Juan Villoro: apuntes para volverse a apasionar
Irma Gallo
Juan Villoro lo sabe bien. Parafraseando al clásico, o sea a Borges, “un escritor se hace por los libros que ha leído, más que por los que ha escrito”. El autor de Arrecife es fiel a sus pasiones, y ha encontrado que releyéndolas y compartiéndolas con otros posibles lectores (ese milagro de la lectura colectiva, en silencio y a la distancia en tiempo y espacio), se enamora de ellas un poco más.
En La utilidad del deseo (Anagrama, 2017), lo pone por escrito: “No hay literaturas individuales; toda obra pertenece a una época abierta al influjo colectivo”.
Estamos en su casa de Coyoacán, en donde siempre te hace sentir bienvenida. Me ofrece algo de beber, y entre las alterativas está un delicioso mezcal de Oaxaca, que prefiero dejar pasar en esta ocasión y me decido por un vaso con agua.
Un hermoso (y enorme, como un oso) perro blanco descansa en el patio de atrás. Juan Villoro cuenta que se lo regaló Xavier Velasco; es hijo de la pareja que tiene él.
Después de las cortesías de rigor, entramos en materia. El escritor explica, con esa voluptuosidad con que acostumbra dejar salir las palabras, casi atropellándose unas con otras, que: “Cualquier escritor se define no siempre por lo que escribe sino por lo que lee. Todos nosotros somos, primero que nada, lectores. Creo que de lo que podemos estar más orgullosos no es de los libros que hacemos, porque ahí siempre somos jueces y parte, sino de los libros que leemos”, y sí, no puedo evitar pensar en Borges mientras sus manos se mueven al ritmo de sus palabras.
“Algunos escritores tienen la necesidad de escribir también sobre sus lecturas. Cuando yo admiro mucho a un escritor de inmediato me interesa saber cuáles fueron los libros que lo formaron. Por ejemplo, tuve la suerte de conocer a Kenzaburo Oé, el gran escritor japonés, y él se mostró muy interesado en hablar con un mexicano. El encuentro ocurrió en Barcelona y me dijo que él había venido a vivir a México durante dos años que estuvo en el Colegio de México porque su autor favorito era Juan Rulfo. Esto abrió para mi una ventana, una clave muy importante en la literatura de Kenzaburo Oe. Saber qué ha leído un escritor contribuye a explicarlo”.
La utilidad del deseo, dice su autor, está compuesto por sus relecturas de los últimos ocho años. Reúne, también, textos que fueron escritos como prólogos o para ser dictados en una conferencia. “Esto te permite regresar a un autor que para ti mismo ya era un autor lejano, y todo esto te permite también, de algún modo, regresar esas pasiones que están en ti”. Dice, y vuelve a usar la palabra “pasiones”, y lo hace con toda la intención, porque Villoro es hábil con las palabras. Es justo con ellas. Sabe dónde va cada una. “Creo que el ensayo es un autoaprendizaje, es una manera de razonar tus emociones muchas veces más impulsivas”.
Heidegger: la lectura como un bosque
En el prólogo de La utilidad del deseo, Villoro escribe: “Lo que sale del bosque regresa al bosque. Leer libros: una forma de que arda la madera”. Le pregunto sobre el origen de esta metáfora y responde con sus recuerdos de la infancia y con una alusión a Heidigger. Él, cuyo padre fue un reconocido filósofo nacido en Barcelona pero de padres mexicanos, Luis Villoro: “Estudié en el Colegio Alemán y una de las certezas que tuve de los cuentos de hadas alemanes es que muchos de ellos ocurren en el bosque, que es el espacio de los hechizos, es ese espacio de lo desconocido. Y creo que la imaginación se ha dejado imantar mucho por lo que ocurre ahí, en el bosque. Y Heidegger, filósofo alemán, escribió un libro maravilloso de ensayos sobre literatura al que puso como título, bueno, la traducción literal sería Las sendas de la madera, que en realidad son los caminos que utilizan los guardabosques, estos caminos un tanto secretos en el bosque para sacar ramas, para sacar, a veces de manera subrepticia, algo de leña y cosas por el estilo. Y él identifica la lectura con esta búsqueda de caminos laterales, como esas sendas que se buscan en el bosque, que muchas veces conocen sólo los que más lo frecuentan. Entonces, me parece que es una metáfora muy sugerente de la lectura”.
Baudelaire, escribe Villoro, hablaba del “bosque de los signos” para referirse al lenguaje. Italo Calvino, refiere también el escritor y periodista, decía que “las ferias del libro se celebran en otoño porque es cuando los árboles cambian de hojas”.
La primera lengua en que Juan Villoro aprendió a escribir y a leer fue en alemán. Esto determinó, en mucho, sus futuras pasiones literarias: “Por alguna razón misteriosa que nunca lograré descifrar, a los cuatro años me hicieron un examen de aptitudes y me confinaron en el grupo de los alemanes, donde se llevaban todas las materias en alemán, salvo Lengua Nacional”.
No es de extrañar, entonces, su referencia a Heidegger. Asimismo, el título del libro, dice, tiene que ver con los hermanos Grimm (también alemanes), “que ampararon todos sus cuentos de hadas con esta frase maravillosa “entonces, cuando desear todavía era útil”. Es decir, se refieren a una época pretérita, legendaria, en la que los deseos todavía se podían cumplir”, explica Villoro.
Sin embargo, y paradójicamente, el autor de El testigo aprendió en estas épocas a amar el español: “porque era la lengua de la libertad, la lengua del recreo, la lengua en la que yo me podía expresar mejor”.
Dostoievski: una vida intensa
Dice Juan Villoro que cuando uno es joven, y está en posición de tomar esas decisiones que impactarán el resto de la vida, es imprescindible leer a Dostoievski. Los hermanos Karamazov, por ejemplo, ofrecen tres perspectivas muy distintas de encarar la vida: el intelectual, el piadoso y el pragmático. Así que el escritor ruso, según Villoro, nos remite de alguna manera a estos ritos esenciales de la vida: “La gran pregunta de Raskolnikov en Crimen y castigo: si Dios no existe, entonces todo podría estar permitido y yo podría hacer lo que me de la gana. Es una gran pregunta moral”.
Apasionadamente (sí, otra vez la pasión), tras hacer apenas una leve pausa para tomar aire, Juan Villoro continúa: “Me interesa mucho en este ensayo sobre Dostoievski también pensar en su historia de vida, y en cómo él traspasó algunas de sus experiencias a sus escritos: él era epiléptico, entonces El príncipe idiota padece esta enfermedad; él era ludópata y jugaba a la ruleta, entonces escribió El jugador, que tiene que ver con esto. Estuvo en Siberia, y entonces escribió El sepulcro de los vivos”.
Una literatura para gigantes
De Dostoievski y Gógol, Ramón López Velarde y Jorge Ibargüengoitia, hasta Peter Handke y Monsiváis, Villoro redescubre a sus guías de lectura, a sus estrellas de Belén. Pero La utilidad del deseo no termina ahí: también dedica un capítulo a la literatura infantil, esa que, al igual que al público al que va dirigida, ha sido menospreciada a lo largo de la historia. “La noción de infancia durante mucho tiempo fue vista como una antesala de la vida adulta, o sea, el niño era visto como un prólogo del hombre maduro o de la mujer madura, y no como un fin en sí mismo”, dice el autor.
“Costó mucho trabajo entender que el niño tiene un destino propio, una mente que le corresponde, y tiene condiciones y capacidades que no necesariamente son una simple espera para la vida adulta, sino que se pueden realizar de manera plena”.
Cuando escribe sobre el Emilio, o De la Educación, de Jean-Jacques Rousseau, Villoro no deja de mencionar la paradoja de que el escritor francés fue, al mismo tiempo, un pésimo padre, que dejó a sus hijos en un orfanato para poder escribir en paz. Pero al mismo tiempo, reconoce las cualidades de esta novela pedagógica: “El Emilio es un libro en donde el niño ya es visto como una entidad en sí mismo. Y uno de los pocos libros que recibe para leer este alumno ideal que imaginó Rousseau es nada más y nada menos que Robinson Crusoe, la obra de Daniel DeFoe a la que yo dedico un largo capítulo en mi libro. Y este es un libro que no fue escrito originalmente para niños, pero que sobre todo triunfó gracias a los niños, en adaptaciones infantiles. Y ahí tememos nosotros la prueba de que muchas veces un libro concebido o adaptado para la mente infantil puede cambiar la idea entera que tenemos de la cultura y de la civilización en su conjunto”. Es justamente Robinson Crusoe la obra, que según Juan Villoro, inaugura la novela realista moderna.
Escribir en español
Por supuesto que Juan Villoro revisita también a sus autores en español, esa lengua que aprendió a disfrutar cuando la germánica se le impuso en la escuela, en aquellos años lejanos del Colegio Alemán.
Cuando se lo menciono, no puede evitar que se le escape una sonrisa: “Qué bueno que lo mencionas, Irma”, dice, “porque hay todo un capítulo sobre las cartas de escritores que a mí me interesan mucho porque yo pertenezco a la que quizá sea la última generación que escribió cartas”.
El capítulo dedicado a la correspondencia de Juan Carlos Onetti con el pintor y crítico literario Julio E. Payró, Manuel Puig con su madre y otros familiares, y Julio Cortázar con el pintor y poeta Eduardo Jonquieres, Villoro lanza la premisa de que “las cartas permiten leer hoy el futuro que fue ayer”. Incluso, el capítulo se titula: “Onetti, Cortázar y Puig por correspondencia: pedir que el tiempo exista”.
Pero no es éste el único capítulo del libro dedicado a las letras en español; en este libro de ensayos también están otros autores que han alimentado la biblioteca de Juan Villoro con el paso de los años: “Dentro de los autores de nuestra lengua también hablo de Rodolfo Usigli, el gran precursor de la dramaturgia mexicana moderna, de Jorge Ibargüengoitia, que es un autor que a mí me ha marcado mucho y que durante mucho tiempo fue un autor muy popularmente leído pero poco estudiado críticamente en México. Y luego de Carlos Monsivais y de Ramón López Velarde, dos autores muy importantes para mí por distintas razones”.
Es momento de terminar esta entrevista. Me despido de Juan Villoro que, amable, me acompaña a la puerta. Antes de salir no puedo evitar pensar que lo dejo en el umbral de su propio bosque: las palabras que seguramente subirá a seguir escribiendo en cuanto cierre, detrás de mí, la puerta.
Irma Gallo es periodista y escritora . Colabora para Canal 22, Gatopardo, El Gráfico, Revista Cambio, y eventualmente para otros medios. Es autora de Profesión: mamá (Vergara, 2014), #yonomásdigo (B de Block, 2015) y Cuando el cielo se pinta de anaranjado. Ser mujer en México (UANL, 2016).
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Posted: January 15, 2018 at 11:12 pm
Muy buenos libros, los que hace Juan Villoro.