Infancia y territorio: Marca de agua de Ana Paulina Calvillo
Alfredo Núñez Lanz
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Lawrence Durrell opinaba que la mayor parte de la autobiografía «se encuentra en los escenarios, los ambientes». Y con mucha razón, pues ciertos lugares conforman el encuadre de nuestros recuerdos, a veces incluso son la llave misma para acceder a ellos. Habitamos los espacios hasta que se convierten, de alguna manera misteriosa, en parte de nuestra identidad. También hay ciertos objetos que nos acompañan durante alguna etapa y solemos cargarlos de significación. Ana Paulina Calvillo, en Marca de agua (Ficticia, 2023), su primer libro de cuentos, se inscribe dentro de la tradición de la literatura de la memoria y explora en los vínculos emocionales que forjamos con los espacios y las cosas. Así, una motocicleta chopper proveniente de Milwakee es el punto de conflicto entre dos hermanos de personalidades opuestas; el vaivén de una hamaca evoca la tristeza de los viejos tiempos; una higuera es el inofensivo lugar de juegos que se convierte en testigo de una tragedia.
A través de un coro de voces que van de la primera persona a la omnisciencia, pasando por narradores colectivos, la autora nos presenta perspectivas múltiples sobre algunas tragedias familiares, grandes o chicas, que a veces desgarran y otras reconfiguran la propia identidad. También hay aquí una indagación en los mitos fundacionales de todo clan: los viejos negocios, las personalidades de las abuelas, las anécdotas, los chismes, secretos e incluso traumas que de alguna extraña manera se heredan a las nuevas generaciones. Estos mitos son expuestos en lo que pareciera un trabajo de arqueología familiar. La pluma de Calvillo no teme desempolvar los vestigios por muy dolorosa que sea la tarea.
Los cuentos están interconectados, las historias conforman un mosaico o quizá sería más preciso compararlos con una constelación familiar. Tres personajes femeninos son quienes comparten las anécodtas, los viajes, los juegos. Ellas son Galia, Alina e Isabela, a quienes conocemos desde la infancia pues nos ofrecen –con ojos siempre llenos de asombro– los intersticios, pliegues y repliegues de su vida juntas. A su alrededor gravitan otros personajes, como el primo Héctor, que pasaba las Navidades con ellas. En el cuento «La pócima y la higuera» se narra aquella ilusión e inmensa expectativa que provocaba su llegada: «Héctor era el único niño que conocíamos, el único varón de nuestra edad –más chico que Galia, más grande que yo–. Vivía en Estados Unidos con tía Rosa y cada año nos sorprendía con juguetes que nosotras nunca habíamos visto». En el relato se asoma de manera sutil el enamoramiento de la protagonista que después contrastará con el siniestro final. Aquí se manifiesta que en la ensoñación del recuerdo también hay espacio para la pesadilla.
No existe una secuencia lineal y ortodoxa en el acomodo de estos relatos. Tampoco un orden temporal. Las historias no están unidas por las voces de quienes las narran, cada una representa un hilo particular de color específico y una textura que se imprime en ese tejido que el lector podrá apreciar en su totalidad cuando llegue a la última de las narraciones. La autora nos ofrece historias con una técnica mixta: son pequeños cuentos, cada uno presenta su desarrollo y fin, pero también pueden leerse como los retazos de una novela. Quedan huecos, zonas grises entre las historias, con ellas la autora juega para darnos a entender ese crisol inconexo, deshilvanado y multiforme que es la memoria. El recuerdo nunca es imperturbable ni fijo; cuando accedemos a él inevitablemente se transforma y hay detalles que escapan, aspectos que se pierden. En ese sentido también se pone de relieve que recordar es un ejercicio que atañe a la ficción.
El amor por las artes gráficas y los libros es un tema que se aprecia desde el título. La marca de aguaes el proceso de superponer un logotipo o un texto sobre un documento o un archivo de imagen, de manera tenue y es un proceso importante en cuanto a la protección de los derechos de autor y, recientemente, se utiliza en la comercialización de obras digitales, pues es una forma de dejar un registro, un sello. En este libro la infancia es quizás esa marca de agua que permanece en la identidad de los personajes pese a que cambian de vida, de costumbres, de parejas, crecen y maduran. Las vidas adultas de estas tres mujeres llevan consigo los restos de su infancia: las mirada llenas de asombro, la ternura, los caprichos y las derrotas.
Aunque los cuentos del volumen sean piezas hilvanadas, Marca de agua es una miscelánea refractaria a los discursos victimistas. Muy lejos de los temas de moda, estos relatos parten del vaivén cotidiano, enfocándose en pequeños sucesos, en apariencia anodinos, que van dejando una impresión en los personajes; quizá ese sea el verdadero hilo que los hermana junto a un afán de experimentación formal. El deseo, la imaginación y el desamparo, pero también el paso del tiempo y la vejez son los temas que se abordan con pericia, evitando los clichés o el melodrama. Ana Paulina Calvillo indaga en el destino y los fantasmas de antiguas muertes que también forman parte de nuestra esencia. Marca de agua deja una huella en los lectores, pues sus historias perviven después de cerrarlo.
Alfredo Núñez Lanz. Cofundador de Textofilia Ediciones. Es autor de los libros Soy un dinosaurio (Conaculta, 2013), Veneno de abeja (Secretaría de Cultura, 2016) y El pacto de la hoguera (Ediciones Era, 2017). Becario del Programa Jóvenes Creadores del FONCA 2014 y 2016. En 2018 obtuvo el “Premio nacional de narrativa histórica Ignacio Solares” para obra publicada por El pacto de la hoguera. Su Twiter es @NunezLanz
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Posted: June 3, 2024 at 8:46 pm
la lectura que aborda el escrito me parece interesante, aunque en lo personal no me siento atraído por libros o lecturas que no siguen una secuencia lineal, la forma en que se expone al ser comparada con lo efímera y maleable que puede llegar a ser la memoria crea expectativas que podrían ser llenadas con diversas emociones evocadas por las experiencias en las que se sumergen los personajes.