Cuerpos intercambiables e identidades secuestrables ¡Huye!, de Jordan Peele
Naief Yehya
El ocaso del régimen de Obama es un tiempo de reivindicación del “privilegio blanco”, un periodo en que las conquistas políticas de las minorías son objeto de cuestionamiento, burla, rechazo y militancia reaccionaria. La presidencia que inició con la promesa de una era post racial terminó marcada por una sucesión de asesinatos de hombres negros desarmados a manos de la policía y por una radicalización de la derecha. A pesar de sus numerosas concesiones a los republicanos Obama presidió el enrarecimiento de la atmósfera racial; y su legado, en lugar de propiciar una mejor coexistencia entre diferentes grupos étnicos, raciales y minoritarios, se tradujo en la elección de Donald Trump. Ahora bien, si algo bueno ha traído esta nueva realidad es el auge de un cine afroamericano vital, independiente, propositivo y triunfador entre la crítica y, hasta cierto punto, en taquilla. Ejemplos de esta corriente son Moonlight (Barry Jenkins, 2016), 13th (Ava DuVernay, 2016), I’m not Your Negro (Raoul Peck, 2016), Fences (Denzel Washington, 2016), Loving (Jeff Nichols, 2016) y Hidden Figures (Theodore Melfi, 2016), entre otras. Estas cintas han hecho visible de manera extraordinaria la perspectiva, creatividad, diversidad y situación de la comunidad negra en Estados Unidos. No obstante, esta explosión fílmica es la contraparte de un momento de inseguridad y frustración en el que miembros de esta comunidad se ven obligados a salir a las calles a reclamar sus derechos humanos básicos y a señalar que: “las vidas negras importan” (Black Lives Matter).
Ese es el contexto en que aparece el debut en largometraje del espléndido cómico, director y guionista Jordan Peele, ¡Huye! (Get Out!). En el cual nos presenta a Chris (el notable actor británico-ugandés, Daniel Kaluuya), un joven y relativamente exitoso fotógrafo afroamericano que vive en Nueva York con su novia blanca anglosajona, Rose Armitage (Allison Williams). Ambos están a punto de viajar el fin de semana al norte del estado para conocer a los padres de Rose. Poco antes de salir ella le avisa que no les ha dicho que él es negro, pero que no importa ya que son liberales progresistas que “hubieran votado por Obama para un tercer periodo”. Chris se lanza un tanto temeroso pero es recibido por los Armitage, Dean (Bradley Whitford) y Missy (la estupenda Catherine Keener), con una actitud de extrema amabilidad que se descose para exhibir lo que parece un sentimiento culposo (las únicas personas negras que los rodean son sus sirvientes), un temor a ofender así como una obsesiva y sospechosa admiración a la cultura afroamericana. El encuentro refleja la incomodidad y ansiedad que producen las expectativas de complacer, la condescendencia, el despiste, la ignorancia, los prejuicios, la intriga e, incluso, el miedo. La obvia referencia es Adivina quién viene a cenar (Guess who’s coming to dinner, 1967), de Stanley Kramer, que a los cincuenta años sigue siendo un obra controvertida y emblemática de la ideología liberal hollywoodense. Esta cinta, estelarizada por Sidney Poitier, así como por los gigantes Katharine Hepburn y Spencer Tracy, se estrenó cuando el activismo por los derechos civiles estaba en un punto candente y, si bien fue considerada demasiado tibia por algunos, otros pensaron que era ferozmente incendiaria. De cualquier manera era una aproximación valiente al tema tabú de las relaciones interraciales. Medio siglo más tarde Peele muestra que las cosas no han cambiado tanto a pesar de las apariencias y el supuesto progreso social en ese país.
La visita de Chris y Rose coincide con la celebración anual de la familia Armitage, a la cual asisten muchos otros familiares y amigos, blancos liberales que se conducen con Chris con torpe cortesía y adulación bochornosa. En este grupo homogéneo destaca un joven negro curiosamente vestido, que resulta ser el marido de una anciana blanca. Chris cree reconocerlo y, eventualmente, su extraño comportamiento y presencia será determinante para descubrir que lo que sucede ahí es mucho más grave que una simple epidemia de corrección política. Peele tiene un ojo agudo para la ironía y la sátira, así como para mostrar situaciones incómodas y desnudar atisbos de supremacía blanca, más o menos enterrados en diálogos aparentemente inconsecuentes. Su destreza para el humor es incuestionable como era evidente desde la serie televisiva Key and Peele, pero su habilidad para el manejo del suspenso resulta asombrosa, así como su transición por géneros, pasando de la comedia al thriller y al splatter. Asimismo, el cineasta fusiona la crítica social con el horror y la ciencia ficción al llevar a la historia a los extremos de la paranoia y transformar a un grupo de burgueses con edulcorada conciencia social en monstruos crueles y deshumanizados.
La cinta fue concebida en la era de Obama, pero es estrenada en un momento oportuno y fascinante, justo en los caóticos inicios de la administración Trump, al tiempo en que el gobierno amenaza con demoler programas sociales para las minorías, insulta a los inmigrantes y alienta a la policía a dar rienda suelta a la violencia. Paradójica y emblemáticamente, ¡Huye! llegó a los cines la semana de la entrega de los Oscares, con su confusa y errática entrega de la estatuilla a Moonlight (tras anunciar equivocadamente que el ganador era La La Land), un momento absurdo y ridículo que pareció revelar un desesperado rechazo a conceder que la mejor película del año (según la propia Academia que el año anterior había sido acusada de racismo: #Oscarsowhite) era una obra independiente afroamericana.
Desde el inicio la cinta presenta un panorama de temores “invertidos”: en luar de mostrar el cliché de los riesgos que corre una persona blanca al caminar de noche por un ghetto negro, tenemos a un hombre negro que camina por un suburbio blanco. Acosado por un auto, en su momento será atacado, sometido, secuestrado y desaparecido por un hombre con un casco de apariencia medieval, evocación a casos recientes como el de Trayvon Martin pero que, igualmente, invita a pensar en series sesenteras como La dimensión desconocida. Este secuestro ofrece un parpadeo de la historia de la esclavitud en las Américas sintetizado en pocos minutos. Durante décadas, la ideología dominante en Estados Unidos ha predicado el mito de la presunta amenaza que representan los negros: sus instintos salvajes, su afinidad para el crimen y su sexualidad incontrolable. En el cine estadounidense esto ha sido un dogma fundacional, desde el impresionante y repugnante panfleto racista El nacimiento de una nación (Birth of a Nation, D.W. Griffith, 1915) hasta nuestros días. Esta narrativa ha pretendido ocultar décadas de esclavitud, segregación y tratamiento brutal de la población afroamericana. El filme de Peele no denuncia el racismo abierto y descarado que resurgió con enorme fuerza durante la campaña de Trump, ese merolico del Reality Show con cinco bancarrotas al hombro, sino que se enfoca en ese otro racismo sutil, “gentil” e insidioso, mucho más cotidiano y, lamentablemente, más tolerado. Esto se percibe inicialmente en el accidente en la carretera que tienen Rose y Chris y en el cual, a pesar de que ella es quien conduce el auto, el policía le pide a él identificarse.
(A partir de este punto hay spoilers, avance con precaución)
Poco a poco se revela que las intenciones de este grupo de la alta burguesía blanca van más allá de querer presumir su tolerancia ya que, literalmente, desean apropiarse de los cuerpos de jóvenes negros para ocuparlos y están dispuestos a pagar por ello nada menos que en una subasta (el método en que se vendían tradicionalmente los esclavos). Los miembros de esta Orden sienten una admiración perversa, y quizás honesta hacia la cultura negra, a la que consideran fascinante, fresca y cool, además de que envidian la constitución física, atlética, incluido “el genotipo” de los negros. No obstante, desprecian la humanidad e individualidad negra.
La empresa de la familia Armitage, que tiene tintes de culto (La Orden de la Coagula), se dedica a cazar o a atraer hombres y mujeres negros, algunos de los cuales llegan inconscientes en la cajuela del auto del hijo (Caleb Landry Jones) y otros embelesados de la mano de la hija. Dean emplea a estos cautivos para sus trasplantes de identidad, lo que da lugar a una reflexión interesante en un momento en que las políticas de identidad juegan un papel determinante en los debates respecto del tejido social de los países con grandes comunidades de personas de color e inmigrantes. Missy, por su parte, emplea el hipnotismo para someter y controlar a las víctimas. La técnica Armitage, desarrollada por el abuelo de Rose, depende de que el inconsciente del cuerpo receptor permanezca sometido e hipnotizado pero intacto. Es decir, que el dueño original de ese cuerpo no es totalmente eliminado sino conservado como testigo mudo y reprimido del uso de su cuerpo por alguien más.
El amigo de Chris, Rod Williams (LilRel Howery), quien trabaja en el servicio de seguridad de los aeropuertos, TSA, lo previene del peligro que corre al adentrarse en un territorio de la clase alta blanca. Peele sabe que esto, a pesar de ser cierto, es motivo de humor y, por tanto, lo usa como contrapunto cómico al horror. Dean y Missy explican con supuesta vergüenza que los sirvientes de la casa, Walter (Marcus Henderson) y Georgina (Betty Gabriel), ambos negros, son parte de la familia. Chris descubre pronto que no puede encontrar en ellos ninguna solidaridad ni comprensión ya que se comportan como zombis (otro cliché emanado de las plantaciones). Estos cuerpos son habitados por los abuelos Armitage, quienes juegan su papel de empleados domésticos para engañar a Chris, así como hicieron con los anteriores novios de Rose. Su andar maquinal hace pensar en la novela de Ira Levin, The Stepford Wives y las adaptaciones al cine de Bryan Forbes (1975) así como la menos afortunada de Frank Oz (2004), en la cual las esposas de los ejecutivos que viven en el suburbio de Stepford, Connecticut, son inquietantemente bellísimas, robotizadas y sumisas: ciborgs serviles manufacturados por el patriarcado blanco.
El elemento fantástico del filme es bastante enredado y parece evocar viejos clichés tecnológicos y psiquiátricos de la década de los cincuenta (tiempo en que ser racista en Estados Unidos era socialmente aceptable), en donde hipnosis, control mental e intercambio de cerebros son usados para trasplantar conciencias a cuerpos jóvenes y fuertes. La familia Armitage ofrece un servicio de cuerpos negros, jóvenes y saludables de recambio a los ancianos decrépitos que puedan pagarlos, en una expresión novedosa del viejo concepto de convertir a un ser humano en mercancía, maquinaria y envase. Pero lo más relevante es que esta técnica para extender la vida tiene el giro curioso de convertir a blancos millonarios en personas negras o, por lo menos, hacerlos habitar un cuerpo negro, como escribió Ta-Nehisi Coates, lo cual tiene un elemento paradójico en un tiempo de racismo creciente.
A diferencia de cualquier otra cinta hollywoodense reciente, ¡Huye! es una obra transgresora y extraordinariamente triunfadora, un trabajo serio e hilarante que denuncia como pocos la verdadera ponzoña del racismo y el moralismo sensiblero en la cultura estadounidense. El cine de la resistencia y oposición al régimen de Trump aún no ha nacido. Sin embargo, Peele ha logrado anticiparse sólo con plasmar las contradicciones e hipocresía de la cultura de inicios de siglo XXI.
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: May 17, 2017 at 9:30 pm