Fiction
Conga del fuego ido
COLUMN/COLUMNA

Conga del fuego ido

Gisela Kozak

A Delfina Rincón, in memoriam

Te fuiste sin despedidas pero nadie sabe lo que pasó.

Yo lo sé y paso a contar.

-Entonces, compadre -espetó Albita, abrazo y carcajada contundentes, contentura sin límite.

-Muy bien compadre, usted cómo está -le contestó Gabriela con  tono gozoso, acorde con su vestimenta de falda y tacones en honor de la fiesta de cumpleaños de la elegantísima Farrah, a quien  ambas se refirieron con el título de Doctor Alvarez Castillo.

Las tres brindaron, se burlaron alegres de su trato en masculino y procedieron a mezclarse con las invitadas, todas mujeres sin excepción.

-¿Son cisgénero o me equivoco? -proclamó Caridad,  la treintañera acompañante de Albita, con más preocupación que sorpresa.

-¿Cis qué coño? -contestó Albita.

Farrah y Gabriela, más versadas en terminologías teóricas LGBTIQ, intercambiaron miradas de complicidad y estallaron en una carcajada. Caridad hizo un gesto, el cual quiso ser una sonrisa pero no pasó de una mueca desconcertada y nerviosa.

-¿Te preparo un Butler o bebes alcohol? -intervino Lucía.

-¿Qué es un Butler?

-Limonada sin azúcar con toque de frutas del bosque. Fantástico para los radicales libres -respondió Lucía amablemente y haciendo un rápido gesto con las cejas dirigido a Gabriela y a Farrah, el cuál pasó desapercibido por Caridad.

-Bueno, okay, pero con un poquito de ron.

-Pero toma güisqui, ron bebe la gente peleona. Bueno, menos mal que le gusta la caña, esa es mi amiga -proclamó Albita, algo engreída por la apariencia de su acompañante.

Caridad era discretamente observada con aprobación por la tropa cisgénero, mujeres nacidas con sexo femenino. Algunas tenían cierto aire varonil, multiplicado en gestos porque la fiesta estaba en su punto, lo cual  les causaba agitación corporal. Unas cuantas manos derechas estaban en el bolsillo mientras las izquierdas sostenían el trago; otras chicas se lucían con pasos de bailarín de salsa casino.

-Si la nena quiere un hombre trans me corto el pelo hasta el rape -proclamó una escritora de guiones cuadrada con la revolución, accidentalmente coleada en la fiesta de Farrah por cuenta de una pintora también chavista.

-¿Qué tal le va al botiquín, Juana María? -interrogó Albita.

-Bien, Albita, bien -contestó la interpelada sonriendo.

Se trataba de una  verdadera genia en el negocio de los bares de buen tono, muy lejanos a los deliciosos botiquines tan del gusto de Gabriela, una salvaje con laureles universitarios, bebedora de fuste cual cosaco. No puede negar que es profesora de la Universidad Central de Venezuela, comentaban sonrientes las malas lenguas provenientes de la Universidad Católica. Algunas de estas  rodeaban a Lucía mientras preparaba el Butler con ron moviendo ágilmente las botellas y vasos puestos en la barra de cristal y metal cromado. También movía los labios sin proferir sonido  y arrugando el entrecejo pero dejando entender lo que quería significar: ¿Cis qué coño? ¿Cis qué coño?

Caridad, después del primer Butler, acaparó a la pareja de Gabriela, una mujer más seria que un revólver sin seguro, muy apreciada en el círculo de Albita. Emilia, severa pero chismosa, oía con toda atención la historia de Caridad, ansiosa de tener un romance con una mujer trans lesbiana para probarse a sí misma que no era  transfóbica. Tan peculiar  preocupación mantenía  a Emilia con los ojos abiertos como platos.

-¿Por qué debes probarte eso? ¿No basta con tu activismo?

-Porque me voy a estudiar a Estados Unidos un doctorado y quiero estar lista.

-Cuando hice mi doctorado no existían tales requisitos -comentó Farrah con su educada voz grave luego de que Emilia les contó discretamente. Valeria, la pareja de Farrah, tamborileaba en el pecho de su perra, una Chow Chow llamada Miss,  cuyo  comportamiento de guardaespaldas ataviado con lentes megros causaba admiración en Emilia.  Convencida  de que las mascotas son  bebés con pelo, lanzaba miradas nerviosas a la tamborera, quien con una sonrisa de concurso dijo:

-Esposa, yo creo que Albita está encandilada, pero en cuanto caiga en cuenta de lo pendeja que es la manda al carajo.

-No sé -dijo Gabriela señalando discretamente con la boca a las mencionadas.

Las risas alarmaron a Miss, la cual brincó y corrió tropezando  en su camino con  Caridad;  esta intentó acariciarla pero desistió cuando la “osita de peluche” le mostró unos dientes afilados. Siguió recostada de la pared y  asediada por Albita, cada vez más cerca de su objetivo a colegir por las sonrisas de creciente picardía que intercambiaban. En el otro extremo de la sala, la DJ, Diana, demostraba su indudable talento con formidables mezclas de salsa, merengue, vallenato, reggae y bachata, además de uno que otro reguetón para complacer a la juventud. Mientras, Lucía recorría la sala con una bandeja cargada de tequila, limón, sal  y un montón de caballitos. Los brindis por la cumpleañera no paralizaron el baile, solamente produjeron un escándalo mayúsculo, el cual  cesó cuando la policía tocó  la puerta del apartamento. Cuchicheaban dueñas de casa e invitadas entre risas contenidas y francas carcajadas,  disimuladas con el viejo truco de ponerse los cojines de los sofás en la cara.

-Esta vaina de la policía no pasa en el barrio donde yo vivo -proclamó Albita, residente en un apartamento estupendamente decorado en una urbanización del municipio Chacao.

El cumpleaños de Albita contó con un pastel de cumpleaños hecho con primor. Se trataba de una réplica de un  LTD Landau, un automóvil de la década de los setenta del siglo pasado, devorador de  gasolina  y en el que cabían diez personas si sobraba la buena voluntad.

-Es que Albita, como buena zuliana con plata,  tiene su toque tejano. Su modelo ideal de carro sería el Titanic, pero sin el naufragio, claro -comentó Farrah con su tono aristocrático y comedido de zuliana cosmopolita.

-Vos no me jodais; no te voy a dar postre ni que me bailéis a Argenis Carruyo en bikini -respondió la interpelada  con el voseo proverbial de su región.

Argenis Carruyo, el volcán de América, desató un vendaval cuando sonaron sus éxitos. Caridad y Albita danzaban  en el centro de una ronda de bailarinas que aplaudían con entusiasmo. Acto seguido, Lucía comenzó el homenaje a la cumpleañera, consistente  en encuentros de pechos. Una tras otra se dieron de tetas con Albita con un movimiento de brinco y  equilibrio.

-Albita debe estar recordando al montón de novias que ha tenido. Unas cuantas de ellas están aquí -susurró Emilia a Gabriela.  Acto seguido, procedió a hacer con aire concentrado  la fila para el correspondiente encuentro.

-Te acordáis cuando fuiste novia mía -comentó, mareada de felicidad, Albita.

Valeria miró a Farrah atentamente; Farrah suspiró y dijo:

-Albita, eso fue hace mil años.

-Te la dejé en forma -le señaló  la novia de la multitud a Valeria.

La verdad es que con sus exparejas se podía organizar una mesa redonda con el título de “El sector cultural en Venezuela”. Gabriela, Valeria, Emilia, Farrah, Milagros, Diana y Lucía se miraron la cara ante los comentarios de Albita.

-Baile conmigo, compadre -invitó Gabriela extendiendo una mano-. Diana, amiga: Celia Cruz, por favor.

La coreografía colectiva  improvisada a partir de “Bemba Colorá” resultó un exitazo y la fiesta se prolongó unas horas más.

-Que bien quedó la fiesta de mi cumpleaños -comentó Albita, acodada en la mesa de una tasca en La Candelaria.

-Fastuosa -confirmó Gabriela al grupo de amigos de la universidad que comían tortilla, boquerones, chistorras, pulpo, empanada gallega y champiñones, entre los que Albita destacaba porque no tomaba cerveza sino güisqui.  Exhibía cierto despecho discreto porque Caridad ya se había marchado a estudiar su doctorado en USA. Al  rato ya se le había olvidado el asunto y narró a la concurrencia  algunas incidencias de una farra inolvidable en el barrio de Marais en París.

-Yo salí con  unas francesas que estaban bien buenas pero bailaban salsa de la patada. De repente,  retumbó en el bar  la canción de Montaner, La Conga. Aquello fue de caerse, yo casi lloré de emoción porque extrañaba a mi patria, es decir, a Maracaibo, al Estado Zulia, sí señor, salud. Pero contuve las lágrimas y les dije a las francesas, vamos, muchachas, a agarrarse todas por la cintura. El trencito es lo mejor que hay cuando se baila entre un gentío.

-Ay Finita -comentó Gabriela guiñando un ojo a los comensales-;   eso fue hace tiempo.

-Sí, tú estabas carajita cuando yo vivía en París. Nadie me quita lo bailado.

Bailada quedó Albita con la resaca del día siguiente después de que se bebieron hasta el agua de los floreros en la tasca y, luego,  en la casa de Emilia y Gabriela; pero, la verdad, nadie le quitó nada.

-Hi, Albita, Marilyn decirme que tú estabas muy fiesterra -le dijo Faith con una sonrisa pícara y hablando spanglish con su singular acento trinitario.

-Ese español de Faith está cada día peor -comentó Marilyn entre fastidiada y resignada-. En cambio el inglés lo habla con tintineo de Oxford.

-Cuándo ir a carnavales de Trinidad -siguió Faith, imperturbable, mientras ultimaba los detalles de una cena espectacular en casa de Marilyn.

-Eso es buenísimo -intervino Albita-.  Les cuento.

Gabriela y Emilia viajaron a Puerto España pocos años antes de que los venezolanos se convirtieran en inmigrantes y refugiados, es decir, en apestados. Bebieron cerveza Carib, no güisqui,  pero igual siguieron los pasos de Albita por las calles de árboles centenarios, degustando maravillosas frituras y levantándose a las dos de la mañana para comer sopa de maíz en la fecha del  comienzo oficial de los carnavales. Luego de la sopa, Gabriela y Emilia continuaron el desacostumbrado desayuno con un trago de ron, suministrado por el barman de un bar rodante que se mecía al son de una música que sonaba a fuego líquido. Vistieron ropas blancas sobre sus jeans y franelas; Emilia,  con el rostro impávido de asistente a una misa  a las seis de la mañana, advirtió a Gabriela que tuviera cuidado porque el gentío parecía un organismo vivo y se las podía tragar, lo cual efectivamente ocurrió. Gabriela era el lomo de aquel jaguar cubierto de barro, felicidad pura que sacó carcajadas y gritos a Emilia. Faith las lavó con una manguera antes de permitirles entrar en su casa, una bellísima vivienda caribeña en la isla atlántica. Qué delicia los rotis de camarón, qué rara una mansión en la que había un baño atestado de juguetes porno arreglados con gusto y gracia, qué maravilla el festival de steel band en una nube de mariguana.  Horas después serían parte de una comparsa trajeada con lujosa imaginación, fotografiada por Marilyn durante su trayecto por las calles. Cuando la comparsa llegó a su destino final, una inmensa tarima,  Emilia y Gabriela probaron el estado extático propio de la  alegría absoluta, tal como les había contado su amiga en Caracas.

Así te fuiste para siempre, Albita, a la cabeza de una fila de bailarinas tomadas por la cintura, parte de una gigantesca comparsa de trajes de fantasía,  la cual pasó por todos los lugares que conociste en tu vida de tantos amores, viajes y  alegrías. La historia de tu estadía final solitaria, en un  hospital público de la Venezuela del siglo XXI, es un chisme de la realidad; te marchaste feliz, danzando para siempre y  consciente de ti misma, hasta que ya no pudimos seguirte.

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

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Posted: August 22, 2021 at 1:58 pm

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