El abrazo de la serpiente: una película oscura y expresiva
Alexander Miller
El cliché más ofensivo y dañino usado en el cine es aquel que explora el tema del colonialismo y sus efectos en las naciones indígenas así como el del salvador blanco desde la perspectiva del noble salvaje. El abrazo de la serpiente se deja ver cómo una película simultáneamente inteligente y arduamente auténtica y sus efectos se instalan en el espectador de forma instantánea.
Su director Ciro Guerra se adentra al formalismo territorial sin subvertir su originalidad y su entorno cultural. El resultado es algo nuevo, accesible, original y visualmente asombroso.
Guerra confecciona una narrativa dual que recrea los viajes de dos exploradores disímiles, obsesionados con la planta Yakruna por sus codiciadas propiedades curativas. El primer viaje se desarrolla en 1909 y presenta a Karamakate, un hombre de mirada feroz, el cual, muy a su pesar, guía al etnólogo Theodor Koch-Grünberg (Jan Bijovet) y a su acompañante Manduca –a quien Theo rescata de las plantaciones de hule– hacia el árbol de Yakruna para curar a Theo de una enfermedad que amenaza con quitarle la vida.
Años más tarde, Karamakate se encuentra de nuevo a sí mismo como guía, pero esta vez de Richard Evan, Shultes (Brionne Davis), un etnobotánico que cultiva alucinógenos. El viaje es el mismo, pero las intenciones de Shultes parecen ser menos honorables. Sin embargo, ambos personajes presionan a Karamakate para que los lleve río adentro, tal y como hizo éste 20 años atrás. Mientras que el territorio resulta familiar, el río curveado devela nuevos retos y, en algunos casos, estas alteraciones del pasado son mutaciones de influencias coloniales que fueron implantadas dos décadas atrás.
Con Shultes, Karamakate es veinte años más viejo, su temperamento reacio parece haber cedido a un autoimpuesto estado de amnesia. Espiritualmente quebrantado, la armonía y desconexión de su entorno sintetiza el destino que ha recaído sobre las innumerables naciones indígenas privadas de su existencia. La película se basa en los diarios de Schultes y Grünberg y combina las dos historias de forma hipnótica logrando que el contenido sea toda una experiencia estética.
Ambas crónicas presentan hombres blancos en papeles estelares pero el personaje principal es Karamakate (representado por dos actores para registrar el paso del tiempo: el Karamakste joven es representado por Nilbio Torres, el viejo por Antonio Bolívar). El personaje es firme y desconoce el arrepentimiento porque ha sido definido por su cultura.
Theo, el primer viajero cronológicamente hablando, actúa de buena fe y su respeto por las culturas nativas es genuino. Pero su admiración tiene un costo y su bondad se pone en duda cuando pierde la paciencia con un indígena que se niega a devolverle su brújula. Ante la necedad del indígena, Theo insiste en que se trata de una herramienta necesaria para su viaje, no sin una buena dosis de frustración dadas las circunstancias. Él argumenta que, en caso de apoderarse de su brújula, los nativos perderán una parte de su identidad. Karamakate le recuerda que el conocimiento no es exclusivo de la clase privilegiada. En lugar del “noble salvaje” y el “salvador blanco”, el propósito consciente del director de invertir los estereotipos resulta refrescante.
El demonio usa una cruz
El territorio abierto es imponente pero hay una especie de consuelo en la habilidad de Karamakate para conectar y navegar el Amazonas –aunque nunca llegan a adivinar el encuentro que tendrán con el monasterio cristiano. El simbolismo invertido de la recreación y el componente dañino de la intervención cultural puede ser interpretado como una disyuntiva. Por ejemplo, en 1909 Karamakate, Manduca y Theo, se deshacen de un hombre del clero abusivo liberando a niños indígenas que mantiene en cautiverio. Veinte años después, un culto aún más perverso ha surgido en su lugar. En ese sentido, si se corta la cabeza de una serpiente, puede volver a crecer y traer consigo más veneno.
Adentrándonos en lo más profundo del mal, la segunda llegada al recinto nos muestra casi la definición perfecta de una película de horror dónde un hombre se declara el dios de un grupo de discípulos desquiciados y encubiertos. La atmósfera enfermiza y árida es aterrorizante, y los daños secundarios se prestan para una amplia interpretación. Las vías del tren han sido instaladas y nos recuerdan que hay más de una manera de interpretar lo que una película nos muestra.
El horror se manifiesta tanto en la forma espiritual como la literal al mostrar el infierno que significaba el intercambio de hule. Existen momentos tan directos que se puede garantizar una respuesta emocional de parte del espectador. Pero en algunas escenas Guerra se arriesga más de la cuenta cuando recurre a estrategias muy obvias. Por ejemplo, cuando Theo y Schultes se aferran a las posesiones materiales que Karamakate ordena echar fuera de la barca o cuando señala que el dinero es inservible para los indígenas. Éstos son puntos demasiado evidentes. Llama la atención ver este tipo de clichés surgir de la película porque Guerra es un cineasta muy talentoso.
Ciro Guerra: arte y exploración
Ciro Guerra es ambicioso y conduce esa ambición de forma exitosa gracias a su magnífica dirección y a las actuaciones efectivas y naturales de un elenco poco reconocido. El abrazo de la serpiente incursiona ocasionalmente en territorios demasiado conocidos pero dichos tropiezos son reencauzados por un director consciente del barco que dirige.
La realización trata exitosamente temas del colonialismo, genocidio, ciencia, mortalidad, vanidad y un sin fin de defectos humanos. El periplo más escandaloso es el de la intervención del cristianismo. Y el viaje –pleno de imágenes bellas y horrorosas a la vez,
resultado de la naturaleza y hechos humanos– proveé de una sensación horrible que podría sobrepasar el espanto presentado en otras películas con las que se asocia Karamakate.
Nunca te salgas de la canoa
Mientras muchos han comparado este filme con Apocalipsis ahora, en realidad tiene más similitudes con la película de Herzog Aguirre, la rabia de Dios. Supongo que uno podría describirla como “una película psicológicamente tensa que trata de personas navegando una canoa por la jungla durante los años setenta”. Una de las cosas que suena verídica con la analogía de Apocalipsis ahora es la frase: “nunca dejes la canoa”.
Esta densa hebra que resulta ser el filme es tratada con refinado estilo. Un filme muy inteligente con un ritmo meditativo a fuego lento que podría encantar al espectador. El abrazo de la serpiente presenta una nueva perspectiva de un tema ya muy viejo.
*This article was originally published in Film Inquiry. Film Inquiry is a film magazine for and by film academics, filmmakers and aficionados. We share a life-long passion for film, filmmaking and all the art entails, and promote a friendly environment for insightful discussion.
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Posted: May 19, 2016 at 10:55 pm
no entendiste, el indigena esta chulliachaqui hasta su segundo viaje donde comprende q no eran sus pares extintos los q salven su cultura sino el hombre blanco