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Vendaval interior

Vendaval interior

Malva Flores

Rodolfo Mata
Temporal,
CNCA, Práctica mortal
México, 2008.

 

Siempre me han intrigado los títulos de los poemarios. ¿Por qué el autor elige tal o cual nombre? ¿Qué cadena de íntimos sucesos operan en el cerebro del poeta cuando se enfrenta a la necesidad de nombrar, cuando ha venido ya nombrando? Los hay que deciden bautizarlos con el nombre del poema que más les gusta o que más dice; otros eligen un verso que condensa, desde su perspectiva, el sentido último y primero de una experiencia. Hay quienes preferiríamos dejar la portada en blanco porque no sabemos, a fi n de cuentas, cómo bautizar lo que hemos hecho.

El libro de Rodolfo Mata se llama Temporal y si uno hojea sus páginas pronto puede advertir que ningún poema o verso aluden directamente al título. Sin embargo, las dos primeras secciones —“Lentitud” y “Pausa”— nos refi eren de inmediato al paso del tiempo: ese falaz mecanismo con el que convivimos en el mundo de afuera, pero, también, a un movimiento. Tiempo, espacio, son fijados así por el poeta y, sin embargo, el movimiento que Rodolfo recoge en Temporal, es cronometrado por el reloj interno de los seres que fuimos, o que pudimos ser, o los que somos. Dice Rodolfo: “No éramos nosotros / aquellos fragmentos / de esbelta y fugitiva memoria / sino una ciudad perdida / con sus dioses muertos / y sus monumentos.”

Pero “Temporal” es también algo provisorio. Algo que va a pasar o, mejor, que va a dejar de pasar. Así calificamos aquellas situaciones ingratas, con un dejo de esperanza que califi ca el asunto como algo contingente mas no eterno: una circunstancia, fechada acaso por el incesante parpadear de la luz de una pantalla de computadora encendida a altas horas de la noche, vigilando el insomnio de quien puede mirar “palabras en destierro”, el breve movimiento del grillo, la “textura pedregosa del celofán” que horas antes envolvió tal vez un caramelo, ahora iluminado por esa luz neón “que dibuja sobre el piso el abanico del barandal”.

Todo es imagen en la voz de Rodolfo Mata; en su escritura: memoria del instante y péndulo. ¿Qué orillas visita con su viaje esa voz? Los extremos por donde corre el péndulo son, en la poesía de Mata, una constante: “En el florero una burbuja agita la vela distante de mi atención./ Pienso que puedo partir en cualquier momento / o hundirme bajo el peso asmático de mi propio yo”.

Poesía intimista, de duermevela, atenta al sonido de las cosas minúsculas que pasan junto a nosotros y acaso las miramos con el rabillo del ojo, esperando al monstruo del sueño, durante un insomnio dilatado: esa mariposa nocturna que agita sus alas en las dos primeras partes del poemario. Pausa que se condensa, como antes de la tormenta, para dar sitio a diversos paisajes mínimos pues ya no podemos acuñar grandilocuencia alguna y el poeta lo sabe: cambiamos nuestros años por doctas jorobas.

¿Qué tormenta ocurrió entre el monstruo del sueño y esos paisajes mínimos que nos muestra el poeta? Temporal es borrasca, tempestad, aguacero. Y me inclino a creer que es ése el sentido de un título que resume la experiencia de un vendaval interno que irrumpe en el poemario justo al fi nal de la sección Pausa. “Justicia salomónica”, es el nombre del poema que cierra este apartado y donde el poeta parece cerrar el temporal del cuerpo que vaga en su propio infi erno. Después, los pequeños paisajes. Más adelante, un litoral donde Mata se permite el irónico gesto que lo mismo atiende la figura musculosa de los surfi stas de Itacaré, bajo esa luz brasileña que hiere violentamente “la avidez del día”, que las migajas mohosas de un fin de año en Guarujá.

Temporal concluye, como toda tormenta, con la búsqueda de las cosas perdidas, ese inventario forzoso. Oscurecido, “recostado en el paisaje de la anulación”, el poeta recupera gestos, imágenes, palabras de vidrio; sin embargo, no deja de lado la conciencia irónica que aún entonces se pregunta: “Para qué tantos talentos”, si uno es su propio Judas.

No por casualidad el inventario, y el libro, terminan con el atisbo de la niñez. Lancelot se detiene, con vara por espada en la mano, frente a un lago. Mira los últimos recodos de su infancia y con ella se enlaza, aunque esa ligadura, el poeta lo sabe, sea ya muda y sorda.

Sosegada aquella voluntad lúdica, experimental, que podía percibirse en Parajes y paralajes, el libro anterior de este autor, Temporal insiste en el peso de la imagen como vínculo verbal para nombrar el mundo, pero es otra la voz que lo recrea y otros los ojos que lo miran. Con esos ojos y los míos he leído Temporal. Y aunque el libro ofrece sin duda otras lecturas, en la mía nombre, título, fueron destino. Una de las primeras funciones de la poesía consiste en que aquello que nombramos provoque una empatía, un reconocimiento. Al decirlas, las palabras ya son otras y su conversación interna platica con nosotros, se vuelve nuestra y abandona a su autor. Finalmente, uno sólo lee lo que quiere, o lo que puede.


Posted: April 15, 2012 at 4:52 pm

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