La tragedia de Charlie Hebdo: fanatismos, espejismos y libertades
Naief Yehya
Mientras escribo esto, han pasado casi dos semanas desde el atentado en contra de la mesa de redacción de la revista Charlie Hebdo, donde murieron doce personas. A esa matanza siguió, también en París, un ataque a un supermercado kosher donde asesinaron a cuatro personas más. Hoy los asesinos de ambos ataques —los hermanos Cherif y Said Kouachi, y Amedy Coulibaly— están muertos. Como era previsible, en los medios de comunicación y las redes sociales incontables comentaristas se entregaron a la más vil y lamentable islamofobia al mismo tiempo que otros afirmaban apasionadamente que esa religión no tiene nada que ver con estos crímenes. Obviamente, ambas reacciones perdían de vista el contexto del problema, que puede resumirse en que no todos los musulmanes son fundamentalistas fanáticos y que el Islam ha sido utilizado para crear un peligroso culto intolerante.
Mientras tanto, la matanza sirvió de pretexto para que Francia militarizara sus calles con la bendición de buena parte de la población y enviara un portaaviones a la península arábiga, tras declarar su versión de la bushiana guerra contra el terror. Este es el sello indiscutible de que tan sólo tres hombres armados conmocionaron a una nación y lograron que el Estado traicionara sus valores republicanos.
A estas alturas, y gracias a la pasión enfurecida y criminal de los asesinos, el mundo entero ha escuchado hablar de Charlie Hebdo, un pequeño semanario satírico editado desde 1960 por una banda de dibujantes de izquierda que habrían de sobrevivir a las revueltas intelectuales y revolucionarias de mayo de 1968 cargados de ironía pero también de frustración y desconsuelo. En su primera encarnación, la publicación se llamaba Hara Kiri. De aquella época es inolvidable la portada que hicieron cuando murió el dibujante Reiser, uno de los fundadores de la revista: “Reiser está mejor. Fue caminando al cementerio”, y la imagen mostraba un ataúd con patas. Ese tipo de sarcasmo punzante provocó que un lector les escribiera una carta furiosa donde les manifestaba que eran una publicación tonta y cruel, “Bête et méchante”. La frase se volvió el eslogan de la revista, el cual recientemente se sustituyó por uno nuevo : “Diario irresponsable”.
En 1970 los dibujantes de la publicación se atrevieron a burlarse de la muerte del expresidente Charles de Gaulle, por lo cual fueron censurados. Para ignorar la prohibición le cambiaron el nombre y la llamaron Charlie Hebdo, lo que evocaba irónicamente a la inofensiva Charlie Mensuel (una traducción de las historietas de Charlie Brown, de Charles M. Schultz) y, de paso, era una burla velada a de Gaulle. Charlie Hebdo sobrevivió a muchas crisis pero dejaron de publicarla en 1981 por falta de fondos, anunciantes y suscriptores. Diez años más tarde decidieron resucitarla, en parte como reacción a la primera Guerra del Golfo, con un espectacular tiraje de cien mil ejemplares. A partir de entonces, la revista ha vuelto a los titulares de la prensa francesa en varias ocasiones por una serie de escándalos, como el despido del dibujante Siné, acusado de antisemitismo y el atentado con bomba de 2011 en contra de sus oficinas por caricaturizar a Mahoma. Aquella fue la primera llamada de atención, había gente dispuesta a llevar la violencia hasta sus oficinas.
La conmoción de la masacre en la que murieron el editor de Charlie Hebdo, Stéphane Charbonier (“Charb”), los dibujantes Wolinski, Tignous, Cabus y el economista Bernard Maris, entre otros, propició la creación del hashtag #jesuischarlie como una forma de solidaridad y duelo. Sin embargo, suscitó un debate particularmente revelador: millones de personas en el mundo se dividieron entre quienes se sumaban a la campaña y quienes se oponían a ella por la razón que fuera. Las víctimas de la revista han sido justamente convertidas en mártires de la libertad de expresión y, al mismo tiempo, el caso ha puesto en evidencia la complejidad de lo que significa una libertad que, de entrada, implica la prohibición de aquello que amenace con limitarla. Es claro que hasta los regímenes más liberales aceptan la necesidad de censurar ciertas formas de expresión, como el proverbial acto de gritar “¡fuego!” en un recinto repleto en señal de falsa alarma; así como ciertos casos de difamación, crítica y burlas que potencialmente puedan tener consecuencias violentas o que atenten contra el orden. La defensa fanática de la libertad de expresión es por fuerza una batalla contra espejismos.
El gobierno de François Hollande quiso aprovechar la tragedia para enfatizar su postura a favor de la unidad nacional, en contra del terrorismo y en defensa de la libertad de expresión, pero sobre todo para revitalizar su deteriorado prestigio, por lo que llamó a una marcha el domingo 11 de enero. Si bien nada podría parecer más alentador que 3.7 millones de personas tomando las calles de Francia para marchar por la libertad de expresión, la actitud del gobierno fue oportunista y su hipocresía tan sólo se vio superada por algunos de los líderes y dignatarios de varios países que también marcharon a pesar de ser culpables de numerosos crímenes contra la prensa (desde la destrucción de los discos duros de The Guardian ordenada por David Cameron en el caso de Edward Snowden, hasta la presencia del presidente de Gabón, Ali Bongo Odimba, quien ha encerrado a numerosos reporteros por hacer su trabajo; y qué decir de Netanyahu, Abbas o los representantes de Rusia y Turquía). Las marchas convocadas por el Estado siempre tienen un tufillo a fascismo, sea cual sea su motivo: la paz, la libertad, la patria o la pureza racial.
Charlie Hebdo es una revista desenfrenada, grosera y cáustica pero acusarla de racismo es ridículo. Esta es una publicación en la vena incendiaria e irreverente no tanto de Voltaire sino más bien del Marqués de Sade, debido a su énfasis en lo grotesco, lo pornográfico y lo irredimible. Lo suyo es una obsesión desmitificadora que da sentido a su quehacer, tanto en el ámbito político como en el religioso y sexual. Una publicación obscena semejante tiene sentido por su naturaleza antagonista, indisciplinada y feroz. ¿Qué significa que de pronto millones de personas en el mundo digan “Yo soy Charlie”? ¿Es simplemente un gesto de solidaridad con las víctimas brutalmente asesinadas? Una solidaridad que, lamentablemente, no se ha manifestado de manera tan categórica a causa de las miles de víctimas de las matanzas de Boko Haram, la guerra de Ucrania, la intolerancia de ISIS, las bombas estadounidenses e israelíes o los crímenes del Estado y el narco en México. Debemos preguntarnos: ¿“Yo soy Charlie” es una declaración de aprobación de los mensajes antimusulmanes o del derecho de expresar esos mensajes? Usualmente, la regla es que se defiende la libertad de expresión de ideas impopulares que nos perturban y las transgresiones que nos irritan, no de las cosas que aprobamos y con las que estamos de acuerdo. Si las masas y las autoridades aceptan algo, entonces no hace falta salir a la calle a defender su derecho a existir.
El hecho de que una pequeña revista de viejos exmilitantes de izquierda se burle de Mahoma, del Papa y de la familia Le Pen, es irrelevante desde el punto de vista del balance de poder. Esta publicación le da urticaria y nauseas a la extrema derecha, a la derecha moderada, a la mayoría de la izquierda y a cualquier político del color que sea. Imaginar que hay una complicidad entre Charlie Hebdo y el Estado es de una ingenuidad pavorosa; sin embargo, esa no es la visión que tienen de ella muchas personas ofendidas por su contenido. Charlie Hebdo es la contracultura; devaluada, en permanente crisis y ahora martirizada pero nunca amable ni conciliadora ni aliada a la autoridad. Los dibujantes de esta revista se han mofado durante décadas de los reaccionarios, las políticas antiinmigración, las guerras estadounidenses y europeas en contra de Iraq y Afganistán o del intervencionismo francés en África, pero también del conformismo clase mediero y del activismo políticamente correcto. El hecho de que el gobierno de Hollande utilice a esta revista como pretexto para darse golpes de pecho y luego endurecer su política, es un vergonzoso secuestro de una tragedia.
Ahora bien, es muy importante preguntarse por qué los hermanos Kouachi, financiados por Al Qaeda en la Península Arábiga e inspirados por el clérigo estadounidense radicalizado Anwar al Awlaki (quien fue asesinado en Yemen de manera sumaria en un ataque de drones, por ejercer su derecho a la libertad de expresión, en septiembre de 2011, poco antes de que su hijo de 16 años, Abdulrahman, quien jamás cometió crimen alguno, fuera ejecutado de la misma manera también en Yemen), prefirieron atacar a una revista como esta antes que a los verdaderos centros del poder o, incluso, a publicaciones reaccionarias como Nations Presse, quienes incesantemente se entregan a la islamofobia más delirante. En gran medida, al Qaeda tiene muchas más coincidencias con las organizaciones nacionalistas de derecha que desean expulsar a los árabes que con Charlie Hebdo. Paradójicamente, Coulibaly, quien tenía relación con Cherif Kouachi, atacó un súper mercado clamando su alianza a ISIS, grupo que en muchos sentidos es rival de Al Qaeda.
Una vez pasada la euforia y secadas las lágrimas de cocodrilo oficiales, las autoridades francesas comenzaron a censurar y encarcelar a cientos de personas por expresar su opinión. Así, desde el controvertido cómico Dieudonne —quien ha sido acusado varias veces de antisemitismo— hasta un conductor ebrio —quien gritó“¡Viva ISIS!” tras chocar su automóvil— han sido arrestados y corren el riesgo de sentencias severas por “defender o justificar el terrorismo”. En Francia, como en otros países europeos, el antisemitismo es un crimen y no se tiene el menor titubeo para sancionarlo. Incluso, en julio de 2008, el dibujante Siné fue despedido de Charlie Hebdo por antisemitismo, un cargo que él nunca aceptó y que fue motivo de un intenso debate y una demanda que terminó ganando el dibujante. Siné es un provocador que antes había escrito furiosas diatribas en contra de los musulmanes y por las cuales nadie le llamó la atención.
La ley republicana francesa protege a los individuos de la discriminación y la incitación al odio racial. De tal manera, el antisemitismo es un crimen ya que se percibe por obvias razones históricas como un mecanismo de represión en contra de un grupo humano. En cambio, atacar o burlarse de cualquier religión es legítimo. Por tanto, atacar a los musulmanes está prohibido pero burlarse de Mahoma no lo está. Es evidente que los dibujos del profeta han provocado reacciones violentas con numerosas víctimas en una variedad de países. ¿Es justo o necesario correr ese riesgo? ¿Qué hacer entonces? Definitivamente, dejarse intimidar no es la respuesta ya que sólo sería considerado como una invitación a más censura, pero la aparente selectividad de las leyes que permiten la libertad de expresión enajenan a un gran sector de la población, el más vulnerable, con menos privilegios y poco acceso a los medios.
Posted: January 21, 2015 at 2:45 pm
El dibujo de cuando murió Reiser es una copia de la portada sobre la muerte del general Franco. Ya no existía Charlie Hebdo cuando murió Reiser.
Ya no era une equipo de viejitos después de la muerte de Cavanna quien era el primero en criticar la línea de Charb/Val/Fourest.
Que eran grandes amigos del poder no cabe duda, basta con ver que Sarkozy nombró al director de Charlie Hebdo director de France Inter (que era muy amigo de su nueva esposa), en agradecimiento por correr a Siné, quien no hizo ningún dibujo antisemita sino una columna “Siné sème sa zone” en la que se burlaba del hijo de Sarkozy dispuesto a todo con tal de casarse con una millonaria, incluso a convertirse al judaísmo.
Que al poco tiempo de tomar sus funciones, Philippe Val corrió a todos los izquierdistas de la radio, y al último (Daniel Mermet), lo sacó la ex-asistente de Val y nueva directora con aprobación de Hollande.
Que publicaron en 2006 caricaturas danesas de ultra-derecha y racistas como si Minute no pudiera hacerlo si en verdad de libertad de expresión se trataba.
Que luego de esa publicación hicieron una pésima película aprobada por Bernard-Henri Levy con el que caminaron en la alfombra roja de Cannes.
Que después de eso, Philipp Val todavía apareció en un documental asqueroso sobre periodismo en el que él y sus amigos expresaban que ya basta de corrección política y de decir que los pobres son buenos y los ricos son malos, porque por supuesto que los ricos son indispensables para crear empleos.
Que Philippe Val asistía a las convenciones empresariales y ahora da conferencias en escuelas de management…
Que hace unas cuantas semanas fueron a comer con Hollande para pedirle dinero,
Que su abogado es Richard Malka abogado de DSK, Clearstream y otros personajes y empresas del mismo tipo (es abogado y guionista de cómics).
Charlie no tiene nada que ver con Sade, Cavanna, el alma y fundador de Charlie siempre odió y despreció a Sade.
Mejor ni mencionar lo que el difunto equipo le hizo al ottro fundador de Charlie, el Pr. Choron.
Véase el documental “Choron dernière”.
No tiene nada que ver atacar a la iglesia católica en los 70 (poder y burguesía) y burlarse de los musulmanes en Francia que no tienen ningún poder y llevan décadas sufriendo discriminación como ya lo explicaron muchos intelectuales y ex-periodistas de Charlie Hebdo como Olivier Cyran.
Todos los hechos arriba mencionados se pueden verificar. Google is your friend.
El chiste del ataúd ambulante efectivamente se publicó en 75, para mofarse de la muerte de Franco, cuando lo repitieron en Hara kiri, como señalo claramente, adquiría un impacto extraordinario porque no se burlaban de un tirano, sino de un colega y amigo cercano. Esa es la relevancia del sarcasmo.
Jamás escribí que Siné hubiese hecho un dibujo antisemita. Nuevamente, hay que leer con atención antes de disparar.
Cavanna, era grande, pero nunca fue la única mente creativa de este colectivo y si despreció u odió a Sade, eso no le resta en lo más mínimo a los numerosos paralelos. Hay que leer a Sade primero.
Google is indeed your friend, aunque jamás pueda sustituir la experiencia de haber leído o conocer de primera mano estas publicaciones.
Los demás puntos no vienen para nada al caso. Too much google.