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Lila y Lenù: una sublime obsesión
COLUMN/COLUMNA

Lila y Lenù: una sublime obsesión

Miguel Cane

En esta época de encierro, las ofertas que salpican el catálogo de los servicios de streaming como Amazon, Netflix o HBO Go, son un bálsamo para el repetitivo y tedioso contenido en los proveedores de TV abierta y de cable, por lo que encontrar algo realmente cautivador es un auténtico hallazgo.

En este caso, se trata de la serie italiana My Brilliant Friend, cuyo título original es L’amica geniale, basada en los dos primeros libros de la saga de las “novelas napolitanas” de Elena Ferrante, misma que puede encontrarse en el catálogo de HBO Go y de aquellos que tengan contratado el paquete de HBO en sus sistemas de cable.

Los primeros ocho episodios, estrenados a fines del año pasado, adaptan la novela La amiga estupenda (que abarca de 1950 a 1961) relatando aspectos de la infancia y adolescencia de dos niñas –posteriormente jóvenes mujeres–: Lila y Lenù (originalmente Rafaella Cerullo y Elena Greco), que crecen en un barrio de clase baja en Nápoles, siendo la ciudad misma otro personaje muy importante en la saga.

Dirigida por Saverio Costanzo, y con producción ejecutiva del oscarizado Paolo Sorrentino, la serie es una co-producción Euro-estadonidense que incluye a varias casas productoras y empresas como la RAI (la Radio Televisión Italiana), HBO (que pertenece a Warner Media), StudioCanal y Fandango, con tal éxito de crítica y audiencia a nivel global que ha logrado una segunda temporada (misma que recién concluyó transmisiones) y ya tiene anunciada una tercera, que iniciará producción en cuanto las medidas para prevenir contagio por COVID-19 lo permitan, en locaciones naturales de Nápoles, Pisa, Turín y los legendarios estudios Cinecittá en Roma.

Ahora bien, este vuelco de espectadores no habría sido posible si la serie no fuera amparada por la rúbrica de Elena Ferrante, autora de las cuatro novelas que le dan origen –La amiga estupenda, El mal nombre, Las deudas del cuerpo y el volumen final: Historia de la niña perdida– y, junto con Costanzo, también guionista de la adaptación.

El misterio que rodea a la Ferrante: nadie sabe a ciencia cierta si es mujer, aunque lo ha dejado entrever en alguna entrevista que ha dado vía e-mail, y nadie nunca ha visto una foto suya, ha sido uno de los elementos que aportan a la obsesión adictiva que, tanto impresa como en pantalla, genera su obra.

La búsqueda por saber quién se oculta tras el seudónimo, durante años ha mantenido en vilo a la prensa europea, incapaz de respetar el derecho a la privacidad de esta escritora italiana, quien alguna vez declaró que “los libros, una vez que son escritos, ya no necesitan a sus autores y pertenecen a los lectores”.

Esta sentencia no bastó para impedir las especulaciones y pesquisas de una legión de investigadores, que presuntamente han descubierto la supuesta identidad de Ferrante utilizando información confidencial acerca de transacciones financieras entre la editorial y quien sería la escritora, ostensiblemente Anita Raja, una traductora que trabaja para la editorial, cuyo marido también se ha visto involucrado en estas dudas, surgiendo la teoría de que Elena Ferrante son dos o más personas.

Esta cacería ha suscitado las más diversas reacciones; la novelista británica Jeanette Winsterton señaló que “en el fondo de esta supuesta investigación de la identidad de Ferrante está la indignación obsesiva ante el éxito de una escritora, una mujer que decidió escribir, publicar y publicitar sus libros en sus propios términos, sin tener que ampararse de nadie”.

Misterios aparte, lo contundente es la obra, y lo que Ferrante ha construido en su cuarteto napolitano, es una consistente novela río, con un caudal de personajes y situaciones, que nos presentan un fresco impresionante de Nápoles e Italia en la segunda mitad del siglo XX.

Esta saga es una obra tan ambiciosa como delicada, con hilado muy fino de personajes, familias y situaciones (algo que supera incluso los intentos  deshilachados de George R. R. Martin de hacer una narración de este estilo en clave de melodrama fantástico, que irónicamente también se popularizó por una serie de la HBO y acabó por caer de la gracia del público y hasta del propio novelista), que al pasar a la TV, transforma a la clásica soap opera, en una especie de docudrama sociológico cuidadosamente observado que se enfoca, a través de las protagonistas y otros personajes de soporte, en los roles femeninos adoptados en un lugar y tiempo específicos, algo que resulta semejante a lo que David Simon hiciera con un estrecho código masculino –pero no misógino– en la memorable serie The Wire.

Elena y Lila son parte de un pobladísimo vecindario napolitano, recreado de tal modo que uno termina sintiéndose inmerso en su realidad inventada, que tiene ecos de películas que van desde el neorrealismo italiano de Rossellini, Mamma Roma y Bellissima, de Pasolini y Visconti, llegando hasta interpretaciones ítalo-americanas de la famiglia en cintas como El Padrino y Fiebre del sábado por la noche.

En la primera temporada vemos cómo surge y se afianza la amistad tan particular entre Lila y Lenù. Esta última es dócil y obediente, dulce y sensible, capaz de retener cualquier emoción que solo dejará asomar cuando esté a solas, cuando su llanto emerge de un modo tan contagioso que negarle como espectador nuestra solidaridad se antoja una mezquindad.

Lenù, diminutivo de Elena, encuentra en sus estudios la manera de trascender su barrio pobre y, aunque no lo dice directamente, evitar el destino de su madre, Immacolata (interpretada de manera brillante por Anna Rita Vitolo), una mujer amarga e insatisfecha, que desconcierta a su hija con inexplicables y súbitos gestos de ternura. Lenù anhela conocer el mundo y hará lo posible por encontrarlo incluso sin saber todavía qué lugar puede ocupar en él.

Por otro lado, tenemos a Lila (a quien en los libros también se le refiere como Lina), una belleza natural salvaje y dominante, sin pudor alguno, feroz lectora, poseedora de una inteligencia descomunal e innata. A lo largo de la historia, ella es la reina y Lenù la dama de compañía, la amanuensis, la que relata desde un futuro en que ambas ya son septuagenarias, tanto en las novelas como en la serie, cómo Lila parece tener las riendas de esa relación desigual, que mezcla atracción con repulsión, cariño, lealtad, reproche y crueldad entre ambas.

En esta esfera, Ferrante y Costanzo intercalan momentos alegres con sucesos oscuros y violentos sin ningún tipo de recato ni censura: el barrio es lo que es, y las dos jóvenes y las amigas que tienen, los amantes que cultivan, las familias de las que provienen, crecen a partir de la evolución de época.

Al final de la segunda temporada, que en ocho capítulos va de septiembre de 1961 a diciembre de 1968, seguimos el andar de las adolescentes conforme se convierten en jóvenes mujeres, representadas en las actuaciones de las debutantes Margherita Mazzucco y Gaia Girace quienes son, respectivamente, Lenù y Lila.

El trabajo de preparación que hizo Costanzo con las actrices hace que la relación entre las protagonistas sea tridimensional, mientras va cambiando con el tiempo, complicándose con la aparición de Nino Sarratore (Francesco Serpico), un personaje de su infancia en el barrio, que irá apareciendo y reapareciendo como constante en la vida de ambas: él es una especie de plaga, hombre con cara de no-rompo-un-plato e ínfulas intelectualoides que marca la relación de ambas mujeres a lo largo de su historia.

Sin duda, esta serie es más que una mera experiencia de entretenimiento y ofrece al espectador, tanto casual como devoto de las novelas, uno de los mejores trabajos audiovisuales en memoria reciente, que genera una verdadera obsesión.

 

Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane

 

 

 

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Posted: May 25, 2020 at 9:45 pm

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