Villaurrutia o el asedio de la muerte
Diego Lima
El 25 diciembre de este año se cumplen 65 años de la muerte de Xavier Villaurrutia. Las circunstancias que rodearon su muerte continúan siendo un enigma o, al menos, tema de debate: ¿fue una muerte por angina de pecho o un suicidio, como sugirieron incluso algunos de sus más allegados? En el siguiente ensayo, Diego Lima reúne y reseña varias claves del enigma que envuelve la muerte de este poeta eminente del “grupo sin grupo”, los Contemporáneos.
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Nadie ha dejado constancia fidedigna de las circunstancias que antecedieron la muerte del escritor mexicano Xavier Villaurrutia. Tal como afirma Guillermo Sheridan, Villaurrutia murió la mañana de Navidad de 1950, eso es todo: “no se sabe ni por qué ni cómo”. Ante el oficial en turno del Registro Civil de la ciudad de México, Enrique Lira Nieto, se hizo constar del fallecimiento del poeta un día después. En el certificado médico puede leerse “angina de pecho” como la causa del deceso que aconteció alrededor de las 8 de la mañana, en la casa que compartía con su madre, Julia González de Villaurrutia y sus hermanas María Teresa y Cristina, ubicada en la calle de Puebla 247 de la Colonia Roma, en la capital. Los restos fueron depositados en el cementerio del Tepeyac (donde también yace el Nigromante). Pita Amor recitó en el cortejo fúnebre las diez estrofas de la “Décima muerte”.
El actor Orazio Fontanot había dejado a Villaurrutia en la puerta de su casa la madrugada del día 25. Todo parece indicar que el escritor cenó la noche anterior en su estudio de Artículo 123 en compañía de sus alumnos de teatro, entre los que quizás se encontraban, además de Fontanot, José Manuel Delgado, Luis Moreno, Salvador Solórzano, Cipriano Zarraga, entre otros. El festejo de Nochebuena terminó en alguno de los cabarets del centro de la ciudad a los que eran asiduos. Su hermana Teresa declaró que esa madrugada, tras su regreso, Villaurrutia pasó a verla para desearle feliz Navidad, y ofrecerse para llevarla al cine en los próximos días. Ella le preparó un té para aliviar un malestar gastrointestinal del que no se reponía. Horas más tarde, Teresa hallaría a Xavier tirado en el suelo cerca de la puerta de la recámara (es verdad: “la muerte toma siempre la forma de la alcoba que nos contiene…”), al intentar llamarla de nuevo para solicitarle auxilio.
En los días subsecuentes, los familiares del poeta desocuparon su estudio. En éste descubrieron tres sobres destinados al pintor Agustín Lazo, quien fuera la pareja sentimental de Villaurrutia durante gran parte de su vida. Novo consignó en sus memorias el 30 de enero de 1951: “[Sus hermanas] se preguntan si habrá tenido Xavier el presentimiento de su muerte, que así tenía dispuestos sus papeles, tan en orden”. Por instrucciones de la madre, muchos de los objetos del escritor fueron vendidos y parte del dinero se utilizó para pagar una máscara mortuoria; otros simplemente quedaron en posesión de sus amistades, como es el caso de un par de desnudos de Julio Castellanos, acuarelas de José Juan Tablada o algunas composiciones plásticas que el propio Villaurrutia realizaba: “El hombre interior”, “La sangre del paisaje”, e incluso un par de “naturalezas muertas” de clara intención vanguardista, que salieron de la sombra del extravío cercano el centenario de su nacimiento.
Perdido por casi cincuenta años quedó también un nocturno de gran aliento que Villaurrutia pensaba publicar. La descripción del texto redactado en numerosas tarjetas membretadas —según recuerda su hermana Teresa—, coincide con la del inédito “Nocturno de San Juan” presentado al público en 2003 por el recientemente fallecido Miguel Capistrán. Se trata pues de una especie de contraparte mexicana del “Nocturno de los ángeles”, que habla sobre la vida nocturna de los homosexuales en la avenida San Juan de Letrán —hoy Eje Central a la altura del Palacio de Bellas Artes—; y que permite la lectura según el orden que quiera dársele a las estrofas.
Hay noches en que el corazón
palpita con otro compás.
Hay noches en que la razón
¡no quiere paz!
Y en que, con paso amortiguado
algún Don Juan Manuel transeúnte
llega de pronto a nuestro lado…
¡Y esperamos que nos pregunte…!
“Nocturno de San Juan”
Igualmente quedaron inconclusos sus planes de trabajo en la reorganización de la Escuela de Teatro de Bellas Artes, una lista de obras que le gustaría dirigir durante el año en puerta, además de otros poemas como “Crepuscular”, “Epitafios” o el famoso “Soneto del temor a Dios”, que Prometeus publicó en el primer aniversario luctuoso.
Este miedo de verte cara a cara,
de oír el timbre de tu voz radiante
y de aspirar la emanación fragante
de tu cuerpo intangible, nos separa.
“Soneto del temor a Dios”
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En los distintos periódicos de la capital se puede advertir la escasa información que circuló sobre la repentina muerte de Villaurrutia. En el reportaje que el Excélsior publica el día siguiente aparece una nota de Ortiz Reza:
El dramaturgo y poeta Xavier Villaurrutia, de 47 años de edad, dejó de existir ayer a las 8:15 horas… Jamás Villaurrutia habló a sus parientes y amigos de la lesión cardiaca. Minutos después de su muerte, y mientras se buscaba la causa, la mamá del desaparecido, señora Julia González viuda de Villaurrutia, encontró en el bolsillo del saco las pastillas que calman los accesos de los cardiacos.
Son muchas las preguntas que se encuentran curiosamente distribuidas en aquel acontecimiento penetrado de inquietudes. El Dr. Negrete Herrera, quien atendía a Xavier Villaurrutia mientras Elías Nandino estaba fuera de la ciudad, no permitió que se le realizara la autopsia de rutina. Esto es importante porque se ha dicho que la familia del escritor, motivada por el escándalo que suscitó el suicidio de Jorge Cuesta ocho años antes, ocultó las verdaderas causas de la muerte del sonámbulo de los Contemporáneos.
La hipótesis del suicidio ha sido planteada en diversas ocasiones. Gran cantidad de ellas se basa en que Villaurrutia había aceptado la invitación del ingeniero Félix Jorge Martínez, para que en compañía de Carlos Pellicer, Roberto Montenegro y Elías Nandino pasaran la Navidad de ese 1950 en casa del ingeniero Martínez, en Córdoba, Veracruz. Unos días antes de partir, Villaurrutia manifestó a Nandino su reticencia al viaje argumentando una crisis nerviosa, motivada por un reciente altercado con un amante. Esa fue la última vez que se vieron. En Córdoba, los invitados dispusieron el nacimiento —era famosa la destreza de Pellicer para montarlos— en la casa que el anfitrión tenía en el centro de la ciudad, sobre la avenida 2, calle 3.
Estuvimos contentos, tomamos copas y, muy tarde, nos fuimos a dormir. En la mañana, todos juntos nos fuimos a bañar a Boca del Río, cerca de Veracruz, y el día 26, temprano, nos regresamos a Córdoba. Quisimos ir a ver de nuevo el nacimiento y poner unas cuantas flores que llevábamos de Boca del Río. Al llegar al portal, se me ocurrió darme grasa y ellos se fueron a la casa, que estaba a media cuadra. Al ir con el bolero, pensé en ver el periódico y leí el siguiente encabezado: “Súbitamente murió Xavier Villaurrutia”… Corrí a darles la noticia, Carlos lloró. Roberto lloró. Fue una verdadera tragedia.
Los rumores del deceso fueron poco a poco confirmados por la prensa escrita. Octavio Paz trabajaba en la embajada de México en París cuando Rufino Tamayo le dio la noticia del fallecimiento del poeta Villaurrutia. El 29 de enero de 1951, Paz escribió a Alfonso Reyes, quien para ese entonces residía en la ciudad de México:
Lo de Xavier nos tiene muy tristes a todos. Me dicen que fue un ataque cardiaco. ¿Se ha fijado usted que el tema del corazón —que golpea, ciego— aparece en muchos de sus poemas y hasta en su prosa?
El 23 de febrero de 1951 respondió Reyes:
Triste historia la de Xavier: sí, él se sabía muy enfermo del corazón, según su familia lo averiguó por los restos farmacéuticos que se encontraron a su muerte. Pero a nadie había dicho nada.
En efecto, la imagen sonora del latido en frenesí es común en la poesía de Villaurrutia. El tic-tac que alarga las noches sin sueño se hace recurrente desde su juventud en Reflejos (1926), como experiencia motivada por la inhalación de cocaína: ese polvo blanco —de luna ¡claro!— que lo hacía sentirse romántico:
Y el corazón,
el corazón de mica
—sin sístole ni diástole—
enloquece bajo la aguja
y sangra en gritos
su pasado.
….“Fonógrafos”
Y el corazón se apresura
o, quien sabe, se detiene
oyendo el silbido que
raya largo, de punta
en la pizarra y nos deja
un calosfrío de infancia…
….“Viaje”
En los Nocturnos (1933), la experiencia se describe en varias ocasiones:
Para oír brotar la sangre
de mi corazón cerrado,
¿pondré la oreja en mi pecho
como en el pulso la mano?
…“Nocturno grito”
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Pese a las versiones oficiales, Elías Nandino declaró en muchas entrevistas que en la historia clínica de Villaurrutia nunca hubo motivos para sospechar de un mal cardiaco. Es más: afirmaba conservar los electrocardiogramas. Fue ésta una de las razones por las que se atrevió a pensar que la muerte del poeta no había sido por causas naturales. En lugar de ello recordaba que Villaurrutia tuvo en los meses que antecedieron su deceso otro tipo de dificultades, más bien asociadas a una fuerte depresión emocional de la que su poesía amorosa serviría de testimonio. Seguramente provienen de aquella época las “Décimas de nuestro amor”, dadas a conocer en Cuadernos americanos. Nandino recuerda que la última vez que vio al poeta se mostraba nervioso, con raros signos de desesperación. Esto lo llevó a pensar: “…Xavier no murió, sino se hizo morir”.
En el mapa de la crisis emocional que sospecha Nandino podría ubicarse el distanciamiento que tuvo con Salvador Novo. Durante más de una década el practicismo económico de Novo había mellado la amistad con Villaurrutia. En marzo de ese 1950, la relación alcanzó su punto más ríspido cuando el primero, al frente de la Dirección de Bellas Artes, prefirió anexar al programa Rosalba y los Llaveros, de un desconocido Emilio Carballido, en lugar de El don de la palabra, de Agustín Lazo. El festejo de una gran reunión en víspera del supuesto infarto; la vuelta al tema amoroso en su poesía; la desaparición de una lata de mejillones echados a perder —el presunto objeto del suicidio— que guardaba celosamente en su estudio; todo parece estar detrás de las memorias de Novo: “Para él fue así mejor: no darse cuenta de que moría…”.
También Gilberto Owen habló con Nandino sobre la muerte del más amado de los “Orestes” (la relación erótico-amorosa a que remiten los sobrenombres de Orestes y Pílades en esta carta ha sido estudiada de manera amplia por Sheridan en Señales debidas). Owen se lamenta desde Filadelfia, por supuesto, un jueves después de Ceniza de 1951:
Pero la verdad de lo que te quiero hablar no es de esto, Elías, sino de que me estaba muriendo de dolor al saber que mis teorías respecto a la mortalidad de los Xavieres es exacta. No lo hubiera querido. Le amaba, tú lo sabes, como a pocos Orestes he amado. Fina… me ha convencido de que lo que debo hacer es quitarme el dolor con unos versos. Voy a hacerlo, pero ya no estaré tranquilo hasta que me encuentre con Xavier en el cielo. Y tiene que ser el cielo de México.
Pese a este deseo expreso, el encuentro jamás se realizaría bajo el cielo de México porque Owen morirá y será sepultado en Pasadena en marzo de 1952. No obstante, profundamente afectado por el suceso volverá a escribir a Nandino tres meses antes de partir, el 10 de noviembre de 1951:
Yo sólo decía que me sería imposible (otra vez) ir a saludarte en este otoño, y que no podré hacerlo sino en la primavera, cuando ya casi nadie necesite prohibición para el suicidio.
Otro viejo amigo, Cardoza y Aragón, estaba en Guatemala cuando se enteró de la muerte de Villaurrutia a quien conoció durante la década de los treinta. Cardoza telegrafió a Lazo para darle las condolencias por lo que él llamó “el suicidio” del amigo de su vida. Sea cual sea el contenido de las cartas que Villaurrutia legó a Lazo (en La alcoba de un mundo, Palou llega a imaginar que se trata de las cartas en las que confiesa la manera como pondrá fin a su vida), sus palabras lograron sumirlo en un silencio de dos décadas, tiempo que sobrevivió a la muerte del poeta.
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Villaurrutia murió en plena madurez, a los 47 años de edad: en el momento justo en el que su obra salía de la noche anunciando las claridades inciertas del amanecer. Si madurar consiste en acercarse a la perfección, entonces la muerte sería su cara opuesta porque mostraría su nadir. Morir, madurar; son prácticamente la misma palabra. Y más allá de las correspondencias sonoras, el escritor descubrió ambos estados de la aventura mientras practicaba su estancia alrededor de la noche.
Quizás el único viaje perfecto sea el que no tiene retorno, como pensó Villaurrutia en el prólogo que dedicó a López Velarde. Es probable que el poeta se supiera gravemente enfermo sin decir una palabra a su familia; también que él mismo, consciente de su fatalidad, pusiera punto final a su existencia. Ninguna pieza contradice el juego de ironía e inteligencia que fue para él la condición del poeta moderno. Porque a decir verdad, desaparecido en el cenit de su carrera literaria, la muerte que tantas veces vio a la cara, “…como la sombra que no es posible dejar así nomás en casa”, no vino a derribar esperanzas ni a segar promesas en flor; su poesía nocturna había realizado las primeras y el teatro cumplido las segundas. Vale la pena parafrasear a Albert Béguin diciendo que, semejante a los viajeros de antaño, el más cuerdo de los Ulises erigió para sí el mito romántico por excelencia: el del poeta que se aparta del mundo en el momento de mayor madurez literaria.
Cierto: el vago sentimiento de la muerte lo tuvo obsesionado durante mucho tiempo. Por un instante lo concibió dentro de los límites de la experiencia poética suponiendo una salida en los deberes del amor. Pero la intuición de la culpa (¡antiguo Edipo!) entró con la madurez en el ciclo de la angustia esencial. Se preguntó, ¿no será que la existencia misma es una prolongación de mi propia muerte? La transformación de su vida en un mito de esterilidad capaz de abarcar el destino de sus semejantes; la conciencia, cada vez más nítida de la solución que existe del drama metafísico (drama poético, quiero decir) con el fin de sus tormentos personales ocasionados por su condición de homosexual; la necesidad de vencer la mortal amenaza mediante el llamado de ese Dios al que dedica uno de sus últimos sonetos: quizás este sea el valor triple que Villaurrutia pareciera dar a su tentativa de violar la espera de la muerte.
En verdad su viaje fue perfecto viaje sin regreso… y al final de la noche cumplió su sentencia.
BIBLIOGRAFÍA
Capistrán, Miguel. “Villaurrutia inédito”. Letras Libres no. 51 (marzo 2003): 30-31.
Cardoza y Aragón, Luis. “Retrato de los Contemporáneos”. Revista de Bellas Artes. Homenaje nacional a los Contemporáneos no. 8 (noviembre de 1982): 3-11.
Meyer, Jean. “Mi hermano Xavier Villaurrutia”. Nexos año 27 vol. XXVII no. 334 octubre de 2005: 77-78.
Nandino, Elias. Juntando mis pasos. México: Editorial Aldus, 2000.
Novo, Salvador. La vida en México en el periodo presidencial de Miguel Alemán. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994.
————. Cartas de Villaurrutia a Novo. México: Bellas Artes, 1966.
Ochoa Sandy, Gerardo. “Un misterio que dura 42 años”. Proceso no. 829 (21 de septiembre de 1992): 50-53.
Owen, Gilberto. Obras. Ed. de Josefina Procopio, pról de Alí Chumacero, recop. de Josefina Procopio, Miguel Capistrán, Luis Mario Schneider, Inés Arredondo. México: Fondo de Cultura Económica, 1979.
Palou, Pedro Ángel. La alcoba de un mundo. Una vida de Xavier Villaurrutia. México: Fondo de Cultura Económica, 1992.
Paz, Octavio. Xavier Villaurrutia en persona y en obra. México: Fondo de Cultura Económica, 1978.
Sheridan, Guillermo. “Los escritores revolucionarios contra el sonámbulo de los Contemporáneos (Xavier Villaurrutia)”. Señales debidas. México: Fondo de Cultura Económica, 2011. 269-282.
Stanton, Anthony. Correspondencia Alfonso Reyes / Octavio Paz (1939-1959). México: Fondo de Cultura Económica, 1998.
Villaurrutia, Xavier. Obras: poesía, teatro, prosas varias, crítica. Pról. de Alí Chumacero, recop. de Miguel Capistrán, Alí Chumacero y Luis Mario Schneider. México: Fondo de Cultura Económica, 1966.
Diego Lima es ensayista y narrador, miembro del consejo editorial de la revista electrónica Lepisma.
Posted: August 26, 2015 at 9:11 pm
Excelente artículo.
Excelente articulo. Me agrado bastante su lectura. Diseccionado y expuesto.
Excelente, no faltaron palabras, ni sobraron adjetivos. La fuerza del ensayo atrapan al lector. Gracias
Excelente ensayo, no faltaron las palabras, ni sobraron adjetivos. La lectura es hermosa.
Gracias