Dialogar e invisibilizar
Naief Yehya
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Una mesa de diálogo (que no tuvo lugar)
Pocas semanas antes del inicio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, fui invitado por mi amigo y colega Nicolás Alvarado a participar en una mesa en el ciclo FIL Pensamiento, en la serie Otras formas de conversar en México, que tendría lugar el jueves 5 de diciembre de 2024 a las 19:00 sobre la política y las acciones militares en Medio oriente y la forma en que se discute ese tema tan controvertido. Acepté participar pero puse muy claro que no tenía interés en hablar con nadie que viniera a presentar una defensa del genocidio ni con sionistas duros (en este tiempo es difícil imaginar que exista otra clase de sionismo). Hace muchos años entendí que es imposible dialogar con personas que tan solo saben recitar dogmas sacados de un manual de propaganda, como es la hasbará israelí, en la que hasta las cosas más delirantes, crueles e irracionales son justificadas como necesarias para la supervivencia del estado. Esta ideología refleja un profundo odio, intolerancia y negación hasta de la misma existencia de un pueblo palestino, y depende del recurso de la acusación compulsiva de antisemitismo a cualquier persona, argumento o hecho que contradiga su narrativa.
Poco después enteré de que el título de la mesa sería “Instrucciones para hablar sobre el Medio Oriente”. La descripción era:
Ésta no es una –otra– mesa sobre la situación en Medio Oriente. Es una discusión sobre la urgente necesidad de reencauzar su discusión por otros códigos: no los del identitarismo sino los de los valores democráticos, el derecho internacional y, más importante aún, los derechos humanos. El punto, válido para una guerra cruenta que sigue escalando y cobrando vidas, vale también para abordar problemas nacionales, culturales o aun vecinales. Y es el foro de las ideas por antonomasia en el mundo de habla española al que toca postular la urgencia de otras formas de conversar
Quizá fue negligencia mía no haberme informado bien del objetivo preciso y la intención de esa mesa. De entrada el nombre me pareció alarmante y de una gran condescendencia. La simple idea de dar “instrucciones” me parece antagónica a la de un debate de ideas o una confrontación de posiciones. Entiendo la urgente necesidad de encontrar vías de diálogo y de evitar prejuicios (ya sea el antisemitismo, la islamofobia o cualquier otro) al hablar de ese conflicto pero si de entrada se le denomina “guerra cruenta” a las acciones de represalia por parte del ejército y gobierno israelí con el apoyo de sus aliados en Palestina, mis diferencias eran insalvables. Como es bien sabido a raíz de la incursión y atroz matanza de civiles y militares, llevada a cabo por el grupo militante Hamás, el ejército israelí lanzó una operación descomunal, con bombardeos indiscriminados, desde aire, tierra y mar; una despiadada invasión terrestre y empleó una variedad de tecnologías mortíferas de punta, especialmente drones para cazar gente en una acción que ha durado 14 meses y no parece tener un fin previsible.
Pensaba enfocarme precisamente en lo inapropiado y arrogante que era el título, así como en los códigos lingüísticos que hacen imposible el diálogo. Dada la extensión del evento, 50 minutos, y el hecho de que seríamos cuatro invitados: Maruan Soto Antaki, Jacobo Dayán, Adina Chelminski y yo, con Leonardo Curzio, como moderador, supe que tendríamos en el mejor de los casos diez minutos para explicar nuestras posiciones. Lo cual de entrada parecía casi imposible. Esperaba que mi presencia ahí sería un contrapeso. Especialmente porque pocos días antes se publicó un desplegado en contra de la decisión del Colegio de México de romper vínculos con la Universidad Hebrea de Jerusalén, que fue firmado por Chelminski y por el propio Alvarado. El hecho de que numerosos creadores y académicos que respeto, estimo y admiro firmaran me pareció una señal de que mi perspectiva de la situación era muy diferente de la de colegas, compañeros e intelectuales mexicanos. Al acusar al Colegio de México por romper el diálogo quizá no consideraron o no les importó que la Universidad Hebrea es sede de varios programas militares, de inteligencia, espionaje y desarrollo de tecnología bélica usada para asesinar, reprimir y perseguir palestinos. Pero aún si esto no fuera determinante del carácter de esa universidad, también la prestigiada académica feminista árabe israelí, Nadera Shalhoub-Kevorkian, que trabaja en esa institución fue arrestada, interrogada y su casa fue cateada por “incitación”, debido a que criticó la respuesta israelí de atacar a la sociedad palestina de manera indiferenciada. Así mismo comentó en un podcast que el sionismo debía ser desmantelado. Sus abogados acusaron a la universidad de estimular los ataques en contra de los académicos con visiones disidentes. El rector le pidió la renuncia y fue suspendida después de sus declaraciones. Debido a la presión internacional la universidad se retractó y la profesora salió libre. Debemos preguntarnos qué clase de diálogo puede tenerse con una universidad israelí que ha sido cómplice y que ha callado ante las atrocidades, declaraciones de intención genocida por parte de políticos y crímenes de guerra cometidos por su ejército. ¿Alguno de los firmantes protestó o manifestó incomodidad mientras Israel destruía todas las universidades e instituciones educativas de la franja de Gaza?
La idea de tratar de hablar desde los valores democráticos de un conflicto mientras está teniendo lugar un genocidio, avalado precisamente por las naciones democráticas, que ha cobrado probablemente más de doscientas mil vidas (la cifra ofrecida por el Ministerio de salud de Gaza, que sólo incluye los muertos registrados en hospitales, ha rebasado los cuarenta mil) y ha traído la destrucción sistemática de más de 70% de toda la infraestructura de la franja de Gaza (escuelas, hospitales, plantas de tratamiento de agua, panaderías, tierras de cultivo, ganado y barrios residenciales), así como el desplazamiento forzado de más del 90% de la población, que en muchas, muchísimas ocasiones tan sólo los llevó a ser bombardeados, acribillados e incinerados en vida en refugios temporales y “zonas seguras”, me parecía un tanto ridícula. Israel ha lanzado sobre la población de Gaza más de 85,000 toneladas de explosivos, buena parte de estos de procedencia estadounidense y europea. Y la masacre de civiles se ha justificado con el gastado bulo de que Hamas usa a la población como escudos humanos, algo que ha sido puesto en evidencia como una falsedad desde hace décadas y que en cambio es práctica común en las operaciones israelíes en los territorios palestinos como han demostrado recientemente el New York Times y el Washington Post entre otros. De la misma manera existen numerosas pruebas de que se ha utilizado el hambre como un arma de guerra, se ha impedido la entrada a alimentos, medicinas y recursos indispensables y se ha convertido a casi toda Gaza en una zona inhabitable. Desde el inicio de la operación militar quedó establecida por los propios líderes, medios de comunicación israelíes y soldados la intención de limpieza étnica, exterminio y conquista de la franja para ser tomada, limpiada y entregada a los colonos israelíes. Esto nunca fue un secreto, sin embargo tanto Joe Biden como los presidentes y políticos de las naciones europeas no limitaron ni cuestionaron su apoyo incondicional a Israel, incluso a pesar de las órdenes de arresto de la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional en contra del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y su exministro de la defensa Yoav Gallant por crímenes en contra de la humanidad. Nunca en la historia hemos sido testigos de un genocidio en tiempo real que está siendo transmitido por los responsables, quienes celebran sus crímenes de guerra sin el menor pudor, en Instagram, Tik Tok, Telegram, X y Facebook entre otras plataformas. Estos verdugos entusiastas se graban no sólo para su victoria y exhibir a sus víctimas (humilladas, vivas y muertas) sino para mostrar el espectáculo de la destrucción, incluso posando vestidos con la ropa de las mujeres expulsadas de sus casas o asesinadas, así como jugando con los juguetes de los niños que alguna vez vivieron ahí. Todo esto está aún accesible a cualquier usuario de esas redes.
Me llamó la atención al llegar a la FIL que mi nombre no aparecía en el programa oficial impreso, aunque sí en el sitio digital de la FIL y el de la Universidad de Guadalajara. Esto es comprensible debido a los tiempos de programación e impresión pero vino a tener un efecto paradójico debido a lo que sucedió. La conversación en esa mesa comenzó con el especialista en derecho penal internacional, Dayán, quien habló del dilema de ser árabe judío y de haber sido proscrito por una parte de la comunidad judía de México. Al referirse a las acciones israelíes algunos asistentes le gritaron que las llamara genocidio. Él intentó definir legalmente el término pero ya no fue posible seguir hablando. Los manifestantes no permitieron que siguiera el evento. Esta matanza es una herida muy grave en la humanidad de todos, una desgracia sin precedentes en este siglo que tendrá secuelas planetarias para los derechos humanos de todos. Los manifestantes pro-Palestina y anti-genocidio no tuvieron paciencia con el planteamiento de esta mesa.
Una vez que se detuvo la mesa y nos indicaron que debíamos retirarnos, lo cual me parece loable, dado que la alternativa era llamar a las fuerzas del orden para evacuar a los manifestantes, Soto Antaki, Dayan y yo tratamos de hablar con los que protestaban. Para varios el asunto era muy personal, estaban ahí para confrontar a Chelminsky a quien acusaban de haberlos provocado, insultado e incluso haber posteado en redes sociales fotos de los hijos menores de edad de una activista. Llevaban capturas de pantalla impresas con algunos de sus supuestos posteos. No tengo pruebas de la veracidad de esto. Traté de convencer a los manifestantes de que tuviéramos una conversación, por lo menos que diéramos cada uno nuestros puntos de vista y luego se abriera la mesa a una discusión pública. Varios dijeron que podíamos volver a la mesa si no regresaba Adina. Eso no sucedió.
El día anterior había hablado con Maruan, quien me comentó que para él era importante en un diálogo como este tener cuidado con el uso de la palabra genocidio. Su postura es que para poder hablar con un adversario es fundamental no insultar ni herir. Lamentablemente al no acceder a usar ese término, que paradójicamente ese mismo día empleó la organización Amnistía internacional para clasificar la masacre, fue imposible pasar a un diálogo. Si bien en este caso nosotros fuimos callados y esto ha sucedido en otros auditorios y espacios, la inmensa mayoría de las veces son las voces pro-palestinas las que han sido y siguen silenciadas, reprimidas, encarceladas y perseguidas. Tan sólo en Nueva York, donde vivo, los casos de manifestantes que han perdido trabajos en la academia o en instituciones médicas, así como estudiantes arrestados y expulsados de instituciones educativas por expresarse a favor del cese al fuego y en contra del genocidio es muy alto.
Respeto y puedo entender la postura de Soto Antaki, sin embargo para mí es imposible no llamar genocidas a las acciones israelíes para no herir las sensibilidades de quienes no pueden entender la magnitud de esta catástrofe. Y no tenía intención de reprimirme. Cuando nos sacaron del auditorio, Chelminsky se me acercó y me dijo que le hubiera gustado tener esa esta conversación a pesar de que yo era “más extremista” que Soto Antaki y Dayán. No tengo idea si conoce mi trabajo, o si ha leído algo de lo que he escrito desde hace más de 30 años sobre el tema de Israel y Palestina, en particular la serie de textos que he publicado desde el 7 de octubre de 2023. No respondí pero me pareció muy reveladora la candidez de llamarme así, como si fuera totalmente aceptable considerar que la defensa de un pueblo ocupado, oprimido y que está siendo asesinado por millares fuera una posición extremista. La normalización de la deshumanización palestina es lo que permite ignorar la tragedia en que han vivido desde hace 76 años y justificar su exterminio. Más adelante me ofreció leer el texto que ella pensaba presentar. Era mesurado, cauteloso e intentaba abrir con un tono conciliatorio.
Uno de los manifestantes me dijo: “Yo soy palestino, conozco la situación, la he vivido. ¿Por qué no se incluyó a un palestino en la mesa?” No tuve respuesta a esa pregunta fundamental. De hecho una de las principales razones para el ataque del 7 de octubre de 2023 fue el enfoque estadounidense e israelí en las negociaciones con Arabia Saudita, con el fin de normalizar relaciones y hacer a un lado el problema de los palestinos que hasta ahora había sido el impedimento para cualquier arreglo. El ataque del Diluvio al Aqsa fue, independientemente de cualquier otra cosa, una acción desesperada de un grupo que no veía alternativa alguna al ser invisibilizado y que trató de hacer algo al verse despojados hasta del derecho a participar en las discusiones sobre su propio futuro.
En otro momento uno de los manifestantes nos preguntó que cuáles eran nuestras credenciales para estar ahí, ¿con qué derecho tomábamos esa tribuna para hablar de ese tema? No pudimos hablar de eso tampoco. Yo puedo decir que he estudiado el tema desde hace décadas, pero también que he escrito sobre la guerra y la propaganda y me he dedicado a analizar una gran diversidad de aspectos técnicos y armamentistas, en particular el uso de drones y la manera en que los servicios de inteligencia y el ejército israelí han convertido a Palestina en un laboratorio para experimentar con armas y luego venderlas con el slogan: “battle tested” o “probado en el campo de batalla”, como ha escrito Anthony Lowenstein. Así mismo, he escrito sobre pornografía y violencia sexualizada, así como la sexualización de las atrocidades. Cuando comenzó la campaña en que se acusaba a Hamas y otros militantes palestinos de haber usado la violación masiva como arma de guerra, a partir del artículo en el New York Times de Jeffrey Gettleman, Anat Schwartz y Adam Selle, Screams Without Words. How Hamas Weaponized Sexual Violence on October 7, del 28 de diciembre del 2023, pude identificar viejos recursos propagandísticos que habían sido empleados en diferentes conflictos, desde la guerra estadounidense contra España por Cuba, en 1898; la guerra de Kosovo, en 1998, y la invasión de Kuwait, con el falso testimonio de Nayirah ante el Comité de Derechos Humanos del Congreso estadounidense sobre la destrucción de las incubadoras por soldados iraquíes en 1990, un argumento fundamental para lanzar la Guerra del Golfo. El propio podcast del New York Times, The Daily, se negó a hacer una emisión sobre este artículo debido a sus obvias fallas y a que no cumplía con los estándares éticos y profesionales básicos. No se trataba de negar que hubiera habido violaciones, algo muy difícil de probar, sino que las contradicciones, omisiones, equivocaciones y mentiras del artículo y de algunos reportajes subsiguientes tenían las señales de ser una estrategia propagandística en la que no bastaba mostrar a los militantes de Hamas como criminales sino que debían convertirlos en monstruos sanguinarios capaces de cometer violaciones bestiales, asesinar familiar a sangre fría y decapitar a cuarenta bebés inexistentes. Era un mecanismo obvio y conocido de deshumanizar a todo un pueblo. Poco tiempo después numerosos medios, como el diario Haaretz y organizaciones humanitarias determinaron que estos horrores extremos y grotescos no tuvieron lugar. En cambio sabemos hoy de violaciones sistemáticas, a veces mortales de cientos de presos en cárceles israelíes, algunos documentados ampliamente como el reciente caso del doctor Adnan Al-Bursh, jefe de ortopedia del hospital Al Shifa en Gaza, quien fue violado hasta morir mientras estaba cautivo.
Haber impedido que esta mesa se llevara a cabo no puede considerarse una victoria para los manifestantes pro-palestinos. Quizá fue un desahogo pero a la larga estos actos se utilizan en contra de los activistas para mostrarlos como intolerantes, insensibles e ignorantes. Tampoco puedo asegurar que se hubiera ganado algo de llevar la mesa a cabo. Es muy poco probable cambiar de opinión de forma de dialogar a alguien en este tipo de temas aunque hubiera sido interesante tratar de hacerlo en este espacio. Creo que porque mi nombre no estaba en el programa las notas informativas y los reportajes del Universal y otros medios no mencionaron mi presencia. Lo cual da lo mismo ya que no ocurrió, pero sí me hizo sentir en cierta forma invisibilizado a mí también. Como si mi postura que no fue oída, pero tal vez imaginada como “más extremista”, fuera borrada por completo con todo y mi persona.
Lo único de lo que no me quedaba la menor duda es que de cualquier manera, al terminar el evento, los ponentes y el auditorio volveríamos a casa, comeríamos algo, usaríamos el baño y dormiríamos en una cama. Nada, absolutamente nada de eso es posible para los millones de palestinos desplazados que sobreviven entre los escombros o duermen en la playa helada esperando no ser arrastrados por el mar o ser despedazados por la siguiente racha de bombardeos. Esta realidad no va a cambiar aunque se impongan instrucciones de cómo hablar de ella.
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: December 9, 2024 at 10:38 pm
Poética manera de justificar y matizar la masacre perpretada por Hamás el 7 de octubre. Y lindo demandar cese al fuego cuando no se menciona a los rehenes, lo que ha hecho qué esto se prolongue aún más.
¿Quién es el fanático? O hipócrita, mejor dicho.
“el ataque del 7 de octubre de 2023 fue el enfoque estadounidense e israelí en las negociaciones con Arabia Saudita, con el fin de normalizar relaciones y hacer a un lado el problema de los palestinos que hasta ahora había sido el impedimento para cualquier arreglo. El ataque del Diluvio al Aqsa fue, independientemente de cualquier otra cosa, una acción desesperada de un grupo que no veía alternativa alguna al ser invisibilizado y que trató de hacer algo al verse despojados hasta del derecho a participar en las discusiones sobre su propio futuro. “