Essay
El populismo teológico del siglo XXI

El populismo teológico del siglo XXI

Ángel Jaramillo Torres

Al inicio de Homo Deus, Yuval Noah Harari habla de las tres alternativas políticas que definieron el siglo XX; a saber: fascismo, comunismo y liberalismo. Las dos primeras han sido derrotadas, una en 1945 y la otra en 1989. En opinión de Harari, la gran revolución tecnológica que integrará los sistemas digitales, biológicos y físicos (en lo que Klaus Schwab ha denominado la Cuarta Revolución Industrial), podrían liquidar la única alternativa política restante: el liberalismo.

Las próximas décadas serán testigos del fin del homo sapiens y del surgimiento del homo deus, protagonizando acaso la transformación de la política en el exterminio de una especie contra otra.

Mientras esa distopía llega o no, los populismos autoritarios representan nuestro mayor peligro. Un azar que se incrementa gracias a la confusión prevaleciente en torno al significado de este fenómeno a escala planetaria. Dado que por diversas y arduas razones el problema político humano carece de una solución definitiva, cualquier intento por explicar el autoritarismo del siglo XXI corre el riesgo de parecer un simple ejercicio de la soberbia.

No obstante, algunas cosas pueden ser dichas. Como ha señalado Leo Strauss, los tres regímenes políticos de la modernidad ­­ya mencionados provienen de una serie de reformulaciones de la filosofía política. Así, el comunismo debe entenderse como una corrección al liberalismo clásico –nacido con la revolución maquiavélica en el Renacimiento– cuando dicho liberalismo entró en decadencia. En un intento de recuperar la idea de la virtud republicana del pensamiento antiguo, Rousseau planteó la necesidad de fundar la civilización moderna no en el comercio y el dinero sino en la preocupación por el bienestar general. A esa crítica política y moral le siguió una crítica omnicomprensiva que, al cabo, también tomaría en cuenta a la economía. Esta crítica fue realizada por Karl Marx, representante del idealismo alemán y heredero de las filosofías de Hegel y Kant.

En el nivel especulativo pero también en el práctico, la idea comunista estaba aquejada por una serie de inconvenientes examinados, con ojo clínico, por Friedrich Nietzsche. La crítica del filósofo alemán tanto al liberalismo clásico como al comunismo se sustentó en que ambos –aunque por razones distintas– promovían las debilidades en lugar de exhortar el fortalecimiento humano. Para el creador de Zaratustra el liberalismo y el comunismo no sólo eran humanos, demasiado humanos, sino también cristianos, demasiado cristianos.

En la práctica, las ideas de Rousseau y Marx condujeron a la creación de la Unión Soviética y la sociedad concentracionaria. Por su parte, la crítica de Nietzsche –si bien malentendida– desembocaría en el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano.

Mientras tanto, el liberalismo aprendió de sus errores mostrándose sensible a algunas de las críticas de Rousseau, Marx y Nietzsche. Y sobre este liberalismo fortalecido por aquella crítica se fundó el orden internacional de la Pax Occidentalis, característica de toda la segunda mitad del siglo XX. Escenario que despertaría a una nueva realidad –simultánea a la caída del muro de Berlín– con la sentencia (fetua) del Ayatolah Jomeini en contra del escritor Salman Rushdie y, unos años después, con los ataques del fascismo islámico a las Torres Gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre del 2001.

El fin de la Historia sobre el que escribió Francis Fukuyama –redefiniendo una interpretación de Hegel debida al pensador ruso Alexandre Kojève– fue refutado por lo que los franceses llamaron el retorno de Dios (le retour de Dieu).

El populismo del siglo XXI fue de derecha antes de influir sobre la izquierda, fenómeno sobre el que deberíamos meditar. No obstante, lo cierto es que en términos prácticos el arribo al poder de Vladimir Putin y Hugo Chávez, non plus ultra de los populismos de derecha e izquierda en el mundo, sucedió casi de manera simultánea. Y ambos han hecho un uso generalizado de la religión al servicio de sus respectivas ideologías. Al parecer, el retour à Dieu es el horizonte de nuestro tiempo.

El precedente de mayor impacto para el arribo de los populismos autoritarios del siglo XXI es este retorno de la teología política. La diferencia entre las tres olas de la modernidad –liberalismo, comunismo y fascismo– y los populismos contemporáneos radica, precisamente, en que los primeros fueron fundados por los preceptos de la filosofía política mientras los populismos religiosos del siglo XXI están inspirados por un viraje hacia la teología política.

Bajo preceptos muy diferentes al pensamiento filosófico, según ha explicado Mark Lilla en The Stillborn God, la lógica propia del pensamiento teológico tiende hacia la práctica política. Para la filosofía lo primordial es la libertad de investigación, nunca supeditada a autoridad humana o suprahumana alguna. Por otro lado, la teología política apela siempre a la autoridad de un Dios omnipotente. Si la teología política no puede ser más que referida a la autoridad infinita de Dios, la filosofía no puede existir sin la apelación a la libertad. ¿Libertas o auctoritas? De eso se trata.

Hasta el momento nadie ha hecho ninguna conexión entre el surgimiento del llamado islam político y los movimientos populistas del siglo XXI. La relación entre ambos la podemos encontrar quizá en el arribo al poder de Vladimir Putin en 1999. La explicación del caso no es que el pensamiento ortodoxo ruso retomó elementos del radicalismo islámico, sino que ambos fenómenos coinciden en su crítica al liberalismo de origen filosófico desde las tesis que sustentan la moral de la obediencia a un líder que, a efectos de práctica política, reemplaza al Dios omnipotente.

Si tuviéramos que definir una característica que permea a todos los populismos autoritarios del presente siglo sería, precisamente, este vínculo de obediencia entre el líder y el “pueblo”. Teólogos políticos como Alexander Dugin han desarrollado incluso una teoría política fundada en la aparente predisposición natural del pueblo ruso para obedecer al líder. En este sentido, el putinismo es el movimiento político más desarrollado de lo que podríamos llamar populismo teológico.

En este punto no debemos distraernos de un hecho decisivo: la democracia liberal es el principal blanco del asalto autoritario de corte religioso. En el nivel político este ataque es la ofensiva del orbe teológico-político contra la filosofía política. Esto es así porque el liberalismo constituye el producto más acabado de la filosofía llevada a la práctica política.

La historiadora y periodista Anne Applebaum ha escrito recientemente una crónica donde se pregunta de dónde proviene el más reciente ataque a la democracia liberal. Aunque advierte que su propósito no es explicar las razones que han dado lugar a los movimientos autoritarios en Europa y Estados Unidos, la verdad es que sí intenta una explicación. Basándose en los análisis de Fritz Stern sobre la cultura de la desesperanza, los estudios de Karen Stenner sobre la incapacidad de la personalidad autoritaria para aceptar cualquier complejidad, junto con algunas ideas de Hannah Arendt y la Escuela de Frankfort, Applebaum acude a una especie de pastiche de todas estas teorías aunque, en última instancia, recurre a una explicación psicológica: es el resentimiento de los perdedores en los regímenes liberales lo que explica mejor la moral del gangster que caracteriza a los líderes populistas actuales. Alguna razón tiene, sin duda, aunque es un poco extraño que no mencione a Nietzsche en este contexto ya que, después de todo, fue el filósofo de la voluntad de poder quien entendió mejor el papel del resentimiento en el mundo moderno.

Sin embargo, como el propio Nietzsche afirmaba, el resentimiento es un fenómeno que exige, a su vez, ser explicado. La contribución más importante de Applebaum es testimonial: nos muestra cómo un grupo de conservadores democráticos que juraban por la democracia liberal y la Alianza Atlántica defendiendo los valores de la tradición del pensamiento occidental renunciaron –de la noche a la mañana– a tales principios en favor de otros… –cual devotos no irónicos de Groucho Marx.

Esa transformación obedece a un cambio en el espíritu de los tiempos. ¿Pero qué fue lo que indujo ese cambio? Al igual que varios de los autores que han tratado de entender el arribo del populismo autoritario, Applebaum fracasa a la hora de explicar las razones del fenómeno. En su libro On Tyranny el historiador Timothy Snyder afirma que la voluntad de obediencia es, acaso, el principal atributo de los populismos tiránicos, sin investigar los orígenes teológico-políticos de la obediencia. Así, su libro termina siendo un manual muy esquemático para el uso ciudadano, aunque (según reseñó Richard J. Evans) carente de un análisis profundo.

Por su parte, el politólogo alemán Jan-Werner Müller entiende al populismo no como un movimiento anti-elitista sino como un régimen anti-pluralista. De acuerdo con esta idea, los populistas buscan establecer un monopolio de la representación donde el pueblo –según lo conciben– es un todo homogéneo que rechaza a las minorías. No obstante, Müller jamás aclara las razones que sancionan o no el monopolio de la representatividad política. Con Müller tenemos una vez más otra descripción del fenómeno, pero no su esclarecimiento. En su reciente libro Amado Líder, Diego Fonseca subraya el fenómeno del caudillo que se arroga la representación del pueblo. Sin embargo, ¿cómo esclarecer el fenómeno del líder que, de pronto, establece una relación directa con la población (el Pueblo) por encima de las instituciones republicanas? Del mismo modo que Applebaum y Müller, Fonseca parece extraviarse en el placer de la descripción.

Para entender mejor el populismo habría que acudir quizá a una de sus principales exponentes. Para la politóloga belga Chantal Mouffe el populismo es una estrategia para dividir a la sociedad entre el pueblo y sus enemigos con la intención de llevar a aquél al poder. Como admite la misma Mouffe, su tesis se inspira en el pensador alemán Carl Schmitt, para quien la dicotomía amigo-enemigo determina la esencia del fenómeno político de la misma manera que la oposición bello-feo reglamenta lo estético y bueno-malo lo ético.

Sin embargo, como ha demostrado el filósofo político alemán Heinrich Meier, tales ideas se fundan, en última instancia, en una concepción teológica de la política. En su libro dedicado al análisis del pensamiento de Schmitt, Meier llega a la conclusión de que todos sus conceptos, incluyendo el de la dialéctica amigo-enemigo, provienen de una teología política adversa a la filosofía política: la disposición amigo-enemigo proviene entonces de la oposición divino-demoniaco.

Al constituirse como una práctica que nació en contra de lo que Thomas Hobbes llamó the kingdom of darkness, el liberalismo es apenas una idea de la filosofía política. En este sentido y en un último análisis de Schmitt, el liberalismo no es más que una forma de la blasfemia y la confirmación de que en el mundo prosigue la existencia del Anticristo. Esta es la verdadera radicalidad del pensamiento de Schmitt.

Habría que hablar también de las tres olas de ideas y prácticas enarboladas por la teología política que ingresaron paulatinamente en las sociedades del siglo XXI. La primera habría sido la de los radicalismos islámicos, cuyas ideas resultaron atractivas para los teólogos políticos rusos del régimen de Vladimir Putin, al grado que haber creado ellos mismos una segunda ola. Estas ideas se extendieron, finalmente, al epicentro del liberalismo: Europa y Estados Unidos, promoviendo una tercera ola.

De acuerdo con el diagnostico de Chantal Mouffe, el populismo del siglo XXI fue de derecha antes de influir sobre la izquierda, fenómeno sobre el que deberíamos meditar. No obstante, lo cierto es que en términos prácticos el arribo al poder de Vladimir Putin y Hugo Chávez, non plus ultra de los populismos de derecha e izquierda en el mundo, sucedió casi de manera simultánea. Y ambos han hecho un uso generalizado de la religión al servicio de sus respectivas ideologías. Al parecer, el retour à Dieu es el horizonte de nuestro tiempo.

 

Ángel Jaramillo Torres. Doctor en Ciencia Política por la New School for Social Research de Nueva York y miembro del SNI. Es autor de Leo Strauss on Nietzsche’s Thrasymachean-Dionysian Socrates: Philosophy, Politics, Science, and Religion in the Modern Age y coeditor (junto con Marc Benjamin Sable) de Trump and Political Philosophy. Leadership, Statesmanship, and Tyranny. Colabora en American Affairs Journal, The National Interest y Letras Libres.

 

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Posted: January 19, 2022 at 8:57 pm

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