Las damas: ciudad y subjetividad
Michelle Roche Rodríguez
Ya en el siglo XV Christine de Pizan sabía por experiencia propia que las capacidades intelectuales de las mujeres se relacionan menos con su naturaleza que con las oportunidades que la sociedad les ofrecía. Ella, que quizá fue la primera escritora profesional de la historia, jamás habría llegado a publicar La ciudad de las damas si se hubiera formado en un lugar distinto a la corte del rey Carlos V. Su padre, Tommaso de Pizan fue médico y astrólogo del monarca francés, lo cual puso a disposición de ella la biblioteca y el archivo real, gracias lo cual completó una educación humanista. Su caso es excepcional entre las mujeres de la época. La mayoría de sus contemporáneas eran analfabetas y entre las nobles, si bien muchas podían leer y escribir, pocas se dedicaban a eso.
Publicó La ciudad de las damas en 1405, a los cuarenta y un años, durante el reinado de Carlos VI, cuando ya había escrito una veintena de poemarios. Allí se encarga de impugnar las posturas misóginas de entonces, según las cuales las mujeres eran seres más imperfectos que los hombres, pues Eva las había condenado a la debilidad física y de espíritu. Porque durante siglos la gente se tragó la tontería de que la esposa de Adán era menos inteligente que él por el dato biográfico —y a todas luces ficticio— de provenir de su costilla. La idea imperante era que debido a esa negativa condición complementaria, ella se había dejado tentar arrastrándolo a él en su caída. Preocupada estos prejuicios, De Pizan escribe: «Me era casi imposible encontrar un texto moralizante, cualquiera que fuera el autor, sin toparme antes de llegar al final, con algún párrafo o capítulo que acusara o despreciara a las mujeres».
El vilipendio del sexo femenino fue una constante en la historia hasta bien entrado el siglo XX. Una prueba de esto fue la teoría de la envidia del pene que tuvo buena acogida entre la comunidad de psicoanalistas hasta los años sesenta. Para Sigmund Freud, este sentimiento se desata en las niñas cuando descubren que son anatómicamente diferentes a los varones, lo cual las hace sentir mutiladas. El médico austríaco supone que desde ese momento, las mujeres desarrollan un complejo de castración que solo resuelven cuando son madres de un hijo varón. Padre de la psicología y todo, Freud no puede separarse de sus prejuicios cuando observa a las mujeres, a quienes no conoce realmente ni se preocupa en hacerlo porque, como los sacerdotes de la Edad Media ve en ellas a hombres incompletos. De esta miopía se queja Simone de Beauvoir en El segundo sexo. «Esa excrecencia, ese frágil tallo de carne, puede no inspirarles sino indiferencia y hasta disgusto [a las mujeres]; la codicia de la niña, cuando aparece, resulta de una valoración previa de la virilidad», escribe en su obra de 1949. Señala con esto que Freud promueve el pesado simbolismo atribuido a la condición masculina: «El símbolo (…) no cae del cielo ni surge de las profundidades subterráneas: ha sido elaborado, como el lenguaje, por la realidad humana».
Los prejuicios contra las mujeres se mantienen hasta ahora, con sus matices, claro. Hasta la vigésimo segunda edición del Diccionario de la Real Academia Española entre las acepciones de la palabra femenino se encontraban las de «débil» y «endeble»; el adjetivo débil se definía como «escaso o deficiente en lo físico o en lo moral», y endeble, como «flojo». Pero estos no son los únicos ejemplos. La palabra afeminar en el DRAE aparecía como el proceso por medio del cual un hombre perdía «la energía atribuida a su condición viril». La actual edición del DRAE es la décimo tercera y se publicó en 2014. Esto quiere decir que, al menos en nuestra lengua, la condición masculina se tuvo como norma y la femenina se asoció con lo carente y la insuficiencia hasta hace menos de una década. Tales definiciones conservan cierto aire con la teoría bíblica de la mujer-costilla y su caída. Es lo mismo que en los tiempos cuando se La ciudad de las damas. Allí De Pizan presenta una ginetopía descrita en un lenguaje simbólico que le permite ofrecer una imagen de las mujeres distinta aunque su punto de partida sea el diálogo con la cultura misógina del tardío medioevo. De esta reivindica para las mujeres la condición de sujeto pensante.
«Empecé a reflexionar sobre mi conducta; yo que he nacido mujer, pensaba también en las otras numerosas mujeres que he podido tratar, tanto princesas y grandes damas como mujeres de mediana y baja condición», escribe la autora: «Por más que pensaba y daba vueltas a estas cosas (…), no podía ni comprender ni admitir la fundamentación de su juicio sobre la naturaleza y la conducta de las mujeres». A esta obra se la toma como el punto de partida de la Querelle des Femmes, un debate prolongado por más de trescientos años sobre el acceso de las mujeres a la educación. A esta «querella» se la considera antecedente directo del feminismo ilustrado, fundamento ideológico del movimiento. Personalidades del racionalismo como Voltarie, Madame de Châtelet y Condordet se alineaban con las ideas expresadas trescientos años antes por De Pizan. De hecho, su influencia directa llega hasta 1792, cuando Mary Wollstonecraft publica Vindicación de los Derechos de la Mujer, fecha en la cual se supone que comienza la primera ola del feminismo. La necesidad de la mujer de pensar por sí misma y contra la corriente es el hilo que une a De Pizan con las ideas de Wollstonecraft. A través de este vínculo comienza a formarse lo que podríamos llamar una subjetividad femenina.
Y este es justo el tema que me interesa, el de la subjetividad. Pues la mayoría de las veces, aún sin proponérnoslo de forma consciente, cuando consideramos al sujeto en oposición al mundo externo pensamos que ese sujeto es hombre. Siglos de estrategias discursivas en las cuales lo femenino ha sido reducido al complemento de lo masculino han logrado la naturalización de esa manera de pensar. El gran acontecimiento del siglo XX es el surgimiento de la conciencia femenina en la sociedad y la subjetividad femenina en la literatura.
La influencia de La ciudad de las damas atraviesa la segunda ola, la del sufragismo, y se instala en el feminismo de la tercera ola, a través del debate de las académicas francesas durante los años setenta sobre la relación entre la subjetividad y el cuerpo femenino. Una vez conquistados los derechos culturales y civiles, la tercera ola se ocupó de los derechos sexuales, bajo el lema «mi cuerpo es mío». Luce Irigaray, Hélène Cixous y Julia Kristeva son las pensadoras más destacadas del feminismo francés. La primera utiliza herramientas lingüísticas y psicoanalíticas para definir otro modelo de la relación entre géneros; a la segunda le interesa la construcción de la identidad de las mujeres desde la psique y, a la tercera, el papel que el lenguaje tiene en la construcción de esta subjetividad. De las tres, me interesa para cerrar este recorrido que comenzó con La ciudad de las damas el trabajo de Cixous. Para ella, el lenguaje es una arena política fundamental. Por eso estudia el sistema de contraposiciones binarias que estructura la dominación masculina en donde la segunda posición siempre está devaluada y se asocia con lo femenino: activo/pasivo, cabeza/corazón, padre/madre, hombre/mujer. «Nos han inmovilizado entre dos mitos horripilantes: entre la Medusa y el abismo», escribe en La risa de la Medusa, ensayo donde explica que la identidad femenina se constituido como la proyección de la masculina a través de una dañina estrategia de comparación. Por eso, la presencia inherente de las oposiciones jerárquicas entre hombres y mujeres están en la base de la ontología occidental y relegan al sujeto femenino a las opciones de pasividad o invisibilidad.
En el ensayo citado se refiere a la necesidad de las mujeres de entablar una relación positiva con su pisque y sus cuerpos a través de la escritura. La écriture féminine es su propuesta. La evolución es evidente: no discute la capacidad intelectual de las mujeres, se discute sobre qué hacer con esa capacidad. Puesto que el lenguaje es una parte tan importante de la producción de la identidad, ella propone que cada una se escriba a sí misma. Con la «escritura femenina» se cierra el capítulo de la subjetividad abierto por la Querelle des Femmes. Comienzan otros capítulos más interesantes para el desarrollo y el despliegue de la psique femenina, capítulos que las escritoras podemos aprovechar.
Cristina de Pizán, La ciudad de las damas (traducción de Marie-José Lemarchand), Ediciones Siruela (Tiempo de Clásicos), Madrid, 2013. Introducción de Victoria Cirlot.
Simone de Beauvoir, El segundo sexo (traducción de Juan García Puente) Debolsillo (Contemporánea), Buenos Aires, 2003.
Hélène Cixous, La risa de la medusa: Esanyos sobre la escritura (prólogo y traducción de Ana Mana Moix, traducción revisada por Myriam Dfaz-Diocaretz), Ediciones Anthropos, Barcelona, 1995.
Michelle Roche Rodríguez (Caracas, 1979) es narradora, crítica literaria y periodista. Ha publicado Álbum de familia: Conversaciones sobre identidad y cultura en Venezuela (2013), Madre mía que estás en el mito (2016), la colección de cuentos Gente decente (2017, Premio de Narrativa Francisco Ayala) y Malasangre (2020). Colabora con varias revistas literarias españolas y medios culturales venezolanos. Trabajó en el diario El Nacional, fue profesora en la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello y fundó Colofón Revista Literaria en 2014. Reside en Madrid desde 2015. Su página web es www.michellerocherodriguez.com.
Fotografía © Emilio Kabchi.
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Posted: March 20, 2023 at 9:54 pm