BASHO EN LA CABAÑA DE LOS CAQUIS CAÍDOS
Ernesto Hernández Busto
Hace mucho que prefiere la belleza umbría y descuidada de las viejas casas de té, con su ligero olor a moho y techos de paja en lugar de vigas relucientes. Fuera, en el jardín, las espigas crecen hasta medio muslo y los árboles entrelazan caprichosamente sus ramas sobre la cabaña. La suave e interminable llovizna de este quinto mes viene acompañada por los chasquidos puntuales de las goteras, de las que a duras penas ha conseguido ponerse a salvo en un rincón. Sentado, con los ojos que poco a poco se van acostumbrando a la oscuridad, nota en la pared más cercana unas pequeñas marcas. Parecen restos de algo arrancado. Se acerca y toca; el tacto le confirma su primera impresión: son las huellas dejadas por una de esas tarjetas de cartulina (shikishi) que él también usa a veces para caligrafiar en limpio sus poemas, o cuando quiere regalar alguno del que se siente satisfecho.
Debió estar pegada en este rincón, improvisado tokonoma, antes de que el antiguo propietario la desprendiera para llevársela: una entre sus pocas pertenencias preciadas. Piensa en aquel poema chino (¿del viejo Du Fu?) donde un poeta recorre los caminos nevados hasta encontrar la ermita en que vivió su maestro, y tras quedarse allí varios años un día descubre que ya es otra persona: se ha convertido en aquel que vino a buscar –y así lo deja escrito sobre una pared.
Esta vez pareciera el recorrido inverso: un maestro visita la choza de uno de sus discípulos (Kyorai, el perezoso) y reencuentra con placer un techo en medio de un bosquecillo de bambú, en Sagano. Duerme allí dos semanas. Y en vez de agradecer a su anfitrión ausente escribiendo un poema, ahora le toca imaginar otro por las marcas de un trozo de papel arrancado. ¿Qué decía ese poema que lo precedió? ¿Quién lo escribió: su discípulo o algún habitante anterior? Piensa en ese reverso. Palpa sus restos; raspa la pared con la uña como si quisiera que le confesara su secreto. Pero es sólo silencio, un silencio melancólico, mientras afuera prosigue, monótono, el fino rumor de la lluvia.
Lluvias de mayo…
En la pared, los restos
de cartulina.
Samidare ya
shikishi hegitaru
kabe no ato.
五月雨や色紙へぎたる壁の跡
(1691)
Ernesto Hernández Busto (La Habana, Cuba, 1968). Poeta, ensayista, editor y traductor cubano residente en Barcelona. Entre sus títulos más recientes se encuentran La ruta natural (Vaso Roto, 2015) y Diario de Kioto (Cuadrivio, 2015). Colabora en El País.
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Posted: May 20, 2018 at 9:43 pm