aun a esta sugerencia denla por perdida.
Mi gratitud hacia él y hacia usted va más allá –o como usted dice en algún pasaje, “más acá”, que es lo mismo.
Especialmente le agradezco que en el Prólogo señale lo que es fragmento y no trabajo completo, y lo que es más importante que se fije en la fecha de su publicación como cuando advierte que “Poemas” (que no son libro sino la selección de tal que me la hicieron Cintio y Eliseo para una sorpresa de cumpleaños, mi primicia es Hora temprana, que nunca publiqué); tardó cuarenta años en ser completada, ya que en dos ocasiones, Castañón, se ha sugerido que copio ideas demasiado cercanas a “María Zambrano” –de que fuimos en verdad alumnos modestos– “no discípulos” que es ya categoría filosófica y al que los dos posteriormente escribimos por sus deslumbrantes Claros en el bosque [Claros del bosque], dos largas cartas en que le decíamos que desde el San Juan de la Cruz no conocía la lengua española nada igual.
Esta acertada alusión a que yo digo casi lo mismo que María Zambrano sin la elemental honestidad de citarla, parte de lo que usted señala del tiempo que tardo a veces en publicar y así me ha pasado con El libro de Job que el mejor estudioso de María Zambrano, Manuel Sanz, también muy amigo nuestro, al que parece le interesó mi trabajo, señalara una coincidencia con el trabajo de ella sobre ese libro, sin fijarse en que —como comento en el prólogo– lo había escrito veinte años antes y dedicado a Samuel Feijoó, en cuyo intermedio escribió María el suyo, sin que hubiese ninguna probabilidad que en edición limitadísima que no salió de aquí ni conociera ella mi trabajo ni yo el suyo. Todavía me gustaría ver el punto de coincidencia; pero no he podido adquirir el libro como tampoco el que tiene Claudel sobre Job, a pesar de interesarme tanto.
En verdad, Castañón, María tuvo —no sólo con el grupo Orígenes sino con Cuba— un vínculo misterioso por lo que nombraba a la isla como “su patria prenatal”, y ya ve que en las generosas páginas que nos dedica a todos en “La Cuba secreta” refleja esa rara empatía que nos acercó mutuamente, y que a nosotros nos condujo como imantados a sus clases, de las que tengo un recuerdo imborrable que recojo en un trabajo que no sé si usted conoce y de ser así trataré de enviárselo, “María Zambrano, entre el alba y la aurora”. Mucha María hay en Lezama y mucho Lezama en María, comprenderá que no nos interesaba blasfemar de precocidades en una relación tan profunda y hermosa como la que nos unió, desde el primer momento.
Y veo más, aunque usted mismo se ha acercado a nuestra poesía con esa rara empatía que va más allá del vínculo histórico, sanguíneo o incluso meramente literario, para ir a la lengua paridora y madre con que lo hispánico y lo hispanoamericano responden a un destino por el que quedaron ligados para siempre —nada que ver con lo de “la madre patria” ni con aquellos tozudos capitanes generales que nada tenía que ver con lo que llamara Martí “el sobrio y espiritual pueblo de España”, del que eran sus propios padres. María decía que España quedó siempre al margen del capitalismo europeo y su relación con lo que usted llama hispano-americano marcó igualmente al indio y al negro, más allá de la crueldad de la conquista de la propia historia, en esa otra intrahistoria de que hablaba Unamuno. En cuanto a la poesía, Eliseo decía de Gabriela Mistral –vasca indígena– que ella pertenecía no a la historia de la literatura, sino a la historia de la lengua, y era así como había de estudiársela. Y mucho me honra que usted vea en mis modestos ensayos hazaña semejante. Pero decía Martí “¿Quién no sabe que el lenguaje es el jinete y no el caballo del pensamiento?” extendiendo su influjo al pensar mismo. Pero yo veo que lo suyo por referirse a la poesía –de que usted parte– está más cerca de lo de Keats, cuando ve en todo poeta aquel que, “como el pájaro reyezuelo”, o “como el águila” nos conduce al camino de su instinto, a la lengua madre primera –sumas de esas aguas el suyo– más allá de ser pequeño o grande.
Una cosa sí quisiera decirle y es que me ha extrañado esa nota que recoge de Encuentro, en el homenaje que quiere hacer a mi poesía en que aparece la ya vieja tesis del “a-politicismo” de Orígenes que es algo que no resiste el menor examen. Nunca nos pareció “malvada” la historia, que hasta dividió en antes y después de él [Lezama], y en que sufrió su pasión. Es verdad que Orígenes fuese solo una revista de poesía, pero no estuvo nunca desentendida del país, ahí están las inadvertidas Señales que Lezama ponía en cada número, los ensayos que ahí publicó. Siempre habló en ellos de la desintegración del país en la seudo-república y lo distanció lo que llamara “lo esencial político”. No fue Orígenes la que se desentendió de la política, sino la política la que traicionó al país. No es la “historia” ciertamente lo que María llamó “la historia apócrifa” para distinguirla de la verdadera. Pero a qué tratar de entrar en polémica con tan desacreditado asunto, ni convencerse de tan obvias verdades, que son “historias viejas del hombre y de sus revueltas” que hacen olvidar los Versos sencillos de Martí en que prefiere “las abejas volando en las campánulas”
Más bien, Castañón, su prólogo nos hace desear que usted completara su ensayo con una antología de los ensayistas de Orígenes, desde (“Sierpe de Luis de Góngora” o la experiencia americana de Lezama hasta los no menores de Eliseo de que ya se hizo una edición en México), y los pocos pero exquisitos de modesta luz cubana, de Octavio [Smith]. Pero sobre todo, las de Julián Orbón, nuestro entrañable “músico de Orígenes”, cubano-astur, casi desconocido en España que fue un relampagueante. Cintio lo llama el único genio que ha conocido y no sólo por el español de sus estremecedores cantos, sino como persona, que recogiera usted un artículo “Tarsis, Isaías” que publicó en la revista, que parte de la profecía del descubrimiento de América de Tarsis, antiguo nombre bíblico de Cádiz de que partieron las carabelas, y de la proto-historia de España, texto tan importante para España como para América, inspiración unitiva de su propia música. Y esto sin contar lo que en la revista publicó de Falla, que fue su principal maestro, “Y murió en Altagracia”, o de Villalobos, el gran músico brasileño. El modo casi eléctrico con que lo recorría la música al sentarse en el piano –sin aspavientos externos– tocándonos con pulso leve, “La ciudad de Sansueña” evocada por Falla en su Retablo de Maese Pedro, en cuya partitura se leía “Hondas lejanas”: apuntan a ese mismo sitio de encuentro de la expresión iberoamericana, capaz de llegar a nuestra isla, y el misterio de las albas, en la célula nativa de nuestro son. ¿No se anima –con la profundidad que usted sabe– a hacer este estudio?
Termino pidiéndole disculpas por haberme detenido más de lo cortés en supresiones o sugerencias, y por las inevitables y constantes citas que esta martiana hace de nuestro padre mayor.
No le roba más tiempo y sigue siendo su deudora:
Fina García Marruz
- Carta reproducida con la autorización de El Equilibrista, sello editorial de la antología de ensayos Como el que dice siempre, de Fina García-Marruz
Josefina García-Marruz Badía, conocida como Fina García Marruz (La Habana, 28 de abril de 1923), fue una poeta e investigadora literaria cubana con numerosas distinciones, entre las que destacan los premios Nacional de Literatura 1990, Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2007 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2011. Murió el pasado 28 de junio a la edad de 99 años.
Posted: July 18, 2022 at 8:35 pm