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Mujeres que levantan olas que se convierten en tsunamis

Mujeres que levantan olas que se convierten en tsunamis

Irma Gallo

En el libro colectivo Tsunami (Sexto Piso, 2018), 13 escritoras de distintos orígenes, formaciones, posturas políticas y edades (la menor, la poetisa Jimena González, tiene 18 años, mientras que la mayor, la narradora y ensayista Margo Glantz tiene 88) escriben sobre sus experiencias de ser mujeres, sus formas de resistencia ante la inequidad, la discriminación y la violencia, y las redes que han ido tejiendo para acompañarse, complementarse, discutir, apoyarse unas en otras, escucharse.

En el libro, compilado y prologado por la ensayista, narradora, poeta y editora Gabriela Jáuregui (Ciudad de México, 1979), hay textos en los que predomina el análisis intelectual, académico, mientras que otros están escritos mucho más desde la entraña, la comezón, el dolor a pelo. Es el caso de “Mientras las niñas duermen”, de la periodista y documentalista Daniela Rea (Irapuato, 1982). A modo de diario, en el que dialoga con textos de Nellie Campobello, Lina Meruane, Silvia Federici, Brenda Navarro y Simone de Beauvoir, entre otras, narra el nacimiento de sus dos hijas, sus primeros años de vida, la enfermedad de una de ellas -que la drena hasta el agotamiento- y cómo, todos los días tiene que luchar por no perderse por completo (“He pasado días de llorar y llorar. Voy a tener otro hijo o hija y siento que borrará a la persona que soy”), por aprender a amarlas a pesar de estar exhausta y ya no tener tiempo para escribir, y por tener que renunciar a muchas cosas que antes hacía y disfrutaba (“Quería ir a escuchar a Raúl Zurita. Organicé la semana para tener libre la tarde e ir con las niñas. Preparé pañalera, lonches, carriola y cargador. Poco más de media hora antes de salir, Naira se hizo pipí. La cambié. Todavía estábamos a tiempo de salir y caminar media hora hasta la sede. A punto de salir, Naira se hizo popó. Cerré la puerta. Perdí”).

El texto de Daniela es desgarrador por su honestidad: mientras cuenta cómo su hija pequeña se rasca y rasca el eccema que cubre su piel de bebé de meses de nacida, hasta sacarse sangre, reconoce que su relación con ella es a través de la enfermedad: “No la acaricio, le pongo cremas y pomadas. No la abrazo, la envuelvo en sábanas para que no se rasque”.

Pero también, y sobre todo, es un testimonio de amor. Sin cursilerías propias de tarjeta del Día de la Madre, sin peluches ni rosas rojas; un amor de puro cuerpo, biológico, como en la frase: “Días de guardar. Dormir entre dos crías con olor a leche”.

“Siempre quise ser madre”, escribe, y también celebra la madre feliz que fue la suya. A pesar de haber criado sola a sus cuatro hijos, de lavar sus uniformes en la madrugada, mientras todos, menos la misma Daniela, que la observaba con admiración, con complicidad, dormían.

“Toda su belleza y su juventud nos la entregó”, dialoga, por medio del recurso visual, editorial, de un recuadro insertado a la derecha del cuerpo del texto, Nellie Campobello con Daniela Rea, pero al mismo tiempo su madre le dice: “Yo no era infeliz, yo los tenía a ustedes”.

Y Daniela, a través de su madre, ve con otros ojos su propia maternidad. Y escribe este testimonio “Quizá para que algún día ellas no se sientan solas. Quizá para que sean un poco más libres. Para que seamos un poco más libres”.

En su texto “Solas”, la poetisa y ensayista Sara Uribe (Querétaro, 1978) explora las posibilidades de la resistencia a través de las redes, tejidas, hilvanadas, entre las mujeres que, tomando como referencia a Cristina Rivera Garza, llama “mujeres solas de Estado”.
Sara Uribe y su hermana vivieron violencia desde la casa paterna. Su padre intentó matar a su madre. Aunque ella, María Lilia, se decidió a dejarlo y eventualmente se las llevó a vivir a Ciudad Valles, San Luis Potosí, en donde creía que podrían tener una mejor vida bajo la protección de su hermano (el –como descubrirían posteriormente– también violento tío Fernando), murió pronto, dejándolas, sin saberlo por supuesto, al borde del abismo: convivir con el tío o vivir en el internado en el que éste quiso confinarlas porque todavía eran menores de edad.
Así que la primera red de complicidad y salvamento que tejió Sara fue con su hermana: después de escaparse del internado se fueron a vivir solas a la casa que su madre les dejó, falsificando firmas en la boleta de la escuela, creciendo entre las grietas y vericuetos del Estado, como un par de plantas silvestres que florecen entre dos bloques de cemento, para salvarse, paradójicamente, de la violencia del mismo Estado.

–En este momento de su reflexión, Sara Uribe recuerda el caso del albergue “La gran familia” operado por Rosa Verduzco (“Mamá Rosa”) en Michoacán, y las historias de abuso sexual y maltrato físico y psicológico que se dieron a conocer en los medios, y entonces se siente aliviada de que esa no haya sido su suerte ni la de su hermana–:

“Frente a la disyuntiva de violentada o muerta a manos de mi padre o violentada o muerta a manos del Estado, mi mejor opción fue que el Estado me abandonara. Pasar inadvertida ante éste hasta cumplir la mayoría de edad”.

Es ese Estado al que se refiere Cristina Rivera Garza (que también tiene una colaboración en este libro), el que le sirve a Sara Uribe para plantear una alternativa al final de su texto: “Mujeres solas de Estado buscando a sus madres, hijas y hermanas desaparecidas, justicia para sus muertas. Mujeres solas de Estado con otras mujeres solas de Estado, hilvanando estrategias y redes para salvarse a sí mismas, para interpelarse: amarse y protegerse, entre sí”.

Una alternativa que es, afortunadamente, punto de coincidencia en muchos otros textos del libro, como en el poema “Las otras”, de Jimena González (Ciudad de México, 2000):

“Las mujeres de mi familia,
familia de mi padre
siempre son “las otras”;
no tienen nombre propio
cuando son evocadas
por sus mal llamados amantes.

Todas Josefinas,
llorando manchas violeta
ocultas en el cuello.

(…)

Escribo para aprender que
amamos mucho y a muchos,
y no es motivo de vergüenza.

(…)

Porque vengo de una familia
de mujeres que se sienten obligadas
a reírse de los chistes ofensivos
de sus maridos ebrios.

(…)

Alzo la voz para no negarnos,
porque tenemos nombre
y no dejaremos que lo olviden”.

 

Irma Gallo es periodista y escritora . Colabora para Canal 22, GatopardoEl GráficoRevista Cambio, y eventualmente para otros medios. Es autora de Profesión: mamá (Vergara, 2014), #yonomásdigo (B de Block, 2015) yCuando el cielo se pinta de anaranjado. Ser mujer en México (UANL, 2016).

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Posted: December 19, 2018 at 9:44 pm

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