Necesidad de la crítica entre los demasiados libros
Alejandro Badillo
• Antonio Jiménez Morato: La piedra que se escribe. Narrativa latinoamericana desde el presente (México, Festina Publicaciones, 2017).
La crítica ha sido un ejercicio, desde hace tiempo, en peligro de extinción. Algunos podrán argumentar que, con el auge de las redes sociales y de páginas de internet, hay –como nunca antes– información y opiniones sobre las novedades editoriales que llegan a los aparadores. En efecto, hay cada vez más intercambio de información en la era digital y, por supuesto, este fenómeno ha sido aprovechado por las editoriales –sobre todo las que pertenecen a los grupos con más poder económico– para mover sus títulos, difundir entrevistas y crear un ambiente apropiado para que sus libros se vendan. Sin embargo, el mundo de hoy necesita dialogar sobre la pertinencia de esos títulos y discutir su relevancia para la literatura. En ese punto entra la crítica literaria que, en el caso de México como tantos otros países, es un área que cada vez más es sustituida por el departamento de mercadotecnia de la editorial o, pero aún, por reseñas de un párrafo en revistas que, más que un diálogo y una problematización del libro, son aproximaciones descriptivas que podrían ir, sin mayor empacho, en las solapas del título que supuestamente se comenta.
La piedra que se escribe. Narrativa latinoamericana desde el presente, reunión de textos críticos de Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) es un esfuerzo por colocar el diálogo con el libro como un elemento fundamental para reflexionar lo que escriben los autores y lo que se publica en el mundo actual. En un contexto en el que el autor tiene la voz cantante y los reflectores, el crítico debe conservar la capacidad para entrar en la batalla de las ideas y cuestionar el texto que lee. Este ejercicio, vital para la construcción de la cultura letrada, debe seguir con esta vocación aunque muchas veces vaya a contracorriente de las dinámicas comerciales del libro. La “crítica”, término que causa alergia a muchos y que muchas veces se toma con un sentido peyorativo, debe ser una guía, un foro de discusión y, por supuesto, propicio para la generación de nuevas aproximaciones a la literatura. Jiménez Morato lo entiende muy bien y este compromiso se percibe desde el prólogo de su libro. “La piedra que se escribe”, frase que remite a aquello que perdura, que está hecho no para la novedad sino para la sobrevivencia en el tiempo, es un concepto que el autor se encarga de reiterar en todos los textos de su libro. En cada una de las lecturas existe la intención de buscar lo perdurable, lo que late en el fondo del texto y que el crítico descubre para mostrar al lector. Por esta razón, en lugar de hacer una simple reseña descriptiva, Jiménez Morato usa los títulos y a los autores como leitmotiv de una idea que, muchas veces, trasciende las fronteras del libro del cual habla.
Otro aspecto interesante de La piedra que se escribe es la vocación exploradora del autor. Si la globalización parece homogeneizar gustos y tendencias, Jiménez Morato nos recuerda que la literatura se hace desde cualquier lugar, incluso desde los márgenes que, muchas veces, pasan desapercibidos para el público masivo. De esta forma, varios escritores con los que entra en diálogo: Federico Falco, Félix Bruzzone, Luis Negrón, Aurora Venturini, Sergio Chejfec, entre otros, no entran necesariamente en las listas de los más vendidos e, incluso, son desconocidos fuera de sus lugares de origen. Además, más allá de añadir un eslabón más a la gran cantidad de autores clásicos o en vías de serlo, pensemos en las cabezas visibles del Boom o escritores estudiados cientos de veces como Octavio Paz o, en tiempos más recientes, Roberto Bolaño, a Jiménez Morato le interesa descubrir autores casi invisibles para esa crítica o, incluso, la academia. También el interés llega a otros autores como Nicolás Cabral, quien apenas incursiona en la publicación de sus obras.
Un elemento relevante del libro de Jiménez Morato presente sobre todo en los textos dedicados a César Aira, Ricardo Piglia y el inicial “La centralidad de los márgenes”, es que al crítico, más allá de los temas y hasta de la poética de los autores que analiza, le interesa explorar la forma cómo se lee y los procesos que intervienen, a veces azarosos a veces parte de un proyecto calculado, para que el lector enfrente el libro con ciertos supuestos: ensayos que se venden como narrativa o una aparente novela cuya cuarta de forros afirma que es un colección de poemas.
En el 2013 José Emilio Pacheco, en una conferencia, decía que el peligro para el libro impreso no era el libro digital sino la sobreabundancia de títulos publicados todos los años. Las miles de novelas que se publican todos los años en el mundo hispanoamericano, por ceñirnos sólo a ese género y a ese territorio, no tienen correspondencia con el nivel de lectura de los probables compradores de esos libros. ¿Cuántos libros fueron autopublicaciones que no fueron más allá de dos o tres lectores? ¿Cuántos llenaron los anaqueles de librerías y centros comerciales para ser desechados dos o tres meses después sin dejar una huella real en la literatura? El papel del crítico es, entonces, importantísimo para separar y ponderar aquellas obras que, según su juicio informado y nutrido por la pasión de un lector, tienen la suficiente calidad para perdurar en el tiempo. Jiménez Morato tiene esa vocación y los textos reunidos en su libro están destinados a formar parte de un diálogo que, esperemos, tenga continuidad en los próximos años.
Fotografía: Luis Manuel Rivera
Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc
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Posted: August 27, 2017 at 10:47 pm