Interview
No deberíamos diferenciar entre los crímenes nazis y comunistas

No deberíamos diferenciar entre los crímenes nazis y comunistas

Rodrigo Carrizo Couto

El nombre de Monika Zgustova es bien conocido del público español. Su firma acompaña desde hace años algunas de las mejores traducciones de literatura de Europa del Este, además de ser la autora de cinco novelas y numerosos artículos publicados en medios del calibre del diario El País. Nacida en Praga en 1957, esta escritora, traductora y periodista políglota ha sido una testigo privilegiada de su tiempo. Un camino que le ha llevado desde la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 a su actual hogar en España pasando por un periodo de formación en los Estados Unidos. Algo que sorprende en la obra de Zgustova es que a pesar de que su lengua materna es el checo, ha logrado convertirse en una autora reconocida, tanto en catalán como en castellano. Una proeza (ser escritor profesional en una lengua ajena) que, sin duda, no está al alcance de todo el mundo.

En su obra literaria, Zgustova explora el desamparo del individuo ante el totalitarismo, con especial foco en el periodo estalinista, como puede verse en sus novelas La Noche de Valia o Las Rosas de Stalin. En su libro más reciente, Vestidas para un baile en la nieve, la autora checa desvela el universo cotidiano del tristemente célebre Archipiélago Gulag a lo largo de una serie de extensas entrevistas. Pero Zgustova analiza el terror del Gulag (acrónimo ruso de “administración de campos de trabajo”) desde un prisma inhabitual: el de las mujeres que fueron víctimas de la trituradora de seres humanos puesta en marcha por Stalin y Beria; un sistema que llegó a su apogeo en los años 30 del pasado siglo. Cabe recordar que al momento de la muerte de Stalin, en 1953, más de 3 millones de prisioneros de los campos fueron liberados, aunque la mayoría nunca logró reintegrarse del todo en la vida civil.

Recientemente, Vestidas para un baile en la nieve fue galardonado en España con el Premio Cálamo al Mejor Libro del 2017, votado por los propios lectores. Monika Zgustova se encuentra estos días en México, donde presenta Vestidas para un baile en la nieve en la CDMX el día 22 de marzo a la 19:30, seguido de una charla con el público. La cita es en la Librería Gandhi. La escritora checa concedió esta extensa entrevista exclusiva a Literal Magazine en los magníficos salones del hotel Beau Rivage Palace de Lausana, a orillas del Lago Leman.

Literal Magazine: Algo que sorprende al leer Vestidas para un baile en la nieve es la ingenuidad de las víctimas. Casi ninguna se esperaba lo que les ocurrió.

Monika Zgustova: Es verdad. Esas personas no parecían conscientes del peligro existente. La mayoría de los soviéticos ni siquiera sabían que existía el Gulag, aunque había rumores al respecto. La gente creía que era un castigo reservado a delincuentes. Curiosamente, muchas de las mujeres que entrevisté estaban convencidas que la Unión Soviética era un Estado de Derecho.

P: Otro factor común es el amor a la cultura y las artes. Una pasión salvadora.

R: En efecto. La cultura, el arte y la lectura dignificaron su vida en medio de la humillación más absoluta. Es por eso que los presos políticos sobrevivieron en mayor porcentaje que los presos comunes. Porque tenían una razón para vivir que los otros no tenían. También fue esencial para sobrevivir la amistad. Una amistad que es muy distinta de lo que nosotros entendemos. En libertad no existen amistades tan incondicionales como las que surgen en condiciones extremas. En ese contexto, dar la vida por el amigo era algo absolutamente normal.

P: Un elemento sorprendente es también algo que podría definirse casi como “nostalgia” del Gulag.

R: Es cierto. Más de la mitad de las supervivientes me confesaron que si volvían a nacer, habrían querido vivir de nuevo esa experiencia. Quizás no tantos años; pero valoraban esas amistades tan fuertes y únicas. Además, el Gulag forjó su escala de valores. Todas se plantearon su existencia desde el altruismo extremo. Al salir de los campos, sus vidas estuvieron centradas en ayudar a los demás. También es destacable que en su escala de valores, lo primero eran los amigos, y lo segundo, los otros presos, porque eran los únicos que realmente entendían por lo que habían pasado. De hecho, muchas parejas se formaron entre ex prisioneros. Esas mujeres preferían tener maridos destrozados, pero que las comprendían bien, antes que hombres normales. Y solo en último lugar venían las familias, porque muy a menudo eran incapaces de comprender la experiencia de los supervivientes.

P: ¿Fue complicado encontrar a las protagonistas de su libro? ¿Costó mucho que confiaran en usted para narrar sus historias?

R: La idea del libro surgió cuando en Moscú fui invitada a una reunión de los Zeks, nombre con el que se conoce a los ex prisioneros del Gulag. Es una abreviación del término ruso « заключённый », o « detenidos ». Lo que me llamó la atención en esa reunión fue la gran cantidad de mujeres supervivientes de los campos, y sobre todo su vivacidad. Daba la impresión que estaban felices de reencontrarse y recordar el Gulag tomando una copita, a menudo riendo. En cambio, los hombres eran espectros, sombras. Ahí me di cuenta que la proporción de mujeres prisioneras debió ser bastante grande, aunque no existen estadísticas precisas. Es así que, por pura curiosidad profesional, decidí entrevistar primero a una, luego a dos. Al comienzo pensé que sería un buen artículo para el periódico, pero luego entendí que esto era un libro.

P: ¿De todos estos encuentros, alguno le marcó especialmente?

R: No. No puedo escoger una protagonista. Todas me marcaron por distintos motivos. La primera me marcó por ser la primera; luego recuerdo a Galia, que nació en el Gulag. Una mujer que descubrió con sorpresa al salir de los campos, que existían perros pacíficos, que no necesitaban estar atados con cadenas. O la mujer que comenzó sus estudios pasados los 40 años y llegó a ser una científica eminente. También me marcaron los cuentos de hadas dibujados por las prisioneras para intentar dar una alegría a las niñas encerradas en el Gulag. Aún hoy hay presas que guardan estos libros como la más valiosa de sus posesiones. En mi vida, hay un antes y un después marcado por estas entrevistas a las supervivientes.

P: El gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski explica en su libro El Imperio que algo sorprendente del Gulag es que no quedan casi vestigios.

R: Es cierto. Es muy bonito como Kapuscinski explica esto. Pero no queda nada de todo aquello. No hay un sitio en el que dejar una rosa. Todos esos campos estaban muy mal hechos; eran barracones de madera que se pudrieron. A menudo las presas tenían que pasar la noche a la intemperie o en una tienda de campaña con temperaturas de – 35°. No pude ir a Siberia, por problemas de permisos y burocracia, pero estuve en Laponia estudiando las condiciones extremas en las que sobrevivieron estas mujeres. Es algo inimaginable…

P: En una entrevista publicada por el diario El País, usted explica algo muy perturbador. Los Estados Unidos habrían devuelto ciudadanos soviéticos a Stalin tras la guerra. Nunca había oído esto. ¿Puede explicar algo más?

R: En 1945, dos millones de antiguos ciudadanos rusos fueron repatriados por la fuerza. El 11 de febrero de 1945, Estados Unidos y Gran Bretaña firmaron con Stalin durante la Conferencia de Yalta un Tratado de Repatriación. Las autoridades norteamericanas y británicas ordenaron a sus fuerzas militares que deportasen a la URSS a dos millones de antiguos residentes de sus dominios, incluso a los que habían ido a Occidente huyendo del comunismo y a los que habían abandonado el Imperio Ruso y se convirtieron en ciudadanos de los Estados Unidos o Gran Bretaña. La repatriación forzada se llevó a cabo entre 1945 y 1947. Todos ellos fueron enviados por Stalin directamente al Gulag. Por eso, después de la Segunda Guerra Mundial creció mucho el número de presos en el sistema soviético de campos de trabajo. Pocos volvieron…

Portada de “Vestidas para un baile en la nieve”
(Editorial Galaxia Gutenberg)

P: Hemos hablado del Gulag, pero el comunismo no solo destrozó a Rusia, sino también a su país de origen, entre muchos otros. ¿Qué recuerdos le quedan de la invasión rusa de Checoslovaquia?

R: Yo era una niña, pero lo recuerdo claramente. Compartía entonces un dormitorio con mi hermano, y en la madrugada del 21 de agosto de 1968, día de la invasión, oímos un ruido infernal y nos lanzamos a la ventana. Es entonces que vimos los tanques circulando por una de las principales avenidas de Praga. Al principio no lo creímos…pensamos que era una pesadilla. Ese día cambió mi vida para siempre, al igual que cambió la vida de todos los checos. Nos transformamos en niños muy precoces, que discutían en clase qué hacer frente a la invasión. Mi generación despertó a la vida adulta mucho antes de lo que nos tocaba.

P: ¿Mirado a la distancia, hay algo que le parezca rescatable del régimen comunista?

R: Viví mi infancia bajo el comunismo, y cuando eres niño guardas a menudo buenos recuerdos. Luego, con los años, ya viviendo en Estados Unidos me horrorizaron el mercantilismo y el materialismo llevados al extremo de esa sociedad. Pero el comunismo no funcionó. La igualdad socialista era un cuento. Siempre fue un cuento, pues ni siquiera entre los niños existe la igualdad. Bien pensado, la Checoslovaquia comunista era una sociedad profundamente desigual. En el lado negativo, lo peor era la represión, la falta de libertad, el no poder consumir lo que quieres, no poder decir lo que piensas, las cárceles repletas de presos políticos. Resumiendo: la represión comunista, que es bien conocida. Y esa falta de estímulos y libertad provocaba que a la gente no le importaba nada de lo que pasaba en la sociedad, y la dejadez total era la norma. Pero había cosas positivas, como lo bien que se cuidaba de los niños: actividades de verano, vacaciones gratis, y recibimos una educación que estaba muy bien, aunque no teníamos libertad para escoger donde y qué estudiar. Aunque cuando llegué a los Estados Unidos a los 16 años, mis profesores se asombraban porque decían que mi nivel de conocimientos era equivalente al de un universitario americano de 21 años. (risas)

P: ¿Cómo ve usted la querencia por la izquierda y la extrema izquierda que estamos viviendo hoy en España?

R: Lo interpreto como una reacción a los excesos del capitalismo, que son también muy graves. En particular en la España del PP no hay nada sagrado. Solo nos rige el mercantilismo, y el abismo entre ricos y pobres crece peligrosamente. Es posible que si yo no hubiera vivido el comunismo también vería con buenos ojos estos intentos de respuesta al capitalismo desenfrenado. Yo nunca votaría a Podemos, pero creo que es importante el equilibrio de fuerzas en una democracia.

P: Siempre me sorprende la tolerancia y simpatía que tenemos en Occidente por la simbología y figuras claves del comunismo (Lenin, Mao, Stalin, Che Guevara) mientras que mostramos –y es normal– tolerancia cero por el nazismo.

R: Hay una asimetría importante entre uno y otro. Pero no deberíamos diferenciar entre los crímenes nazis y comunistas. Creo que la generación de menos de 40 años comienza a entender lo que fueron el estalinismo y el maoísmo en su justa medida. Pero la gente mayor sufrió la influencia de pensadores como Sartre y otros filósofos franceses o alemanes que veían la “salvación de la humanidad” en el comunismo y el maoísmo. Hoy sabemos que muchas de estas posturas no fueron más que estrategias para ganar fama e influencia para ellos mismos. También está demostrado que muchos de ellos cobraban de la URSS o China. Pero, al final, la verdad histórica y objetiva acaba revelándose.

P: Hemos hablado de la izquierda. Pasemos ahora a la derecha. Se habla estos días del “Grupo de Visogrado”, que reúne a Polonia, República Checa, Hungría y otros países del Este en un frente conservador, anti UE y anti-inmigración islámica.

R: La verdad es que a Occidente nunca le ha interesado Europa del Este. Somos países bonitos y baratos para ir de vacaciones, pero que no pueden influir en nada relevante. Tras 30 años de la caída del Muro de Berlín sigue existiendo “otra” Europa que no cuenta para nadie. Europa del Este está buscando su identidad; y no saben si su esencia está en el Oeste o en el Este. En el fondo están despistados, y ven con simpatía líderes fuertes como Putin. Yo tengo esperanza en los jóvenes, que ya no recuerdan el comunismo, disfrutan de las becas Erasmus y pueden comparar cómo se vive en uno y otro lado. Los viejos no ven con buenos ojos lo que ocurre, y crece la nostalgia del Estado social. El Grupo de Visogrado no me parece alarmante, pero sí preocupante. Sobre todo cuando engloba un país tan grande como Polonia.

P: ¿Podría “romperse” la Unión Europea por el Este?

R: Sí. Lo veo posible. Personalmente, no me sorprendería que la República Checa, Hungría o Polonia terminen saliendo de la Unión Europea. No me parece algo inimaginable, porque ellos demuestran en los hechos que se alejan de Bruselas, y se acercan cada vez más a Moscú. Y todos sabemos que Putin quiere restablecer la esfera de influencia de la antigua URSS. Ese es su objetivo final.

P: Usted es toda una autoridad en la literatura de su país de origen. ¿Qué libros esenciales recomendaría a alguien que quiera descubrir la literatura checa? Dejando fuera a Kafka, de preferencia.

R: Hay cuatro libros que considero imprescindibles. Se trata de Yo serví al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal; El dinero de Hitle”, de Radka Denemarková; luego Las aventuras del buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek; y por último Milan Kundera, con El libro de la risa y el olvido.

P: Y siguiendo con las listas de libros, ¿puede recomendar su selección de libros sobre el Terror soviético?

R: Pues nuevamente son cuatro. Naturalmente, el primero es el mítico Archipiélago Gulag, de Aleksandr Solzhenitsyn; siguen los Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov, luego tenemos a Evguenia Guinzburg, con El vértigo, y para terminar, Margarete Buber-Neumann con su Prisionera de Stalin y Hitler.  

P: ¿En qué proyectos trabaja actualmente?

R: Preparo una biografía muy personal de Gala Dalí, que debería publicarse en junio. Me interesa explorar sus raíces eslavas y la influencia que tuvo en gente como Max Ernst o Paul Eluard. Creo que Gala ha sido una figura mayor de la Historia a la que no se hizo debida justicia.

Lausana, Suiza

Febrero de 2018

*Monika Zgustova fue fotografiada en el hotel Beau Rivage Palace, de Lausana. 

*Imágenes cortesía del autor. ©Rodrigo Carrizo Couto 

RodrigoRodrigo Carrizo Couto. Radica en Suiza y escribe para el diario El País y la SRG SSR Swiss Broadcasting. Ha colaborado regularmente con los diariosClarínLa Nación de Buenos Aires y la revista suiza L’Hebdo, entre otros medios. Su Twitter es @CarrizoCouto

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: March 18, 2018 at 10:43 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *